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La Izquierda Diario
13 de enero de 2019 Twitter Faceboock

Revista Ideas de Izquierda
Tras las huellas de Gramsci y Trotsky
Guillermo Iturbide
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Reseña de Hegemonía y lucha de clases. Tres ensayos sobre Trotsky, Gramsci y el marxismo, de Juan Dal Maso (Buenos Aires, Ediciones IPS, 2018).

El nuevo libro de Juan Dal Maso busca restablecer la relación entre dos términos que en la teoría política crítica predominante de las últimas cuatro décadas, especialmente en la de Laclau y el posmarxismo, se presentan como antítesis, para lo cual vuelve a poner en diálogo el universo teórico de Gramsci con la teoría de Trotsky, ampliando el trabajo emprendido desde su anterior El marxismo de Gramsci. Notas de lectura sobre los Cuadernos de la Cárcel.

Hasta hace unos años, cuando se combinaba el auge de los gobiernos “posneoliberales” con el efímero ascenso de las “izquierdas radicales” europeas a lo Podemos o Syriza, figuras como Pablo Iglesias rehabilitaron el viejo eurocomunismo y sus antecesores, como la política del PC italiano de posguerra, pero reactualizado con la más cercana moda posmarxista. En los tiempos de los grandes PC de Europa Occidental, con una práctica cada vez menos distinguible de sus competidores socialdemócratas, estas organizaciones se asumían como la representación del conjunto de la clase obrera. Desde allí, se proponían una lucha cultural por conquistar la hegemonía de otros sectores y movimientos aliados para conformar un bloque político de conciliación de clases. Este revival de esos proyectos, sin embargo, con la implosión de los viejos PC y la ofensiva política e ideológica de la restauración capitalista, se da de la mano de la construcción de un proyecto neorreformista que transforma la necesidad en virtud y entonces adopta una teoría de la hegemonía en clave posmarxista que combate el “reduccionismo de clase”, donde ésta se podría construir a través de una cadena de significantes que ni siquiera necesitan ser encarnados por una determinada clase social, sino por cualquier movimiento o figura que, alternativamente, logre articularla de manera exitosa.

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Una clave interesante de lectura de Dal Maso en el primer ensayo, es el estudio del sentido y la función del pensamiento de Trotsky sobre la hegemonía en tres planos:

• El de la relación entre los Estados, analizando las distintas condiciones estructurales y políticas que explican la prevalencia de los distintos hegemones a lo largo de la historia en las relaciones internacionales. Así, Juan repasa los debates de los orígenes de la Internacional Comunista sobre la decadencia de la hegemonía británica y el ascenso de la norteamericana y sobre la “hegemonía débil” de Francia, debido a que su peso político no se correspondía con su declinante peso económico.
Con la posterior estalinización de la III Internacional Comunista, esta organización caería en un empobrecimiento del pensamiento estratégico que sería compensado,en un comienzo, con un discurso catastrofista acorde a la política ultraizquierdista del período 1928-1934, que la llevaba a subestimar la preeminencia de EE. UU. Dentro de este horizonte, se ponía un signo igual entre la crisis económica causada por el crack de 1929 y una pretendida imposibilidad de Norteamérica de imponerse en la arena mundial, creando la impresión de un camino fácil hacia la revolución. Para Trotsky, la crisis llevaría a EE. UU. a una política más implacable por imponerse, desarrollando las tendencias que llevaron diez años después a la Segunda Guerra Mundial. Las posibilidades de una potencia de postularse como hegemónica radicaban, según Trotsky, en una relación de correspondencia entre la gravitación política y el peso económico que posee y una relación de fuerzas a su favor frente a los Estados competidores, subordinados comercialmente, en lo geopolítico y lo militar. De esta manera, lejos del mecanicismo vulgar que se le suele adjudicar al marxismo de la temprana Tercera Internacional, es Trotsky, en tanto uno de sus máximos exponentes, quien vincula los aspectos económicos con los de las relaciones interestatales y las relaciones de fuerza militares. De allí resulta un entramado del capitalismo imperialista como un todo orgánico con un ciclo vital menguante, senil, en el que constantemente se encuentran tendencias tanto a la ruptura del equilibrio como a su constitución, donde se debe sopesar la relación entre los elementos para determinar cuál tendencia prevalece en los distintos tiempos–más cortos o más largos– de las coyunturas y las situaciones. De esta manera, Dal Maso postula a Trotsky como una referencia teórica fundamental para una teoría marxista de las relaciones internacionales en términos de hegemonía entre Estados.

