Los 115 días de larga transición desde que se reunió con el ex presidente Enrique Peña Nieto permitieron delinear las características de Andrés Manuel López Obrador y su ideario político y económico. También su inclinación a compararse −en ciertos rasgos− con personajes claves de la historia de México, para justificar la necesidad de la llamada Cuarta Trasformación e inscribirla en una tradición histórica. Aquí trataremos de exponer nuestro punto de vista al respecto.
Al referirse a etapas de la historia del país como la Guerra de independencia, la Guerra de Reforma entre liberales y conservadores, y la Revolución mexicana, López Obrador intenta aparecer como el “hombre nuevo” que expresa algo de esos personajes, y por lo tanto como continuidad de estos. Sin embargo, al hacerlo, AMLO obvia el carácter, los objetivos, y las consecuencias de dichos procesos tan diferentes a su Cuarta Transformación. Por lo que, sin compararlo con lo que fue el priato y los posteriores gobiernos surgidos de la alternancia, es necesario ahondar en la auto percepción del personaje como pretende pasar a la historia.
Las tres transformaciones históricas
Al referirnos a lo que sería la Primera Transformación resulta útil retomar a Octavio Paz cuando dice:
La guerra de independencia fue una guerra de clases y no se comprenderá bien su carácter si se ignora que, a diferencia de lo ocurrido en Sudamérica, fue una revolución agraria en gestación. Por eso el ejército (en el que servían los “criollos” como Iturbide), la Iglesia y los grandes propietarios se aliaron a la Corona española. Esas fuerzas fueron las que derrotaron a Hidalgo, Morelos y Mina [1].
Fue el espíritu liberal y de rebelión que surgían de la España posterior a la expulsión del ejército de Napoleón, el que llevó a la lucha por la restitución de las Cortes de Cádiz de 1812.
En el virreinato de la Nueva España, la clase dominante −que no compartía las aspiraciones liberales de Cádiz−, tuvo que buscar la mejor forma de conservar sus privilegios ante la radicalización de las demandas populares, por lo que los criollos (los “españoles americanos”) tuvieron que aceptar la Independencia: “Era una transacción. Iturbide y Guerrero acordaron sumar sus fuerzas. El Plan de Iguala, como se llamó al acuerdo contra los bandos de lucha, demandaba la independencia para abolir la revolución” [2]. Es decir, que entre la transición pactada mexicana del año 2000 [3] (y las elecciones del 2018 que llevaron al poder a López Obrador) y la Guerra de Independencia, está de por medio −como gran diferencia− una poderosa guerra de masas con métodos radicales cuya figura máxima, José María Morelos, era a la vez representante del ala jacobina de la revolución.
Respecto a la 2ª Transformación que menciona AMLO −la Guerra de Reforma entre liberales y conservadores− fue totalmente diferente, por sus objetivos y sus métodos, a la nueva “transformación”.
En 1854, la promulgación del Plan de Ayutla, encabezado por el partido liberal contra la dictadura de Antonio López de Santa Anna, llevó al sector moderado de Ignacio Comonfort a la presidencia. Y posteriormente a Benito Juárez, del ala dura liberal, que promulgó las leyes de desamortización de la Iglesia, la nacionalización de los bienes eclesiásticos y la libertad de cultos.
Significaba erradicación de los privilegios del ejército y el clero apoyado por el Vaticano, y evidenciaba a una pequeña burguesía revolucionaria, con todos los límites que tienen los sectores jacobinos en la creación de las condiciones para el desarrollo capitalista y la formación a una burguesía nacional. Para comprender el carácter de clase del proyecto del Benemérito de las Américas conviene recordar que éste promulgó una ley que castigaba las huelgas con la muerte, durante la intervención francesa.
En esa guerra hubo liberales como Ignacio Ramírez Altamirano (El Nigromante) quien, debatiendo sobre la Leyes de Reforma decía que
...el verdadero problema social era emancipar a los jornaleros de los capitalistas; la resolución es muy sencilla y se reduce a convertir en capital el trabajo. Esta operación exigida imperiosamente por la justicia asegurará al jornalero no solamente el salario que conviene a su subsistencia, sino un derecho a dividir proporcionalmente las ganancias con todo empresario [4]
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Juárez no solamente enfrentó a la Iglesia y su poder sobre la población y los jornaleros esclavizados, sino que, bajo una presidencia itinerante por todo el país, derrotó al ejército francés de Napoleón III y mandó fusilar al usurpador Maximiliano de Habsburgo y a sus traidores generales mexicanos. En el caso de la llamada Cuarta Transformación, hoy tenemos a grandes magnates en el gobierno “antineoliberal”, o asesorando a AMLO.
