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10 de junio de 2018 Twitter Faceboock

Revista Ideas de Izquierda
Marx, un diálogo con las ciencias naturales
Santiago Benítez Vieyra | Dr. en Biología, Investigador de CONICET. Agrupación Docentes e Investigadores de Izquierda.

Ilustración: Romina Echevarria

Marx no construyó su obra ignorando los descubrimientos y teorías científicas de su tiempo. Por el contrario, estas teorías le sirvieron para desarrollar su crítica al capitalismo, en particular para examinar la relación entre los seres humanos y la naturaleza.

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Es habitual señalar, siguiendo la tesis del novelista y físico Charles Percy Snow, que dos culturas se disputan la vida intelectual de occidente: las ciencias y las humanidades [1]. Indefectiblemente, el pensamiento de Karl Marx es encasillado en la segunda categoría. En todo caso, se señala su lugar prominente en las ciencias como la historia y la economía. Ciencias irremediablemente blandas, desde la óptica de las ciencias exactas, las del laboratorio y el telescopio. Esta miope idea de dividir la riqueza intelectual en compartimentos estancos es una y otra vez desafiada tanto en la propia obra de Marx como en la recepción de su pensamiento en el ámbito científico, aunque pasarían más de cien años desde su muerte para que biólogos profesionales se declararan abiertamente “dialécticos”.

Sin ser exhaustivo, propongo un intento para unir lo separado. Marx no construyó su obra ignorando los descubrimientos y teorías científicas de su tiempo. Por el contrario, estas teorías le sirvieron para desarrollar su crítica al capitalismo, en particular para examinar la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Menos conocido es el proceso inverso, por el cual los científicos naturales tomaron inspiración del marxismo. Esta deuda intelectual es reconocida explícitamente por los científicos y activistas que conformaron Science for the People [2], movimiento surgido a fines de los años ‘60 en los Estados Unidos.

Darwin, en su crudo estilo inglés

Los debates científicos atrapaban a la Inglaterra victoriana de la segunda mitad del siglo XIX. Marx, quien vivió en Londres desde 1849, asistió a conferencias que hoy llamaríamos de divulgación de científicos como John Tyndall, Justus von Liebig y notablemente de Thomas Huxley, apodado el bulldog de Darwin por su defensa de la evolución. Este interés iba mucho más allá de la simple curiosidad culta por las recientes teorías y descubrimientos de la época. Por el contrario, la lectura sistemática de algunos de estos autores constituyó material de estudio para la elaboración de El Capital. Esta conexión ha sido resaltada recientemente como la base de un pensamiento ecológico en Marx, especialmente a partir de las obras de Paul Burkett Marx y la Naturaleza [3], y John Bellamy Foster, La Ecología de Marx [4].

El trabajo de muchos científicos naturales, particularmente en las áreas de la biología, la química y la física aparece con frecuencia en la correspondencia entre Marx y Engels. El intercambio epistolar sobre El Origen de las Especies de Charles Darwin es ampliamente conocido: “Darwin, por cierto, a quien ahora estoy leyendo, es absolutamente espléndido. Había un aspecto de la teleología que todavía tenía que ser demolido, pero con esto ya se ha hecho. Nunca antes se hizo un intento tan grandioso por demostrar la evolución histórica en la naturaleza, y ciertamente nunca con tan buenos resultados”, escribió Engels. Marx, quien leyó el libro un año más tarde, afirmaba: “aunque desarrollado con el crudo estilo inglés, éste es el libro que contiene los fundamentos en la historia natural de nuestro punto de vista” [5]. Esta admiración tiene un fundamento sencillo: Darwin había establecido las bases para una interpretación puramente materialista de vida. Más aún, Darwin había puesto en evidencia que la naturaleza tiene historia y que las viejas “especies” naturales pueden cambiar y desaparecer. No es extraño que Marx se declarase admirador de Darwin y le enviase un ejemplar dedicado del primer tomo de El Capital, aunque es probable que Darwin nunca lo leyera.

