Relaciones de fuerza
La lucha de clases es el motor de la historia. Unas veces le cuesta arrancar, avanza a paso lento, los cambios hay que buscarlos a nivel molecular, las situaciones son evolutivas, lo que llamaríamos “no-revolucionarias”. Otras veces su ritmo es vertiginoso, el juego de acción y reacción se hace imparable dando lugar a situaciones revolucionarias, y también contrarrevolucionarias. Entre ambas velocidades, hay todo un degradé de las situaciones híbridas cuyos ritmos son desparejos, en las que las tendencias no se encuentran aún diferenciadas claramente.
Uno de los más agudos abordajes –sino el más– de este tipo de situaciones desde el marxismo se lo debemos a León Trotsky. Las llama “situaciones transitorias”. Las hay desde una situación no revolucionaria a una prerrevolucionaria, desde una prerrevolucionaria a otra abiertamente revolucionaria o contrarrevolucionaria, etc. Sería un error confundir el término “transitorio” simplemente con lo efímero o lo limitado. Son el preámbulo de bifurcaciones en el proceso histórico. Su carácter contradictorio, confuso y propenso a los giros bruscos por definición las hace no aptas para desprevenidos.
Una situación de este tipo vivimos actualmente en la Argentina. Dejamos atrás una situación de relativa estabilidad –no revolucionaria– y nos encontramos ante momentos preparatorios de importantes redefiniciones de la relación de fuerza entre las clases. Para analizar esta transición es útil partir del especial hincapié en la acción recíproca de factores objetivos y subjetivos que caracteriza al pensamiento de Trotsky.
En nuestro caso, los factores objetivos, dicho muy sintéticamente, están determinados por el fin de un ciclo económico excepcionalmente favorable motorizado por el boom de las commodities que duró por una década. Cristina comenzó a lidiar con él con la devaluación del 33 % en 2014 y la preparación de un nuevo ciclo de endeudamiento externo (pago al Club de París, al CIADI, intento de pagar a los fondos buitre). Pero tuvo suerte, Scioli perdió en 2015. No quedó a cargo del ajuste como el PT en Brasil con la victoria de Dilma Rousseff.
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Macri asumió con gusto las tareas planteadas, sin culpa ni remordimientos. Rápidamente inició el nuevo festival de deuda. Repartió a los sojeros, a los bancos, a las mineras, a las privatizadas, a los capitalistas en general, a sus amigos. Pero para el ajuste se topó, desde el vamos, con los “factores subjetivos”. En 2001 se volteó a un presidente electo por las urnas con la movilización popular, pasó hace más de una década y media pero cosas así dejan su huella. Macri fue, como solía decirse, “todo lo neoliberal que le permitió la relación de fuerzas”.
Sin embargo, la relación de fuerzas no es eterna, depende de los “factores objetivos”. Mismo que no haya agentes políticos que quieran asumirlo, los choques entre las clases son inevitables cuando las condiciones que sostuvieron una relación de fuerzas dejan de existir. Esto es lo que “conceptualiza” Melconian cuando le dice a Macri “boludeaste dos años con las buenas ondas”. Pero la realidad es que luego del amague de “shock” a pocos meses de asumir, hubo una segunda arremetida de ataques después del triunfo electoral de 2017, el llamado “reformismo permanente”. Pero se topó con la lucha de clases. Y aquí llegamos al 18 de diciembre como bautismo de la actual “situación transitoria” que se venía gestando.
Acción y reacción
El 18D fue una primera prueba de la relación de fuerzas, un tanteo entre las partes. No se trató de una movilización de protesta más sino una acción independiente de la lucha de clases que actuó como catalizador de la bronca popular. A seis meses de estos acontecimientos es inevitable preguntarse qué pasó con diciembre.
En este punto también es muy útil recurrir a Trotsky. El fundador del Ejército Rojo pone especial énfasis en que la “relación de fuerzas” entre las clases no puede ser entendida como una abstracción, no explica por sí misma la evolución de una situación. La fuerza subjetiva de la clase trabajadora surge de una compleja interacción entre clase, partido y dirección. Su punto de partida, decía, es que una “dirección, no es, en absoluto, el ‘simple reflejo’ de una clase”, lo cual abre a múltiples contradicciones.
