En un artículo de Panamá Revista [1], Alejandro Galliano propone pensar los futuros posibles a los que estamos enfrentados. No solo en Argentina y el más inmediato post elecciones, sino de forma articulada con la dinámica capitalista en esta época. Tomando a Peter Frase, de la revista Jacobin, propone un esquema de ejes paralelos entre abundancia/escasez y jerarquía/igualitarismo, con las cuatro combinaciones posibles, desde un futuro con escasez y desigualdad (identificado con los “populismos de derecha”, y el proteccionismo “bannonista”), hasta uno más deseable de abundancia e igualitarismo, en donde Galliano ve una ausencia de proyectos, excepto por algunos “nerds” y “docentes universitarios libidinalmente conectados con la prensa global”.
En el medio de esos extremos hay dos posibilidades: un escenario de escasez e igualdad, que podría estar identificado con la “economía popular” o un “populismo de izquierda” [2], y la búsqueda de cierto igualitarismo por fuera de la economía de mercado; y un futuro de abundancia y desigualdad, con un modelo más cercano al de Silicon Valley, asociado al liberalismo, donde la revolución tecnológica solo serviría para formar nuevos ricos. De los matices entre estas dos opciones intermedias se podrían reconstruir, según Galliano, las fisonomías pendulantes e impuras del macrismo y del peronismo/kirchnerismo.
Aunque para los marxistas el sistema capitalista es de por sí desigual, y la democracia es una democracia limitada que conserva las jerarquías sociales, podemos decir que el macrismo suele presentarse a sí mismo como menos igualitario en lo económico, pero más democrático en cuanto a sus prácticas “republicanas”, mientras el kirchnerismo se presenta más socialmente igualitario, conservando estructuras de poder más tradicionales. Sin embargo ni el “republicanismo” de Cambiemos, que inauguró la doctrina Chocobar, encubrió el asesinato de Santiago Maldonado y manipuló la justicia con fines electorales como pocas veces se ha visto (aunque al parecer sin éxito); ni el “igualitarismo” del peronismo (pese a algunos “relámpagos” ligados al “potlash del consumo” como dice Galliano), que después de 12 años de gobierno con crecimiento económico mantuvo un 25 % de pobreza y un 40 % de precarización laboral, se condicen con las dos autopercepciones que ellos mismos proponen.
En la Argentina actual, las premisas de los “recursos escasos” y la “restricción externa” se transformaron en punto de partida de cualquier política “posible”; por eso la elección es entre porcentajes de miseria, porcentajes de pobreza, y no sobre la ausencia de los padecimientos. Los consensos hacia “el centro” y la lógica del “mal menor”, implican un corrimiento hacia el eje “escasez y jerarquía”, dando por sentado recursos escasos y falta de mecanismos políticos para distribuir y democratizar.
El régimen del FMI y el crecimiento de la desigualdad
Argentina no es una isla, es parte de un sistema global, al cual pertenece como economía dependiente, con varios rasgos semi-coloniales. A su vez, esa economía capitalista global está atravesada por la imposibilidad de recrear niveles de inversión capaces de lograr una nueva expansión capitalista. En ese marco, la ofensiva del FMI sobre nuestro país busca reafirmar una política imperialista de saqueo a gran escala de los recursos propios, para lo cual es necesario dar golpes sobre el pueblo trabajador, mediante una contra-reforma laboral, jubilatoria y fiscal, generando niveles de pobreza y miseria cada vez mayores. El agonizante gobierno de Macri, que le abrió la puerta al fondo, fue el alumno fiel de esta política: el supuesto republicanismo dio lugar a un abierto gobierno del capital financiero, donde los funcionarios del fondo tienen su propia oficina en el Banco Central, y toman decisiones desde allí sobre el rumbo económico del país, que en pocos años llevó la indigencia a casi el 8 %, la desocupación a dos dígitos y a más de la mitad de los niños a ser pobres.