• En la teoría de la revolución. Como dinámica política en el caso de Lenin. Su concepto de hegemonía plantea que la clase obrera no debe replegarse en sus demandas corporativas sino tomar los oprobios de todas las clases oprimidas para erigirse como caudillo de la nación. Su perspectiva estaba limitada a desbrozar el camino de los obstáculos feudales para preparar las condiciones para una futura revolución obrera,y actuando como retaguardia de la revolución socialista de los países adelantados de Occidente. Como dinámica político-social en el caso de Trotsky, que parte de la misma política de alianzas que Lenin pero que, a diferencia de él,considera que la realización de las tareas de la revolución burguesa contra la propia burguesía,para ser exitosa, necesariamente deben ligarse con la realización de las primeras tareas de la transformación socialista. Es decir, para Lenin hasta 1917, la hegemonía era una idea alternativa a la de la dictadura del proletariado. La confluencia entre ambos revolucionarios en 1917 se dio sobre un giro estratégico que implícitamente pasaba a relacionar ambos conceptos aunque, en el caso de Lenin, esto no estuviera explícitamente formulado como sí en el caso de Trotsky a través de su “conversión” a la teoría del partido de vanguardia leninista. En este ensayo, además, el autor polemiza con concepciones de Carlos Nelson Coutinho y René Zavaleta Mercado, teóricos brasileño y boliviano respectivamente, que construyeron su teoría del poder en abierta contraposición con la idea de doble poder en Trotsky, y también con la de Daniel Bensaïd, quien la revisa más implícitamente, y alrededor de la postulación de los Frentes Populares como una supuesta conquista teórica de una traducción específica de la revolución a Occidente.

• En los debates sobre la transición al socialismo. El gran problema de la constitución del Estado obrero en la Rusia Soviética tras la derrota de la ola revolucionaria de posguerra en Occidente fue cómo retroceder en forma ordenada manteniendo las posiciones conquistadas con la URSS como baluarte de la revolución mundial y, al mismo tiempo, “fortaleza asediada”. En estos términos se debía mantener la hegemonía del proletariado sobre el campesinado. La forma para hacerlo era combinar una política de concesiones limitadas al comercio, mientras se buscaba fortalecer el peso de la industria y del sector colectivizado en la economía.
Dicha política se basaba en buscar el fortalecimiento de la posición de la clase obrera dentro de la dinámica de las relaciones entre clases. En este punto, y analizando la burocratización de la URSS, Dal Maso analiza la forma en que Trotsky busca desarrollar la teoría del Estado dando cuenta de un fenómeno nuevo con el concepto de Estado obrero degenerado burocráticamente, y abordando tanto la fortaleza como las tensiones y problemas de esta noción frente a los análisis alternativos que hasta la actualidad se siguen proponiendo, y rescatando las reflexiones de Trotsky sobre el lugar de la hegemonía en la URSS burocratizada.

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Durante décadas, la mayor parte de la tradición de los estudios gramscianos ha estado cruzada por una fuerte mirada anti-trotskista. Esto no cae del cielo: efectivamente, como se muestra en este ensayo, de los doce parágrafos que el comunista sardo le dedica al revolucionario nacido en Ucrania, en su mayoría contienen opiniones adversas. Gramsci mismo pensó sus reflexiones como una alternativa a lo que él percibía que era la orientación del fundador del Ejército Rojo en la disputa de fracciones dentro de la IC. En gran parte, la tradición gramsciana se ha construido a sí misma como una alternativa al pensamiento de Trotsky y, en una fracción de ellos, también incluso al de Lenin. Sin embargo, es sintomático que la mayoría de estos estudios han respetado como verdadera la imagen de Trotsky que Gramsci brinda en esas páginas. Así, Dal Maso demuestra las falencias de la lectura de Trotsky que hace Gramsci en base a un conocimiento muy parcial de sus posiciones reales. De esta manera, se pone en cuestión la veracidad de esta oposición estática“Gramsci vs. Trotsky”. El autor llega a la conclusión de que Gramsci polemiza con un Trotsky “a medida” que, en la confusión y el aislamiento, tanto respecto al comunismo oficial como a la Oposición de Izquierda, se le representa con una serie de posiciones que no solo no son las reales, sino que más bien,en buena parte, coinciden con la orientación de la propia IC estalinizada, particularmente durante su etapa ultraizquierdista conocida como “Tercer Período”.