Ilustración: Romina Echevarria

Esta admiración se vuelve paradójica, Darwin había trasladado a la biología los argumentos de Adam Smith sobre la lucha individual y egoísta. Marx identificó aquí las similitudes entre la selección natural y la situación social en Inglaterra:

Darwin reconoce entre las bestias y las plantas a su sociedad inglesa, con su división del trabajo, su competencia, su apertura de nuevos mercados, sus ‘invenciones’ y la ‘lucha por la supervivencia’ malthusiana. Es el bellum omnium contra omnes (“la guerra de todos contra todos”) de Hobbes.

Stephen Jay Gould [6] señala sobre este pasaje que mucha gente siente desasosiego ante esta observación. ¿Acaso no compromete la integridad y la supuesta neutralidad de la ciencia? Pero en todas las anotaciones de Marx sobre textos científicos subyace la respuesta: los grandes pensadores no pueden divorciarse de su medio social.

El interés de Marx no se basa solo en una analogía entre la historia natural y la historia humana o en el interés común en el materialismo. En El Capital señala:

Darwin ha despertado el interés por la historia de la tecnología natural, esto es, por la formación de los órganos vegetales y animales como instrumentos de producción para la vida de plantas y animales. ¿No merece la misma atención la historia concerniente a la formación de los órganos productivos del hombre en la sociedad, a la base material de toda organización particular de la sociedad? (...) La tecnología pone al descubierto el comportamiento activo del hombre con respecto a la naturaleza, el proceso de producción inmediato de su existencia, y con esto, asimismo, sus relaciones sociales de vida y las representaciones intelectuales que surgen de ellas [7].

Según Foster, Marx encontró en Darwin una base histórico-natural para su propia teoría general del papel del trabajo en la evolución de la sociedad humana. La tecnología humana se distinguía de la tecnología natural en que no estaba constituida por esos órganos adaptados, sino que se producía a través de la producción social de herramientas: los “órganos productivos del hombre en la sociedad”.

Los suelos, los bosques y la ecología de Marx

El filósofo japonés Kohei Saito es autor de un detallado estudio sobre la crítica de Marx a la agricultura de su tiempo y recorre sus fuentes a través de sus notas y extractos de sus lecturas [8]. Estas notas nos permiten conocer sus preocupaciones antes y después de la publicación del primer volumen de El Capital en 1867. Tomó conocimiento del problema de la pérdida de fertilidad del suelo a través de las Notas sobre América del Norte y Lecturas sobre Química Agrícola y Geología de James F. W. Johnston y El Pasado, el Presente, y el Futuro de Henry C. Carey. Particularmente, encuentra interés en la “teoría mineral” de Justus von Liebig en su obra Química Agrícola: “la fertilidad del suelo no puede permanecer intacta, a menos que reemplacemos todas aquellas substancias de las cuales ha sido privado”.

Liebig remarcaba el desperdicio que se produce por la división entre las ciudades y el campo: “cada tierra se vuelve inevitablemente más pobre, no solo por la exportación continua de sus cosechas, sino también por el desperdicio inútil de los productos del metabolismo (Stoffwechsel) que se acumulan en las grandes ciudades”. Estas observaciones fundamentan la teoría de la “brecha metabólica” marxista. El modo de producción capitalista, según una de las anotaciones de Marx,

… perturba la interacción metabólica entre el hombre y la tierra, es decir, evita el retorno al suelo de los elementos constituyentes consumidos por el hombre en forma de alimento y comida; por lo tanto, obstaculiza la operación de la eterna condición natural para la fertilidad duradera del suelo. Así destruye a la vez la salud física del trabajador urbano, y la vida intelectual del trabajador rural [9].

Liebig fue más allá, señalando que “Gran Bretaña roba a todos los países las condiciones de su fertilidad” y advirtiendo sobre la importación de guano para ser usado como fertilizante en Europa y EE.UU. Estas observaciones son tomadas literalmente por Marx: “Inglaterra exporta el suelo de Irlanda, sin dejar siquiera a sus cultivadores los medios para reemplazar los constituyentes del suelo agotado” [10]. Estamos frente a la globalización de la brecha metabólica, acompañando la explotación colonial. Un fenómeno llamado “imperialismo ecológico” por Brett Clark y John B. Foster [11].

