El golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976 fue, antes que nada, un intento de ponerle fin al ascenso revolucionario de la clase obrera que se había abierto el 29 de mayo de 1969 cuando obreros y estudiantes rompieron el espinazo de la dictadura del Gral. Juan Carlos Ongania y el plan Krieger Vassena, antecedente del programa de la dictadura genocida, el menemismo, la Alianza y el de Mauricio Macri. La consigna que se coreaba ese día en las calles era "luche, luche, luche, no deje de luchar, por un gobierno obrero, obrero y popular".
El Cordobazo germinó en el clasismo del SITRAC-SITRAM y una extendida vanguardia obrera y juvenil que ganaba fábricas, universidades, barrios y escuelas. El surgimiento de las guerrillas de Montoneros y ERP no se puede explicar sin el Cordobazo. Las organizaciones guerrilleras vieron erróneamente el inicio de una guerra revolucionaria cuyo protagonista era su aparato armado. Los primeros al servicio del retorno de Perón, los segundos convencidos de repetir en Argentina una guerra patriótica contra el imperialismo al estilo vietnamita. Ambos buscando algún grado de coalición con la burguesía (vía subordinarse al peronismo o por el camino de un Frente de Liberación con sombras de la burguesía y el Partido Comunista). No entendieron que la supervivencia del peronismo al frente de la clase trabajadora impedía a las masas resolver sus cuentas con los capitalistas a través de la insurrección y la guerra civil.
Hizo falta permitir el retorno del peronismo proscripto al poder y de Perón para frenar el avance de la lucha de clases. El líder justicialista lo intentó en 1973, primero con el "frentepopulismo" camporista que se mostró incapaz de enfrentar la fuerza del ascenso obrero y popular. El mismo día de su asunción los presos políticos son liberados de la cárcel de Villa Devoto por la movilización popular y a los pocos días cientos de tomas de empresas, establecimientos, reparticiones públicas y universidades tienen lugar. ¡Hasta la República de los Niños es ocupada por sus trabajadores!
Luego de la masacre de Ezeiza perpetrada por el coronel Osinde y la derecha peronista, Perón da vía libre a un golpe palaciego del lopezrreguismo y la burocracia sindical contra el "Tío" Héctor Cámpora. A partir de ahí será el reinado del Pacto Social impuesto a los balazos por las bandas paramilitares de la Triple A.
Aun en estas condiciones represivas la lucha de clases persistió. Para sintetizar en un solo símbolo las huelgas salvajes y las ocupaciones de aquel entonces recordemos el Villazo de marzo de 1974.
Precisamente ahí, en el plenario nacional convocado por los dirigentes metalúrgicos clasistas de Villa Constitución, en el Club Riberas del Paraná, se dio un debate fundamental entre quienes planteaban una coordinadora nacional para unir las luchas contra el Pacto Social y los que la rechazaban (Alberto Piccinini, Agustín Tosco, el PC y el PRT) argumentando que había que atraer a la Juventud Peronista y para eso no había que enfrentar abiertamente la política de Perón.
Muerto Perón y bajo el gobierno Isabel Perón y el accionar desembozado de la Triple A, es que golpea en el abiertamente la crisis catastrófica de la economía capitalista en la escena nacional. La situación plantea la necesidad de un ajuste salvaje, el Plan Rodrigo, que va a ser derrotado en las jornadas de junio y julio de 1975, por una extraordinaria huelga general política. Impuesta a la burocracia sindical de Casildo Herreras y Lorenzo Miguel desde abajo, por las coordinadoras interfabriles del Gran Buenos Aires, La Plata y Capital Federal, que agrupaban a más de una centena de comisiones internas del estratégico cordón industrial bonaerense, que funcionaban por mandato de las asambleas de base, las coordinadoras constituían el embrión de un doble poder a nivel de las fábricas y la posibilidad cierta de una ruptura de clase de una vanguardia de masas con el peronismo. El líder radical Ricardo Balbín alentaba entonces contra "la guerrilla fabril" y el diario La Prensa de los Gainza Paz contra el reverdecer de los soviets. Insurrecciones, huelgas salvajes, ocupaciones fabriles, piquetes de autodefensa, sabotaje, toma de rehenes y ocupación de la ciudad fueron parte del repertorio de lucha de los trabajadores argentinos en todo aquel periodo.
Fue esta situación, en el marco de la bancarrota de la burguesía, la que la decidió tardíamente al golpe militar y la salida genocida.
El 24 de marzo hay que recordar no solo el golpe, sino recuperar para la memoria y las luchas presentes la causa de los militantes y luchadores, sino, como decía Walter Benajamín, el enemigo no dejará de vencer. Recordar que fue la clase obrera, junto a las Madres de Plaza de Mayo quien ofreció resistencia a la dictadura genocida.
El 27 de abril de 1979, la clase obrera, con su vanguardia diezmada por la represión, protagonizó el primer paro general contra la Junta militar genocida convocado por la Comisión de los 25. Ese día el cinturón industrial del Gran Buenos Aires y las ciudades más importantes del interior del país, vieron parar a sus fábricas como en Celulosa Argentina, Chrysler, Santa Rosa, Mercedes Benz, Aguila Saint, Peugeot, Citroën, La Cantábrica y los ferrocarriles.
30 mil desaparecidos, campos de concentración, tortura, exilio, cárcel, robo de bebés, la sumisión completa frente al imperialismo, es lo que deja de herencia la dictadura genocida. Su objetivo fue borrar a la vanguardia militante de los trabajadores y la juventud para enterrar en el olvido la experiencia histórica de la clase obrera argentina a lo largo del siglo XX.
En tiempos donde la realpolitik pasa por plantearse la unidad con aquellos que ajustan a los trabajadores en sus provincias y niegan los derechos de las mujeres; o pasa por mostrarse como confiables y garantes de los acuerdos con el FMI, hay que reivindicar la épica subversiva de las generaciones que lucharon por la transformación revolucionaria de la sociedad. Reivindicar que a 50 años del Cordobazo y a 40 del primer paro general contra el genocidio es la clase obrera la clase peligrosa que puede poner fin a los ataques y degradaciones a la que somete al pueblo pobre y trabajador el país burgués. |