La bronca y la voluntad de movilizarse de importantes sectores de trabajadores a pesar de las amenazas ciertas de represión fue el gran motor de la jornada del 18D. Por el lado de las direcciones, el triunvirato de la CGT llamó a no movilizarse e intentó por todos los medios que no existiese el paro que ellos mismos decían convocar. Moyano se borró olímpicamente. En ese marco, miles se movilizaron en las columnas de diferentes sindicatos, otros lo hicieron a pesar de sus sindicatos, hubo una importante presencia de la izquierda, y de los movimientos de “trabajadores informales” y desocupados.
El resultado de esta ecuación de fuerzas divergentes fue una movilización de 100 mil personas seguida, luego de los enfrentamientos, por cacerolazos y miles de jóvenes y estudiantes que llenaron por la noche la Plaza Congreso y otras a lo largo del país. ¿Cuántos se hubieran movilizado con un paro general y una convocatoria unificada? Es difícil aventurar un número pero lo que sí es claro es que la burocracia le salvó la vida a Macri.
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El arte de la guerra, decía Clausewitz, se distingue de todas las otras artes en que no actúa sobre un objeto inerte o pasivo, sino contra uno vivo que reacciona. En la lucha de clases sucede lo mismo. Luego del fracaso del 14D, Macri estuvo cerca de escalar y pasar la reforma previsional por decreto pero aceptó la ayuda del peronismo para votarla en el Congreso. Después de los hechos del 18D dudó en echar mano a “todo el peso de la ley” con cárcel y persecución “a escala” de manifestantes y militantes de izquierda. Finalmente, debilitado decidió acotarlo, eso sí, manteniendo procesamientos (y actualmente con escandalosas “recompensas”). Tuvo que contentarse con su triunfo pírrico.
La conjura del fantasma de diciembre vino por el lado de las direcciones oficiales del movimiento obrero. El triunvirato profundizó su tregua. Moyano cerró un acto de 200 mil personas el 21F clausurando la perspectiva de acciones de lucha unificadas llamando a “votar bien” por el peronismo en el 2019. Los dirigentes sindicales del kirchnerismo coincidían en esa línea. Con estas garantías, el 1 de marzo Macri se sentó ante el Congreso con las banderas del gradualismo recargadas. Como por arte de magia parecía no reconocer ningún enemigo a la vista, tanto que lanzó la línea de “debatir” el aborto para evitar un choque frontal con el movimiento de mujeres el 8M.
El gobierno aprovechó el tiempo para recuperarse hasta dejar de lado el “gradualismo” con el tarifazo. Pero la debilidad volvió a aflorar, no pudo imponerlo “limpiamente”. La inacción del movimiento de masas dejó la iniciativa a los grandes capitalistas, los fondos de inversión, los sojeros y los bancos. Sobre la base del fin de la abundancia internacional de liquidez barata, se jugaron a pulsear contra el gobierno y ganaron, produciendo una devaluación del 30 %. Emularon el diciembre de las calles con un mayo de “los mercados”. Ambos hechos tomados de conjunto muestran la tendencia profunda a enfrentamientos superiores entre las clases.
“Son precisamente estos estados transitorios los que tienen una importancia decisiva desde el punto de vista de la estrategia política”, dice Trotsky a propósito del tipo de situaciones que estamos analizando. ¿Por qué? Porque en ellos se define el sentido de la flecha del escenario de la lucha de clases. Lejos de cualquier automatismo o fatalismo, para el fundador del Ejército Rojo, la acción o inacción de una fuerza revolucionaria realmente existente es parte determinante de la evolución de la situación misma en la medida de sus fuerzas.
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Problemas estratégicos
Ahora bien, la posibilidad de impedir un nuevo saqueo como los perpetrados bajo la dictadura, en 1989-91, o en 2001-02, ni va a surgir ex nihilo de la simple “relación de fuerzas” ni tampoco exclusivamente de que el movimiento de masas luche en general. Las luchas que tuvieron lugar en cada uno de aquellos períodos están para atestiguarlo, desde las más recientes de 2001 que llevaron a la caída de De la Rúa hasta las más agudas que atravesaron la etapa revolucionaria de 1969-76.
También dependerá de cómo se combata y con qué objetivo. La lucha de estrategias y programas al interior de la clase trabajadora y la fuerza material (y “moral”) que se articule detrás de cada perspectiva en los futuros enfrentamientos serán términos decisivos de la ecuación.
