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La Izquierda Diario
13 de febrero de 2019 Twitter Faceboock

Análisis
EEUU y China: ¿qué consecuencias tendría una guerra comercial a gran escala?
Alberto Fernández | Vigo

Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la escalada proteccionista y el conflicto comercial con China no han dejado de agudizarse. Ante la hipótesis de una guerra comercial a gran escala, cabe preguntarse, ¿qué implicaciones materiales tendría tal escenario?

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A dos años de iniciado su mandato, Donald Trump ya ha dado muestras del significado de aquel “Make America Great Again” que enarboló como bandera para su ascenso a la Casa Blanca. Por aquel entonces, y al grito de “America First”, el candidato republicano arremetía contra los altos déficits exteriores de Estados Unidos, prometiendo frenar las importaciones procedentes de países como México o China, a los que acusaba como culpables de la pérdida de empleos y desindustrialización del país.

Desde aquel momento y hasta la actualidad, la administración Trump ha aumentado numerosos aranceles sobre diversas importaciones chinas por valor de más de 50.000 millones de dólares, además de diversas tarifas, independientemente del origen de las mercancías, del 25% sobre el acero, 20-50% sobre las lavadoras, 30% sobre los paneles solares o 10% sobre el aluminio. Al mismo tiempo, tratados comerciales multilaterales tales como el NAFTA con Canadá y México o el Tratado Transpacífico (TPP-11), han sido el blanco de su demagogia populista.

Un NAFTA 2.0

Tras varios meses de discusiones, Estados Unidos, Canadá y México ya han acordado una revisión parcial del NAFTA, ese tratado que Trump llegó a calificar como “the worst trade deal ever made” [“el peor acuerdo comercial de la historia”], convirtiéndose en viral su caricaturización en redes sociales. El denominado USMCA, United States-Mexico-Canada Agreement, que vendrá a sustituir al anterior, pretende incrementar las exportaciones y frenar las importaciones de Estados Unidos, introduciendo, en realidad, sólo cambios cosméticos en el antiguo NAFTA.

Se equivocan quienes, con pretensión de criticar el nuevo tratado, lo perciben como un movimiento hacia la liberalización del comercio multilateral entre las partes. Más allá del marketing y los argumentos apologéticos, su signo es un clásico movimiento imperialista, cortado por el patrón de las necesidades de determinados sectores del gran capital norteamericano, a saber: liberalicemos mercados extranjeros para mis exportaciones y clausuremos mercados locales para las exportaciones de terceros. Aun así, insistimos, más allá de ciertos retoques en los mercados lácteos y automotrices, en realidad el nuevo tratado sólo aportará pequeñas modificaciones con respecto al anterior NAFTA.

En definitiva, la escalada proteccionista por parte de la administración Trump es un hecho. ¿Cuál es el sentido real de la misma, cómo afecta a las relaciones con China en particular y en qué dirección se pueden mover los acontecimientos? Dejemos que respondan los propios actores implicados en este proceso.

Diversas voces entre los ideólogos de la clase dominante norteamericana

“Es solo una posición de negociación”, trataba de explicar Lloyd Blankfein, el presidente ejecutivo del banco de inversión Goldman Sachs. Es decir, todo este repliegue en líneas proteccionistas sería algo así como una táctica negociadora en esa pulseada con China, para forzar a esta última a liberalizar sus relaciones comerciales con Estados Unidos.

Del lado chino, esta idea es sostenida de forma similar por el profesor de Economía y Finanzas Xu Bin, de la China Europe International Business School (CEIBS), que apuesta a que ambos países frenarán el conflicto comercial a gran escala sobre la base de concesiones chinas: “Estoy seguro de que el año que viene el déficit comercial se reducirá; China está dispuesta a hacer esfuerzos para que así sea. Pekín puede comprometerse a acuerdos que no afecten directamente a sus exportaciones hacia Estados Unidos, desde aumentar su volumen de importaciones a animar a sus empresas a producir en suelo estadounidense”.

En otra línea, Peter Navarro, asesor presidencial en asuntos comerciales, se muestra firme partidario de librar una guerra comercial contra China, con vistas al potencial beneficio comercial y geoestratégico para Estados Unidos. Tal y como explicaba en su libro The coming china wars: Where they will be fought and how they can be won: “Las próximas Guerras de China se pelearán por todo, desde empleos decentes, salarios dignos y tecnologías avanzadas hasta recursos estratégicos ... y, finalmente, hasta nuestras necesidades más básicas: pan, agua y aire. A menos que todas las naciones aborden de inmediato estos conflictos inminentes, los resultados pueden ser catastróficos […] Este libro exige que pensemos mucho más profundamente acerca de cómo detener las próximas Guerras de China, presentando decisiones difíciles que deben hacerse más temprano que tarde”.

Hacia esta variante más intervencionista apunta también el magnate de las finanzas George Soros, el cual, durante una cena con periodistas en el Foro de Davos, aseguraba: "Mi punto clave es que la combinación de regímenes represivos con los monopolios tecnológicos otorga a esos regímenes una ventaja sobre las sociedades abiertas", convirtiéndose Xi Jinping, a su juicio, en "el oponente más peligroso de las sociedades abiertas".

En otras palabras, esta última variante consiste en exigir a Trump que utilice la guerra comercial con China como palanca para arrinconar a la casta dirigente del país asiático. Lo que, en última instancia, significa bregar por anteponer a toda costa la posición hegemónica del imperialismo estadounidense en el contexto de las relaciones interimperialistas, aún a costa de enfrentar las gravísimas contradicciones materiales y políticas que podrían surgir de tal estrategia. Pero, ¿cuáles serían entonces las implicaciones reales de una guerra comercial así?

Implicaciones estratégicas de una guerra comercial a gran escala

El advenimiento de una guerra comercial a gran escala no le saldría gratis a la economía mundial. Recientemente, un estudio del Banque de France ha calculado que incrementar 10 puntos porcentuales los aranceles medios globales, llevaría a medio plazo a una reducción del PIB mundial del 3%. Dado que el PIB mundial actual es superior a los 80 billones de dólares, estaríamos hablando de unas pérdidas superiores a 2,5 billones de dólares, es decir, aproximadamente el doble del tamaño del capitalismo español. Esto tendría profundas implicaciones para la propia dinámica de la base material del capitalismo mundial, la cual se vería golpeada desde diversos ángulos.

Para empezar, porque las distintas variantes arancelarias incrementan el coste de las mercancías importadas, bien como insumos productivos, bien como mercancías destinadas al consumo final. Así, el mercado doméstico se vería privado en variedad y cantidad de mercancías. De una forma u otra, los precios generales se resentirían al alza, impactando en el bolsillo del consumidor.

Además, los paquetes arancelarios tienden a proteger a aquellos procesos de valorización del capital que se caracterizan por una caída de la productividad en relación con sus competidores e impiden el aprovechamiento de las ventajas comparativas fruto de la división internacional del trabajo (y del capital). Esto, implícitamente, llevaría a sobrecostes de financiación y a un aumento generalizado de la incertidumbre a la hora de capitalizar proyectos de inversión.

Es decir, utilizar el aparato del Estado burgués para privilegiar a sectores parasitarios de capitalistas patrios a costa de terceros, nacionales y extranjeros. Esto, particular y específicamente, supondría, bien un golpe al poder adquisitivo de los asalariados y de los consumidores, tanto cuantitativamente como cualitativamente (menor oferta y precios más elevados), bien apostar directamente por exportar el paro y desequilibrios en las variables económicas a otras economías.

Por más que la retórica populista de un Trump intente hacernos creer otra cosa, serían precisamente los llamados “perdedores de la globalización” los sectores más perjudicados. En definitiva, una auténtica salida en clave reaccionaria a las contradicciones que se acumulan en la base material del capitalismo; nada más, en realidad, que posponerlas y preparar una bomba de relojería futura.

En el caso particular de Estados Unidos, concretamente, un estudio del Peterson Institute viene a corroborar lo que señalábamos más arriba, a saber: el estallido de una cadena de tensiones arancelarias, la agudización de una guerra comercial a gran escala contra China y México, se traduciría en una caída severa del salario y del empleo en la Costa Oeste y el llamado “Rust Belt”, es decir, precisamente donde la demagogia nacionalista de Trump pudo encontrar mayor eco electoral en las pasadas presidenciales.

En definitiva, y a pesar de las tensiones comerciales, es cierto que la perspectiva de guerra comercial a gran escala no está, por el momento, encima de la mesa. De hecho, China y Estados Unidos parecen estar acercando posiciones de cara a un cierto entendimiento comercial, aunque fuese de carácter coyuntural. Pero de una forma u otra, hay que dejar claro desde el principio que las dinámicas proteccionistas y las salidas en clave Estado-nación a las contradicciones político-económicas que trajo aparejado el escenario estratégico post-Lehman Brothers, suponen un intento reaccionario de volver atrás la rueda de la historia y nada tienen que ver con los verdaderos intereses históricos de las masas populares y los asalariados del mundo.

Frente al complot plutocrático del capital monopolístico en alianza con los viejos aparatos estatales y sus burocracias, la genuina salida progresiva para los explotados y oprimidos pasa por apostar al internacionalismo proletario, la organización y la lucha por la revolución socialista mundial, y la planificación consciente de las fuerzas productivas a escala planetaria.

 
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