La denominación “antimacrista” adjetiva hipotéticos frentes, nuevos agrupamientos, cartas abiertas. Pero ¿qué es el antimacrismo? A continuación, un contrapunto con Ernesto Laclau para intentar desentrañar la encrucijada estratégica detrás de esta pregunta.
Un nuevo saqueo está en curso. De la mano del ajuste y el FMI crece el rechazo al gobierno. La oposición macrismo-antimacrismo intenta ser presentada como la organización natural del espacio político. Pero está lejos de serlo, su atractiva ambigüedad no disminuye su incapacidad para dar cuenta de los antagonismos fundamentales que atraviesan la situación actual. Veamos.
La organización del espacio político
El jurista alemán Carl Schmitt tuvo el mérito de poner en primer plano la operación política por excelencia: la distinción “amigo-enemigo”. Claro que su simpatía por el régimen nazi hacía de aquella sentencia algo para tomar enserio. Con los años, diferentes teóricos se fueron apropiando de este esquema poniéndole un poco de sacarina.
Entre ellos, la filósofa belga Chantal Mouffe y el argentino Ernesto Laclau, quienes sitúan aquel conflicto en el terreno de las articulaciones discursivas. Una especie de disolución de lo social en el discurso que postula la inexistencia de clases sociales con intereses determinados por su lugar en la producción capitalista.
En su libro La Razón Populista, Laclau, explica cómo en lugar de “clases” lo que tendríamos son diferentes “demandas” fragmentadas. En nuestro caso, por ejemplo: contra el ajuste, contra los tarifazos, por aumentos salariales, por el derecho al aborto, contra la reforma laboral, etc. En la medida en que estas demandas quedan insatisfechas por el Estado o la autoridad se desarrolla una cierta solidaridad entre ellas que tiende a unificarlas, lo que Laclau llama una “cadena de equivalencias”.
Esta es la base para establecer una frontera al interior de la sociedad, una división en dos “campos” enfrentados. Ahora bien, para que esto suceda es necesario que aquel conjunto de demandas cristalice en un símbolo capaz de unificar el “campo” popular, lo que Laclau conceptualiza como un “significante vacío” o significante hegemónico. Ejemplos genéricos de estos pueden ser “interés nacional”, “patria”, “pueblo”, o el propio nombre de un líder “Kirchner”, “Chávez”, etc.
Este esquema que construye Laclau resalta por su formalismo. Como señalaba Ellen Meiksins Wood produce una “accidentalización” de la historia que nos deja pura contingencia. Sin embargo, no por ello deja de ser ilustrativo de determinadas operaciones político-ideológicas. De hecho, Laclau creyó ver un verdadero muestrario de ellas en la América Latina de la primera década y media del siglo XXI.
Hasta su fallecimiento en 2014 fue un activo defensor del chavismo en el que veía reflejado su proyecto de populismo progresista, así como del kirchnerismo o del lulismo a los que identificada con una posición más “intermedia” entre populismo e institucionalismo, y en general de los gobiernos de la región que podríamos llamar “posneoliberales”.
Cuando se agotan los discursos
El filósofo Jorge Dotti señalaba que la zona de influencia del planteo de Laclau es “aquella donde las relaciones discursivas transcurren normalmente, donde la mera administración es suficiente para el mantenimiento del orden social, donde no hay crisis ni confrontaciones cuya intensidad pudiera acarrear la peculiar sustancialización de quienes se enfrentan como amigos/enemigos” [1]. En esto, sin dudas, tenía razón.
Desde nuestro ángulo, diríamos que los problemas comienzan cuando la correspondencia entre economía y política y el choque entre los intereses de clase terminan por imponerse. Cuando nos encontramos frente a crisis profundas o lucha de clases abierta queda en evidencia el resultado del tipo de articulación “populista” que describe Laclau: una catástrofe para el movimiento de masas. Sobran ejemplos de esto en América Latina.
En primer lugar Venezuela, donde la crisis recayó enteramente sobre los trabajadores y sectores populares. Lo cual fue un elemento de primer orden en la desmoralización del movimiento de masas y en la sobrevida de la derecha escuálida. Al día de hoy, en medio de la catástrofe humanitaria, los métodos cada vez más bonapartistas de Maduro se combinan con el pago puntual a los acreedores internacionales. Mientras, 500 mil millones de dólares fugados reposan en el exterior sin ninguna medida que fuerce su repatriación para no afectar los intereses de los capitalistas amigos.
Este derrotero es extensible a la gran mayoría de los gobiernos “posneoliberales” enfrentados a crisis. En Ecuador, el balotage de 2017 entre el candidato de Correa, Lenin Moreno, y el banquero Guillermo Lasso fue presentado como una gesta contra la vuelta del neoliberalismo. Pero las condiciones económicas que habían permitido el ciclo de “todos ganan” de la llamada revolución ciudadana habían terminado. Y así, a los pocos meses de su victoria Moreno ya estaba avanzando en sus planes de ajuste y “austeridad” contra las mayorías ecuatorianas.
