El fundador de La Nación, Bartolomé Mitre, explicaba por 1869 por qué había decidido comenzar con la empresa del periodismo: “Voy a hacerme impresor y me falta el tiempo material para hacer muchas cosas a la vez. Hijo del trabajo, cuelgo por ahora mi espada, que no necesita mi patria, y empuño el componedor de Franklin”.
La espada que colgó Mitre estaba manchada de sangre gaucha y guaraní. Luego de su victoria como jefe de las fuerzas porteñas contra los federales encabezados por Justo José de Urquiza en la batalla de Pavón, Mitre impuso la hegemonía de la burguesía y los terratenientes de Buenos Aires al resto del país.
El gran historiador marxista Milcíades Peña señalaba que Mitre fue representante de un régimen de fraude y terror contra las provincias del interior y las montoneras gauchas, pasadas a degüello por su aliado, el jefe mazorquero Lorenzo Torres y con el beneplácito de la familia Anchorena, primos y beneficiarios del régimen derrocado de Juan Manuel de Rosas y de la Buenos Aires mitrista.
En su afán “civilizatorio” Mitre, junto a Brasil, despedazó en una guerra infame al pueblo de Paraguay. Para ponerlo en términos claros, La Nación hace ya casi un siglo y medio que actúa en defensa del interés de las élites porteñas y el capital extranjero.
Al fundar el diario, Mitre señaló que su objetivo era erigir “una tribuna de doctrina” que diera la letra al liberalismo criollo. ¿Cuál es la doctrina pregonada por estos paladines del republicanismo? Nada más ni nada menos que la defensa de las bases estructurales del atraso nacional, como la propiedad terrateniente y la sujeción al capital extranjero.
Juan Bautista Alberdi, que fue un férreo opositor al mitrismo y a la guerra del Paraguay, defensor de los caudillos de las oligarquías del interior, planteaba sobre la doctrina del liberalismo criollo: “ellos quieren reemplazar a los caudillos de poncho por los caudillos de frac; la democracia semibárbara, que despedaza las constituciones a latigazos, por la democracia semi-civilizada, que despedaza las constituciones con cañones rayados… para reconstruirlas más bonitas; la democracia de las multitudes de las campañas, por la democracia del pueblo notable y decente de las ciudades; es decir, las mayorías por las minorías populares; la democracia que es democracia, por la democracia que es oligarquía”.
Domingo Faustino Sarmiento solía denunciar que el régimen político defendido por el mitrismo era “la democracia de las vacas y los bancos”, en alusión al dominio de la oligarquía ganadera y la dependencia de los créditos bancarios de la Baring Brothers.
Notable reiteración del pasado histórico y de las causas defendidas por La Nación, principal publicista del ex gobierno de Cambiemos que repitió el esquema de la democracia civilizada defendiendo los intereses de la burguesía agroexportadora y del capital financiero, de quien depende, con la injerencia directa del FMI.
A principios del Siglo XX, La Nación fue vocera de la Liga Patriótica, que reunía a las guardias blancas de la oligarquía argentina contra los obreros anarquistas y socialistas que protagonizaron la Semana Trágica de enero de 1919.
Los paramilitares de la oligarquía llevaron a cabo progroms antijudíos, a quienes se acusaba de ser parte de una conspiración anárquica y judeobolchevique. Según un cálculo de la Embajada norteamericana, más de 1.300 víctimas fatales fue el resultado de la represión a la lucha de los obreros.
En las páginas de La Nación los niños bien de la Liga publicaban sus proclamas: “Estimular, sobre todo, el sentimiento de argentinidad tendiendo a vigorizar la libre personalidad de la Nación, cooperando con las autoridades en el mantenimiento del orden público y en la defensa de los habitantes, garantizando la tranquilidad de los hogares, únicamente cuando movimientos de carácter anárquico perturben la paz de la República. Inspirar en el pueblo el amor por el ejército y la marina. Los miembros de la Liga se comprometen, bajo su fe y honor de argentinos, a cooperar por todos los medios a su alcance, e impedir: 1° La exposición pública de teorías subversivas contrarias al respeto debido a nuestra patria, a nuestra bandera y a nuestras instituciones. 2° Las conferencias publicas y en locales cerrados no permitidos sobre temas anarquistas y marxistas que entrañen un peligro para nuestra nacionalidad. Se obligan igualmente a usar de todos los medios lícitos para evitar que se usen en las manifestaciones públicas la bandera roja y todo símbolo que constituya un emblema hostil a nuestra fe, tradición y dignidad de argentinos” (La Nación, 16 de enero de 1919).
Con el advenimiento del peronismo, el diario mitrista se transformó en uno de los principales tribunos de la oligarquía terrateniente que rechazaba de cuajo el experimento bonapartista sui generis de Juan Domingo Perón y reclamaba volver a la república, donde los dueños de vacas eran amos y señores sin convidados a la mesa.
Con este odio de clase, con un racismo a flor de piel, retrataba La Nación el 17 de octubre: “Hemos presenciado con asombro y pesar el espectáculo dado por las agrupaciones de elementos que no obstante la categórica prohibición, de fecha reciente, de celebrar reuniones en la vía pública, han recorrido las calles dando vítores a ciertos ciudadanos, y en esta ciudad acampando durante un día en la plaza principal, en la cual, a la noche, improvisaban antorchas sin ningún objeto, por el mero placer que les causaba este procedimiento”.
Aún en 2013 La Nación justificaba su adhesión al golpe de la Revolución Fusiladora en estos términos: “Perón no cayó por obra de las armas que alzó la Revolución Libertadora en 1955. Cayó, básicamente, porque su régimen se había agotado y abundaban los escándalos y las burdas muestras de autoritarismo”.
Recordemos, en ese sentido, que La Nación sigue siendo el principal defensor del negacionismo del genocidio y de la impunidad de los criminales de la última dictadura cívico-militar en Argentina.
Rememoremos, también, que La Nación recibió de la dictadura genocida, junto a Clarín, el regalo de Papel Prensa, arrancado a sus antiguos dueños en una mesa de tortura.
En una editorial celebratoria el diario mitrista ratifica su doctrina: “Las transformaciones operadas en La Nación lo ha sido sobre el piso firme del sistema de valores y principios (...) La libertad de expresión, de trabajo y de comercio están asociadas en esa visión a la división tajante de poderes de gobierno, y en particular de independencia del poder judicial, como conceptos cuyo quebrantamiento envilece la democracia republicana”.
En virtud de esta concepción de la “democracia civilizada”, el diario La Nación fue un fiel servidor de las dictaduras militares del Siglo XX, fundamentalmente cuando veían peligrar los intereses capitalistas y las instituciones patronales ante la amenaza de la lucha de la clase trabajadora, y recurrían a los militares como portadores de los valores en defensa de la propiedad privada.
En síntesis, La Nación se ha caracterizado por ser una tribuna activa de las élites burguesas más reaccionarias en defensa de la dictadura del capital, bajo ropaje republicano o uniformado, con eje en sus intereses particulares.
A su vez La Nación, mediante el monopolio del papel junto a Clarín, impidió el acceso a un insumo fundamental de los diarios condición para la verdadera libertad de expresión.
Obviamente para el aniversario no va faltar, como lo hicieron años anteriores, los saludos cordiales de Adepa (cámara que agrupa a los propietarios de los medios de comunicación), la Sociedad Rural Argentina y la muy paqueta Asociación de Amigos del Cementerio de la Recoleta, entre tantos otros.
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