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La Izquierda Diario
16 de diciembre de 2018 Twitter Faceboock

Semanario Ideas de Izquierda
Una dependencia anunciada: la influencia británica y la deuda en la formación de la economía argentina
Hernán Perriere
Juan Ignacio Pascual
Gastón Cascallar

Fotomontaje: Juan Atacho

Con el gobierno de Macri, la deuda pública llega a USD 380 mil millones, la inflación supera el 45 % anual, el déficit comercial y fiscal están en aumento. La deuda funciona como un mecanismo de dominación de las potencias imperialistas y marca un problema estructural e histórico en los países dependientes desde principios del siglo XIX.

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En esta nota, nos proponemos indagar cómo desde las primeras décadas del siglo XIX la gran potencia de la época, Gran Bretaña, comenzó a jugar un rol que en las décadas posteriores sería fundamental para la constitución definitiva de Argentina como un "apéndice agrario" del capitalismo europeo. Elemento que será determinante para explicar su dependencia desde la época imperialista hasta la actualidad. Partimos de considerar que al mismo tiempo que se conformaban los primeros gobiernos en el actual territorio argentino y se declaraba la independencia de España; la influencia del capital británico en las principales ramas de la economía y los orígenes de la deuda externa con el préstamo de la Baring Brothers, marcaron claramente los orígenes históricos de la dependencia.

Características de la dependencia a principios del siglo XIX

En el contexto de las disputas de las metrópolis europeas para controlar los mercados de las excolonias españolas, Gran Bretaña fortaleció los vínculos comerciales, imponiendo condiciones al comercio interno y externo a su favor. De esta manera hegemonizó el comercio para afianzar las condiciones originales de la dependencia heredadas de la estructura productiva colonial española orientada al intercambio de tasajo y cueros en el mercado mundial.

Según el historiador marxista L. Vitale (1992), este proceso desarrolló una forma específica de dependencia que permitió a las metrópolis europeas obtener una importante plusvalía basada en el control de los precios del comercio mundial y en la intervención de los mecanismos financieros. Esta forma de dependencia característica de las primeras décadas del siglo XIX, contó con el apoyo de una elite terrateniente y comercial criolla que se benefició con el desarrollo de una economía primaria exportadora en el mercado mundial. Actualmente, Argentina mantiene este rol subsidiario en la división internacional del trabajo como productora y exportadora de materias primas, lo que le otorga rasgos de un país atrasado.

Durante las primeras décadas del siglo XIX la política británica buscó afianzarse como potencia frente a Francia y a la decadente España, estableciendo el control de la expansión ultramarina, el dominio de las rutas estratégicas para la colocación de manufacturas e impulsando una política militarista expansionista con las invasiones inglesas a Buenos Aires, cuyo fin fue consolidar su hegemonía luego de destruidos los circuitos coloniales españoles. Para Ferns (1979), en el contexto de las guerras napoleónicas, el objetivo británico fue apoderarse de la mayor cantidad de puntos fuera de Europa para extender en Imperio Británico.

Es así que, durante los años 1806 y 1807 en el contexto de las invasiones inglesas, se registró la venta de artículos británicos en el Rio de la Plata y el interior por más de 1.000.000 de libras. Frente al fracaso británico en las invasiones, aun se consolidaron importantes relaciones comerciales. Luego de la capitulación de Whitelocke en la segunda Invasión Inglesa, se mantuvo sobre la base del contrabando el flujo comercial a pesar de la prohibición que se había impuesto luego del rechazo popular, y se afianzó en Buenos Aires una creciente comunidad británica.

En 1811, en sintonía con la política británica de establecer organizaciones cerradas en los lugares donde se instalaban, se fundaron las Cámaras Comerciales Británicas que se constituyeron en algo similar a un grupo de lobby. Para Peña, la influencia británica en el Río de Plata estuvo “respaldada por los cañones de las flotas británicas, y, sobre todo, por las necesidades que tenía la oligarquía porteña del mercado, los barcos y las mercaderías inglesas” (Peña, 1972: 32).

El aumento comercial de Gran Bretaña en las Provincias Unidas del Río de la Plata llevó a esta potencia a ocupar una posición predominante en algunas ramas del comercio en el Río de la Plata. Según Ferns (1979: 91) en 1822 las importaciones británicas representaron el 50,9 % del total de los ingresos de la aduana de Buenos Aires. El intento de expandir al mercado interior los productos británicos, generó un fuerte rechazo tanto de caudillos, estancieros y comerciantes, sin embargo, se había constituido una red de comerciantes que compraban productos regionales y vendían textiles británicos.

Por último, el Tratado anglo-argentino de 1825 fortaleció aún más la dependencia con Gran Bretaña. Por este tratado, Gran Bretaña reconoció a las Provincias Unidas del Río de la Plata como Nación Independiente y reguló el libre comercio y las condiciones para el comercio mutuo, garantizó los derechos civiles, la libertad de trabajo, la franquicia de tránsito residencia de los británicos en el Río de la Plata. También la seguridad de los comerciantes, la posibilidad de ocupar casas y almacenes para los fines de tráfico comercial, entre otros. Este tratado otorgó primacía al comercio británico y le brindó mejores condiciones para el libre cambio a la potencia hegemónica mundial en las tierras del Río de la Plata.