En el Brasil sucedió algo similar. Como reconoce el propio Lula en su reciente libro, fue gracias al cambio de discurso durante el balotage de 2014 que Dilma Rousseff pudo ganar la presidencia. Prometió explícitamente no ajustar y llamó a evitar la vuelta de la derecha con Aécio Neves. Aquí también, al poco de asumir Dilma arrancaba con el ajuste. Esto fortaleció a la derecha que poco después se sintió en condiciones de echar mano al golpe institucional.
En Nicaragua, el presidente del frente sandinista, Daniel Ortega, encaró una contrarreforma de las pensiones a la medida del FMI que detonó la bronca popular. Una crisis que lleva dos meses, con movilizaciones masivas, barricadas, enfrentamientos, se calculan 200 muertos y más de 1300 heridos. A falta de una alternativa política independiente de los trabajadores, campesinos y sectores populares, son las patronales y la iglesia las que tratan de encauzar el movimiento opositor detrás de sus propios intereses.
Hoy en América Latina se ve cómo los intereses de clase y la injerencia imperialista expresan una realidad que ya no cabe en los esquemas de La Razón Populista.
El antimacrismo como significante vacío
En nuestros pagos una especie de versión desteñida del tipo de operaciones político-ideológicas descritas por Laclau está en curso con el “antimacrismo”, buscando que cumpla de algún modo aquel papel de “significante vacío” para articular las demandas fragmentadas y dividir sobre esta frontera el campo político. Su principal impulsor, desde luego, es el kirchnerismo, demasiado débil para poner en ese lugar su propio nombre, pero con la suficiente espalda para buscar capitalizar políticamente la vacuidad del “antimacrismo”.
El breve repaso que hacíamos por América Latina nos permite poner en contexto la viabilidad –o mejor dicho inviabilidad- del “antimacrismo” en una situación marcada por la respuesta de las clases dominantes capitalistas a una crisis que no es solo local sino internacional. No es extraño, en este marco, que las demandas del imperialismo y de la burguesía sean cada vez más crudamente “clasistas”: reforma laboral, saqueo a las jubilaciones, tarifazos, ajuste. La división amigo-enemigo tiende a perder progresivamente el sabor edulcorado que supo darle Laclau.
La pura oposición “macrismo-antimacrismo” no es capaz de organizar el espacio político según las líneas de enfrentamiento que están en juego en la actualidad, y sobre todo, de aquellas que van a definir la capacidad del movimiento de masas de frenar o no el nuevo saqueo en curso. Peor aún, presenta como problemas de gobierno aquellos que son una cuestión de Estado.
El caso de la deuda pública es un ejemplo paradigmático. Uno de los mecanismos privilegiados de saqueo del imperialismo y sus socios capitalistas locales. 320 mil millones de dólares en total al día de hoy, y pagos anuales de capital e intereses promedio de 65 mil millones de dólares. Toda la economía orientada a solventar este drenaje. Inflación para licuar los salarios y el presupuesto estatal; recesión (es decir, desempleo) para bajar el déficit externo y asegurar los dólares para la deuda y la fuga de capitales; ajuste para reducir el llamado “déficit primario” y solventar el déficit financiero provocado por el pago de deuda.
Hay que tener bastante imaginación para no entrever una futura crisis de deuda, en una situación de progresiva contracción de la liquidez internacional y sequía de dólares baratos. La película, con variantes, la conocemos muy bien en la Argentina. Los muchos ceros de la deuda, a pesar de desafiar la imaginación del común de los mortales sabemos que se traducen a escala humana en hambre y miseria para millones.
¿Hay que pagar la ilegitima y fraudulenta deuda pública que comenzó a amasarse en la dictadura, continuó con el resto de los gobiernos e incluye los más de 110 mil millones agregados por Macri? La división “macrismo-antimacrismo” no comprende, por ejemplo, la actitud ante tamaño problema.
Sin ir más lejos, la sesión especial del pasado martes en diputados para tratar el acuerdo con el FMI naufragó por falta de quorum gracias al Peronismo Federal y el Frente Renovador. El kirchnerismo se dedicó en el recinto a denunciar el acuerdo con el FMI sin dar cuenta de los responsables del fracaso de la sesión, es decir, sin referir al boicot de los potenciales destinatarios de su llamado a un “frente antimacrista”. Del no pago de la deuda, desde luego, ni una palabra. Solo el FIT lo planteó, así como también la necesidad de hacer una consulta popular para que se exprese la mayoría de la población que está en contra del acuerdo con el Fondo.
