El 8 de marzo volvió a ser un día de movilizaciones en las principales ciudades del mundo. En 2019, como en los últimos años, el feminismo y el movimiento de mujeres recuperan simbólicamente la tradición que unía el Día Internacional de las Mujeres con la lucha de la clase trabajadora al retomar la idea de la huelga como forma de protesta. El rescate de esa idea no borra los debates que existen al interior de los movimientos. Sin embargo, deja ver algo que estuvo oculto u oscurecido durante las últimas décadas: la alianza entre el patriarcado y el capitalismo. Los paros más o menos simbólicos, las marchas y las asambleas vuelven a ser en el siglo XXI territorio de disputas políticas.
Luego de casi cuatros años de movilización en ascenso, el feminismo y el movimiento de mujeres ha confirmado ser un actor político ineludible y, a la vez, un canal de expresión de descontento social y de denuncia de los gestos más irritantes de las democracias capitalistas degradadas: la violencia machista, los femicidios, la desigualdad y la precariedad, la negativa de derechos elementales a las poblaciones femeninas y la discriminación. Junto a las protestas contra el racismo y la xenofobia, los reclamos de las mujeres también sirven de amplificador de la resistencia contra los planes de austeridad en Europa y las recetas neoliberales en América latina.
Territorio en disputa
La “era” inaugurada por el grito argentino Ni Una Menos en 2015 puso la movilización contra la opresión nuevamente en el centro de las sociedades golpeadas por la crisis social y económica de 2008. Luego de años de ampliación (gradual y a una velocidad agónicamente lenta) de derechos, con grandes compromisos contraídos por el feminismo liberal, las nuevas generaciones empezaron a ver un enorme contraste entre la “igualdad” formal y la desigualdad real. En los países imperialistas, esas mujeres jóvenes que en las décadas neoliberales no se movilizaban, que “no necesitaban al feminismo” porque ya existía la igualdad de derechos, descubrían que las promesas formales se deshacían en la vida precaria de las mayorías. Y en aquellos países donde las mujeres siguen siendo ciudadanas de segunda por ley, su hartazgo devolvió al feminismo a ese lugar que había abandonado hace años: las calles.
En varios países, la derecha y los sectores conservadores pusieron en el centro el ataque contra los derechos de las mujeres y personas LGBT. Del presidente Jair Bolsonaro en Brasil (heredero de un golpe institucional) hasta la formación de ultraderecha VOX en Andalucía (Estado Español), pasando por el discurso abiertamente misógino del presidente estadounidense Donald Trump, hicieron suyas banderas reaccionarias como luchar contra la “ideología de género” o retroceder en derechos conquistados con décadas de movilización. A su vez, los planes de ajuste y austeridad de varios gobiernos recortan o eliminan programas de salud reproductiva, de lucha contra la violencia machista, entre otros. Esos recortes repercuten directamente en la vida de la mayoría de las mujeres, para quienes se multiplican las tareas de cuidados y la precariedad.
Durante casi 4 años, el feminismo y el movimiento de mujeres protagonizaron movilizaciones masivas en escenarios tan diferentes como Estados Unidos bajo el gobierno de Trump, la polarización política europea o el avance de la derecha a paso disparejo en América latina. Estos escenarios marcaron necesariamente la agenda de las movilizaciones, le dieron forma a nuevos debates o reabrieron viejas discusiones a la luz de una “nueva ola” (que quizás sea demasiado prematuro delinear). Ya no se trata solamente de estallidos, de gritos potentes (aunque elementales, como el “No nos maten”) y desborde de energía. En un movimiento plagado de discusiones políticas, además de la izquierda y organizaciones sociales, ahora intervienen los partidos políticos en el gobierno y los que aspiran a serlo. En medio de las demandas y reclamos, se filtran debates estratégicos que atraviesan a los movimientos.
Enfrentar a la derecha, defender nuestros derechos
En varios países, como parte de los preparativos del 8 de marzo, estuvieron en debate diferentes estrategias que atraviesan al feminismo y el movimiento de mujeres. La independencia política, la negativa a transformarse en pieza de cambio de los gobiernos, las presiones para “bajar la voz” de nuestros reclamos en tiempos electorales, están en discusión mientras las mujeres están en la primera fila de los choques con las derechas reaccionarias, los planes neoliberales y la injerencia de los gobiernos imperialistas, como la ofensiva de Estados Unidos en Venezuela. En Chile, la masividad de la marcha en Santiago y su presencia en 70 ciudades confirma el protagonismo del movimiento de mujeres contra uno de los modelos de la derecha regional. El rechazo contra los planes neoliberales del presidente Piñera y sus medidas represivas, especialmente contra la juventud, protagonista de los movimientos sociales que hicieron temblar el escenario chileno los últimos años.
