A los 94 años murió el fotógrafo que mejor retrató el lado menos luminoso del sueño americano. Su obra influyó en varias generaciones de fotógrafos. Enfoque Rojo presenta a continuación dos miradas sobre su obra y una selección de sus fotografías.
Una vez leí que Robert Frank tenía una casa en Brooklyn, y que allí vivía retirado del mundo fotográfico, en parte, por los embates que la vida le dio en lo personal.
Para entonces ya había visto no menos de dos docenas de veces sus fotografías en The Americans y la mirada que tantos deseamos tener, que se posó crítica, cruda, real (y no puedo más que cuestionarme a mí misma cuando digo “real” y me refiero a fotografías, pero es que sí, me suena a “real”), sobre la sociedad estadounidense.
The Americans, su obra emblemática, que realizó entre 1955 y 1957 con el apoyo de la Fundación Guggenheim, lo puso en las rutas norteamericanas durante dos años con su familia a cuestas. Yo no tengo el libro que reúne su ensayo, nunca lo compré pero visito seguido a mi amiga que lo expone como un tesoro en la repisa de su living. Entonces, siempre aprovecho para ojearlo, de nuevo, mil veces.
Desde que supe donde vivía Robert Frank, aunque nunca pude confirmar ese dato, no pude dejar de imaginarme una escena. Quizás se lea algo freak, lo sé. Soñaba con sentarme en las escalinatas de un portal neoyorkino, lo más enfrente de su casa posible, hacer una especie de guardia, como la que hice alguna vez en coberturas de prensa y esperar horas, contaba seguro con un amigo que me bancara en la espera hasta que Robert saliera de su casa, vestido sencillo, a comprar algo para la cena o a dar un paseo sin importancia; y verlo de cerca solamente con la distancia que la admiración por sus fotografías me inspiran y con el cariño que, vaya a saber porqué, me causó su mirada. Pero, con su partida, hoy pongo a dormir mi sueño.
“Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”
(Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño)
Del documento a la poesía
A mediados del siglo pasado el veinteañero Robert Frank cambió la vida tranquila de Zurich por el vértigo de New York, luego de pasar tres años viajando por el mundo con su Leica. Influido por el fotógrafo documental Walker Evans y gracias a una beca Gugggenheim, recorrió los olvidados rincones de Estados Unidos durante dos años. Un total de 27000 fotos que darían a luz Los Americanos, libro de cabecera de varias generaciones de fotógrafos. Tal vez su mirada foránea le permitió retratar con agudeza a la sociedad estadounidense de posguerra, mostrando la cara B del sueño americano.
“Frank dirige su lente hacia otro ángulo, hacia los olvidados, los efímeros y los maltratados. En el suburbio de un continente tergiversado y trastornado” escribió Miguel Grinberg en el catálogo de Words, una muestra retrospectiva sobre su obra presentada en Buenos Aires en 2007. “No se propone probar nada, no cree en los discursos, presta atención plena a la vida, que está en todas partes, a menudo asediada por una mueca de hastío, casi siempre inmersa en anhelos de redención. Un mundo mejor no sólo es posible sino necesario. Pero, ¿dónde está? Robert Frank hace foco en una grieta que se encuentra entre lo imposible y lo incompleto. Pero hasta en el detalle más borroso encuentra un significado que merece ser registrado.” Grinberg, poeta beat argentino, escribe desde su pertenencia local al movimiento al que Frank se acercó durante los 50`s, cuando conoció a Allen Ginsberg y Jack Kerouac, con quienes a fines de esa década realizó su primera película.
Sus fotos cada vez más imperfectas: movidas, desenfocadas, con recortes drásticos, muestran el viraje desde una mirada inicial como espectador de un mundo extraño, hacia un viaje primero más subjetivo y luego netamente introspectivo y poético, en el que comenzó a incorporar textos interviniendo las imágenes, pintando palabras o directamente rayándolas sobre el negativo.
Su transición hacia el cine, lo alejó de la fotografía durante más de una década. “Una fotografía es ficción y en tanto cobra movimiento deviene en realidad”, explica Frank su conversión a la filmografía. Cuando volvió a la imagen fija, ya no le interesaba expresarse mediante imágenes únicas y puramente fotográficas, limpias de intervención.
Esta última y más intimista etapa de su obra, está teñida por la intención de expresar su mundo interior o el exterior más cercano: sus afectos y su lugar en el mundo. Intentando ser universal a partir de la propia aldea: retratos, recortes de paisajes, objetos, momentos, autorretratos, y sobre todo, palabras. La vida, la esperanza, el amor, pero también la ironía, lo trágico, los miedos y el dolor, son los temas que transmiten sus series o los dípticos y trípticos de esta época diáléctica entre imágenes y textos. A pesar de esta búsqueda intima y poética, su pulso expresivo se mantuvo siempre cerca de la verdad: “Quiero hacer algo que tenga más de verdad y no tanto de arte”.
Tanta admiración provocada entre colegas, tanta influencia dispersada durante décadas quizás se deba a esa sabia alquimia entre verdad y sensibilidad.
Fuente: El ojo desnudo de Robert Frank, Miguel Grinberg
En un mundo sin sentido, Urs Stahel
(Textos que prologan el catálogo de la muestra "Words", presentada en 2007 en el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco)