Ya desde semanas antes del anuncio de la fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner los referentes políticos y económicos alineados con la expresidenta repiten una y otra vez la palabra “responsabilidad”. En un debate televisivo cuando yo cuestioné la defensa de la legitimidad del endeudamiento macrista y que no planteaban la nacionalización de las empresas privatizadas de servicios públicos, uno de esos economistas me contestó que ellos sostenían una “heterodoxia responsable”. Algo similar decía Alexis Tsipras de Syriza en Grecia, y después terminó ajustando.
Con el anuncio de la candidatura presidencial del ex duhaldista, cavallista, nuevamente duhaldista, kirchnerista, massista, randazzista, siempre clarinista y ahora otra vez amigo de Cristina, las apelaciones a la necesaria “responsabilidad” han recrudecido. Ante esto, no pude evitar una suerte de déjà vu respecto de cuando en los ‘90 los dirigentes y referentes del Frepaso hacían suyo el cliché sobre la supuesta “ética de la responsabilidad” como superior a la “ética de la convicción” en tanto atributo del político, en una interpretación simplista (en realidad, falsa) de lo afirmado por Max Weber en su famosa conferencia “La política como vocación”. Es cierto que Chacho Álvarez y Graciela Fernández Meijide no fueron en realidad originales. Ellos replicaron localmente los mismos argumentos con los cuales los socialdemócratas europeos justificaron la adopción de los postulados neoliberales, de Felipe González a François Mitterrand y de Tony Blair a Gerhard Schröder. Menem hubiera podido recurrir a planteos similares una década antes que los frepasistas para justificar su viraje del “salariazo” y la “revolución productiva”, a la entrega nacional sin freno y a las “relaciones carnales” con los EE. UU. (algo que fue común a la casi totalidad de los movimientos “nacionales y populares” latinoamericanos en esa década), pero es sabido que al riojano las veleidades intelectuales lo tenían sin cuidado.
La vuelta a la apelación a esta lógica es interesante porque el kirchnerismo casi había hecho un culto en tratar de demostrar que no se guiaban por este paradigma. “No vine a dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada”, dijo Kirchner en su discurso de asunción presidencial, cuya redacción se autoatribuye Cristina Fernández en Sinceramente.
Más allá que cualquier análisis de la trayectoria de los Kirchner verá en ellos muestras sobradas de pragmatismo peronista más que la versión light del “idealismo setentista” de la que se revistieron, el “relato” apelaba a la reivindicación de una supuesta rebeldía contra las imposiciones de los “poderes fácticos”. Recordemos, por ejemplo, el lugar fundacional que ellos otorgan a la negativa de Néstor Kirchner a implementar el pliego de reclamos presentado por el subdirector del diario La Nación, Claudio Escribano, poco antes de comenzar el mandato, que fue revelado por Horacio Verbitsky en Página 12 el 18 de mayo de 2003: alineamiento automático con EE. UU., encuentro con el embajador y los empresarios, condena a Cuba, reivindicación de la guerra sucia y medidas excepcionales de seguridad. En el clima todavía caliente del tiempo pos rebelión popular de diciembre de 2001 aceptar esta orientación hubiera sido un verdadero suicidio para un gobierno con una débil legitimidad de origen (solo 22,25 % de los votos) y el “que se vayan todos” aún resonando. A Alberto Fernández no hace falta que le pidan ningún pliego ya que de antemano está planteando abrazar la agenda de la gran burguesía local. De ahí que la bajada de Cristina Fernández a la vicepresidencia venga acompañada con un renunciamiento discursivo, una mutación importante que expresa con claridad el giro al “centrismo” político y a la “moderación” y, quizás, la absorción definitiva del kirchnerismo por parte del “pejotismo”.