Desbrozando estos malentendidos, el autor continúa con su tesis, esbozada en su libro anterior, de que pueden ponerse fructíferamente en relación conceptos de la teoría gramsciana de la hegemonía, complementados dentro del marco teórico de la teoría de la revolución permanente, en forma relativamente independiente de la trayectoria política y vital de ambos teóricos.

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En el tercer ensayo, el autor hace un ajuste de cuentas con una de las grandes obras clásicas que buscó investigar el pensamiento de Gramsci y ponerlo en relación con tradiciones previas y posteriores del pensamiento marxista: Las antinomias de Antonio Gramsci, de Perry Anderson, del cual se cumplieron, hace dos años, cuatro décadas de su aparición. Pretendía basarse en una reconstrucción de la forma de escritura de los Cuadernos de la Cárcel para, de esa manera, intentar develar el sentido de las oposiciones (antinomias) en base a las cuales Gramsci construyó su teoría política cardinal. Casi desde sus orígenes, esta obra fue sometida a fuertes críticas, sobre todo dentro del marxismo italiano y, en los últimos años, a partir de la publicación de la obra de Peter Thomas, The Gramscian Moment. Las distintas críticas, particularmente mediante el estudio filológico, han demostrado la inconsistencia y los errores cronológicos de los que adolece la exposición de la evolución de la relación entre los pares conceptuales como sociedad civil/sociedad política y coerción/consenso y las definiciones de Estado y hegemonía de Anderson. Estos errores han abonado una clave de interpretación que, en gran medida, deja una imagen de Gramsci emparentada con la “confección a medida” que han hecho las interpretaciones socialdemócratas y eurocomunistas. En la Argentina y el mundo de habla hispana casi no se conocen los debates acerca de la interpretación de Anderson,por lo cual esta última sigue siendo una referencia que en otras partes del mundo hace tiempo dejó de ser.

En el epílogo, Juan busca establecer una comparación entre las nociones distintas de hegemonía de los dos autores en los tres niveles que señalamos en la primera parte –que Gramsci comparte– donde el sardo amplía el alcance del concepto desde la esfera tradicional a la que había estado circunscripta en el marxismo, hacia el estudio de la dominación de la burguesía y la expansión del propio interés del proletariado coincidiendo con el interés específico de los otros grupos subalternos.
Una diferencia importante de ambos enfoques hace a la relación entre hegemonía y dualidad de poderes. Mientras en Trotsky el problema del doble poder aparece ligado directamente a la hegemonía, en Gramsci aparece subordinado dentro de la noción misma de hegemonía y la categoría de moderno Príncipe como bloque dirigente de la alianza de las clases subalternas.

Como conclusión, no se trata de “gramscianizar” a Trotsky ni de fabricar un “Gramsci trotskista”, dos operaciones condenadas de antemano al fracaso. Tal vez sea inadecuado intentar trazar los contornos de un sistema teórico de conjunto a partir de los Cuadernos de la Cárcel, que sea una opción tanto frente al estalinismo como al marxismo “oriental”de Lenin y Trotsky en el contexto del período de entreguerras, mientras que, por el lado de la teoría de la revolución permanente, sí se puede encontrar una concepción teórica que de conjunto es una alternativa tanto frente al ultraizquierdismo del “Tercer Período” como al frentepopulismo que se terminará convirtiendo en la estrategia estalinista, al tiempo que conserva y desarrolla la potencialidad del marxismo de la IC de los orígenes, en particular en lo que hace a la teoría del Estado y de la revolución en Occidente (ver los escritos de Trotsky sobre Inglaterra, Francia, Alemania, EE. UU., España…).

La incorporación de la reflexión de Gramsci sobre la hegemonía desde la teoría de Trotsky permite pensar respuestas desde el análisis para enfrentar una de las grandes problemáticas de la actualidad: una clase obrera que debe volver a conquistar la unidad de sus filas y, al mismo tiempo, postularse como clase hegemónica. En este sentido y para darle una salida anticapitalista, se precisa que articule a movimientos sociales que no parten de una identidad de clase pero que a su vez la atraviesan en su mayoría, luchando por demandas de otros sectores oprimidos al mismo tiempo que pelea por las “propias” con mucha decisión y su necesaria independencia política.

 
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