“Espartaco” significa fuego y espíritu, significa alma y corazón, significa voluntad y acción en favor de la revolución proletaria. “Espartaco” significa toda la necesidad y el anhelo de felicidad, significa toda la determinación a luchar del proletariado con conciencia de clase. “Espartaco” significa socialismo y revolución mundial. (Último escrito de Karl Liebknecht, 15 de enero de 1919)
El 15 de enero de 1919, un grupo de freikorps (paramilitares alemanes) asesinó a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. A Rosa Luxemburgo le partieron el cráneo con la culata de un fusil, la remataron de un tiro en la sien y lanzaron su cuerpo al Landwehrkanal. Liebknecht fue asesinado en un parque cercano. El gobierno del partido socialdemócrata de Ebert y Noske, responsable de este aberrante crimen político, tenía el objetivo de terminar con la revolución de los consejos obreros, liquidando a su ala más radical.
A 100 años del asesinato de Rosa Luxemburgo, queremos recuperar algunas claves de su pensamiento y su obra política, que tienen gran vigencia en la actualidad. Rosa Luxemburgo fue parte de una generación de marxistas, junto con Lenin y Trotsky, que desarrollaron un marxismo estratégico, centrado en el combate por la revolución socialista internacional.
¿Reforma o revolución?
En 1898, la revolucionaria polaca llega a Alemania, donde se integra al SPD, el principal partido de la Segunda Internacional. Sus capacidades como teórica y polemista destacarán muy pronto en el debate en torno al “revisionismo” de Eduard Bernstein. En una serie de artículos publicados en la revista Neue Zeit, Bernstein cuestionaba las tesis fundamentales del marxismo acerca del capitalismo y la lucha de clases. Aseguraba que, mediante la expansión del sistema del crédito y los trusts, el capitalismo había logrado superar las crisis generales. Si las catástrofes capitalistas ya no eran una posibilidad inminente, la lucha por el socialismo no necesitaba atravesar por el “trauma” de una revolución, sino que avanzaría de forma gradual, en base a la ampliación de la democracia parlamentaria, el crecimiento de los sindicatos y las cooperativas.
El revisionismo de Bernstein apuntaba al corazón de la teoría marxista porque diluía en un horizonte muy lejano-y siempre pospuesto- los objetivos finales, la lucha por una sociedad socialista. El movimiento por la conquista de reformas se convertía en un fin en sí mismo: “El objetivo final, cualquiera que sea, no significa nada, el movimiento lo es todo”. Una vez difuminado el objetivo final, escindido por completo de la práctica política concreta, la socialdemocracia podía abandonar el terreno de la lucha de clases, moderando el discurso para no perder el apoyo de las clases medias y buscando alianzas parlamentarias con el Partido Liberal para alcanzar mayorías.
Las transformaciones del capitalismo a fines del siglo XIX eran el trasfondo de las tesis revisionistas. El desarrollo de los monopolios, la exportación de capitales y el control de las colonias configuraron la transición hacia la fase imperialista del capitalismo. En ese marco, las clases dominantes otorgaron algunas concesiones a la clase trabajadora, en particular a un sector de la aristocracia obrera en los países imperialistas. En Alemania, la anulación de las leyes antisocialistas de Bismarck en 1890 permitió un crecimiento sin igual de los sindicatos y del SPD [1].
Rosa Luxemburgo impugnó las ideas de Bernstein, asegurando que el capitalismo no había superado su tendencia a las crisis. El desarrollo de los monopolios y el sistema crediticio no aminoraban las contradicciones, sino que las agravaban. Para Luxemburgo, por lo tanto, las premisas del socialismo seguían siendo válidas. El socialismo no era una aspiración moral o un deseo basado en fundamentos idealistas, sino una necesidad concreta que se apoyaba en el análisis de las contradicciones de la sociedad.
El fundamento científico del socialismo reside, como se sabe, en los tres resultados principales del desarrollo capitalista. Primero, la anarquía creciente de la economía capitalista, que conduce inevitablemente a su ruina. Segundo, la socialización progresiva del proceso de producción, que crea los gérmenes del futuro orden social. Y tercero, la creciente organización y conciencia de la clase proletaria, que constituye el factor activo en la revolución que se avecina. [2]
En el pensamiento dialéctico de Rosa Luxemburgo, había una relación entre medios -lucha de clases- y fines, que Bernstein negaba. A su vez, reforma y revolución no eran dos estrategias que diferían por la “duración” o la “velocidad” del cambio histórico. La estrategia revolucionaria incluía combates parciales por reformas. Pero si la reforma social se convertía en un fin en sí mismo, se erigía como obstáculo en la lucha por una nueva sociedad. Y, dado que las reformas sociales no podían ofrecer “más que promesas carentes de contenido, la consecuencia lógica de semejante programa será necesariamente la desilusión”.