Para concluir, es evidente que Juárez no concebía la política de “paz y amor” y el “perdón” de la 4ª transformación. La Guerra de Reforma y Juárez no tienen nada que ver con el “juarismo” de López Obrador.
La “Tercera transformación”, iniciada por Francisco I. Madero, y cuya bandera fue la no reelección, fue mucho más allá de los deseos de aquél. Incluso durante la revolución, mantenía negociaciones con el gobierno de Porfirio Díaz para lograr una transición ordenada. Madero buscaba una reforma política sin que el orden social fuera subvertido por sectores revolucionarios de las clases populares, o de sectores de la burguesía liberal más radicales.
Pero no entendió la dinámica de ese régimen capitalista con resabios precapitalistas en crisis, ni el carácter antagónico de las fuerzas sociales en movimiento, que sentó las bases de la profundización de esa revolución. Las huelgas de Cananea y Río Blanco (de 1906 y 1907, respectivamente) preanunciaban el carácter anticapitalista, por sus fines, de la revolución campesina mexicana. No es casual que López Obrador nunca mencione a Zapata, Villa o los Flores Magón.
Como dice Gastón García Cantú: “El porfiriato tuvo en el ejército la fuerza represiva contra los campesinos pero no pudo resolver lo mismo ante los trabajadores, cuyo movimiento social repercutió en otras clases...” [5]. La derrota de los ejércitos campesinos de Villa y Zapata, y la promulgación de la Constitución Liberal de 1917 por el ala burguesa de la revolución, reconstruyeron y modificaron el régimen político y tuvieron que realizar ciertas transformaciones sociales. Estas eran necesarias para contener a las masas que habían protagonizado la revolución, así como para impulsar el desarrollo capitalista y un estado con un carácter más nacional.
Finalmente, sería Lázaro Cárdenas quien realizaría −en los marcos de la industrialización del país y el impulso a su desarrollo capitalista− transformaciones radicales como un importante aunque limitado reparto agrario (sobre todo de propiedad ejidal), la nacionalización petrolera y de los ferrocarriles, entre otras medidas.
En ese sentido, con relación a una pretendida similitud con Lázaro Cárdenas, hay un forzamiento extremo de la realidad. AMLO no enfrentó a un duro “Maximato” como el de Plutarco Elías Calles. Hoy los partidos de la oposición atraviesan una gran crisis de representación que posibilitó el llamado “tsunami” electoral de MORENA. Tampoco enfrenta un poderoso ascenso del movimiento obrero como el de los años 30 que arrancó con la movilización importantes concesiones a Cárdenas, y fuertes movimientos de campesinos armados en defensa de sus tierras. Cárdenas no podía tener un gobierno fuerte contra la derecha interna y el imperialismo, si no otorgaba importantes concesiones a esos sectores de la población.
Además, la lucha de AMLO contra el “huachicoleo” [6] y la corrupción en Pemex, no tiene nada que ver con la política petrolera de Cárdenas. Como mínimo, AMLO tendría que renacionalizar las áreas privatizadas de la industria petrolera, frenar los despidos en PEMEX y recontratar a los miles de petroleros despedidos. Sin embargo, la 4ª Transformación, no se propone transformar tanto. Las medidas anunciadas por AMLO no se acercan siquiera a las que impulsó Lázaro Cárdenas, quien, sin abandonar su proyecto de desarrollo capitalista y su carácter nacionalista burgués, llegó incluso a cierto nivel de enfrentamiento con las trasnacionales imperialistas, y se conformó como un “bonapartismo sui generis”, como lo llamó León Trotsky en su exilio en México.
No hay continuidad entre las anteriores transformaciones y la de AMLO
Como tratamos de demostrar a lo largo de este texto, ni por sus objetivos ni por su contenido, la 4a Transformación tienen continuidad con las anteriores, que sentaron las bases para el desarrollo capitalista del país y de las instituciones que dieron el control a la clase dominante en sus distintas fases Pero este desarrollo capitalista nacional a partir de los procesos políticos habidos desde la revolución de 1910, requería necesariamente de cambios en el régimen y de transformaciones profundas, cuya máxima expresión fue el cardenismo y su política de masas.
El triunfo del MORENA sobre el PRI, el PAN, y el PRD, significó un cambio de gobierno en el mismo régimen político: el de la alternancia nacido en el 2000, que ha permitido a la clase dominante que sus partidos se alternen en poder a través de los últimos sexenios. La particularidad de la llegada de AMLO es que la crisis de representación de los partidos tradicionales estuvo en la base de los 30 millones de votos que favorecieron a aquel.
