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La Izquierda Diario
22 de febrero de 2019 Twitter Faceboock

Literatura
El barón de Münchhausen: la sátira anglosajona y la nobleza decadente
Santiago Trinchero

El siglo XVIII será la edad dorada de la sátira, género de la antigüedad que la naciente burguesía sumó a su arsenal literario. En países como Alemania adquirirá su propia impronta y una impresionante popularidad.

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Es difícil que un autor armonice los propósitos de ejecución literaria y los de la recepción del público. Kipling ya planteó que Jonathan Swift intentó en Los viajes de Gulliver (1726) levantar la voz contra la condición humana y terminó dando al mundo un libro para niños.

El mismo mecanismo en sentido inverso operará en la escritura de Las aventuras del barón de Münchausen (1786). La obra fue acogida como una crítica a la aristocracia germana luego de ser traducida al alemán por Gottfried Bürger. Poeta medio pelo y traductor de Homero y Shakespeare, que sólo pretendía hacer algún dinero.

Se ha comparado a Münchausen con el Quijote. Pero hay que diferenciar que el ingenioso hidalgo fue gestado en la cabeza de Cervantes y el barón de Münchhausen (con dos h) fue un hombre de carne y hueso, que nació en Bodenwerder, en la Baja Sajonia de 1720.

Una persona, digamos, un poco exagerada

Unas mínimas referencias biográficas: El joven que se convertiría en el personaje debía lealtad a la Casa de Baviera. A sus órdenes, marchó a Rusia donde participó de la guerra contra los turcos. Estuvo en servicio hasta 1750, año en que regresará a su feudo para no volver a abandonarlo.

La viudez le llegó siendo un viejo. Para matar su soledad comenzó a organizar modestos banquetes, invitando a la gente notable del distrito. Entrada la noche, abandonadas las conversaciones de negocios, el barón daba rienda suelta a sus anécdotas de guerra y cacería.

Sus invitados oían cómo una vez había cazado doce patos con un solo tiro de carabina. O la vez que en Rusia se había topado con un zorro azul y, para no arruinar su piel con una bala, clavó su cola a un árbol; dándole latigazos con su fusta había logrado que el animal saliera de la piel huyendo por su boca.

Entre sus hazañas militares, se contaban el haber explorado territorio enemigo montado en una bala de cañón, o de haberse salvado él y su caballo de una ciénaga aupándose a sí mismo de su propio cabello.

Algunos comensales asentían en respetuoso silencio. Y otros intercambiaban sonrisas o trataban de disimular su exasperación. Entre estos últimos se encontraba un escribano de Hannover, un tal Rudolf Raspe.

Una aristocracia decadente

Mientras los absolutismos continentales unificaban sus territorios, la nación alemana seguía enmarañada en su crisol de patrias chicas, atadas con la sangre de las familias nobles.

Estas, cuando no marchaban al exterior a hacer la guerra, se entretenían en disputas estériles en las Dietas Imperiales o engordaban rumiando las riquezas que extraían de los impuestos de sus acotados territorios. Los alemanes, que tienen una palabra para todo, llamaron Kleinstaaterei a ese período.

Sajonia padecía particularmente esta situación. Ésta región no era sólamente la cuna de un barón extravagante sino también de la burguesía alemana. Enardecida e impotente, veía florecer a sus hermanos de clase en otros países mientras ellos, por ejemplo, debían pasar por seis aduanas antes de que sus mercancías llegasen a París.

Letras y clases sociales

El siglo XVIII coronará un proceso por el cual por primera vez en la historia las clases fundamentales se enfrentarán, también, en el campo de las letras. Dejando de lado las vastas mayorías de campesinos analfabetos, burgueses y señores romperán lanzas al calor de la imprenta y la Enciclopedia de Diderot. Parafraseando a Marx, los primeros forjaban las armas de la crítica con las que pasarían, durante la Revolución Francesa, a la crítica de las armas.

Por eso no es casual que este siglo sea también el de mayor producción de sátiras en el mundo anglosajón. Su público ilustrado acogía de buena gana cualquier oportunidad de burlarse de la nobleza.

Raspe publicó en Oxford la primera versión de las historias del barón. Fue una mayor sutileza hacerlo en Inglaterra que el haber disimulado el nombre quitando una h del título nobiliario. Agregó también allí los capítulos correspondientes a las aventuras
por mar
.

En aquellos pasajes la intervención oportuna de Münchausen rompe el asedio español sobre Gibraltar. Así, otro género popular por entonces, los diarios de viajes a tierras exóticas se terminan emulsionando con las aventuras de cacería y guerra del barón original.

La recepción del público alemán

Gottfried Bürger recibiría el encargo de traducirlas al alemán apenas un año después de su primera publicación en Inglaterra. Cambió el estilo de la narración, asemejándola a una conversación de sobremesa y agregó las aventuras del barón en la corte del sultán turco.
Esta versión es la que llegó hasta nuestros días.

Las peripecias de este rufián de noble cuna se volvieron un éxito inmediato en su país de origen. Es imposible no asociar este hecho a la propia impotencia de la burguesía alemana, incapaz de sacudirse el peso de la nobleza que la oprimía. En esta obra encontró
una poderosa catarsis a su malestar.

El barón se burla de la Ilustración y su verdad atropellando la razón montado en una bala de cañón o subido a la luna desde el tallo de un guisante. Pero sus extravagancias terminan afirmando al antagonismo contra el que dicen rebelarse.

Este juego de contrarios, tan familiar a la filosofía alemana, ya estuvo presente en el Schelmuffsky (1696) de Reuters: dinamitar la mentira con la verdad que lleva dentro es una de las operaciones de la dialéctica.

Las hazañas militares del barón son inútiles y exageradas como las de la propia clase a la que pertenecía. Anquilosada en un regionalismo reaccionario e incapaz de unificar su propia nación, la nobleza alemana no tenía nada que ofrecer. Su afamada maestría en el arte de la guerra, incluída la de los feroces junkers prusianos, pudo poco contra la moral enardecida de los campesinos-ciudadanos de los ejércitos de Napoleón.

Cuando el barón de Münchhausen se enteró de la existencia del libro, puso fin abruptamente sus tertulias y tambíen dejó de aceptar visitas. Morirá pocos años después, borracho y solo, un día como hoy de 1797.

Posdata: Hay muchísimas ediciones en español de esta obra a precios variados. De todas ellas, las más recomendables son las que recogen las ilustraciones de Gustave Doré para la edición de 1853. Doré fue uno de los mejores dibujantes de su tiempo, acá hay algunas de sus obras. Una película sobre el barón de Münchausen fue estrenada en 1988, dirigida por Terry Gilliam y donde actúa Eric Idle. Ambos fueron parte de los Monty Python. Acá va un link para bajarla.

De bonus track dejo también un corto animado soviético de 1929. Lo encontré buscando el link de la película de Gilliam.

 
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