Bernstein veía en la acción de los sindicatos la vía para conseguir, de forma progresiva, una distribución más justa dentro del modo de producción capitalista. Luxemburgo señala que, sin romper el marco del sistema capitalista, los sindicatos están condenados a realizar “una suerte de trabajo de Sísifo”: avanzar, retroceder y volver a empezar, producto de los ataques renovados del capital.
La batalla con el revisionismo anticipó las que seguirían los años siguientes en el seno de la socialdemocracia. El crecimiento económico y el bajo nivel de la lucha de clases desde la derrota de la Comuna de París en 1871 habían llevado a la dirección del SPD a adaptarse a la “rutina de la táctica” parlamentaria y sindical. En el partido y en los sindicatos se consolidaba un enorme aparato burocrático, que Rosa Luxemburgo fue una de las primeras socialistas en combatir.
“La evolución se transforma en revolución”
La revolución de 1905 en Rusia fue la primera gran explosión de la lucha de clases en Europa desde la derrota de la Comuna de París. La huelga general y el surgimiento de los soviets marcaron la impronta del movimiento, que abrió importantes debates en la socialdemocracia internacional. Rosa Luxemburgo coincidía con Trotsky y Lenin -contra los mencheviques- en que la clase trabajadora tenía que cumplir un papel dirigente en la revolución rusa, independiente de la burguesía liberal. Se transformó en una vocera de la Revolución rusa en Alemania. Escribía artículos y recorría mítines para transmitir la experiencia a los obreros alemanes: “La evolución se transforma en revolución. Estamos viendo la Revolución rusa, y seríamos unos asnos si no aprendiéramos de ella". Viajó clandestinamente a Varsovia para participar de forma directa en los acontecimientos y fue encarcelada durante varios meses.
En el libro Huelga de masas, partido y sindicatos sintetizó las reflexiones estratégicas acerca de esos hechos. Planteó que la socialdemocracia occidental tenía que aprender de la Revolución rusa y agitar la huelga política de masas. Los sindicatos alemanes habían aprobado una resolución oponiéndose a la huelga general y la dirección del SPD había aceptado el veto de la burocracia sindical (Congreso de Manheim, 1906). Luxemburgo combatió las posiciones conservadoras de los dirigentes sindicales: “A juzgar por los discursos que hasta el momento se han pronunciado en el debate de la huelga política de masas hay que agarrarse la cabeza con las manos y preguntarse, ¿vivimos realmente en el año de la gloriosa Revolución rusa o estamos diez años atrasados?”. Defendía que la huelga general era una nueva forma de lucha revolucionaria y distinguió entre huelgas de protesta (acciones puntuales y ordenadas) y huelgas combativas, donde lo económico y lo político se entrelazaban. Consideraba que la socialdemocracia no debía limitarse a tener un rol pasivo: “No puede ni debe esperar con fatalismo, con los brazos cruzados, que se produzca una ‘situación revolucionaria’ ni que el movimiento popular espontáneo caiga del cielo. Por el contrario, tiene el deber como siempre de adelantarse al curso de los acontecimientos, de buscar precipitarlos" [3].
El debate se profundizó en 1910, cuando Luxemburgo polemizó sobre la estrategia de la socialdemocracia con su anterior aliado, Karl Kautsky. El contexto era una nueva ola de luchas obreras en Alemania. Luxemburgo sostenía que había que agitar la huelga política, mientras Kautsky consideraba que eso solo podía poner en peligro las posiciones logradas por la socialdemocracia. El dirigente socialdemócrata sostenía que había que esperar a las próximas elecciones -que se realizarían en 1912- para aumentar la influencia socialdemócrata en el Parlamento. Definía su propia orientación como una “estrategia de desgaste” y la oponía a la “estrategia de derrocamiento” que le adjudicaba a Luxemburgo. La idea central de Kautsky era “evitar los combates decisivos”, acumular fuerzas y “desgastar al enemigo”. Rosa Luxemburgo respondía que eso era “nada-más-que-parlamentarismo”. El debate entre ambos terminó de delimitar al ala izquierda de la socialdemocracia alemana. En este punto, Luxemburgo percibió antes que Lenin el rol conservador que jugaba la dirección burocrática en el partido socialdemócrata alemán y en los sindicatos, que anticipaba la orientación contrarrevolucionaria que tomarían ante la guerra imperialista [4].
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Socialismo o barbarie
En 1914, el sueño de un desarrollo gradual y pacífico del capitalismo fue quebrantado por la guerra. Desde la publicación del Manifiesto Comunista, el movimiento socialista había hecho suyas las banderas del internacionalismo: “¡Trabajadores del mundo, uníos!”. Los partidos socialdemócratas habían defendido que, en caso de una guerra entre potencias, los trabajadores se negarían a combatir y llamarían a la huelga general. Pero en el momento decisivo, el partido más grande y más formado de la Segunda Internacional -contaba con un millón de miembros y tenía el apoyo de un tercio del electorado- hizo todo lo contrario. Los partidos socialistas europeos siguieron la debacle.