La alternativa “fernandista” al macrismo tampoco viene a romper con este esquema. Si bien Fernández rechazó la reforma jubilatoria, planteó que se podían conseguir los mismos resultados consensuando convenios como el de Vaca Muerta, uno de los símbolos de pérdida de derechos laborales en función de las ganancias petroleras, en complicidad con la burocracia sindical. La idea de generar una nueva ola de consumo mediante una devaluación de la moneda (como la que ya empezó a ocurrir y que Fernández saludó), una leve industrialización subsidiada por el Estado, y un pago de la deuda externa a como dé lugar, empieza y acaba en la supuesta imposibilidad de una moneda fuerte, de una industrialización vigorosa y sobre todo, de una restricción externa superable. Por ende, en sostener lo esencial de una economía dependiente: un 0,01 % de la población dueña de las principales tierras, el principal recurso productivo en un país agro exportador; un 0,3 % propietario de las principales empresas del país; dos tercios de las principales 500 empresas del país en manos de capitales extranjeros (y servicios totales de deuda que solo en el primer trimestre de este año fueron de 19,6 % del PBI, y van en aumento con nuevos desembolsos del FMI). A esto hay que sumar que la dinámica de la economía tiende a la concentración: la ausencia de inversiones externas, producto de la crisis global, favorecen a aquellas empresas y grupos económicos que tienen cierta flexibilidad para sostenerse. Al mismo tiempo, esa inversión externa está atada a las medidas que propone el FMI para alentarlas: leyes de flexibilización laboral, aumento de la edad jubilatoria, o sistemas educativos adaptados a las necesidades del mercado.
Es decir, las variables que se ubican dentro del régimen del FMI no pueden cumplir un rol progresivo para las grandes masas, en tanto aceptarlo implica sostener las contradicciones latentes de una economía encaminada hacia mayores crisis. La aceptación (como punto de partida para la elaboración de un programa económico), del carácter dependiente de nuestra economía, en un contexto como el actual donde las economías centrales presionan por obtener los mayores beneficios de sus privilegios relativos en la economía global, es un necesario corrimiento a la derecha.
La citada ironía de Fredric Jameson según la cual es “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, se podría trasladar a nuestras tierras diciendo que es más fácil imaginar a la Argentina en una crisis como la de Venezuela o con los niveles de pobreza de Nigeria, que imaginarla emancipada del tutelaje externo y la dependencia económica.
Jerarquías
El voto mayoritario por Alberto Fernández, que expresó en gran medida el descontento con el gobierno macrista y las medidas de ajuste, tuvo como repuesta el “voto ponderado” del mercado, que quiso asegurar sus ganancias y “pidió” (en ese perverso lenguaje que es la generación masiva de pobres por la devaluación del salario), señales del nuevo candidato en favor de sus intereses. Ellos no deliberan y gobiernan solo a través de sus representantes, a veces lo hacen de forma directa. El propio mecanismo de la polarización oculta su contrario: una serie de consensos básicos que evitan trastocar las reglas del juego. Chantal Mouffe [3], analizando la deriva de la socialdemocracia Europea y del laborismo inglés ante el ascenso del neoliberalismo, planteaba que el thatcherismo había logrado dos conquistas sobre sus adversarios. En primer lugar, “fomentar la resignificación de democracia subordinándola a la libertad”. En segundo lugar, pero no menos importante, había logrado que el laborismo hable en su idioma. Que acepte este sentido común al punto de formar un “consenso del centro” en donde la oposición socialdemocracia/liberalismo se vació de contenido, en tanto ambos estaban imbuidos en la hegemonía neoliberal.
En este sentido, podríamos decir que la polarización política entre macrismo y kirchnerismo/peronismo, se desarrolla en el marco de ciertos consensos que se han ido corriendo hacia la derecha en los últimos años. La expresión más visible de esto es el tráfico de figuras políticas de la oposición al oficialismo y viceversa. Así como la Alianza se presentaba como el “mal menor” ante el menemismo, pero no estaba dispuesto –como señala Mario Wainfeld [4]– a romper con el consenso sobre “el talón de Aquiles” de la economía, que era la convertibilidad, podemos decir que más allá de la polarización, de ninguno de los dos lados hay un programa de salida a la crisis que rompa lo esencial del consenso fondomonetarista.