Las inversiones de capital británico

Además del control del dominio comercial, Gran Bretaña estableció en el Río de la Plata inversiones constantes de capital. Según M. Peña, en las primeras décadas del siglo XIX, se desarrolla en Inglaterra un corto período en el que el capital bancario buscó colocación en muchos países atrasados de Latinoamérica y produjo una oleada de exportación de capital que configuró, en pequeña escala, muchas características que tendría el imperialismo unos 50 años más tarde (Peña, 1972: 33). Pero esto no podía desplegarse sin los impulsos de las élites gobernantes del Río de la Plata. Cuando B. Rivadavia fue ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores en el gobierno bonaerense de Martín Rodríguez (1820-1824), creó en 1821 la Caja de Amortización, bajo la cual se pusieron como garantía todos los bienes muebles e inmuebles de la provincia. Esta política benefició a los tenedores de bonos británicos que constituían la mayoría, además de que impulsó las compras británicas de títulos de tierras en Río de la Plata.

Posteriormente, en 1822, se sancionó la ley de creación del Banco de Buenos Aires, una entidad privada que ejerció el monopolio, cuya finalidad fue emitir moneda, intervenir en el intercambio con el extranjero y actuar como agente bancario del gobierno. Según Ferns (1979), al momento de su creación, un 33 % de sus acciones estaban en manos de comerciantes británicos (que controlaban un tercio de su directorio). Los inversores británicos hicieron fortunas mediante las inversiones en los bancos y los títulos públicos.

Pero, como referimos anteriormente, este crecimiento del capital británico en las tierras del Río de la Plata contó con una articulación muy potente con la burguesía comercial y estanciera de Buenos Aires como socios menores. La presencia inglesa tendía a reforzar la política de la oligarquía porteña en el sentido de acelerar la acumulación capitalista a expensas del resto del país (Peña, 1972: 31). Es por este vínculo que Peña llama a esta oligarquía como “anglo criolla”, una oligarquía preocupada por sus ganancias, sin importarles los proyectos políticos que la corona británica perseguía en el Río de la Plata. Esta idea discute con quienes pretenden ver la influencia ilimitada del capital británico como una consecuencia de la dependencia de la política británica y los agentes principales contra el desarrollo genuino del país, pero sin vincular al poderío británico con las clases dominantes y la élite política de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que inician el afianzamiento de vínculos de dominación durante toda la historia nacional.

Los orígenes de la deuda

Para Vitale (1992), a principios del siglo XIX, las formas de penetración foránea del capital extranjero en América Latina también fueron indirectas, a través de empréstitos para financiar obras de infraestructura y el control sistema de créditos, del transporte marítimo, la exportación de maquinarias para la industria minera y agropecuaria. Esto se agravó con la firma del primer empréstito de Rivadavia, en 1824 con la Baring Brothers, por un total de 1.000.000 de libras cuya finalidad fue mejorar el puerto y el dragado del Río de la Plata. Sin embargo, sus fines se ven limitados:

La primera transacción con el Estado argentino fue el empréstito de 1824, que viene a ser algo así como el ideal de usurero universal. De este empréstito de un millón de libras, solo recibió 560.000 en letras, que acabaron de pagarse en 1904 después de hacerse abonado 8 veces del importe recibido (Peña citando a Longoni, 1972: 34).

Parte del dinero obtenido por la deuda, se destinó a la Guerra del Brasil por la Banda Oriental, donde Gran Bretaña jugó un rol decisivo en delimitar las pretensiones de las Provincias Unidas del Río de la Plata y de Brasil, estableciendo en la Banda Oriental un territorio autónomo e independiente.

Para Galasso (2008), la Baring Bhothers negoció un empréstito al 70 %, pero con una taza al 85 %. Ese 15 % de diferencia, se lo repartieron entre distintos hombres de la burguesía comercial porteña, como F. Costa y J. Robertson, integrantes británicos del consorcio que gestionó ante la casa Baring. Para M. Peña, también este empréstito “representó no solo el primer paso en la sumisión económica a Gran Bretaña, sino también el primer escándalo por corrupción ligado a la deuda externa” .

Con la finalidad del pago de la deuda, distintos autores como Peña y Rapoport, sostienen que Rivadavia hipotecó las tierras del territorio bonaerense mediante la Ley de Enfiteusis: “el empréstito era garantizado por las tierras públicas, cuya venta se prohibía expresamente por ley, motivo que poco después inspiraría la sanción de la ley de enfiteusis” (Rapoport, 2014). En este sentido, la ley del 7 de febrero de 1826 estableció que quedaban especialmente hipotecados al pago del capital e intereses de la deuda nacional, las tierras y demás inmuebles de propiedad pública: Baring Brothers podían dormir tranquilos. “¡Toda la tierra pública argentina respalda sus préstamos!” (Peña, 1972: 40).

Con estas características, esta etapa de dependencia se diferencia de la etapa imperialista de fines del siglo XIX; caracterizada por la inversión del capital financiero a gran escala y el control de ramas de la economía nacional por los países imperialistas afianzando el carácter semicolonial. Durante la fase imperialista se fortaleció la dependencia entre las naciones altamente industrializadas, exportadoras de capital financiero, y los países coloniales y semicoloniales, que "contribuyeron" con su excedente económico al afianzamiento del capital monopólico metropolitano (Vitale, 1992). Si bien luego de la Primera Guerra Mundial, empieza a declinar el predominio británico y Estados Unidos surge en las décadas posteriores como potencia imperialista hegemónica, los rasgos semicoloniales se mantuvieron en todo el siglo XX y se continúan en la actualidad.

Bibliografía

Ferns, H. S. (1979), Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX, Buenos Aires, Ediciones Solar.
Galasso, N. (2008), De la banca Baring al FMI: historia de la deuda externa argentina, Buenos Aires, Colihue.
Peña, M. (1972), El paraíso terrateniente, Buenos Aires, Editorial Fichas.
Rapoport, M. (2014), “La deuda externa argentina y la soberanía jurídica: sus razones históricas”, Ciclos, Año XXIII, Vol.XXII, N° 42/43.
Vitale, L. (1992), Introducción a una teoría de la historia para América Latina, Buenos Aires, Planeta.

 
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