Cuando el Reichstag alemán sometió a votación los créditos de guerra, el 4 de agosto de 1914, los 110 diputados socialdemócratas votaron a favor. Esto significó un golpe durísimo para el movimiento obrero. Los partidos socialdemócratas antepusieron la defensa de la “patria” -es decir la unidad con la burguesía de su propia nación- a la unidad con los trabajadores de otros países. Rosa Luxemburgo no daba crédito al desastre. En su casa se reunieron ese mismo día varios militantes, con quienes fundaron un grupo para oponerse a la guerra. En diciembre hubo una nueva votación en el Parlamento y Karl Liebknecht fue el único diputado socialdemócrata que se opuso. Su discurso se hizo famoso: “No a la guerra, el enemigo está en casa”.
Rosa Luxemburgo centró su actividad en la agitación contra la Primera Guerra Mundial, lo que le valió la acusación de traidora y fue enviada a prisión. Desde enero de 1915 hasta noviembre de 1918 estuvo casi todo el tiempo recluida en cárceles alemanas. En 1916 publicó el texto “La crisis de la socialdemocracia alemana”, conocido como “Folleto de Junius” por el pseudónimo con que lo firmaba. Era una crítica aguda de la catástrofe guerrerista y la traición de la Segunda Internacional.
Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza. Y en medio de esta orgía, ha sucedido una tragedia mundial: la socialdemocracia alemana ha capitulado. [5]
La disyuntiva de “socialismo o barbarie” se hacía concreta en la guerra donde morían millones de personas. Para Luxemburgo, el socialismo no era un destino predeterminado por la historia; lo único “inevitable” era el colapso al que llevaba el capitalismo y las calamidades que acompañarían este proceso si la clase obrera no lograba impedirlo. “Si el proletariado fracasa en cumplir sus tareas como clase, si fracasa en la realización del socialismo, nos estrellaremos todos juntos en la catástrofe.”.
Revolución, consejos obreros y partido
En 1917, desde prisión, Luxemburgo recibe con entusiasmo las noticias de la Revolución rusa. Asegura que se trata de un acontecimiento de alcance histórico universal, aunque su aislamiento le impide tener una visión completa de lo que sucede en Rusia. En septiembre de 1918, escribe un texto donde plantea severas críticas a los bolcheviques, pero al mismo tiempo reivindica el papel histórico del partido de Lenin, en contraposición con la traición de la socialdemocracia occidental: “Por eso los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la socialdemocracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución rusa; también salvó el honor del socialismo internacional”.
El artículo, publicado póstumamente por Paul Levy, ha sido utilizado en múltiples ocasiones para intentar mostrar a Rosa Luxemburgo como representante de un “socialismo democrático” y pacifista en oposición a los bolcheviques. Son lecturas que distorsionan la obra de Luxemburgo, en base a citas aisladas y sacadas de contexto de un borrador inconcluso. Omiten que, en varias cuestiones centrales Luxemburgo cambió de opinión después de salir de la cárcel. Además, en el momento en que Luxemburgo escribió esas críticas, las hizo como parte de un debate sobre las difíciles tareas de la transición al socialismo. Sus cuestionamientos jamás cambiaron su valoración excepcional de la obra que habían iniciado los bolcheviques, como dejó claro en la conclusión de ese mismo texto:
“No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: “¡Yo osé!” Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique” [6].
En noviembre de 1918, la ola de la Revolución rusa impactó de lleno en el corazón de Europa occidental. La insurrección de los marineros y trabajadores de Kiel dio paso a la Revolución alemana, con la creación de consejos de obreros y soldados que se extendieron de ciudad en ciudad. El 9 de noviembre, la revolución llegó a Berlín con una huelga general que obligó al Kaiser a dimitir. Ese día, el socialdemócrata Scheidemann proclamaba la Republica alemana, buscando frenar la revolución. Unas horas después, inflamado por la radicalidad de las manifestaciones, Karl Liebknecht anunciabade forma prematura ante miles de trabajadores la República Socialista Libre de Alemania -algo que era en ese momento más un deseo que una realidad-. Un nuevo gobierno republicano se formó a partir del acuerdo entre los socialpatriotas de Ebert, Sheidemann y Noske junto a representantes del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD) de Kautsky.
En Alemania se abrió en 1918-1919 una situación de doble poder, tal como había ocurrido en Rusia después de la caída del Zar en febrero de 1917. El gobierno republicano en manos de los socialdemócratas buscaba terminar con la revolución: se pusieron a la cabeza de esta, para poder liquidarla desde adentro. Para lograr ese objetivo llegaron a un acuerdo con el Estado mayor alemán: había que aplastar a los "bolcheviques" espartaquistas y a los representantes del ala más radical de la vanguardia obrera.
