Las fechas patrias, sus próceres, símbolos y homenajes se asocian a distintos imaginarios según las épocas. José de San Martín (1778-1850), fue celebrado por el macrismo como el primer “emprendedor” que cruzó los Andes, solo faltó que declarara con el mejor equipo de hace 200 años.
Sin embargo, hay en los homenajes patrios una constante inalterable. La historia oficial, en su vertiente liberal o revisionista, ha construido alrededor de los próceres un artefacto simbólico que devalúa las contradicciones objetivas que caracterizan todo suceso histórico, para poner en primer plano valores patrióticos e individualidades como hacedores de la historia. ¿Cómo se construyeron los héroes patrios?
La historia y los próceres
Existe cierto consenso en la historiografía nacional en considerar a Bartolomé Mitre (1821-1906) el creador de la historia oficial. Mitre articuló un relato de continuidades en los sucesos del país, cuyo punto de partida era la excepcionalidad de la sociedad colonial rioplatense (de inmigrantes europeos y un tipo de sociabilidad igualitaria), [1] y el despertar, a fines del siglo XVIII, de un “nativo sentimiento de patriotismo” [2] en constante avance. Esta firme confianza mitrista en el futuro del país no era más que la expresión de los intereses de la élite, especialmente porteña, “los hombres más inteligentes, más enérgicos y más próvidos”, [3] que lograba asentarse como grupo dominante. Sus textos canónicos legitimaban la tradición liberal impuesta después de Caseros (1852), el rol dirigente de Buenos Aires en la unidad nacional y una mirada virtuosa hacia lo extranjero, más precisamente al mercado europeo.
Desde finales del siglo XIX y comienzos del XX se inaugura un nuevo momento político en el país, el de la consolidación del Estado nacional. Se afianzaba el desarrollo capitalista agroexportador y su inserción dependiente en el mercado mundial. En ese marco, el papel que cumplió el Estado en la promoción del proceso de acumulación capitalista requería nuevos dispositivos legitimadores que lograran afianzar a la nueva clase dominante, presentando el interés de la oligarquía como el interés general. Sobre la base de un régimen electoral restrictivo, fraudulento y represivo, ante la emergencia de la protesta social y una clase obrera de alta composición de inmigrantes socialistas y anarquistas, apeló a un patriotismo y nacionalismo conservador de unidad nacional contra los conflictos de clase.
Si hasta mediados del siglo XIX el discurso sobre el pasado nacional permanecía en disputa, serán estas condiciones de “necesidad” política de la burguesía las que consagren el pasado mitrista como relato oficial, junto a una serie de instituciones y símbolos referenciales a una única identidad nacional, nada menos que en el momento en que se configuran las clases modernas del país capitalista. Es que las identidades nacionales no surgen de manera espontánea sino que son construcciones (clasistas) de los Estados modernos. En ese sentido, fue activa la intervención estatal, promoviendo el culto de los líderes de Mayo y el “nacimiento de la nación” a través de diversas instrumentaciones, como monumentos y estatuas que inspiraban el culto a los fundadores de la patria. [4] La institución escolar, aunque no la única, fue fundamental en la consagración de esos próceres. Se unificaron los programas de enseñanza y la institucionalización de las fiestas patrias, reglamentadas y oficializadas en el ámbito educativo para promover los valores del país que la Generación del 80 prometía como “próspera colonia agropecuaria de Ia Bolsa británica”.
San Martín “el Padre de la patria”
La historia y el destino del país que ofrecía Mitre fue acompañada de los agentes que la encarnaban, las minorías dirigentes, representadas en “grandes hombres” de la patria. El mensaje de la burguesía era claro, la intervención de las masas guiadas por el instinto, en el mejor de los casos, respaldan las acciones que encabezan los hombres de la elite.
Entre esos “grandes hombres”, San Martín el exitoso militar, estratega y político de la lucha contra la tiranía española fue consagrado como el “Padre de la patria”. Y esta es una premisa compartida por las escuelas historiográficas nacionales. Lo que se cuestiona en esa construcción de las figuras patrias no es la genialidad o la posibilidad de que determinadas personalidades hayan sido decisivas en los procesos históricos sino desconocer la dialéctica que establecen con las condiciones en que se desarrollan y las fuerzas sociales que expresan, sin ellas todo se reduce a buscar “los grandes hombres” hacedores de la historia.
Mitre señalaba que “ (...) puede decirse, con la verdad de los hechos comprobados, que pocas veces la intervención de un hombre en los destinos humanos fue más decisiva que la suya”. [5] Es indudable que el Cruce de los Andes, una de sus acciones más celebradas, fue sorteada con agudeza, plagada de riesgos por la extensión de las líneas a ocupar, las características del terreno, la combinación de operaciones terrestres y marítimas que incluía, la insuficiencia de recursos, etc. Pero no pueden excluirse de su proeza factores claves como la decisión de la elite dominante (ahí está la declaración de independencia de 1816), aún con las fricciones en el Norte y el Litoral, de reforzar el curso del gobierno criollo ante la restauración realista que golpeaba fuerte en el continente, la confluencia de intereses con los refugiados chilenos o el sentimiento antiespañol y las fuerzas sociales movilizadas desde la revolución, sin los cuales la decisión de San Martín hubiera encontrado más que obstáculos geográficos.