Sin embargo, hay algo más: la preservación de consensos sobre estos puntos esenciales de nuestra economía, implica que la democracia, ya restringida de por sí, tienda a anular aquellas expresiones políticas “por abajo” que pueden impactar en la toma de decisiones. Si la multiplicidad de contradicciones, conflictos y formas de opresión a las que lleva la sociedad capitalista, se subordinan a una elección entre dos variables cuyo eje decisorio no las incluye, estas luchas quedan anuladas. La dinámica represión/desmovilización fue la predominante durante el último periodo. Para ser más concretos: la única opción que tuvo el kirchnerismo para poder polarizar con el macrismo sin perder los “votos celestes”, fue jugarse a desmovilizar y pasivizar al enorme movimiento de mujeres que se organizó y salió a las calles durante todo el 2018, ante la idea de que el aborto era un tema “secundario”, ante “la pelea central” por sacar a Macri.
Lo mismo podemos decir respecto de las jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017, donde sectores del sindicalismo, trabajadores y jóvenes “sueltos”, junto con comisiones internas combativas, rechazando la reforma jubilatoria del macrismo, le dieron uno de los golpes más duros al gobierno de Cambiemos, obligándolo a posponer la votación de la reforma laboral y a pagar los costos políticos de una represión brutal. Que el kirchnerismo haya salido inmediatamente después de estas jornadas con la línea de “hay 2019”, expresa la misma forma de actuar. Si el centro de la discusión política se hubiere corrido hacia la dicotomía entre reforma laboral o no, o se hubiera empezado a poner en cuestión seriamente a los burócratas sindicales que no hicieron nada contra la reforma previsional (por ejemplo Moyano), no se podría haber formado el “Frente de Todos”. Es decir, los mecanismos de expresión política “por abajo” solo pueden ser subsumidos a la lógica de los consensos, a costa de evitar su desarrollo autónomo y retomar un sendero de acción de masas similar al 2001, que ponga en cuestión los planes capitalistas. Por el contrario, la única forma de conquistar esos derechos y enfrentar la política del FMI es rompiendo con las burocracias sindicales y políticas que traban su desarrollo, uniendo las distintas peleas alrededor de un programa de independencia política y que esté dispuesto a romper con los límites del orden social para llevar estas luchas hasta sus últimas consecuencias.
Abundancia e igualitarismo
Volviendo a las definiciones de Galliano, queda un punto por saldar, y es la existencia de proyectos políticos que planteen otros futuros posibles. El autor llega a la conclusión de que La diferencia entre abundancia y escasez depende de variables socioeconómicas locales y globales que a duras penas pueden gobernarse. La diferencia entre igualdad y desigualdad es la voluntad política que llevaremos a las urnas y defenderemos en las calles desde el minuto 1 del nuevo gobierno [5]. Al mismo tiempo, considera que las salidas que proponen un futuro de abundancia e igualitarismo, son minoritarias sostenidas por el “puñado de nerds y docentes universitarios libidinalmente conectados con la prensa global” y que lo más similar en la realidad actual en su versión “telúrica”, han sido los “relampagueos” de promoción social ligados al consumo.
La relación igualdad/desigualdad, y abundancia y escasez, están entrelazadas. En nuestro país en particular, a partir de la opresión económica que empuja hacia un régimen político acrítico de esa realidad. Esto supone que la toma de decisiones colectivas que tiendan al igualitarismo, va de la mano con tomar decisiones sobre el funcionamiento de la economía y la relación con el capitalismo global. Sin romper con el régimen del fondo monetario no es posible tomar medidas que tiendan a la equidad de forma sostenible y, por el contexto global, ni siquiera a un nuevo ciclo de consumo que engañe un poco sobre la promoción social.
Por eso aquí preferimos remontarnos a la metáfora benjaminiana de la revolución como “freno” de la catástrofe. Es decir, como una necesidad real para acabar con los desastres ambientales, el aumento del hambre y la miseria, en beneficio de las inmensas mayorías. Si bien la izquierda revolucionaria en nuestro país es minoritaria, el programa político que desarrolla es realista: el no pago de la deuda externa, organizado de forma planificada mediante la nacionalización de la banca y el comercio exterior, seguido de una reorganización de la economía en función de las prioridades sociales como la salud y la educación. Imponer este programa es la tarea central de un partido de los trabajadores revolucionario, mediante la lucha por poner en pie organismos de auto organización de las y los trabajadores y la juventud, para superar a las podridas burocracias sindicales y políticas que quieren que la crisis la pague el pueblo trabajador, y así sentar las bases para un gobierno de las mayorías trabajadoras. |