Los mensajes proferidos hasta el momento por Alberto Fernández y quienes han sido presentados como principales referentes de su equipo económico no dejan duda. Al FMI y a los mercados financieros les han dicho que la deuda contraída por Macri es legítima y que desde ya van a pagarla. A tal punto que Guillermo Nielsen ha planteado que espera lograr un superávit fiscal del 4 % del PBI y no será justamente producto de cobrarles más impuestos a los ricos. A los grandes empresarios les aclaran que su plan pasa por mantener salarios bajos por al menos dos años (ver en este sentido declaraciones varias de Matías Kulfas), ya que de venir un shock de consumo crecerían las importaciones y eso no sería “sustentable”. Al Papa y la Iglesia Católica que la legalización del aborto divide y no está en su agenda. A los EE. UU. que Maduro cometió abusos y no se puede mirar para otro lado (sin decir una palabra sobre el intento golpista de Guaidó y Trump), a la vez que Fernández se declaró opositor de una intervención militar externa que en realidad no tuvo nunca muchos adherentes. Al grupo Clarín que “se acabó la guerra” y que la fusión con Telecom y todas las adquisiciones de su historia en base a la connivencia estatal eran “derechos adquiridos”. A las privatizadas que iba a existir tanto “mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”. En lo único que Alberto Fernández tuvo alguna declaración disonante con lo que exigen las clases dominantes fue con el cuestionamiento a los jueces que llevan adelante las causas contra Cristina, pero esto es algo que él mismo no podía dejar de señalar. De conjunto, es un nuevo conformismo posibilista, a tono de mantenerse en el consenso de la República del FMI.
A esto le agregan la justificación de que “el contexto internacional es otro”. Se lo mire como se lo mire el mensaje es claro: tranquilidad para las distintas expresiones del poder dominante, mientras que para los trabajadores y los sectores populares una catarata de argumentos para bajar las expectativas de recuperar lo perdido en el mandato macrista (ni hablar aquello que reclamaban bajo el kirchnerismo) y aceptar que mucho no podrá cambiarse. Y para coronar todo esto las apelaciones al “pacto social” ya sostenidas en La Rural por CFK, sabemos que significan poner todo el peso de la burocracia sindical al servicio de que la clase trabajadora no salga a luchar.
Un macrismo que da pelea en retirada
Falta todavía un mundo para la elección “real” de octubre pero, a juzgar por sus declaraciones, el peronismo opina que por el momento no son necesarias respuestas para el pueblo trabajador y que el hartazgo generalizado con Macri les alcanzará para ganar a pesar de estas definiciones que apuntan a que (como siempre ocurre en los gobiernos capitalistas) las demandas populares deberán ser postergadas. Se trata, ante todo, de bajar las aspiraciones, no sea que al día siguiente de la elección los trabajadores salgan por sus propios medios a recuperar lo perdido, se haya o no prometido en campaña.
Aunque en Argentina no conviene nunca decir nunca, hoy por hoy el escenario de reelección de Macri aparece como el más improbable, de ahí las voces tanto del “círculo rojo” como dentro del propio oficialismo que claman infructuosamente por alguna otra variante con la cual ser más competitivos. Ya los resultados de las elecciones provinciales realizadas muestran retrocesos importantes de los candidatos de Cambiemos. Más allá de las lecturas interesadas, al oficialismo se le va a hacer difícil revertir la situación pese a la ayuda desembozada que le vienen dando el gobierno de Trump y el FMI. Su apuesta es que la combinación entre la calma cambiaria, la propaganda asfixiante sobre la obra pública, los juicios por corrupción contra CFK y las técnicas de big data del gurú ecuatoriano le permitan llegar a la segunda vuelta en octubre y, luego, contar con algún dato económico favorable para tratar de reconstruir el “partido del balotaje”. Y que, para decirlo en los términos de Durán Barba, el miedo a Cristina pueda más que la decepción con Macri en los sectores que hoy las encuestas muestran como indecisos. Pero, aún si este escenario poco probable se diese, surgiría un gobierno muy débil, nuevamente en minoría parlamentaria y con el crédito ya gastado como para llevar adelante la gestión de la quiebra nacional a la que él mismo nos llevó. Es cierto, no en soledad sino junto a los “dadores gratuitos de gobernalibilidad”, los que le aprobaron todas las leyes antipopulares y se esforzaron en que la irrupción del movimiento de masas que se expresó el 14 y 18 de diciembre de 2017 no vuelva a tener lugar. De ahí la reticencia burguesa a un segundo mandato macrista, aún de los sectores que pese a la moderación “albertista” no simpatizan con algún tipo de vuelta “cristinista”.