En el mismo sentido, las diferentes opciones políticas que abrazó -de convicción republicana o monárquica- acentuadas según la conveniencia por el liberalismo o el revisionismo (la otra gran corriente burguesa de la historiografía nacional), no expresaban sólo las elecciones personales de un individuo ni ideales abstractos sino proyectos políticos de agrupamientos relativamente enfrentados de una clase en formación, los mismos que después de Caseros se reconcilian bajo el dominio de los estancieros porteños y del Litoral, la burguesía comercial porteña y el capital extranjero.
San Martín militar
Un aspecto clave en la figura construida de San Martín está asociada a lo militar. Como en toda construcción de personajes heroicos aparecen momentos fundacionales: la experiencia como combatiente en las guerras españolas (del lado de “los buenos”), de regreso a América, su bautismo de fuego en la batalla de San Lorenzo (como olvidar al gran Cabral), el cruce de los Andes (obvio) y como cierre de una trayectoria sin ambiciones, el encuentro en Guayaquil con Bolívar, antesala de su exilio. El encumbramiento de San Martín como militar es compartida por liberales y revisionistas, como señala Martín Kohan “es una premisa establecida que la patria nació en una guerra, la guerra de independencia, y de esta premisa parece colegirse que los padres de la patria no podían ser sino militares, un militar de carrera, San Martín, y un civil puesto a militar, Manuel Belgrano”. [6]
El revisionismo también lo ha elevado como el primer militar entre sus pares, aunque ya no sería el militar vinculado al Ejército roquista forjador del Estado nacional, como explicaba Mitre, sino a otro, de carácter popular y libertario. Quién puede dudar del carácter plebeyo del ejército sanmartiniano como lo fueron gran parte de los ejércitos independentistas de la época -del que en no pocos casos, fueron exceptuados del reclutamiento los hijos de las familias acomodadas-, apoyados en las milicias (incluso de castas) y montoneras. Hay que recordar que bajo la promesa de libertad todo esclavo útil se convertía en soldado, en el frente más difícil, el de infantería. Era un orientación asumida por el gobierno central desde 1813, y menos un gesto anti racial como se lo asocia a San Martín, que obligaba a los amos a vender al Estado cierto número de esclavos para servir al ejército, “en 1813, mediante este artificio se crearon los batallones 7° y 8°, compuesto de más de un millar de esclavos procedentes de Buenos Aires (...) De estas transacciones los esclavos se beneficiaron poco: se les otorgaba la libertad sólo después de cinco años de servicio, y se les pagaba menos que a los soldados blancos”. [7]
En el mismo sentido deben interpretarse las medidas que adoptó al desembarcar en Lima, centro de la contrarrevolución, en el que “todavía vivían más de 10.000 españoles que conservaban una enorme influencia social y económica y confiaban en que los ejércitos que se habían retirado de la capital hacia el interior volverían para tomar su revancha”. [8] Si bien San Martín confiscó los bienes de españoles residentes en Europa y los americanos realistas y decretó la abolición de la servidumbre y el tributo indígena, entre otras medidas, lo hizo sin alterar las condiciones estructurales de la explotación indígena (expropiación de sus tierras), pues el factor que estaba en juego era ampliar el apoyo social en un clima político adverso. En cuanto a la epopeya emancipadora de su ejército lo fue sin duda como colonia española, aunque no opuso objeción a reemplazarla por la injerencia británica.
A la del militar modelo que los liberales honran, el revisionismo señala que “a diferencia de los generales genocidas de la última dictadura militar, que quemaban libros y destruían bibliotecas, San Martín (...) promovía la formación en la lectura de sus soldados”. [9] A su genio militar se le adosan otras virtudes “humanas”, como la “la de educador” o el “defensor de la producción nacional” por su labor en Cuyo. Lo que se dice un militar “nacional y popular”. En cada aniversario se vuelven a escuchar estos relatos, la del militar y el ejército que “nació con la Patria” o la reivindicación sanmartiniana de un ejército comprometido con los derechos sociales que, en apariencia confrontadas, revitalizan su papel actual, verdadero sostén represivo de la burguesía y su Estado.
No es la intención agotar un estudio sobre la figura de San Martín, sino señalar posibles contrapuntos de dos de sus principales lecturas historiográficas que refuerzan la ideología de los héroes y los valores que sustentan: la pertenencia igualitaria de todos a la patria, de la que la mayoría de la población laboriosa está excluida del disfrute de sus bienes materiales y espirituales, y la identificación con un Estado nacional que en los hechos asegura los intereses de una minoría opresora. La “pedagogía” de las estatuas y los próceres, otra forma de transmitir el pasado, da cuerpo a la ideología de una clase que se propuso unificar al conjunto de la sociedad detrás de una única e incontestable identidad, la del nacionalismo de la burguesía y su patria. |