La noción de familia se ha ido transformando a lo largo del tiempo. De hecho, hablar de UNA noción de familia es impreciso ya que cada cultura sostiene el entramado familiar de forma particular. Sin lugar a dudas, el tipo de familia occidental-europea no tiene nada que ver con el concepto de familia presente en ciertas regiones africanas o en la cultura oriental. Incluso dentro de la corriente occidental hay matices que, afortunadamente, estamos incorporando y defendiendo para salir de la “normalidad” establecida. La literatura nos sirve una vez más como una ventana a la realidad, que como todos imaginamos, nunca es del todo idílica. Ahora sí, los textos.
Plumas, de Raymond Carver: Jack y Fran son un joven matrimonio que disfruta de estar juntos y la libertad de no tener hijos. Su vida de pareja se modifica cuando son invitados a una cena en casa de Bud, compañero laboral de Jack, y su esposa Olla, quienes tienen un hijo en común. La situación se empieza a poner bizarra cuando llegan a la casa de campo donde vivían y se topan con un pavo real que les da la bienvenida. De ahí en más todo se vuelve confuso, divertido y deprimente. El efecto que esa cena va a provocar en la joven pareja es profundo a la vez que dispar.
Es un cuento cargado de simbolismo y escrito con maestría por Carver, en el estilo directo y sobrio que lo caracteriza. Por otro lado, es interesante pensar el modo en que el autor cuestiona -en 1983- cierta obligación social de tener descendencia como único objetivo de vida. Eso, entre otras cosas, lo hace actual.
El día que murió papá, de Fernanda García Lao: “Me enteré que papá ya no existía mientras estaba con Emma”. Así empieza el cuento y hace recordar al extranjero de Camus. Hay algo en la protagonista del cuento de García Lao que se asemeja al de Camus, cierta apatía, cierta distancia con los hechos. Lo cierto es que la escritora argentina construye un personaje en cinco carillas y nos regala un cuento con mucha potencia.
Nos relata el instante preciso de la menarca, casi en el mismo momento en que se entera de la muerte de su padre, y el modo en que la niña-mujer transita las pérdidas. Vemos a través de los ojos de la protagonista los pormenores del velorio y el extrañamiento que produce el evento en contraste con la realidad lejana de una familia donde nadie parece tener lugar. Una pieza para leer y aprender.
Al abrigo, de Juan José Saer: este breve relato es de esas tantas perlas que se encuentran en la literatura saeriana. Apenas dos páginas en las cuales todo el universo se resignifica, y no solo el universo ficcional. La temática es sencilla: un comerciante de muebles descubre en un viejo sillón un diario íntimo que perteneció a una mujer. A partir de su lectura el hombre empieza a pensar que, así como aquella mujer anónima guardaba sus secretos en ese diario que ahora él está leyendo, todos los que lo rodean, e incluso él mismo, pueden y deben tener secretos escondidos.
Lo interesante de este relato es el modo en que Saer describe el punto de inflexión del personaje. Piensa en su hijo, piensa en su esposa. ¿Qué pasaría si todos los secretos familiares se develaran? O mejor aún, ¿qué tan desastrosa sería una familia si no pudiésemos tener guardados nuestros secretos? La novela familiar, decía Freud, se construye con lo no-dicho.
Nada de todo esto, de Samanta Schweblin: el cuento que abre el libro “Siete casas vacías” entra generando tensión. Se trata de dos mujeres, madre e hija, que viven una experiencia singular en una casa ajena. La hija, quien relata la secuencia en primera persona, explica que desde que tiene uso de razón su madre se dedica a explorar los jardines de las casas de gente de plata. El cuento se desarrolla a partir de ese vínculo y el modo en que la hija se mueve entre la angustia, el odio y la ternura por una madre que no logra comprender, pero tampoco puede abandonar.
Fiel a su estilo, Schweblin escribe con una tensión que obliga a seguir leyendo a través de escenas que repiten la formula tensión-calma. El resultado es una literatura que impacta en el cuerpo.
La casa de azúcar, de Silvina Ocampo: Cerramos la lista con una pareja de recién casados. Cristina y su marido se mudan a una bella casa en Buenos Aires. El cuento empieza diciendo que Cristina era muy supersticiosa y no quería mudarse a una casa en la que haya vivido gente antes. Ante eso, el marido le miente diciéndole que la casa era nueva. Empezamos mal. La casa de azúcar, como le decían por su blancura, empieza a afectar la personalidad de Cristina, al tiempo que distintos pretendientes comienzas a llegar y confundirla con una mujer llamada Violeta. A partir de ahí la trama empieza a desplegarse en función de la figura del doble.
Se trata de un relato en donde Silvina Ocampo se planta como representante de la literatura fantástica del Rio de la Plata. |