En Brasil y en Argentina, las estrategias de encauzar los movimientos en el recambio electoral se mezclaron en la preparación del 8 de marzo.. El fenómeno Ele Nao ya había anticipado el lugar destacado del movimiento de mujeres en la oposición a Jair Bolsonaro. A pesar de no ser movilizaciones masivas, el rechazo a la misoginia del presidente, pero también a sus políticas neoliberales como la reforma previsional, estuvieron en el centro de la convocatoria en las ciudades brasileras, así como la figura de Marielle Franco (concejala de izquierda asesinada en Río de Janeiro) como símbolo de resistencia. La voluntad del PT de encauzar el descontento con el gobierno de Bolsonaro en las lejanas elecciones de 2022 se hizo sentir en la negativa de la CUT (central sindical bajo su control) a convocar a la huelga el 8 de marzo. En Argentina, las contradicciones de las corrientes kirchneristas en el movimiento de mujeres se agudizan ante movilizaciones masivas en las principales ciudades del país. La presencia de centenares de miles de personas, con presencia mayoritaria de mujeres jóvenes y los pañuelos verdes del aborto legal cuestionan el intento de reducir la movilización a un pronunciamiento contra el actual gobierno de Mauricio Macri, y en los hechos cuestionando el llamado de Cristina Kirchner a la “concordia” con los celestes (que, en palabras de la antropóloga Rita Segato, no es solo un error lógico sino político), las Iglesias y aceptar la unidad con personajes nefastos como el gobernador tucumano Manzur. A su vez, la jornada comenzó con la decisión de las trabajadoras y comisiones de mujeres que como en Siam, el hospital Posadas y Coca Cola protestaban contra los despidos y se llevó por delante la amenaza de represión del gobierno porteño de Cambiemos. Esta “demostración de intenciones” y el documento que las corrientes kirchneristas y representantes sindicales intentaron callar con mezquindad organizativa, porque exigía el paro efectivo la CGT y las CTA, mostraron las dificultades de reducir un movimiento vivo a mera base electoral. Con un claro tono opositor, la marcha del 8 de marzo en Argentina confirmó que la derrota legislativa de agosto de 2018 y la proximidad de las elecciones no logran desactivar un movimiento tan vital como heterogéneo.
Pero si hay un país donde el movimiento de mujeres fue y es presionado para su integración total al régimen bipartidista es Estados Unidos. Luego de la explosión de 2017, cuando, literalmente, millones de personas marcharon lideradas por las mujeres, la política del Partido Demócrata hizo mella en las protestas callejeras. Las elecciones de medio término de 2018 fueron un revés para el gobierno de Donald Trump, pero sacaron de las calles momentáneamente a un movimiento que había amplificado el descontento con su presidencia. Aunque nadie puede asegurar un aterrizaje sin turbulencias en las elecciones de 2020, la elección de mujeres jóvenes, latinas, afroamericanas, musulmanas como parte de la llamada “insurgencia” demócrata (y de alguna forma, expresión distorsionada de los sectores que rechazan al gobierno republicano de Trump) fue la expresión más acabada de la estrategia “Power to the Polls” (hacer sentir el poder a las urnas), que propuso llevar la Women’s March a la política electoral. Pero Estados Unidos también es el país donde la juventud ve con simpatía las ideas del socialismo, un territorio fértil para una perspectiva socialista también en el movimiento de mujeres, que sea capaz de resistir el empujón a ese “cementerio de los movimientos sociales” que es el Partido Demócrata.
Viejo continente, nuevas fuerzas
Francia y sus chalecos amarillos son uno de los símbolos de la resistencia contra los gobiernos, como el de Emmanuel Macron, que aplican planes de austeridad para que la mayoría de la población pague los costos de una maquinaria que solo garantiza las ganancias capitalistas. Los actos de cada sábado, con protestas y respuesta violenta de la policía, son una inspiración para quienes no se resignan. Su expresión en el feminismo estuvo atravesada por muchos debates, pero finalmente en la marcha del sábado 9 se vieron varios cortejos “manchados” de chalecos amarillos y de varios otros colores. Un bloque encabezado por la bandera “Mujeres precarias, mujeres en guerra” aglutinó a Giletes Jaunes (chalecos amarillos), trabajadoras de la empresa Onet (limpieza de estaciones de tren), ferroviarias y otras trabajadoras, ensayando la alianza que impulsan las feministas socialistas en todo el mundo, y que en París y otras ciudades francesas tuvieron su debut en 2019 con su reclamo de Pan y Rosas.