Parece que hubiera pasado un siglo de cuando el gobierno de los CEO proclamaba la creencia acerca de que quienes se presentaban como “exitosos” en la conducción de sus empresas iban a serlo en la dirección del país. Pero los supuestos sobre los que basó su discurso el macrismo se mostraron totalmente falsos. Ni el pago a los “fondos buitre” ni otras medidas “market friendly” provocaron lluvia de inversiones alguna ni los capitales dejaron de fugarse con el levantamiento de las tibias regulaciones kirchneristas. Por el contrario, el monto de la fuga se duplicó respecto del gobierno anterior. La inflación (que Macri dijo que iba a bajar) también escaló al doble de 2015 pese a la política fuertemente recesiva y a las tasas por los cielos. Y la pobreza, bien lejos del “cero”, ya abarca a un 40 % de las personas. Desde el punto de vista de la supervivencia de un gobierno con resultados tan catastróficos quizás su único “acierto” haya sido haber mantenido los planes de contención social y los pactos con los gobernadores del PJ, que le permitieron sortear su minoría parlamentaria, y con la burocracia sindical, que limitó la protesta a medidas rituales.
A la vez no solo “el mundo” entró en una etapa de guerras comerciales sino que la ola derechista en el continente no tiene nada que ver con lo ocurrido a comienzos de los ‘90, cuando las políticas neoliberales avanzaban de la mano de los “nacionales y populares” en alianza con los varios “Chicago Boys”. La ofensiva imperialista en Venezuela está empantanada y el gobierno de Bolsonaro tiene una fuerte división interna, mientras empieza a ser enfrentado en las calles. Usufructuando el malestar con los gobiernos posneoliberales, viejas y nuevas derechas lograron ganar elecciones, pero no imponen una nueva hegemonía.
Una disputa preparatoria
Macri y el FMI han dejado un país inviable. De 2020 a 2023 hay que pagar USD 166 mil millones, un promedio de USD 41.513 millones anuales. Para tener alguna referencia, el total de los ingresos por las exportaciones agrarias no llegan a USD 30 mil millones, y el superávit comercial a apenas USD 10 mil millones si hay viento a favor. Con excepción parcial de 2020, donde queda un remanente del préstamo del FMI (pero donde igualmente hacen falta nuevos préstamos en el mercado privado de crédito por unos USD 8 mil millones), cumplir con los pagos de capital e intereses de la deuda implica inevitablemente la profundización del ajuste. De ahí que la ilusión de una fácil renegociación de la deuda que siembra el equipo económico de “Les Fernández” no se corresponde con la realidad. Kirchner nunca renegoció la deuda con el FMI sino que la pagó al contado. Y se benefició del default declarado por Rodríguez Saá para estar dos años sin pagarles a los acreedores privados y después poder lograr la quita de la que tanto alardean los kirchneristas y el propio Lavagna (que en realidad tuvo importantes contrapartidas para los tenedores de bonos). La catástrofe no es enfrentar los designios del FMI sino cumplir con sus demandas. Ya nos llevaron a la hiperinflación de 1989 y 1990 y después a la quiebra de 2001. Esos escenarios (o el de terminar como Grecia con una economía que se achicó un 25 % y las jubilaciones que cayeron a la mitad) solo van a evitarse desarrollando la movilización del pueblo trabajador antes y después de octubre. La disputa electoral es en este sentido preparatoria de los grandes enfrentamientos de clase que tenemos por delante. No solo si triunfa Macri. Un eventual gobierno “Fernández-Fernández”, como anticipan los mensajes conciliadores hacia los empresarios y hacia Clarín y la alianza con la burocracia sindical, reivindicando la idea de “Pacto Social”, tendrá aspectos de “gobierno de orden” para seguir garantizando los pagos de la deuda en acuerdo con el Fondo.
Frente a los bloques políticos que expresan a las distintas fracciones de la clase dominante y que se disputan la gestión de la quiebra del país, daremos batalla en el terreno electoral como lo hacemos en cada lucha, buscando la ampliación del FIT hacia el conjunto de las fuerzas de la izquierda que concuerden con un programa para que la crisis la paguen los capitalistas. La tensión propia del político burgués entre “responsabilidad” y “convicción” planteada por Weber nos es ajena. Nuestra “responsabilidad” es hacer todo lo posible para que la clase trabajadora no pague nuevamente la crisis generada por los capitalistas y avance en su emancipación, y así emancipar a la sociedad toda. Es decir, está indistinguiblemente enlazada con nuestras convicciones. Para justificar los engaños del posibilismo están los políticos del sistema. |