Mucho antes de que Tim Burton aceptara subirse a la ola de remakes de clásicos a los que Hollywood no les agrega más que alguna mejoría técnica, como con su recién estrenada Dumbo, el director supo homenajear a quienes lo influyeron con verdadera dedicación.
Para 1982 Burton trabajaba como animador en Disney, pero su estética no parecía encajar con los coloridos brillantes y las tramas maniqueas de la fábrica de fantasías de Walt. Así que puso manos a la obra, de forma independiente, en un corto de stop motion de pocos minutos que tituló Vincent. Allí se cuenta la historia de un niño que, solemne y oscuro como sus personajes favoritos, sueña con ser Vincent Price, el famoso actor norteamericano que protagonizó una serie de films de horror en la década de 1930 –la voz en off que relata es la del mismo Price–, incomprendido por su madre, que lo obliga a salir a jugar al sol como un niño “normal”. Personajes y ambientes similares nutrieron la filmografía de Burton desarrollada en las décadas siguientes, hasta que algún productor maternal lo convenció de salir a recauchutar ideas como un director de Disney “normal”.