“Bajo los gritos de ‘¡Muerte a los judíos!’ ‘¡Muerte a los extranjeros maximalistas!’, celebraban orgías y actuaban de una manera refinada, sádica, torturando a los transeúntes. He aquí que detienen a un judío y, después de los primeros golpes, de su boca mana sangre en abundancia. En esta situación, le ordenan cantar el Himno Nacional. No puede hacerlo y lo matan en el mismo lugar”.
Así narra Pinie Wald en su novela Pesadilla la brutalidad llevada adelante por los “niños bien”, hijos de la burguesía porteña, que al calor de los acontecimientos fundarían la ultraderechista y nacionalista Liga Patriótica Argentina. Durante enero de 1919 “los niños bien salieron a la caza del ruso” y arrasaron el barrio porteño de Once, linchando, violando y asesinando familias obreras inmigrantes, particularmente judías. Estos ataques fueron parte de la represión contra la huelga general llevada adelante por las fuerzas del orden del gobierno de Hipólito Yrigoyen al mando del general Luis J. Dellepiane, quien también se sirvió de los “civiles” para ejecutar la cacería. Siguiendo la tradición de los ataques antisemitas del Siglo XIX en la Rusia zarista y que luego retomará a gran escala el nazismo, Buenos Aires también fue escenario de pogromos. En este caso, no bajo un régimen zarista ni militar, sino bajo un gobierno de la Unión Cívica Radical (UCR) elegido en las urnas. Pogrom, una palabra de origen ruso que significa destrucción o devastación, pasó a formar parte del lenguaje político nacional.
Dellepiane le dio vía libre a los “civiles” para que “colaboren” con los ataques. Los “niños bien” se habían formado en el odio al inmigrante, especialmente a los judíos provenientes de los países que formaron parte del Imperio ruso derrocado dos años antes por la revolución que dirigieron Lenin y Trotsky. Los gritos de los “patriotas” armados eran: “Fuera los extranjeros”; “mueran los maximalistas”; “guerra al anarquismo”; “mueran los judíos”. Las acciones de la Liga Patriótica, fundada por esos días en el Centro Naval y presidida primero por el contraalmirante Manuel Domecq García y luego por el radical Manuel Carlés, encontraron una sustentación teórico-filosófica que partía de los sectores más reaccionarios de la Iglesia Católica. Monseñor Miguel de Andrea, el mismo que 36 años después se convertiría en uno de los sostenedores espirituales de “La Fusiladora” del ‘55, lanzó una campaña explicando que “el peligro nacía del hecho de que los trabajadores y las masas populares habían dejado de creer en Dios, en la Iglesia y en el régimen”.
Una vez nombrado por Yrigoyen, el general Luis J. Dellepiane ocupó con sus tropas los lugares estratégicos de la ciudad para combatir a los trabajadores en huelga general. Convocó a la prensa y anunció su plan. La Nación subrayó en su crónica la advertencia del jefe militar: “Hacer un escarmiento que se recordará durante 50 años”.
(Liga Patriótica en acción)
El 10 de enero la Liga Patriótica asaltó los locales de Ecuador 359 y 645, donde funcionaban los centros de los obreros panaderos y de los obreros peleteros judíos. En la avenida Pueyrredón fue atacada la Asociación Teatral Judía, una entidad gremial que nucleaba a los numerosos actores recién arribados al país. Todo lo que había en los locales fue arrojado a la calle y quemado. Los transeúntes, además eran golpeados, mientras la policía montada, en perfecta formación, observaba pasivamente. La actuación conjunta de los grupos de choque de los “niños bien” y las fuerzas represivas regulares fueron denunciados por Pinie Wald cuando describe el diálogo que mantuvo con el juez que le tomó declaración indagatoria durante su detención.
¿Qué ocurrió allí donde lo arrestaron?
Hubo un pogrom.
¿Contra quiénes?
Contra nosotros, contra la organización Avangard.
¿Qué clase de organización es ésta?
Judeo-socialista.
¿Qué hicieron allí?
Destrozaron los muebles, los libros, el archivo; todo ha sido roto, despedazado y quemado.
¿Quién fue?