Con AMLO, sin embargo, pese a su “antineoliberalismo” y las nuevas formas de hacer política, se mantienen las estructuras claves del Estado capitalista, donde las medidas progresistas de López Obrador apuntan a conceder de forma limitada las aspiraciones populares, y a la par recomponer y fortalecer el Estado. Su delimitación de los “neoliberales” y los “conservadores”, o de “radicales conservadores”, enfrenta varios problemas. Por ejemplo, el presupuesto votado en diciembre pasado dio tranquilidad a los mercados porque es un presupuesto que mantiene aspectos neoliberales cuando busca controlar el gasto público. Aunque es cierto que este gobierno tiene una intervención en el mercado que no es agresiva, aduce que quiere “desterrar” el neoliberalismo, pero conservando la ortodoxia tecnocrática para no generar deuda ni inflación.
Para ver los límites de su política, basta considerar tan sólo el monto destinado al pago de los intereses de la deuda externa, la cual ascenderá a 246 mil millones de pesos, equivalente a 1% sobre un PIB nominal para el 2019 de 24.9 billones [7]. Al igual que los gobiernos neoliberales que le precedieron, prioriza la política macroeconómica, aunque lo combina con planes sociales, cuyos recursos proceden en parte del recorte al gasto social.
Comparándose con Juárez, López Obrador hace una forzada similitud con la situación de aquel entonces, signada por revueltas, golpes de Estado, militarismo, y de una situación de transición que pretendía consolidar la República, una vez derrotadas las fuerzas del Imperio de Maximiliano. Sin embargo, pese a la degradación de la democracia burguesa actual, la alternancia de los partidos en el gobierno, no le impone al a AMLO ninguno de los retos que enfrentaron los liberales del siglo XIX. Por eso hoy puede decir chabacanamente −como si tuviera enfrente a los ejércitos de Zuloaga, Miramón y Márquez−: “sin ustedes, los conservadores me avasallarán, pero con ustedes, me harán lo que el viento Juárez “.
Además, la promulgación por Juárez de las Leyes de Reforma que eliminaban los fueros de los militares y la Iglesia, desamortizaban los bienes del clero, y separaba al Estado del poder eclesiástico −como decimos arriba−, provocó una reacción que llevó a la Guerra de Reforma. Sin embargo, AMLO, para llegar a la presidencia, se alió a un partido de orientación evangelista que se ha opuesto a los derechos de la mujer y las minorías sexuales, mostrando así una contradicción en el laicismo de la política. Con estos conservadores y reaccionarios quiere impulsar la 4ª Transformación. Lo más cercano de AMLO al juarismo, es la austeridad republicana que aquel presidente liberal instaló en su gobierno. Pero López Obrador pretende hacerla despidiendo trabajadores de las dependencias oficiales, y además sin darles la liquidación correspondiente. Cuando incluso los patrones de las maquiladoras [8] que realizaron despidos recientemente estuvieron liquidando “conforme a la ley”.
Con relación a Madero, el objetivo es verse como el “adalid de la democracia”, nada más que Madero fue encarcelado por la dictadura cuando Porfirio Díaz hizo creer que por fin habría elecciones libres. Y se lanzó a la lucha armada bajo el lema: “sufragio efectivo, no reelección”. Sin embargo, ante el fraude del 2006 que el gobierno le hizo a AMLO, éste evitó que sus bases se radicalizaran y desactivó todo intento con un plantón ultra pasivo en Paseo de La Reforma. Incluso, para no ser tildado como radical, se negó a apoyar la lucha del pueblo oaxaqueño (APPO) que fue reprimido brutalmente.
Es con relación al incumplimiento de los compromisos con el pueblo, donde AMLO guarda cierta similitud con Madero al revertir las promesas que le hizo al pueblo en su campaña. Y es que Madero, una vez terminada la primera fase de la revolución mexicana, pidió a los zapatistas que dejaran las armas y volvieran a sus pueblos, y que después se resolvería la demanda de tierras de los indígenas y campesinos del sur; a quienes después por no acatar su mandato, declararía bandidos y rebeldes.
Es sabido, que López Obrador había prometido terminar con la militarización del país, lo cual era una demanda sentida por la población. Hoy afirma que es necesario el ejército en las calles para salvaguardar la seguridad. En ese contexto propone la creación de la Guardia Nacional y con ello mayor intervención del ejército en la vida pública.
También prometió acabar con la “mafia del poder”, y terminó pactando con Peña Nieto y su grupo, otorgándoles el perdón, argumentando que hay que pacificar el país. Prometió acabar con el desempleo y con el pretexto de acabar con la corrupción y los salarios estratosféricos en el gobierno, está despidiendo a miles de personas y sin derecho a una indemnización por los años trabajados. Y hoy, al igual que Madero, AMLO llama “rebeldes” o “radicales” a quienes defienden las propuestas que él mismo hizo en su campaña electoral. |