Frente al neoliberalismo “progre” del PSOE, el fortalecimiento de la extrema derecha y la domesticación de Unidas Podemos, hoy más que nunca, tomar partido.
El PSOE ha vuelto a ganar unas elecciones generales después de once años. En el marco de una gran movilización electoral, el 28A millones de personas dieron el triunfo a Pedro Sánchez. Este apoyo masivo, sin embargo, respondió mucho más al rechazo de millones de trabajadores, mujeres y jóvenes al programa españolista reaccionario, xenófobo y antifeminista de Vox -el cual impregnó la agenda de toda la derecha-, que a una adhesión entusiasta al proyecto neoliberal “progre” que promete el PSOE.
A pesar de esto, el PSOE ha logrado algo impensable apenas unos años atrás: el pilar histórico del Régimen del 78, el otrora partido socialdemócrata devenido en social liberal, el notable integrante de “la casta” contra la que se manifestó el 15-M -y contra la que en buena medida emergió Podemos-, volvió a ser “la izquierda”. Hasta comienzan a oírse las voces que, sobrevalorando el triunfo, hablan de una renovada “hegemonía cultural progresista” liderada por los socialistas, cuando estrictamente no sobrepasó el 30%. Es decir, no se recuperó de su gran caída producto de la crisis de representación abierta después del 2008.
El PSOE hizo buen uso de la campaña del “voto útil” y el miedo a la extrema derecha. Pero no lo hizo sólo. Vox le hizo buena parte de la campaña, atacando al PSOE como si fuera la socialdemocracia de la República de Weimar, mientras saturaba y disgregaba el espacio de la derecha. Pero también se la hizo Unidas Podemos, ubicada como la “muletilla” del Partido Socialista. De tantos llamados a tener “altura de Estado” y gobernar en coalición con un programa socialdemócrata -con alguna que otra consigna “audaz”-, muchos pensaron, por qué no votar directamente a Pedro Sánchez. Y así fue. El original siempre resulta mejor que la copia.
Por ello a nadie puede sorprender que Sánchez, a pesar de los reclamos de Pablo Iglesias, se predisponga a formar un Gobierno en solitario. Con la victoria del PSOE se ha vuelto a fortalecer una de las aristas del “extremo centro” neoliberal español que había entrado en crisis con la irrupción de la crisis capitalista y el 15M. Y la CEOE, el IBEX35 y la Europa del capital, lo festejan.
Gobierno del PSOE, ¿qué nos espera del “mal menor”?
La victoria del PSOE es presentada como un triunfo de las izquierdas frente a las derechas. Las burocracias sindicales de CCOO y UGT incluso se han movilizado el primero de mayo llamando a que Sánchez forme un “gobierno de izquierda”. Un relato que esconde el verdadero contenido político y social que representa la política de los socialistas. No sólo por su tradición histórica como uno de los principales partidos de Estado del régimen imperialista español, sino también por la propia política del “renovador” Pedro Sánchez.
En sus 10 meses de Gobierno tras la moción de censura contra Rajoy, el Ejecutivo de Sánchez mantuvo el núcleo fundamental de las políticas neoliberales y antipopulares de los gobiernos anteriores. Puede argumentarse que ahora, con una mayoría más cómoda y toda la legislatura por delante, podría proponerse desandar las contrarreformas que impusieron tanto el PSOE como el PP en las últimas décadas. Pero nada más lejos de ello.
La agenda de “izquierdas” del PSOE incluye mantener esa gran conquista de la patronal contra la clase trabajadora que son las reformas laborales, en particular la última de Rajoy. También el pago religioso de la ilegítima deuda pública, mientras los grandes bancos rescatados se quedaron con el 90% del dinero inyectado por el Estado para rescatarlos. Y la privatización de los servicios públicos. Y los privilegios fiscales y económicos de la Iglesia católica. Y la ley mordaza. Y la reforma del Código Penal por la que han sido condenados decenas de periodistas, tuiteros y activistas por supuesto enaltecimiento del terrorismo”. Continuarán la especulación inmobiliaria y los altos precios de los alquileres. Se seguirán construyendo CIEs contra nuestros hermanos y hermanas inmigrantes. Y, por supuesto, el derecho de autodeterminación de los pueblos seguirá siendo negado bajo la amenaza del 155, la represión y la cárcel.