Pude ver tan solo las llamas y el escuadrón que, mientras tanto, se encontraba en la calle. El oficial, que me detuvo al día siguiente, dijo en el momento de entregarme a otro oficial que estaba de guardia en la esquina de Corrientes y Pueyrredón: “Este es un detenido, integrante del Comité Ruso, que acabamos de incendiar…”
Pesadilla fue escrita en idish y recién traducida al español a fines del Siglo XX. El escritor y crítico literario, Pedro Orgambide, la publicó en 1998 en castellano, con el subtítulo “Una novela de la Semana Trágica” y como parte de Los Precursores, la colección que dirige para la editorial Ameghino. Orgambide la definió como un anticipo de lo que sería posteriormente el real-fiction o non-fiction de Rodolfo Walsh y Truman Capote. Wald era un obrero judío que se desempeñó como periodista en Di Presse, un diario en idioma idish fundado en 1918 por una cooperativa de trabajadores gráficos judíos. Había nacido en Polonia en 1886 y llegado a la Argentina en 1906 como parte de la segunda corriente inmigratoria judía. Trabajó en fábricas y organizó centros culturales y escuelas laicas en su comunidad. En Europa fue militante del Bund (organización socialista judía) y en nuestro país se organizó en Avangard, vinculado al Partido Socialista Argentino. Una foto de Wald fue publicada por esos días de enero de 1919 en el diario La Nación ilustrando una falsa noticia que informaba que había sido detenido el supuesto futuro dictador del primer soviet de la Argentina. El propio Wald explica que la “burguesía estaba aterrorizada; creía que se acercaba su fin. Un espectro rojo se había plantado frente a ella. Por doquier veía una rebelión maximalista con el cabello desgreñado, maquinando el plan de la conjura.” Las mentiras estigmatizantes y la imágen casi caricaturesca de la prensa oligárquica al señalar a Wald como una especie de Lenin argentino, tenía un componente de verdad: la influencia de la Revolución rusa de 1917 dirigida por Lenin y Trotsky que despertaba el espanto capitalista e iluminaba las esperanzas de los explotados del mundo.
Los 100 años de la gesta obrera que conmocionó Buenos Aires y la respuesta sangrienta del gobierno de Hipólito Yrigoyen y las clases dominantes locales permiten recuperar para la memoria histórica de los explotados no solo sus luchas y organización sino también conocer el historial represivo y criminal de los dueños del país y sus gobiernos. Al decir de Walter Benjamin, se trata de “cepillar la historia a contrapelo”, que no es otra cosa que ir a contracorriente de la versión oficial y reconstruir la historia de los vencidos. Con los hechos de la Semana Trágica, la clases dominantes han intentado invisibilizar lo que fue un verdadero hito en el historial criminal de las clases dominantes en nuestro país, integrando el podio de las masacres de clase junto a los bombardeos a Plaza de Mayo en 1955 y el golpe genocida de 1976. La Semana Trágica y sus crueldades fue además el prólogo de otras dos históricas represiones contra los trabajadores cometidas por el mismo gobierno de Yrigoyen tiempo después: los fusilamientos de peones rurales patagónicos y la represión contra los hacheros de La Forestal.
Osvaldo Bayer, quien en su vasta obra se encargó de investigar y denunciar los crímenes contra la clase trabajadora y los oprimidos en nuestro país, cuenta en un artículo de Página/12 del 16 de enero de 2006 que muchos años después de la Semana Trágica fue parte de los que pelearon para que los terrenos donde había funcionado la fábrica Vasena, cuyo edificio había sido demolido, “pasaran a llamarse ‘Parque Mártires de la Semana Trágica’, justamente el dirigente Augusto Vandor se opuso y propuso llamarla ‘Plaza Martín Fierro’. Nombre que hoy lleva. Claro, del pasado no se habla porque estaban involucrados Yrigoyen, los radicales, el ejército y personajes de la ‘guardia blanca’ que luego pasaron a ser próceres: Manuel Carlés, el Perito Moreno, el cura Miguel D’Andrea e, infaltable, el estanciero Martínez de Hoz”.
Tras sufrir torturas y vejámenes, Pinie Wald es liberado finalmente el 17 de enero de 1919 en medio de la presión social y lo insostenible de los cargos que se le imputaban. En Pesadilla narra ese momento: “Llegó un grupo de compañeros. Salí con ellos a la calle. Me abrazaban y de pronto me alzaron en andas y sentí el aire de la libertad en un día radiante y festivo, aunque a cada paso, inevitablemente, irrumpían ante la vista de cada uno de nosotros las huellas de la Semana Trágica.” |