El enigma de la huida de Josef Mengele por varios países de Sudamérica (incluida la Argentina) es el tema de la última novela de no ficción de Olivier Guez (Estrasburgo, 1974). El ensayista, periodista y escritor francés aborda en La desaparición de Josef Mengele (Tusquets, 2018) los últimos años del itinerario del famoso Ángel de la Muerte de Auschwitz que residió en nuestro país a mediados del siglo pasado, también vivió en Paraguay y finalmente murió en una favela de Brasil en el año 1979, mientras escapaba de los servicios secretos israelíes.
Guez visitó recientemente nuestro país para presentar su libro y conversó con Ideas de Izquierda sobre los contornos de su personaje, el mal (y su banalidad) como tema central de la cultura europea, la crónica como herramienta para narrar este tipo de historia, los mitos y realidades de la inmigración nazi bajo el régimen peronista y la especificidad del nazismo como régimen político o biopolítico.
Con la tensión del thriller (en el fondo es la historia de una fuga) y la densidad oscura de un personaje siniestro, Guez acompaña los últimos viajes del médico nazi hacia el fin de una noche brasileña.
¿Qué le atrajo o qué le llamo la atención de la personalidad de Mengele?
Primero su mediocridad, su narcisismo y su egocentrismo. Es increíble ver su pequeñez. Eso es completamente contrario a la imagen o a la leyenda sobre Mengele que se construyó durante décadas: un criminal inasible, muy inteligente, una especie de genio del crimen. La realidad es que no tiene nada que ver con eso. Esta diferencia entre el Mengele imaginario y el Mengele real era como un material literario apasionante y muy interesante para explorar.
¿Cuánto de “banalidad del mal” -el concepto al que arribó Hannah Arendt sobre Eichmann- encontró en Mengele?
Cuando empecé a trabajar con el libro mi meta no era en absoluto demostrar lo que dice Hannah Arendt. Pero en realidad, al calor del desarrollo del libro, llegué a la conclusión de que Mengele representa esta “banalidad del mal”. Y quizá mejor aún que el propio Eichmann. Arendt de alguna manera cayó en la trampa de la estrategia de defensa de Eichmann en su juicio en Jerusalén. Eichmann dijo que era casi nadie y se presentó como una persona muy pequeña. Él se presentó como su hubiese sido un simple soldado que respondía órdenes. En realidad fue muy astuto en la estrategia que armó con su abogado.
En Menguele la “banalidad del mal” quizá funcione mejor que en Eichmann. Porque Mengele solo es un capitán, un “capitancillo”. Las motivaciones que lo llevan a ir a Auschwitz son de una mediocridad muy grande. Fueron sus pequeñas ambiciones personales. Otra diferencia con Eichmann es que Mengele ponía manos a la obra en Auschwitz todos los días, la cotidianidad de Mengele es una locura, no se puede representar.
¿Qué lo llevó a elegir el género del periodismo narrativo o la crónica para contar esta historia?
La no ficción me atrae como género híbrido, una historia real, pero contada de manera novelada. Fue acorde a esta especie de parábola. Es la parábola del criminal después de haber cometido el crimen. Trato de desentrañar el tema del castigo, ¿la vida lo castigó al fin y al cabo? Hay una especie de dimensión mitológica en esta historia, la historia del criminal después del crimen. Y ojo que no estoy hablando de un criminal sino de el criminal.
¿Qué referencias literarias tuvo a la hora de escribir en este género?
Hay un montón, por supuesto que A sangre fría de Truman Capote, en la Argentina a Rodolfo Walsh y su Operación Masacre.
Después cosas más lejanas. La cuestión del mal en la cultura europea y en la cultura judeocristiana es algo muy fuerte. En este caso no hablo de un modelo de narración a lo Capote, sino del tema del mal que está siempre presente y se ve por ejemplo en Dante, donde hay descripciones del infierno que son totalmente increíbles y muy cercanas a la imagen del campo de concentración. Pasa también con la pintura europea que está absolutamente obnubilada con la cuestión del mal. Fue una manera de revisitar esta temática del mal que está omnipresente en la cultura europea.
Este género tiene un pacto de lectura que se basa en respetar los hechos históricos, no es literatura. Permite licencias literarias, pero es basado en hechos reales. ¿Cuánto tiempo le llevó el reporteo, lecturas, viajes para reunir el material con el cual trabajar?
Si hablamos de la producción del libro son tres años de trabajo. Pero trabajo la temática más general del período de posguerra desde el 2005.