En resumen, con el Gobierno de Sánchez se mantendrá la parasitaria monarquía borbónica y seguirán gobernando los grandes empresarios y el IBEX35.
El peligro de la extrema derecha y la trampa del sistema
Después de las elecciones el sentimiento generalizado es que “pasó el peligro”. La derecha, apoyada por la extrema derecha, no llegó al Gobierno. Pero es un hecho que con la llegada de Vox al Congreso, y su previsible crecimiento en las próximas elecciones municipales, autonómicas y europeas, el Estado español se ha puesto a “tono” con las tendencias de otros países europeos donde crece la extrema derecha como Le Pen en Francia, AfD en Alemania o La Lega de Salvini en Italia.
Vox ha normalizado así un programa hiper reaccionario contra la clase obrera, las mujeres, los inmigrantes y las aspiraciones democráticas nacionales de los pueblos que integran el Estado español, que ha venido para quedarse.
La trampa del sistema, sin embargo, es que el crecimiento de estas formaciones y su programa antiderechos permite a los partidos social liberales como el PSOE presentarse como una alternativa “progresista” frente al peligro de una involución en derechos conquistados. Pero la realidad es que han sido estos partidos, alternándose con los conservadores, los que han aplicado los mayores recortes, reformas laborales y ataques a las libertades democráticas.
Por ello los llamados a enfrentar a la extrema derecha votando al “mal menor”, pactando en las instituciones de la democracia capitalista y promoviendo “gobiernos de izquierda” con los partidos del Régimen, sólo pueden desarmar a la clase trabajadora. No sólo frente al crecimiento de la extrema derecha, sino también frente a los ataques que mas temprano que tarde vendrán desde “la izquierda”.
Podemos, el fracaso de una estrategia
En las elecciones generales hace tres años, Podemos obtuvo cinco millones de votos y 67 diputados. El 28A, cosechó el peor resultado de su corta historia, perdiendo 1,14 millones de votos (2,3 millones respecto a 2015), más de un tercio de sus escaños en el Congreso y todos los puestos que tenía por elección directa en el Senado.
En medio de una profunda crisis interna tras la ruptura de Iñigo Errejón, la performance de Pablo Iglesias como un “hombre de Estado”, educado y respetuoso en los debates, defensor de la reaccionaria Constitución del 78 y alejado de cualquier retórica “constituyente” de crítica al Régimen, no alcanzó para conjurar el espíritu de “fin de ciclo” de Podemos, tan fulgurante como fue su emergencia.
La política de Pablo Iglesias desde la moción de censura, actuando como si fuera un ministro sin cartera de Pedro Sánchez, para luego presentar al PSOE como el “mal menor” frente a la derecha y llamar al voto útil a Unidas Podemos como garantía de un gobierno de coalición, tuvo como principal resultado el fortalecimiento de los social liberales. Así, el balance global es que hace tres años Podemos iba a hacerle el “sorpasso” a “la casta” del PSOE y hoy éste se encuentra en su mejor posición en más de una década.
Para Iñigo Errejón y sus seguidores, hoy embarcados en un proyecto común con la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, el retroceso de Podemos se debe “al abandono de la transversalidad” con la que se fundó el partido. Pero lo que fracasó fue justamente la estrategia populista “ni de derechas ni de izquierdas”. Un credo que desde el nacimiento de la formación morada predicó la idea de “recuperar la democracia”, abandonar los “dogmas de la vieja izquierda” y las “certezas sobre el mundo del trabajo, los partidos y sindicatos”, para representar a “la gente” recreando los “valores perdidos” de la socialdemocracia.
La idea de un pacto con el PSOE para formar un “gobierno progresista” no es nueva, se venía planteando desde 2015, mientras se gestionaban los negocios capitalistas desde los llamados “ayuntamientos del cambio” y se sepultaba toda referencia a “la casta”. Con el estallido de las crisis internas, el ala errejonista salió derrotada, pero no así su estrategia. La vieja lógica del “mal menor” ya se había impuesto irremediablemente.
Si hubo una característica fundamental en Podemos desde su surgimiento fue su excesivo optimismo en las posibilidades de democratizar las instituciones del Estado capitalista, el cual era directamente proporcional a su pesimismo en relación al potencial transformador y revolucionario de la clase trabajadora y la lucha de clases.
A cinco años de su nacimiento, Podemos -junto a sus socios de Izquierda Unida-, se ha integrado al Régimen como una nueva “casta” de izquierda, sin ningún anclaje orgánico a la clase trabajadora y los sectores populares, cuya estrategia se reduce a intentar regenerar el Régimen del 78 junto al PSOE, a quien ahora proponen un improbable gobierno de coalición.
Catalunya, Euskadi y el fortalecimiento del independentismo
El voto a los partidos independentistas el 28A ha crecido significativamente tanto en Euskadi como en Catalunya, mientras las derechas se han estrellado. Una demostración tanto del fuerte peso social del nacionalismo catalán y vasco, como de que la cuestión territorial seguirá siendo una de las principales brechas de la crisis de Régimen.
En Catalunya por primera vez en 40 años una lista catalana, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), ganó las elecciones generales en las provincias catalanas, rompiendo la dinámica del “voto dual”. En Comú Podem, que había sido ganadora en las elecciones de 2016, ha caído vertiginosamente pagando el costo de su equidistancia ante la cuestión catalana y la represión estatal, destripados sus votos entre ERC y el PSC.
El voto a ERC -y a su manera también al PSC- expresó a una mayoría favorable al discurso de diálogo con España. Durante la campaña, el partido de Junqueras se pronunció a favor de investir a Pedro Sánchez a cambio de que quien impulsó el 155 facilite la realización de un referéndum. Una perspectiva imposible pero que facilitará el viraje claudicante de la dirección independentista.
La lectura general en sectores de la izquierda es que el independentismo, agrupado en la coalición Ahora Repúblicas (encabezada por ERC y EH Bildu) le puso un freno a la derecha españolista. Hay quienes suman incluso los votos del burgués PNV, gran sostén de gobiernos del PP y el PSOE en las últimas décadas. El peligro de esta lectura es que sea el equivalente en clave “independentista” del mal menor que llevó a Sánchez a triunfar en las elecciones. Si hay una lección clave que dejó el otoño catalán es que de la mano del procesismo burgués y pequeñoburgués, la lucha por la independencia estaba destinada al fracaso.
Sin una política de independencia de clase, que al mismo tiempo que impulse la movilización y la autoorganización busque la alianza con la clase trabajadora del resto del Estado para luchar en común contra el régimen monárquico, las aspiraciones nacionales de catalanes, vascos y galegos, seguirán siendo una moneda de cambio para las negociaciones por arriba dentro del Régimen.
No hay tiempo que perder
Entre las expectativas populares con el nuevo Gobierno, el crecimiento de la extrema derecha, la persistencia de la cuestión territorial y la perspectiva de nuevos ataques, la lucha de clases volverá sin lugar a dudas al centro de la escena. La clave es prepararnos para ello, construyendo una herramienta política que de una salida verdaderamente obrera y popular a la crisis del Régimen. Un “estado mayor” para que la clase obrera pueda evitar que las clases dominantes y sus representantes políticos, ya sean de derecha o de “izquierda”, descarguen nuevamente las próximas crisis sobre nuestras espaldas.
En las últimas décadas, uno de los triunfos políticos más importantes de los capitalistas fue imponer la idea de que todo intento de superar al capitalismo mediante una revolución social es imposible o que sólo puede terminar en regímenes dictatoriales como los encabezados por la burocracia estalinista en los mal llamados “países socialistas”.
A esta idea, promovida por la gran burguesía, el neorreformismo hizo un gran aporte en los últimos años. Haciendo bandera del escepticismo ante la lucha de clases y la desaparición de la clase obrera como sujeto central de toda política transformadora, organizaciones como Podemos o Izquierda Unida ayudaron a que se fortaleciera la idea de que es imposible superar el Régimen actual por la vía revolucionaria.
De este modo, se generalizó la idea de que los millones de trabajadores y trabajadoras obligados a vender nuestra fuerza de trabajo todos los días, así como la mayoría de las mujeres y jóvenes oprimidos por el sistema capitalista y patriarcal, sólo podemos aspirar a algo mejor mediante el esfuerzo individual, luchando por alguna mejora parcial… o, sobre todo, depositando votando cada cuatro años confiando en que “desde arriba” van a solucionar nuestros problemas. ¡Pero ni hablar de aspirar a cambiar la sociedad tomando nuestro destino en nuestras propias manos!
Hoy todas y cada una de las “instituciones” del Régimen fomentan la pasividad y la resignación frente al capitalismo, presentándolo como la única “sociedad democrática” posible. Como parte de esto, los ideólogos de la burguesía presentan a las organizaciones de la izquierda obrera y revolucionaria como grupos que “se quedaron en el pasado” y que “pierden el tiempo” construyendo una organización que luche para terminar definitivamente con el hambre, la opresión, las guerras, la degradación humana y la depredación de la naturaleza. Y para seguir sembrando esta idea, nuevamente, han contado con la inestimable colaboración de la izquierda neorreformista, que promueve la construcción de una “izquierda responsable” y con “sentido de Estado”.
Pero el capitalismo, con sus crisis y su sed insaciable de ganancias, empuja permanentemente a la lucha para sobrevivir o por sus derechos más elementales a amplios sectores de la clase trabajadora y el pueblo, incluso a quienes nunca se lo hubieran imaginado. Por ello el siglo XX estuvo plagado de revoluciones. Y también las primeras dos décadas del siglo XXI han mostrado que, a pesar de las duras derrotas sufridas durante la ofensiva neoliberal, la rebelión de “los de abajo” vuelve una y otra vez: desde la “primavera árabe”, hasta la rebelión de los “chalecos amarillos” en Francia, y las extraordinarias revueltas populares que recorren Argelia, Sudán y todo el Magreb.
Muchos trabajadores, mujeres y jóvenes, no se resignan a esta vida que “nos ha tocado” y buscan organizarse y luchar en su empresa o su barrio, se suman a movimientos o se organizan en su escuela o universidad. Pero sobre ellos actúa e incide la propaganda capitalista. Y aunque luchan por una o varias causas, aunque se organizan en determinado momento para lograr alguna reivindicación, la mayoría sigue creyendo que construir un gran partido revolucionario es “perder el tiempo”.
Sin embargo, los capitalistas, que durante cientos de años han construido sus partidos e instituciones, no han perdido el tiempo en absoluto. En la historia del Estado español, la clase dominante ha demostrado con creces que “no pierde el tiempo” ni le tiembla el pulso a la hora de imponer su orden para mantener sus privilegios. La Guerra Civil, el Franquismo, la Transición, la lucha contra el independentismo vasco y recientemente contra el movimiento democrático catalán, son sólo algunos ejemplos.
Los capitalistas “no pierden el tiempo”, porque financian y mantienen un aparato de represión para utilizarlo cada vez que sus “esclavos” queremos dejar de serlo. Ellos “no pierden el tiempo” porque utilizan la Monarquía, el Gobierno, los Parlamentos, los partidos del Régimen y hasta las universidades, para mantener la “gobernabilidad” sobre sus “súbditos”, las mayorías obreras y populares.
Los capitalistas acuñaron una frase que los define bien y fue popularizada por un gran burgués como Benjamin Franklin: “el tiempo es oro”. En efecto, para ellos, cada minuto de nuestras vidas, sometidas a la explotación, es una jugosa fuente de ganancias. ¿Entonces, quién “pierde el tiempo”, realmente?
Hay compañeros trabajadores y trabajadoras que creen que es suficiente con organizarse en el lugar de trabajo o en el sindicato. La lucha sindical es muy importante, pero efímera. En tanto se mantiene el capitalismo, la patronal siempre recupera lo que los trabajadores le arrancan con la lucha. Entonces, ¿no es una perdida de tiempo organizarse para luchar sin construir al mismo tiempo una herramienta para terminar con este sistema?
Pero también muchos eligen la militancia política en organizaciones neorreformistas. Podemos, que nació bajo el precepto de que la época de la revolución social quedó atrás y que sólo es posible aspirar a conseguir algunas reformas que “humanicen” el capitalismo, hoy se desvive por encontrar algún rastro de “progresismo” en el PSOE y se ofrece para gobernar en común con un partido servil a los intereses del IBEX35. ¿No serán ellos los que “pierden el tiempo”?
Quienes militamos en la CRT no somos revolucionarios porque seamos utópicos, sino porque somos realistas: si no nos preparamos para vencer a los capitalistas y sus representantes políticos, ya sean del “extremo centro” neoliberal o de la extrema derecha, en las futuras crisis no sólo degradarán cada aún más nuestra calidad de vida y el medio en el que vivimos, sino también nuestras libertades y derechos democráticos más elementales, como lo vienen haciendo.
Por ello nos proponemos construir, desde ahora, una fuerte organización revolucionaria de trabajadores y trabajadoras, mujeres y jóvenes. Porque para poder postularse como una alternativa frente a las salidas neorreformistas, un partido debe forjar sus dirigentes, cuadros y militantes previamente, a través de la intervención en la lucha de clases y los debates políticos e ideológicos. Esta es una preparación necesaria para no claudicar en los momentos decisivos ante los engaños de los “progresistas” ni frente a las amenazas represivas de los fascistas. Si no aprovechamos estos momentos para estructurar un fuerte partido revolucionario, que se proponga verdaderamente “tomar el cielo por asalto” y expropiar a los expropiadores, entonces sí que estaremos perdiendo el tiempo.
León Trotsky, que junto a Lenin vivió y dirigió la grandiosa Revolución rusa, decía que construir un partido revolucionario “nos aporta la mayor de las felicidades: la conciencia de que participamos en la construcción de un futuro mejor, de que llevamos en nuestras espaldas una porción del destino de la humanidad y de que nuestras vidas no han sido vividas en vano”. Por ello, cada minuto del tiempo de nuestras vidas que dediquemos a construir las herramientas necesarias para derrotar al sistema capitalista, será tiempo ganado para preparar el porvenir.
Tomar partido
Frente al neoliberalismo “progre” del PSOE, el fortalecimiento de la extrema derecha y la integración de Podemos como un partido del Régimen, hoy más que nunca, es necesario tomar partido por la construcción de una fuerte organización revolucionaria, anticapitalista y de clase.
La crisis del Régimen, la desafección hacia la monarquía, la lucha por el derecho a decidir, la violencia machista, la xenofobia y el racismo, han generado una amplia politización social. Aunque hoy no exista una fuerte alternativa de independencia de clase y coyunturalmente se haya fortalecido el “progresismo” neoliberal del PSOE, tenemos que aprovechar estas brechas. No sólo para luchar en cada combate que se presente, sino para alentar a los trabajadores, las mujeres y la juventud a que “tomen partido” contra los capitalistas y las salidas reformistas.
En el Estado español, aparte de la izquierda neorreformista como Podemos o Izquierda Unida y el PCE, enemiga de que la clase trabajadora conquiste el poder, un amplio sector de la izquierda cedió al “espíritu de época” que se impuso en los últimos 30 años y se propuso huir del “corporativismo obrerista” para adoptar una estrategia de construcción de “partidos amplios” sin delimitación entre reformistas y revolucionarios. De este modo diluyeron el carácter de clase de sus organizaciones detrás de un programa general “anticapitalista” o “antineoliberal”. Otra parte de esta izquierda ha desarrollado una política similar adaptándose acríticamente a la izquierda independentista, sin cuestionar su estrategia de colaboración de clase con la burguesía nacionalista.
Por otro lado, pequeños partidos y grupos de izquierda que se reivindican marxistas-leninistas, a pesar de su retórica obrerista, defienden la política contrarrevolucionaria del estalinismo y son opuestos al internacionalismo proletario y la democracia obrera.
En oposición a estas variantes, la CRT se propone construir un partido que surja de la fusión del marxismo revolucionario y su continuidad en el pensamiento de Lenin y Trotsky, con los sectores avanzados de la clase trabajadora y la juventud. Un partido que levante un programa de reivindicaciones transitorias para que la clase obrera se transforme en una fuerza hegemónica, capaz de ofrecer una solución íntegra y efectiva a las reivindicaciones del conjunto del pueblo trabajador, con el objetivo de derrotar el poder de los capitalistas e instaurar un gobierno de trabajadores y trabajadoras.
La necesidad de construir un partido de este tipo no la formulamos de un modo autoproclamatorio ni mucho menos sectario. La CRT ha sido muy intransigente en decir la verdad contra los que, llamándose de izquierda, alientan alianzas con partidos del Régimen como el PSOE. Pero a su vez hemos sido muy amplios en promover la organización de los trabajadores, las mujeres y la juventud, implicándonos en cada una de las luchas de la clase trabajadora e impulsando su coordinación, impulsando los referendos universitarios contra la monarquía, participando en el movimiento de mujeres o defendiendo el derecho del pueblo catalán a decidir.
En reiteradas oportunidades, aunque aún no nos hemos presentado a elecciones, hemos planteado a otras fuerzas de la izquierda anticapitalista unirnos bajo un programa común y formar alianzas que partan de defender la independencia política de clase. Así lo hemos hecho para las últimas elecciones con un llamamiento a Anticapitalistas y la CUP. También hemos formado frentes políticos con otros grupos para defender una alternativa anticapitalista y de clase, como el frente “No Hay Tiempo que Perder”. Una perspectiva que hoy sigue más vigente que nunca y para la cual nos referenciamos en la experiencia del Frente de Izquierda de Argentina, impulsada por nuestras compañeras y compañeros del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) junto a otras organizaciones de la extrema izquierda trotskista.
Pero al mismo tiempo que luchamos por ello, construimos la CRT insertos en los lugares de trabajo, en los barrios, en las escuelas y universidades, promoviendo también la formación de agrupaciones democráticas y para la lucha, como la agrupación feminista revolucionaria Pan y Rosas y la agrupación juvenil Contracorriente.
Fomentamos el debate político y difundimos las luchas de la clase trabajadora en todo el mundo a través de Izquierda Diario, como parte de una red internacional de diario de izquierda, e impulsamos la revista de teoría y política Contrapunto.
Junto a nuestros camaradas del Instituto del Pensamiento Socialista “Karl Marx” (IPS) y el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky” (CEIP) de Argentina, desde la editorial Libros ID hemos editado decenas de libros de teoría y política marxista, historia y economía. Consideramos la lucha ideológica contra las ideas dominantes, como parte esencial de la tarea de recrear el marxismo como teoría viva, contra los intelectuales conformistas y el desprecio de la teoría que prima en gran parte de la izquierda.
Nuestra perspectiva estratégica es internacionalista. Junto a miles de compañeros y compañeras de organizaciones en Argentina, Bolivia, Alemania, Estados Unidos, Chile, México, Francia, Brasil, Venezuela y Uruguay, y grupos simpatizantes de Italia, Perú y Costa Rica, la CRT conforma la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional. Junto a ellos luchamos por la reconstrucción de la Cuarta Internacional sobre bases revolucionarias, el “partido mundial de la revolución socialista”. Con los grupos europeos de la FT, este verano haremos una Escuela Anticapitalista en Francia en la que esperamos reunir a más de 400 jóvenes, mujeres y trabajadores.
Somos conscientes de que aún estamos lejos de haber puesto en pie ese gran partido revolucionario internacionalista que necesita la clase obrera. Pero sabemos que nuestra organización no sólo puede, sino que debe hacer desde hoy aportes fundamentales a la lucha, la organización y la formación de las y los dirigentes y cuadros que serán un núcleo fundamental de la dirección revolucionaria que necesitamos. Nuestra aspiración es que los trabajadores, las mujeres y los estudiantes que se propongan luchar seriamente contra este sistema, tomen partido junto a nosotros en esta gran batalla del presente, de la cual depende nuestro futuro.