Después de haber sido liberada de prisión el 9 de noviembre, Rosa Luxemburgo se había lanzado a una intensa actividad política en lo que serían las últimas semanas de su vida. Dirigía junto con Liebknecht el periódico Die Rote Fahne (La Bandera Roja), intervenía en mítines y publicaba panfletos diarios.
El 31 de diciembre, Luxemburgo abrió las sesiones del Congreso de fundación del Partido Comunista Alemán (KPD), producto de la fusión de los espartaquistas con otros grupos revolucionarios. Pero el nuevo partido comunista, que había sido fundado demasiado tarde, en el curso mismo de los acontecimientos revolucionarios, era demasiado débil política y organizativamente. Como señala Wladek Flakin en su artículo “La revolución alemana hace 100 años: lecciones de una batalla”: “Los socialdemócratas y los militares se prepararon para aplastar la revolución que había hecho la clase obrera, pero esta última no tenía un partido revolucionario para dirigirla hacia el socialismo”.
A pesar de la insistencia de los bolcheviques, Rosa Luxemburgo no se decidió a formar un partido independiente y romper con el USPD hasta último momento: el Partido Comunista de Alemania se fundó recién el 1 de enero, en medio del fragor revolucionario. Esa misma semana, el gobierno socialdemócrata montaba un incidente para provocar una respuesta sin preparación de la vanguardia obrera en Berlín y lograría sus objetivos [7].
Después de un intento insurreccional en Berlín muy mal preparado (la llamada “semana espartaquista”), el ejército desató una brutal represión, con el apoyo de bandas paramilitares (los freikorps). El 15 de enero, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron arrestados y asesinados. La represión continuó durante meses, con un saldo de miles de muertos. Toda la responsabilidad de este crimen recae en la socialdemocracia en el gobierno.
Espada y llama de la revolución
A lo largo de su vida, Rosa Luxemburgo mantuvo intensas polémicas con Lenin y Trotsky sobre diversos aspectos de la táctica y la estrategia revolucionaria. En la cuestión del derecho de las naciones a la autodeterminación, por ejemplo, sostenía una posición equivocada, sectaria.
En su obra destaca especialmente la batalla teórica con el revisionismo de Bernstein, la defensa de la revolución de 1905 y la huelga política de masas contra el conservadurismo sindical, así como el combate a la estrategia “nada-más-que parlamentarista” desplegada por la socialdemocracia antes de la guerra.
Durante la guerra, compartió con Lenin, Trotsky y otros internacionalistas la lucha contra la masacre imperialista y la traición de la socialdemocracia. También denunció en diferentes artículos el oportunismo del “centro” (Kautsky) que mientras criticaba de palabra el “nacionalismo”, se subordinaba a la mayoría guerrerista y sostenía que la Internacional solo servía para “tiempos de paz” pero no para “tiempos de guerra”. Dentro del ala internacionalista, Lenin tenía una línea revolucionaria clara: transformar la guerra imperialista en guerra civil y romper organizativamente con los oportunistas para crear nuevas organizaciones políticas marxistas independientes y una nueva Internacional. Luxemburgo, en cambio, ponía el eje en una consigna más ambigua: desarrollar la lucha de clases para lograr la “paz”, al mismo tiempo que se mantenía como ala izquierda dentro de la socialdemocracia alemana, sin formar una fracción ilegal propia [8]. Cuando la dirección del SPD expulsa finalmente al “centro” y a la “izquierda” alemana en enero de 1917, Kautsky y Haase forman el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD) y la Liga Espartaquista se une esa organización.
Al comenzar la revolución rusa, Luxemburgo apoyó el gobierno de los soviets como parte de la lucha por la revolución mundial. Su debilidad más grande, sin embargo, fue no haber comprendido a tiempo la necesidad de formar un partido revolucionario independiente en Alemania. En la situación revolucionaria abierta en 1918, el KPD recién constituido no contaba con la fuerza material ni la experiencia necesaria para intentar cambiar el curso de los acontecimientos.
Rosa Luxemburgo fue una las dirigentes revolucionarias más importantes de la historia del movimiento socialista: gran espíritu de combate, brillante teórica marxista y luchadora incansable. A cien años de su asesinato, retomar el legado de su vida y obra, conocer sus importantes aciertos y también sus errores, es una tarea fundamental para nuevas generaciones que se propongan construir organizaciones revolucionarias a nivel mundial. Como escribió su amiga y camarada, Clara Zetkin: “Espada y llama de la revolución, su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional” [9]
*La imagen de portada: obra del pintor italiano Giangiacomo Spadari |