La ciudad de Berlín en Alemania vio una de las marchas más masivas por el Día Internacional de las Mujeres desde los años 1990. El país de Angela Merkel, con el sello de igualdad de derechos devaluado, volvió a ver Alexanderplatz inundada de banderas violetas y rojas, ya no solo como un recordatorio de un legado poderoso, sino como la incipiente unidad de reclamos de trabajadoras y de la juventud, contra la precariedad pero también por el fin de los artículos 218 y 219 del Código Penal que criminalizan el aborto (a pesar de su legalidad formal) y rechazando las políticas racistas y xenófobas (no solo de la Alternativa para Alemania de ultraderecha sino también del actual gobierno).
Sin dudas, el Estado Español fue el escenario de las movilizaciones más impactantes, con cacerolazos desde las primeras horas del 8M, piquetes y paros (desde parciales hasta de 24 horas) en varias ciudades. Los últimos años, el movimiento de mujeres en este país no deja de crecer, no solo por su masividad sino por su impacto político y social. En uno de los epicentros de la crisis de 2008, luego de explosiones contra la casta política como el movimiento de los Indignados y un régimen debilitado, que ensaya salidas que van de un extremo al otro del arco político, el movimiento de mujeres está presente en casi todas las discusiones, desde la Justicia hasta la economía. Este año, con la amenaza del avance de la ultraderecha, como VOX en Andalucía, el 8M fue también terreno de disputa electoral. El PSOE, que asumió con sello de “feminista” participó con sus ministras de las movilizaciones, como muestra de su intento de presentarse como el “mal menor” ante el avance de las derechas, con la colaboración de formaciones como Podemos (hoy en crisis). Sin embargo, es imposible pasar por alto que las “propuestas del ‘mal menor’ defienden que el ‘neoliberalismo progresista’ del PSOE es la única alternativa frente al fantasma de la extrema derecha. Pero esconden el hecho elemental de que es el propio PSOE el que defiende políticas reaccionarias que solo abren el camino a la radicalización de la derecha” (“#8M El movimiento de mujeres frente a la extrema derecha y los “cantos de sirena” del progresismo”, Contrapunto, 10/03/2019). Sin embargo, las marchas masivas, el alto acatamiento del paro y la participación de la juventud, no aseguran que sea tarea fácil desactivar un movimiento que desafió a la Justicia patriarcal, rechaza las políticas xenófobas (que incluso sostiene el gobierno del PSOE) y siente propias las demandas de las migrantes y las trabajadoras precarias. El desafío de impedir que esa energía se transforme en base electoral de variantes malmenoristas está a la orden del día.
Cuando pase el temblor
El movimiento de mujeres refuerza hoy su carácter político y es un terreno en disputa. Las protestas encendidas por la lucha contra la violencia machista y contra el acoso, por la igualdad de derechos (donde son negados y en defensa de aquellos que están bajo ataque) volvieron a inundar las calles de muchas ciudades del mundo, desde Buenos Aires hasta Argel, y se mezclan con elecciones y protestas contra los gobiernos. Así, el feminismo y el movimiento de mujeres actúan, de varias formas, como un altavoz del descontento que existe con una sociedad en crisis económica y social hace años. Su contracara se ve cuando los partidos de la ultraderecha hacen bandera de la misoginia, la homofobia y la transfobia. El intento de los gobiernos de recortar programas sociales relacionados con derechos conquistados con la movilización deja en evidencia la voluntad de los gobiernos, desde la derecha hasta los supuestos progresismos o variantes “menos malas”, de sacrificar todo lo que sea necesario para mantener los privilegios de una clase minoritaria que vive del trabajo de la mayoría, y se beneficia sin remordimientos de la opresión de millones de personas.
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Cuando las democracias capitalistas ostentan el nombre “democracia” y a la vez sostienen la opresión (que se expresa en desigualdad, discriminación o violencia en diferentes grados), se extienden las sospechas hacia el discurso feminista liberal, que durante años acompañó y fue funcional al neoliberalismo. La igualdad de género, prometida a (y aceptada por) una minoría a cambio de mantener la desigualdad para la mayoría de las mujeres, perdió su hegemonía aunque no fue desterrado completamente. Al calor de esa batalla, cada vez más sectores identifican la alianza patriarcado-capitalismo como la raíz de la discriminación, la desigualdad y la violencia. Los desafíos actuales que enfrenta el movimiento de mujeres exigen debates, algunos en curso y otros que vendrán, para mantener su independencia política de los partidos capitalistas y unir su lucha con la de todos los oprimidos y a la de clase trabajadora, que a pesar de haber sido “sepultada” tantas veces y fragmentada por la precariedad y múltiples divisiones, sigue siendo ese sepulturero al que tanto le temen los capitalistas. La agrupación Pan y Rosas participa en Argentina, el Estado español, Brasil, Chile, México y varios países de América latina, y recientemente también en Alemania y Francia, de estos debates, acciones y desafíos con un programa y una perspectiva feminista socialista, que pelea por todos y cada uno de los derechos negados a la mayoría de las mujeres, pelea por construir una sociedad sin explotación ni opresión alguna. |