Estas alternativas excluyentes se plantearán en forma cada vez más aguda. Es útil ver la experiencia griega. Syriza fue el abanderado “no a la Troika” (un equivalente al local “no al FMI”) pero nunca sostuvo el no pago de la deuda. En su origen planteó “auditoria” y “renegociación”, algunos sostenían que alcanzaba con hacer como el kirchnerismo en 2005. Pero claro, no tenían ni el “beneficio” del default de 2001 ni el ciclo excepcional de crecimiento económico argentino de aquel entonces, sino un viento de frente como el que sopla hoy por nuestras latitudes. Syriza llegó al gobierno derrotando a los partidos sirvientes de la Troika, pero una vez en el poder no solo no la enfrentó (a pesar de contar con el apoyo explícito para ello del 60% de la población) sino que pasó a ser uno de sus mejores alumnos hasta el día de hoy. Resultado: el pueblo griego permanece hundido en la miseria.
Cuando la lucha es “ellos o nosotros”
Ahora bien, si el punto de partida es que tenemos por delante el enfrentamiento a un nuevo saqueo masivo, el planteamiento del problema cambia diametralmente respecto al abordaje de Laclau. No se trata ya de una articulación genérica de demandas insatisfechas detrás de un símbolo. Sino de una articulación entre las reivindicaciones actuales de las masas y aquellas tareas que se desprenden de la situación misma.
Por ejemplo, el triunfo del conjunto de luchas contra los efectos del ajuste es virtualmente indisociable del planteo del no pago de la deuda pública, siendo que ambas cuestiones van de la mano. Algo similar podríamos decir de la realización efectiva de derechos democráticos elementales, como el aborto legal, seguro y gratuito si finalmente se conquista. A su vez, el no pago de la deuda necesariamente se liga a la nacionalización del sistema bancario y el establecimiento del monopolio del comercio exterior para evitar la fuga de capitales y todo tipo de ataques especulativos. Lo cual hace necesaria la lucha por un gobierno de los trabajadores y el pueblo pobre de ruptura con el capitalismo que sea capaz de imponerlo.
Desde luego no es tan sencillo. Lejos de la caricatura que intenta establecer Laclau, donde supuestamente para el marxismo la clase obrera debería nacer como fuerza unificada para el socialismo directamente de la producción capitalista, un “sistema de reivindicaciones transitorias”, como lo llamaba León Trotsky, debe proponerse establecer un puente entre la conciencia actual de las amplias capas de la clase trabajadora y tareas que objetivamente se le plantean por delante.
A medida que las condiciones se agudizan y que la experiencia de las masas se desarrolla, sectores más amplios tienden a tomar en sus manos aspectos del programa revolucionario (que no nace de un repollo sino de las experiencias anteriores y del análisis de la sociedad capitalista actual). Un ejemplo lo tenemos en el 2001, cuando durante la crisis decenas de fábricas que cerraban o despedían masivamente fueron tomadas por sus trabajadores y puestas a producir bajo gestión obrera, como cerámica Zanon en Neuquén.
Sin embargo, esto no implica, desde luego, que sea adoptado por el movimiento de masas automáticamente. El 2001 tomado de conjunto expresó un ejemplo por la negativa. Años de un antimenemismo bobo impuesto por la Alianza, que ofició de horizonte político de las luchas, limitaron el importante movimiento que volteó a De la Rúa a la bronca impotente del “que se vayan todos”. No solo se quedaron todos, sino que la resolución de la situación vino de la mano de un saqueo monumental a favor de los capitalistas con la megadevaluación.
La fragmentación de las demandas que da por sentada Laclau está lejos de ser “natural”. Uno de los legados del neoliberalismo –aquí y en el mundo– ha sido la fragmentación social de la clase trabajadora (efectivos, precarios, informales, “en negro”, desocupados, etc.). Diferentes burocracias garantizan esta división (y el distanciamiento respecto a los aliados), tanto en los sindicatos, como en los “movimientos”. Detrás de lo que Laclau ve solo como un conjunto inconexo de demandas insatisfechas a la espera de un “significante vacío”, como podría ser en nuestro caso el “antimacrismo”, en realidad está la acción de múltiples burocracias y del propio Estado capitalista.
Los programas que adopta el movimiento de masas no surgen de la nada. Todo un mar de combates previos, ganados y perdidos, librados o no, preceden la articulación de determinadas demandas y fuerzas sociales en los momentos de crisis aguda. Lo que es seguro es que el resultado no lo decidirá la dicotomía “macrismo-antimacrismo”, ni ninguna de este estilo, como lo muestra la encerrona del movimiento de masas en muchos países de América Latina, sino el antagonismo entre, por un lado, los trabajadores y el pueblo explotado y oprimido, y por el otro, el imperialismo y la burguesía (apoyada seguramente por los sectores más altos de las clases medias, vale recordarlo). Este el auténtico “ellos o nosotros” decisivo y fundamental.