Actualmente Macri se dispone a tomar la iniciativa. Aunque los ritmos aún están por verse, el acuerdo con el FMI, la planificación de un mayor ajuste, las represiones de las últimas semanas y especialmente el ataque a los trabajadores del subte ya son parte de la preparación. Al gobierno no se lo ve con mucha espalda. A su vez, a medida que avance, cada vez le será más costoso a la burocracia sostener la tregua (adornada con acciones simbólicas) así como mantener aislados a los sectores en lucha, que muy probablemente se multipliquen.
Sin embargo, el hecho de que una dirección concreta no sea un simple reflejo de la clase tampoco significa lo contrario, que no tenga una determinada relación con ella. Como señala Trotsky, una dirección degenerada internamente puede ser “tolerada” durante un tiempo prolongado si aquel carácter no ha sido suficientemente demostrado en los acontecimientos. Incluso cuando choques fundamentales lo dejasen en evidencia, la clase trabajadora tampoco puede improvisar inmediatamente una nueva dirección.
Un ejemplo de esto, si de choques fundamentales hablamos, lo tenemos en la más importante acción del proletariado de los últimos tiempos, las jornadas de junio-julio de 1975 contra el plan Rodrigo. Vale la pena detenerse un poco en ella.
En aquel entonces, pese a la burocracia de Lorenzo Miguel la resistencia obrera comienza inmediatamente, primero se generalizan huelgas por lugar de trabajo centradas en demandas económicas. Miguel llama a una jornada contra el plan Rodrigo para “descomprimir” pero se transforma en un virtual paro general con más de 100 mil personas en Plaza de Mayo reclamando, no solo la homologación de los convenios sino la renuncia de Celestino Rodrigo y López Rega. Se desarrollan y cobran peso las Coordinadoras Interfabriles que agrupan a los sectores avanzados de la clase obrera y éstas dan continuidad a la lucha. La burocracia de la CGT se ve obligada a llamar un paro para el 7 y 8 de julio. Su contundencia impone la homologación de los convenios, hace caer a Rodrigo y López Rega tiene que renunciar y fugarse del país.
Por primera vez tenía lugar una huelga general política contra un gobierno peronista. Planteaba el punto más alto hasta entonces de la experiencia de la clase obrera con el peronismo. La burocracia sindical había sido ampliamente superada por los acontecimientos. Las capas más avanzadas del proletariado, organizadas en las Coordinadoras, habían logrado imponer el frente único a la burocracia. Se obtienen importantes triunfos parciales (económicos y políticos). Sin embargo, el movimiento no tenía un programa más allá de la homologación de los convenios que plantease una respuesta a la altura de la crisis de conjunto, y no existía ninguna dirección revolucionaria capaz de desarrollar aquella experiencia con el peronismo para luchar por un gobierno de los trabajadores de ruptura con el capitalismo.
El imponente ascenso obrero comenzó a diluirse en luchas parciales, quedó sin perspectivas, Lorenzo Miguel logró sostenerse al frente de la CGT y buscó apuntalar al gobierno. Como señala Trotsky, la huelga general plantea la cuestión de quién tiene el poder –el gobierno de Isabel quedó virtualmente en el aire– pero por sí misma no la resuelve. Finalmente, la salida política de conjunto la terminó dando la burguesía meses después con el golpe militar en marzo de 1976.
Hoy el peronismo y la burocracia sindical, que en aquellas jornadas de junio-julio fueron arrollados por la acción obrera, son infinitamente más débiles como mediación. En este aspecto no hay punto de comparación. Pero este no fue el principal obstáculo con el que se encontró la clase obrera en aquel entonces sino el no haber “heredado del período precedente –en palabras de Trotsky– los cuadros revolucionarios sólidos, capaces de aprovechar el derrumbamiento del viejo partido dirigente”. Con estos términos el dirigente bolchevique hacía referencia al carácter determinante de la labor estratégica de construcción de un gran partido de trabajadores revolucionario durante las etapas precedentes.
En la actual transición de la lucha de clases la referencia a aquella encrucijada histórica de la que se van cumplir 43 años puede parecer demasiado distante en el pasado pero probablemente no lo esté tanto del futuro y sirva para ilustrar la tarea fundamental del presente. |