Marx estaba al tanto de los debates que había provocado la obra de Liebig y alarmado por su tono excesivamente pesimista. En una carta a Engels le solicita que Carl Schorlemmer (químico alemán, y amigo de ambos [12]) le indicara cuál es el último y mejor libro sobre química agrícola, si sabía algo acerca de las ideas contrarias a la teoría del agotamiento del suelo de Liebig y si conocía la teoría aluvional del agrónomo Carl Fraas. Marx descubrió en la obra de Fraas otros métodos para regular la interacción metabólica entre los humanos y la naturaleza, además de la adición de nutrientes químicos [13]. Según Fraas, el retorno de los nutrientes del suelo no necesariamente requería de la acción humana, sino que podrían gestionarse los propios procesos naturales restablecer la fertilidad, poniendo como ejemplo los lugares donde las inundaciones periódicas aportan sedimentos.

En la obra El clima y el mundo vegetal a través del tiempo, Fraas argumenta cómo antiguas civilizaciones y en particular la antigua Grecia colapsaron después de que la deforestación causó cambios insostenibles en el medio ambiente local. Demostró que cambios locales en el clima producto de la deforestación habían tenido impactos significativos en la civilización. Marx tomó nota de estas observaciones y encontró en Fraas “una tendencia socialista inconsciente”.

Hacia un materialismo no reduccionista

El salto en el tiempo es importante. Por supuesto el pensamiento marxista influyó a numerosos científicos notablemente a principios del siglo XX en Inglaterra y en la Rusia revolucionaria. Pero tal vez sea por su mayor proximidad, o porque aún se mantienen las condiciones que llevaron al inconformismo entre los científicos de los años ‘70 (el poner la ciencia al servicio del militarismo, la agroindustria o las compañías farmacéuticas), que podemos entender los motivos de quienes militaron en el movimiento estadounidense de Science for the People. A principios de la década de 1980, cerca de cumplirse los cien años de la muerte de Karl Marx, una serie de libros y artículos sobre biología intentan desafiar la ortodoxia, entre ellos: La falsa medida del hombre (1981) de Stephen Jay Gould, No está en los genes (1984) de Richard Lewontin, Steven Rose y Leo Kamin, El Biólogo Dialéctico (1985), de Richard Lewontin y Richard Levins y La Política de la Biología de la Mujer (1990) de Ruth Hubard. El contexto de estas publicaciones no podía ser más negativo: los gobiernos de Ronald Reagan en EE.UU (1981-1989) y de Margaret Thatcher en el Reino Unido (1979-1990) y, en el ámbito científico, el resurgimiento de teorías sobre el determinismo biológico para intentar explicar la conducta humana, en otras palabras “la nueva derecha y el viejo determinismo” [14].

El viejo determinismo, el reduccionismo biológico, implicaba tratar los fenómenos sociales como la suma de los comportamientos de los individuos y luego reificar estos comportamientos, es decir tratarlos como objetos, con una cierta localización (por ejemplo en un sector del cerebro), mensurables en cierta escala que permite establecer una clasificación de los individuos y las desviaciones de la norma y, finalmente heredables, es decir con cierto grado de componente genético además de las influencias ambientales. Basta pensar en el carácter de “inteligencia” para encontrar un ejemplo de la aplicación de estos pasos, pero también podríamos pensar en la agresividad, la violencia machista y un largo etcétera. Por supuesto, la nueva derecha estaba encantada con teorías científicas que otorgan el estatus de “natural” a las desigualdades de clase, raza o género dentro de las sociedades capitalistas [15].

La respuesta no solo exigía desafiar esta argumentación, sino construir una alternativa superadora, sin caer en la caricatura de su opuesto, el determinismo cultural. “Los que critican el determinismo biológico son como bomberos: se les llama en medio de la noche para extinguir el último incendio (...) pero nunca tienen la tranquilidad y el tiempo suficiente para diseñar un nuevo edificio a prueba de incendios” [16]. Como varias veces repitieron estos científicos, ellos también tenían sus preconcepciones intelectuales, que intentaban hacer explícitas [17] en vez de sostener la idea de cierta “ciencia neutral”. Los autores de No está en los genes rechazaron esta dicotomía, ningún comportamiento humano depende únicamente de los genes ni los seres humanos nacen como pizarras en blanco para ser llenados por el ambiente. Retomando una de las tesis de Marx sobre Feuerbach,

La doctrina materialista que defiende que los hombres son el producto de las circunstancias y de su educación y que, por tanto, los hombres distintos son fruto de otras circunstancias y de una educación diferente, olvida que son los hombres los que modifican las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado.

Las consecuencias de esta observación, en el plano más amplio de la biología, llevan a rechazar la relación asimétrica entre el ambiente y el organismo, donde el organismo debe adaptarse a una realidad exterior, el medio. Esta visión se suele presentar como canónica en biología, y sin embargo cualquier biólogo sabe que es falsa. Así como no hay un organismo sin ambiente, no hay ambiente sin un organismo [18]. Los organismos crean, destruyen y trasforman aspectos de su mundo exterior, de forma que el organismo determina su propio entorno y viceversa, en un ejemplo clásico de causación recíproca. El programa de investigación requería también separarse conceptualmente de la aventura lysenkoista. Según Lewontin y Levins, Lysenko, el protegido de Stalin, “había tronchado el trabajo pionero de la genética Soviética, volviéndolo una generación atrás”.

¿Cuán fructífero fue el intento del programa del Biólogo Dialéctico? Aunque este libro recibió en general críticas negativas (con notables excepciones como la del reconocido biólogo evolutivo John Maynard Smith), el trabajo de Lewontin y Levins puso en relieve lo que ya muchos biólogos conocían. Además de los propios trabajos de estos autores, la causación recíproca experimentó un resurgimiento como línea de investigación dentro de la biología en las décadas posteriores. En el año 2003, se publicó el libro Construcción de Nicho, de John Odling-Smee, Kevin Laland y Marcus Feldman. La construcción de nicho es un proceso por el cual los organismos modifican su ambiente (las represas que construyen los castores son el ejemplo clásico), y estas modificaciones se convierten en el ambiente que influye en la evolución de estos mismos organismos. Los autores no hicieron ninguna referencia a las obras precursoras (quizá en un intento de “despolitizar” su argumentación científica), y presentaron su teoría como parte de una “teoría sintética extendida” de la evolución. Pero la deuda intelectual resulta obvia y fue posteriormente reconocida. Una muy reciente revisión técnica de Eric Svensson [19] señala una serie de procesos evolutivos, además de la construcción de nicho, que hace tiempo forman parte del programa de investigación en biología. Por ejemplo, las dinámicas eco-evolutivas, corresponden a interacciones cíclicas, de tal forma que cambios en las interacciones ecológicas llevan a cambios evolutivos en los rasgos de los organismos los que, a su vez, alteran la forma de las interacciones ecológicas.

Una sola historia

Marx insistía en que la historia humana es parte de la historia natural:

Conocemos una sola ciencia, la ciencia de la historia. Uno puede ver a la historia desde dos lados y dividirla en la historia de la naturaleza y la historia del hombre. Los dos lados, sin embargo, son inseparables; la historia de la naturaleza y la historia del hombre son dependientes la una de la otra en tanto el hombre exista [20].

Con esto subrayaba que la especie humana surgió en su interacción con la naturaleza. Una de las más detalladas exposiciones sobre esta idea, ahora conocida como coevolución genético-cultural, puede encontrarse en la obra de Engels El papel del trabajo en la trasformación del mono en hombre:

Vemos, pues, que la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también producto de él. (...) Pero la mano no era algo con existencia propia e independiente. Era únicamente un miembro de un organismo entero y sumamente complejo. (...) Por otra parte, el desarrollo del trabajo, al multiplicar los casos de ayuda mutua y de actividad conjunta, y al mostrar así las ventajas de esta actividad conjunta para cada individuo, tenía que contribuir forzosamente a agrupar aún más a los miembros de la sociedad. En resumen, los hombres en formación llegaron a un punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a los otros. (...) Primero el trabajo, luego y con él la palabra articulada, fueron los dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro humano.

Marx no es un adelantado del ecologismo que coloca la humanidad simplemente dentro de la naturaleza. Por el contrario, tanto la naturaleza como la sociedad deben comprenderse en su interrelación dinámica. El trabajo humano no solo modifica la naturaleza, sino que también es parte de la naturaleza y está condicionada por ella. Según Saito en los textos de Marx la unidad de la humanidad y la naturaleza atraviesa toda la historia. Lo que el análisis de Marx examina en particular es la deformación histórica de la relación entre la humanidad y la naturaleza que impone el sistema capitalista y propone, además, las maneras de superarla.

 
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