En 1821 al llegar a su fin la Guerra con España, el Acta de Independencia enfatizaba: “La nación mexicana, que por trescientos años ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz sale hoy de la opresión en que ha vivido”. ¿Qué tanta voluntad propia y libre uso de la voz tenemos hoy en día como nación?
Hace dos siglos, México era un país en ruinas que emergía de los Tratados de Córdoba, los que daban fin a once años de hostilidades y una sangría terrible de seres humanos y bienes. Poco antes de dicha guerra de independencia, la Nueva España había sido profundamente saqueada por la Corona española, producto de las continuas disputas y guerras en las que se veía envuelta con Francia e Inglaterra en la disputa por la hegemonía europea occidental.
La metrópoli extrajo recursos considerables a través de impuestos cada vez más onerosos a la minería en expansión. Las élites coloniales y la Iglesia se resistían inútilmente ante la desesperación de la Corona que les incautaba fondos por doquier, incluyendo las Cajas de las Comunidades de Indios. En las últimas tres décadas de dominio español, la Corona extrajo de la Nueva España 250 millones de pesos en impuestos ordinarios y extraordinarios cuando el presupuesto anual requerido para administrar la colonia era apenas de diez millones. Es decir, el presupuesto de 25 años era dilapidado para financiar las guerras perdidas por el decadente imperio español.
La inconformidad ante la fuerte descapitalización y escasez de recursos que se agravaron con la invasión napoleónica a España, aceleraron el estallamiento de la guerra de independencia. El resultado inmediato fue un profundo decaimiento de la actividad económica que no se recuperó hasta la década de 1830. Pero esta recuperación se logró sobre bases económicas nuevas y nada saludables, el gobierno de Iturbide intentó medidas desesperadas como emitir billetes sin respaldo metálico, confiscó cargamentos de oro para compensar dicha medida y decretó préstamos forzosos, ante la desconfianza de los viejos prestamistas y la Iglesia misma como acreedora. También buscó préstamos extranjeros que no pudo obtener.
El origen de la dependencia histórica
Ante esta situación apareció un fenómeno que hoy en día es visto como parte inexorable de la realidad económica de los países latinoamericanos, los cuales en aquel entonces estaban en condiciones parecidas a México y que todos ellos recurrieron a él como su tabla de salvación: el endeudamiento externo a través de la emisión de bonos.
Un ciudadano inglés de origen mexicano se encargó de establecer contacto con el gobierno encabezado por Guadalupe Victoria y de organizar con prestamistas ingleses amigos suyos la colocación, en febrero de 1824, de un préstamo en condiciones aberrantes, respaldado por un banco secundario, el B. A. Goldschmidt, las cuales el gobierno terminó por aceptar.
El valor declarado de esta primera deuda era de 3,200,000 libras esterlinas (16 millones de pesos de entonces), de la cual, de acuerdo con el contrato, el gobierno sólo recibió poco menos de la mitad en efectivo (al final fueron sólo 5,686,157 de pesos) entregados en un plazo de quince meses.
Según el contrato leonino, el banco recibiría de comisión el 8 % del valor declarado y sus secuaces prestamistas obtendrían el descuento del 42 % por cada bono, que además lo colocarían en la bolsa de valores londinense obteniendo así mayores ganancias (así, su ganancia del 58 % del préstamo se transformó en el equivalente al 84 % del mismo al cotizarse en la bolsa).
El plazo de devolución era a 30 años con un 5% de interés anual (lo que redituaría al banco una ganancia máxima adicional al final de dicho periodo del 150 %, es decir, 4,800,000 libras), además de los cargos administrativos por la emisión y administración de dichos bonos. De esta manera, un pequeño grupo de prestamistas se enriqueció a costas de la urgencia del erario nacional.
Así las cosas, el sistema de recaudación apenas se estaba reorganizando y el gobierno ya estaba obligado a desprenderse de un tercio de sus ingresos aduanales a partir del 1 de abril de 1825, que se tenían que entregar al banco para amortizar el pago del préstamo. De esta manera la primera llegada de capital extranjero ya estaba socavando tanto la economía como la soberanía de país.
No obstante, la necesidad era mucha y el naciente Estado no podía garantizar sus fronteras con el suficiente número de soldados, oficiales, equipo y armas de su ejército, lo que le impedía incluso echar definitivamente a los remanentes del ejército español que se habían acantonado en el fuerte de San Juan de Ulúa.
Un segundo préstamo por el mismo valor declarado aunque en condiciones más “normales” fue contratado con el banco Barclays, el cual le proporcionó a México 11,333,298 pesos, casi el doble de lo "prestado" de Goldschmidt. Además de que esta casa comercial ayudó a obtener los tan preciados barcos de guerra y armamento para desterrar definitivamente a los soldados españoles.
De conservadores y liberales
Desde los comienzos del México independiente estaba planteada una revolución en los mecanismos de producción y cambio que rompiera con el atraso heredado de la colonia y que se expresaba en la enorme concentración de la propiedad de la tierra en unos cuantos terratenientes, el principal de ellos la Iglesia católica.
La consumación de la guerra había dejado el poder en manos de figuras conservadoras que imponían su política a pesar de la débil oposición de sectores liberales en formación. Como dijera Octavio Paz: “La guerra de independencia fue una guerra de clases y no se comprenderá bien su carácter si se ignora que a diferencia de lo ocurrido en Sudamérica fue una revolución agraria en gestación”. [1] Pero no fueron los Hidalgo, Morelos, Mina, los triunfadores, sino Iturbide y el influyente obispo de Puebla quienes detentaron inicialmente el mando.
De este modo, el principal reto para el desarrollo económico, y la acumulación originaria, era realizar dicha revolución agraria, que en países más avanzados como Inglaterra y Francia ya se había implementado o estaba en ese proceso mientras que en Estados Unidos, las facilidades otorgadas a los colonizadores para la enorme expansión territorial del Atlántico al Pacífico tenía como motor la pequeña y mediana propiedad de la tierra.
La lucha entre facciones, "federalistas" contra "centralistas" ─es decir, liberales contra conservadores-, por el poder se agudizaba y se expresaba en un continuo cambio de mandatarios, doce de ellos entre 1844 y 1848. El caos en la recaudación de ingresos estatales era sofocado sólo a través de endeudar al gobierno con la intervención de una cohorte de agiotistas “nacionales” y la Iglesia, dadas las dificultades que se tenían para cumplir con el servicio de la deuda inglesa. Atentos a esta crisis tanto estructural como en las alturas políticas, el ala expansionista yanqui lanzaba su guerra de rapiña aprovechando la declaración de independencia de Texas.
A cambio de quedarse con la mitad del territorio mexicano, los “generosos” invasores “indemnizaron” a los derrotados con quince millones de pesos, los cuales fueron destinados a la deuda inglesa, como resultado del trabajo de intermediación de los representantes del capital financiero inglés ─que buscaban que quedara garantizado el adeudo den capital inglés─ para que se firmara el Tratado Guadalupe Hidalgo en nuestro país.
El viejo colonialismo ante el no pago de la deuda
Ante la eventualidad de que algún país dejara de pagar los servicios y el capital de la deuda externa establecidos en sus contratos leoninos, Inglaterra declaró en 1848 que se reservaba el derecho de invadir militarmente para obligar a su cumplimiento.
Grecia fue una de sus primeras víctimas en 1854. Le siguió México, donde tuvo lugar la expedición conjunta de Inglaterra, Francia y España para invadir el país después de que en 1861 Benito Juárez declarara la cesación de pagos. También Egipto y Turquía fueron convertidos durante un período en protectorados para imponer el restablecimiento de los pagos”. [2]
México ya había padecido el asedio militar francés en 1838, por la “Guerra de los Pasteles” que implicó el bloqueo de los puertos de Tampico y Veracruz y el bombardeo de este último. La respuesta mexicana fue impotente y se solucionó con la intervención de funcionarios ingleses, obligándose a reconocer un reclamo de una deuda, inexistente, por 600 mil pesos.
Esta vez, el cese de pagos de 1861 traería a Veracruz la intimidante presencia de las flotas española, inglesa y francesa. Las dos primeras negociaron y se retiraron. Los franceses se lanzaron a la aventura que todos conocemos como la Invasión Francesa que terminaría con la victoria y el fortalecimiento del juarismo sobre los conservadores.
Pero hasta aquí el panorama era como describe Gilly en la Revolución Interrumpida:
El capitalismo que destruye las formas precapitalistas en México no tiene los capitales ni la fuerza económica ni la necesidad competitiva para invertir en el campo. Más bien se apoya cuando puede sobre los restos de las relaciones de producción anteriores para extraer las mayores ganancias que permiten los métodos más atrasados de producción. [3]
Las extensas haciendas, el trabajo asalariado absorbido por la tienda de raya, el control de las almas y dineros por la Iglesia, las barracas de los peones alejadas del casco de la hacienda y su opulencia para el terrateniente y sus capataces, era el universo en el que sobrevivía el campesino despojado de su tierra comunal.
El ferrocarril como arma de penetración del gran capital
El periodo de Porfirio Díaz sería el del auge del uso privilegiado del endeudamiento externo “para lograr el desarrollo” en la historia anterior a la revolución mexicana. Y quizás la pauta a seguir de manera sistemática y prácticamente cordial las relaciones entre los gobiernos “nacionales” mexicanos y las potencias imperialistas. Y uno de los estandartes de este desarrollo parcializado fue la red de ferrocarriles, que en realidad no fue planificada e incluso se inició con el subsidio del gobierno del gobierno de Juárez al Ferrocarril Mexicano que unía las ciudades de México y Puebla con Veracruz.
Lenin escribió que:
Los ferrocarriles son el resumen de las industrias capitalistas fundamentales: las del carbón, el hierro y el acero; el resumen y el índice más notorio del desarrollo del comercio mundial y de la civilización democrático burguesa. [4]
Pero también agregaba:
“La construcción de ferrocarriles es en apariencia una empresa simple, democrática, cultural, civilizadora: esa es la opinión de los profesores burgueses, a quienes les pagan para que embellezcan la esclavitud capitalista, y esa es la opinión de los filisteos pequeñoburgueses. En realidad, los hilos capitalistas [...] han transformado esta construcción de ferrocarriles en instrumento de opresión de mil millones de seres (en las colonias y semicolonias), es decir, de más de la mitad de la población de La Tierra que habitan los países dependientes, así como de los esclavos asalariados del capital en los países civilizados”. [5]
En el caso de México, la construcción sufragada por el Estado sólo alcanzó para el ferrocarril México-Tehuacán. El recurso más socorrido fue otorgar subvenciones a empresas particulares nacionales y extranjeras y, a través de los gobiernos estatales, la concesión y asociación con capitalistas privados.
Los inversionistas ingleses y estadounidenses recibieron subvenciones de seis mil a veinticinco mil pesos por kilómetro de vía construido, el aprovechamiento gratuito de tierras para instalaciones y vías, la libre explotación de la mano de obra local y la condonación de impuestos por veinte años. Finalmente, después de tantas facilidades el erario público quedaba terriblemente endeudado pues tantos gastos se cubrieron con empréstitos externos signados en 1889, 1890, 1893 y 1904.
Gran parte de este endeudamiento fue para refinanciar deuda vieja o simplemente para intercambio de bonos viejos por nuevos, estimados en 182 millones, 210 mil pesos. Los empréstitos orientados a obra pública (ferrocarriles, obras sanitarias y reacondicionamiento de puertos) se estiman en 95 millones 500 mil pesos. Para redondear los gastos se emitieron bonos por 100 millones de pesos plata con un descuento del 5%.
Adicionalmente se emitirían en 1908, 50 millones de dólares en bonos para irrigación y fomento a la agricultura y 138 millones de pesos más para obligaciones hipotecarias de Ferrocarriles Nacionales de México, empresa estatal creada a partir de la compra de empresas ferrocarrileras originalmente subvencionadas por el Estado (a las que se les asignó aproximadamente 100 millones de pesos), es decir, se pagó dos veces por las mismas instalaciones y equipos; así se las gastaban los “científicos” porfiristas.
Si bien estos endeudamientos estaba orientados en sus dos terceras partes al fomento económico, los volúmenes de deuda acordados en pesos de aquellos tiempos resultan enormes en comparación a los de las décadas anteriores.
En medio de la revolución
La reanudación de las hostilidades luego de la Decena Trágica, que enfrentó a los diferentes bandos armados en la gesta revolucionaria, se convirtió en asunto de estado para EE.UU. Además de las diversas acciones injerencistas de carácter militar en la frontera o en los puertos de Tampico y Veracruz, la preocupación por el destino de los capitales adeudado llevó ─luego del cese definitivo de las hostilidades─ a que el departamento de Estado yanqui determinara la formación de un Comité Internacional de Banqueros que garantizara el estricto dominio de los banqueros estadounidenses sobre los europeos.
Además de la renegociación favorable a EE. UU. de la deuda, se le presionaba a Carranza para la abrogación del artículo 27 constitucional que sancionaba la propiedad de la nación sobre el subsuelo. Y es que los gringos ya tenían puesto el ojo en el petróleo mexicano.
La carta fuerte de la negociación sería el reconocimiento de Carranza como presidente legítimo. El reconocimiento es una vieja práctica de las viejas potencias imperialistas para condicionar prebendas económicas y políticas. El régimen naciente mexicano opuso a esta práctica, de manera defensiva, la Doctrina Estrada, basada en la no injerencia y la aceptación de la soberanía de cada país. Pero los temas financieros siempre estarán por encima de cualquier soberanía de los países económicamente dependientes.
El régimen priista continuó la relación dependiente no solo del crédito externo sino también de la inversión extranjera que cubrirá “nichos” que la burguesía nacional no podrá desarrollar, especialmente la industria automotriz en los años sesenta, y desarrollará una política “desarrollista”, al estilo de la entonces de moda Comisión Económica para América Latina y el Caribe, (CEPAL).
La etapa crucial, fue la década del “desarrollo estabilizador” que tantas alusiones positivas recibe del presidente López Obrador pero que tenía una lógica dependentista en sí misma. Al decir de Rosario Green, esta concepción “propiciaba la recurrencia al endeudamiento externo que, aunque no se utilizó en cantidades excesivas (en comparación con las de período neoliberal), fue una ideología que propiciaba el endeudamiento sobre otras formas de captación de recursos, tanto internos como externos”. [6]
Boom petrolero o boom de la deuda
En los inicios de los años setentas se da el fin del ciclo económico mundial conocido como “boom” de posguerra, caracterizado por la atenuación de los ritmos de crecimiento de las principales economías del globo y que afectaría a largo plazo a los países subdesarrollados con un “boom” de deudas externas. Este proceso fue auspiciado por la banca trasnacional para buscar una salida al estancamiento de los imperialismos estadounidense y europeo, que registraban una enorme disposición de capitales de las que no hacían uso al ralentizarse sus economías, muchas al borde de la recesión.
Aparecieron por todo el mundo los agentes del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, otorgando grandes volúmenes de crédito muy barato a los países pobres. México no fue la excepción: de los 4 mil millones de dólares (MDD) de la deuda externa que dejó Díaz Ordaz al final de su mandato, el sexenio de Luis Echeverría la elevó a 20 mil millones en 1976.
En el siguiente sexenio, los descubrimientos petroleros recibieron mucho crédito internacional ante las expectativas de producción generadas pues entre 1977 y 1979, el precio del barril de petróleo pasaba de 4 a 38 dólares, mientras que las reservas pasaban de 10 mil millones de barriles a principio de los 70’s a 70 mil millones en 1979. El derroche fue brutal y al finalizar el sexenio se vinieron abajo los grandes sueños, al caer abruptamente los precios y los pedidos de crudo. La deuda externa ya llegaba a 70 mil MDD.
En febrero de 1978, el Banco Mundial había declarado:
“El gobierno mexicano experimentará, casi con certeza, un importante incremento de los recursos a su disposición a principios de los ochenta. Nuestras proyecciones más recientes muestran que... la balanza de pagos mostrará un excedente en cuenta corriente en 1982... un amplio aumento de los ingresos por exportaciones, principalmente por petróleo y derivados que en los ochenta facilitaría mucho la gestión del problema de la deuda externa y de las finanzas públicas. El servicio de la deuda externa, que representaba el 32.6 % de los ingresos por exportaciones en 1976, aumentará progresivamente al 53.1 % en 1978, y a continuación se reducirá hasta el 49.4 % en 1980 y alrededor del 30 % en 1982”. [7]
Los hechos contradicen la totalidad del pronóstico; López Portillo planteó el cese de pagos y las disputas con los acreedores duraron un año cuando el entonces secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari acordó la renegociación, llegando así a 82 mil MMD.
Posteriormente y hasta la fecha la deuda externa ha seguido en crecimiento afrontándose crisis como la de 1994 y con salvatajes de las instituciones financieras imperialistas. Obviamente para endeudar más al país con cada renegociación o préstamo, pero hay que destacar que se dio un salto explosivo en los montos de la deuda en los dos sexenios anteriores, lo que ha reducido a prácticamente nada el margen de maniobra para negociar con el imperialismo estadounidense como lo hicieron en su momentos Salinas y Zedillo.
En esta gráfica emitida por el Banco de México se puede visualizar cómo en el sexenio del panista Calderón, la deuda dio un salto de 173,729 millones de dólares (MDD) a 304,322 MDD, un incremento del 75%. El retorno del PRI al poder costó al país también un enorme endeudamiento incrementándose en 48% (pasó de 304,322 a 451,512 MDD). En términos monetarios, durante el gobierno calderonista se comprometió al erario nacional con 130,613 MDD, mientras que con Peña Nieto fueron 147,190 MDD, los que se adicionaron al monto total de deuda externa.
En el gobierno de la Cuarta Transformación sigue siendo prioridad, como en los gobiernos anteriores, hacer el pago del servicio de la deuda al pie de la letra, ante un gobierno imperialista agresivo que ahora usa el T-MEC como herramienta de presión para obtener sus deseos tanto económicos como políticos, al obligar a que AMLO mande a la Guardia Nacional a perseguir a los migrantes centroamericanos, mientras que los capos del sistema financiero trasnacional, presionan no sólo para el pago puntual de la deuda externa sino "ofreciendo" enormes sumas que están a "disponibilidad" de los responsables de la economía del país, bajo la velada amenaza de retirar la inversión extranjera, usando para ello la presión de las calificadoras.
El comportamiento errático de esta gráfica refleja la política de gobierno que entró a sustituir los gobiernos "prianistas" que, a pesar de los esfuerzos por no endeudarse alegremente como sus antecesores, no puede impedir el crecimiento de la deuda. En lo que va de gobierno ésta se ha incrementado en 11,339 MDD, apenas un 2.5%, pero no hay garantía de que en la parte final de su sexenio haya un importante incremento debido a sus obras asistenciales y de infraestructura, que no podrá compensar con los centenares de miles de despedidos por su "austeridad republicana".
Si bien el discurso amloísta es "no contratar más deuda", tampoco tiene recursos para enfrentar los pagos del servicio de ella (intereses y gastos derivados de los mecanismo de préstamo) ni mucho menos para pagar parte del capital adeudado, capital que ha mantenido por siglos al país como rehén del imperio.
¿Cómo romper esta cadena de dominación política y social del capital financiero?
Evidentemente los montos "adeudados" son "impagables" de acuerdo con el mecanismo de sojuzgamiento diseñado hace un par de siglos por el imperialismo europeo y que los capitalistas estadounidenses hoy usufructúan alrededor del mundo.
Pero el estancamiento del sistema capitalista global que golpea lo mismo a las potencias centrales que a su periferia sojuzgada, incluso con mayor intensidad debido a la pandemia, pone de relieve el tema del pago o no pago de la deuda. De entrada tenemos el dato de que el gobierno de la 4T no enfrentará este problema, sino que se comportará como "pagador adicto" al igual que los gobiernos del patio trasero latinoamericano, como los yanquis denominan despectivamente a nuestros pueblos.
Habrá que pensar, no solo en fechas como hoy, 15/16 de septiembre, cómo lograr una efectiva independencia del imperialismo estadounidense y de sus secuaces "nacionales", quienes se llenarán la boca de "independencia y libertad" recurriendo a la derrota del imperio español, pero sirviendo zalameramente al imperialismo hoy dominante, como se pudo ver en la reciente reunión con la vicepresidenta Kamala Harris ante la cual acudieron presurosos encabezados por Marcelo Ebrard, a recibir instrucciones para apoyar la guerra comercial de Estados Unidos contra China, alineándose a las exigencias comerciales estadounidenses, en este caso, para garantizar el aseguramiento de las "cadenas de suministro" de las transnacionales yanquis.
Históricamente la independización de España sólo significó el paso de la Nueva España a un México saqueado, territorial y económicamente por el joven imperialismo capitalismo anglosajón en el siglo XIX. Llevamos casi dos siglos y la tarea de conformar una nación independiente, se ha postergado en tanto que el mecanismo de sometimiento de la "deuda eterna" nunca se pudo derribar por los distintos gobiernos de una burguesía anoréxica la cual, desde su origen hasta la fecha, ha preferido el sometimiento histórico como un "convidado de piedra" de la desenfrenada comilona imperialista. Y así seguirán, pese a sus celebraciones de "fiestas patrias".
Los trabajadores, campesinos individuales esclavos de la agricultura de subsistencia, el pueblo pobre, es decir, aquellos que han sufrido durante estos dos siglos de francachela capitalista, son los únicos que pueden levantar cabeza y enfrentar esta miseria recuperando la noción de país independiente, sin ataduras económicas y políticas que los sometan al capital extranjero. Es imprescindible para ello organizarse y luchar desembarazados de la burguesía "nacional", de sus figurines mediáticos, sus funcionarios y sus partidos; forjando una nueva nación de los de abajo.
Los trabajadores del campo y la ciudad, junto al campesinado pobre y los pueblos originarios, pueden poner patas arriba el sistema que los oprime y explota, el sistema de los capitalistas extranjeros y sus lacayos "nacionales". Para hacer efectivo el reparto agrario aún pendiente y el control de la economía en favor de las grandes mayorías sometiendo a su dominio, los medios de producción y el control estricto del comercio exterior.
Para llevar a cabo el ideal de un país independiente, libre de la carga de la deuda externa, es imprescindible un gobierno revolucionario obrero y campesino, único que podría plantearse esta tarea y ganarse toda la simpatía y apoyo de los trabajadores de las grandes potencias imperialistas (quienes lucharán por la condonación de las deudas de los países pobres). Es una tarea en común con los demás países latinoamericanos sojuzgados, lo que seguramente reeditará el internacionalismo de los de abajo, que fue capaz de doblegar al imperio español. La tarea habrá que repetirla, derrotando al imperialismo capitaneado por el voraz capital financiero, por el bien del conjunto de la humanidad.