Hace tres años, entrado el mes de octubre, salía You want it darker, el disco final de Leonard Cohen. Sabía que le quedaba poco tiempo, y a lo largo de su último trabajo, en sus canciones, con ironía meditaba sobre eso. Sin embargo, parte de lo que grabó en esas sesiones no pudo incluirlo en el disco. Para esa fecha, en una entrevista, Cohen decía: “Tal vez tenga una nueva oportunidad, no lo sé. Pero no me atrevo a apegarme a una estrategia espiritual. No me atrevo a hacer eso. Tengo trabajo que hacer. Ocuparme de algunos asuntos. Estoy listo para morir. Espero que no sea demasiado incómodo. Eso es todo para mí”. Menos de un mes después, moría a los 82 años por complicaciones derivadas de una leucemia. Algunos de los “asuntos de los que se debía ocupar” eran los bocetos de nuevas canciones que había estado grabando, y de las cuales le dejaría instrucciones a su hijo Adam para que las completara. El resultado es Thanks for the Dance [“Gracias por el baile”], su álbum póstumo, que saldrá completo el 22 de noviembre de este año, y del que ya se adelantó una canción, “The Goal” (“La meta”), donde Cohen continúa afrontando su propia mortalidad: “Settling at last / Accounts of the soul / This for the trash / That paid in full” [Ajustando cuentas del alma, al fin. Esto, a la basura. Aquello fue recompensado].
Leonard Cohen (1934-2016), nacido en Montreal, Canadá, no fue un “músico”; fue un artista completo, una personalidad muy a lo siglo XX. Una referencia y una inspiración para los fundadores del rock, era de una generación mayor, y empezó como escritor, publicando varios libros de poemas antes de lanzar su primer disco, The Songs of Leonard Cohen, en 1964, a la edad de 40 años. Un admirador de Federico García Lorca (una de sus hijas se llama incluso Lorca Cohen), su carrera siguió combinando la poesía, la novela y la música, combinando temas místicos, el amor, la sexualidad y la política, en este último caso, por ejemplo, con uno de sus primeros éxitos “The Partisan” (en su segundo disco, Songs from a Room, de 1969) basado en una canción de la resistencia antinazi francesa, “El lamento del partisano”, sobre los guerrilleros que combatieron la ocupación alemana, hasta su interpretación en vivo en Francia en 1974 de “Beloved Comrade” [Amado camarada], en homenaje al cantante chileno Víctor Jara, asesinado por la dictadura de Pinochet en el campo de concentración montado en el Estadio Nacional de Santiago: “A ti, amado camarada, te hacemos este solemne voto / La lucha continuará / La lucha continuará / Como tú, amado camarada, ahora juramos poner el cuerpo. / La lucha continuará / La lucha continuará...”. Ya en los ‘80, la más que conmovedora “Hallelujah”, con algo de misticismo judío y religiosidad, con mucho de góspel, al comienzo tuvo muy poco éxito pero, gracias a una versión de John Cale, terminó siendo su canción más grabada y una de las más reinterpretadas de la música moderna, volviéndose una suerte de himno secular, para terminar la década con la hermosamente oscura, una suerte de balance de los tumultuosos años ochenta, “Everybody Knows” [Todo el mundo sabe].
Ojalá que Leonard haya dejado todavía otro puñado más de sus asuntos pendientes por ver la luz. Se los necesita.