Una de las cosas más difíciles de encontrar cuando uno trata un personaje como Mengele es cómo armar esta distancia con el personaje. Una distancia que es muy importante conquistar para tratar cualquier tema o personaje. No se puede tener ni simpatía, ni odio, ni ira hacia el personaje. Para poder armar esta distancia con respecto a Mengele demoré unos dos años. Fue muy difícil encontrar el modo narrativo para contar algo acerca de semejante personaje.
Está narrado en el libro, pero ¿qué encontró de las relaciones entre el régimen peronista y la inmigración nazi en la Argentina? Porque hay mil mitos alrededor de esa trama.
En los años ‘40 del siglo pasado llegaron como tres grupos de nazis a la Argentina. Estaban los especialistas (profesionales, ingenieros, médicos, científicos, especialistas en aeronáutica, etc.). A ellos los contrataron para desarrollar la economía y el Ejército argentino. Eso fue una política de Estado, se armó como una red para facilitar la llegada de esta gente y se abrieron como oficinas. Este es el primer grupo. El segundo grupo fueron los líderes ideológicos. Yo no creo que el general Perón no se hubiese enterado quién era Eichmann o Ante Pavelić, que eran líderes políticos e ideológicos importantes, creo que ahí sí tiene responsabilidad. El tercer grupo fue toda esta gente que aprovecha la apertura de Argentina para cambiar de vida. En este grupo ya hay de todo. Mengele pertenece a este tercer grupo, no parece verosímil que los servicios secretos de Argentina hayan ido a buscar a Mengele para traerlo por sus competencias, es poco creíble. En la jerarquía política, Mengele no tiene ningún lugar, él dice que es un soldado biológico. Como tenía dinero aprovechó esta apertura de Argentina para cambiar de país. Llega con una documentación falsa, aunque estoy bastante convencido de que los servicios secretos de Perón se dieron cuenta de quién era Mengele. Pero en la Argentina nadie sabía quién era Mengele y no representaba ningún peligro. Es más, a inicios de los años ‘50 en Argentina nadie sabía aún qué había sucedido en Auschwitz. Lo importante para mí era contar cómo habían ocurrido las cosas en aquella época desde el punto de vista de la época, no desde el punto de vista contemporáneo. El giro, la bisagra de toda esta historia es el juicio de Eichmann en Jerusalén, eso cambia todo.
Usted culmina el libro con la afirmación de que cada dos o tres generaciones, hay un olvido de acontecimientos históricos como el nazismo y de personajes como Mengele. En el mundo contemporáneo con las ultraderechas que emergen ¿qué posibilidades ve de reemergencia de procesos políticos como los que dieron lugar a la irrupción de “Mengeles”?
Siempre existieron “Mengeles”. Este Mengele del cual estamos hablando es como el producto de la tecnología de inicios del siglo XX. Tecnología e ideología, por supuesto. Es un soldado biológico y burocrático. Eso es como la marca, el sello del inicio del siglo XX. Hoy en día ya no estamos más en este período tecnológico. Pero este tipo de personajes siguen existiendo, hay un montón de Mengeles por todos lados. La naturaleza humana es capaz de cualquier cosa. Cuando un ser humano ambicioso o con estas características se encuentra en un sistema que convalida todo eso, puede ir muy lejos. Lo más importante es ver el uso de la tecnología con fines criminales.
Sí, aunque la pregunta también apuntaba a las condiciones político-sociales. Por ejemplo, en Brasil gobierna Jair Bolsonaro que tiene un discurso más afín al universo de sentidos de Mengele, lo mismo para las ultraderechas europeas, al margen de la base tecnológica.
Estamos ante una nueva crisis de la modernidad, que es un concepto de Hannah Arendt. La crisis económica de la globalización, todo lo que tiene que ver con la inmigración, sobre todo en Europa, todas las preguntas acerca de la identidad, el tema de la integración del Islam. Todo este paquete conforma “la crisis de modernidad” del siglo XXI. Es un período peligroso. Los candidatos que hoy en día llegan al poder abordan esos temas. Estuve en China hace unos dos meses y hay tres elementos que me llamaron la atención: seguridad, identidad y consumo. Esa es como la receta para llegar al poder. La seguridad, la gente se siente siempre amenazada. También existe la identidad como amenaza, por las inmigraciones y sobre todo se quiere consumir. Este tridente funciona en China, en Rusia, con Trump, con Bolsonaro.
Pero en el nazismo y en Mengele hay una dimensión particular. El nazismo es un sistema biopolítico, la biología está en el medio de todo, en el centro, y es la primera vez que la biología se encuentra en el núcleo del sistema. Siempre está la dimensión biológica presente en la ley, en las relaciones duales, en lo social. Esa es la diferencia con el fascismo más “normal”. Todavía hoy en día, por ahora, yo no veo esa dimensión. Y Mengele en su calidad de médico es como un producto puro de ese sistema.