En medio de escándalos de corrupción y roces con sus aliados, Bolsonaro anunció que presentará esta semana ante el Congreso su proyecto de reforma previsional, que aumenta la edad jubilatoria, establece un sistema mixto de aportes y reduce el lapso de tiempo para hacer la transición entre ambos sistemas.
El tratamiento de esta reforma, que es aún más profunda de la que había anunciado el expresidente golpista Michel Temer, se precipitó tras las dudas que insinuó el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, sobre la capacidad de Bolsonaro para avanzar en este ataque.
Bolsonaro atraviesa una crisis por las denuncias sobre financiamiento ilegal que recaen sobre el Secretario General de la Presidencia, Gustavo Bebianno, y que fue fogoneada por los propios hijos del presidente. A su vez el clan familiar de los Bolsonaro acumula denuncias por irregularidades financieras y enriquecimiento, mientras que el ala militar del gobierno considera que los hijos del presidente tienen demasiado poder en las decisiones gubernamentales, incluyendo los ataques contra Bebianno.
El escándalo que podría terminar en la caída del secretario de la Presidencia fue interpretado por la coalición que llevó a Bolsonaro a la presidencia, como un exabrupto que podría poner en peligro la aprobación de la reforma previsional, que es el principal objetivo del estáblishment brasileño.
Las dudas sobre las consecuencias que puede tener este escándalo provinieron de la boca del propio Rodrigo Maia, quién recordó que las escuchas que embarraron a Temer en un caso de corrupción con el principal productor cárnico del país, debilitó a su gobierno y bloqueó la posibilidad de que esa reforma sea tratada dos años atrás. Paso seguido Maia cuestionó la capacidad de "liderazgo" de Bolsonaro para comandar el proceso actual, lo que encendió las alarmas de la presidencia y aceleró el anunció del envío de la reforma a Diputados.
Una ataque sin precedentes a las jubilaciones
El lema de la reforma del sistema previsional parecería ser "trabajar hasta morir". Rodrigo Maia sentenció, y Bolsonaro le dio la razón, que hoy "todo el mundo puede trabajar hasta los 80 años". Partiendo de esa premisa es que se preparó un ataque a las jubilaciones que acaba con conquistas históricas de los y las trabajadoras brasileñas.
El proyecto eleva la edad mínima a 62 años para mujeres y 65 para hombres, con una transición estipulada de 12 años. Esta transición, para pasar paulatinamente de un sistema a otro, que en el proyecto de Temer era de 20 años bajó sustancialmente con el plan de Bolsonaro.
Esta modificación pretende garantizar cambios rápidos para conseguir reducir el déficit fiscal a costa de las jubilaciones, uno de los objetivos del ministro de Economía el neoliberal Paulo Guedes.
La propuesta de Guedes incluye además la introducción de un sistema mixto (privado) por la que los trabajadores deberían aportar durante al menos 40 años a un régimen de capitalización individual (similar a lo que eran las AFJP en Argentina o las AFP en Chile), para poder jubilarse cobrando el equivalente al último sueldo percibido.
La combinación de ambas fórmulas (aumento de la edad más capitalización) es ni más ni menos que sentenciar a trabajar hasta la muerte a parte de los futuros jubilados.
En la actualidad la expectativa de vida en Brasil es de 72 años para los hombres y 79 para las mujeres. Este es el cálculo abstracto que usa el gobierno para justificar el aumento de la edad jubilatoria, en el que no se toman en cuenta las actuales condiciones de precarización laboral (gran parte sin aportes), el trabajo rural semiesclavo, la tercerización y el desmantelamiento del sistema de salud público, que redundará en una peor calidad de vida para los y las trabajadoras.
Es decir que se trata de un combo letal en el que para poder jubilarse un trabajador o trabajadora deberá hacerlo en peores condiciones y durante más cantidad de años, incluso en algunos casos hasta la muerte.
El establishment financiero festejó la semana pasada con un aumento en el índice bursátil al enterarse de las modificaciones en el sistema de pensiones y en el millonario negocio de un sistema mixto de jubilaciones privadas.
Este festejo de parte de lo más rancio del capital financiero local y extranjero es una muestra de que lo que se avecina es una verdadera "batalla" por la reforma de las pensiones. Es en última instancia una lucha de vida o muerte (literal) para las y los trabajadores brasileños y las próximas generaciones.
Las centrales sindicales brasileñas anunciaron por ahora una tímida oposición. La política que guía su acción es la del diálogo con el gobierno de Bolsonaro.
Desde el día de su asunción, y a pesar de los ataques constantes, la burocracia sindical ha levantado una bandera blanca de tregua ante el gobierno, e incluso ante este ataque a las pensiones creen que es posible hacer reformas al proyecto oficial.
Sin embargo el malestar es grande. Al rechazo a esta reforma brutal se suma la crisis política que atraviesa el Gobierno, con la multiplicación de escándalos y los roces con sus propios aliados militares, parlamentarios y judiciales (aunque por ahora este último es su principal blindaje).
Los y las trabajadoras brasileñas pueden encontrar en esta debilidad temprana de Bolsonaro, la grieta por la cual entrar en la escena política para librar esta verdadera batalla contra las jubilaciones. |