El Círculo Rojo |
El fin del ciclo corto del macrismo y el país que viene
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Foto Télam |
Algunos de los debates y análisis que dejaron los resultados del 27 O y las complejas perspectivas para el gobierno entrante fueron abordadas en el editorial de “El Círculo Rojo”, programa de La Izquierda Diario que se emite los domingos a las 22 hs. por Radio Con Vos, 89.9. |
Link: https://www.laizquierdadiario.com/El-fin-del-ciclo-corto-del-macrismo-y-el-pais-que-viene
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En un mundo convulsionado, la Argentina parece un país de otro planeta. La particularidad de atravesar una crisis grave y eterna en medio de una paz social inédita condujo a determinadas lecturas o interpretaciones en torno al balance de las elecciones del domingo pasado que voy a intentar poner en cuestión.
Una de ellas afirma que estamos ante la vuelta de un “bipartidismo” sólido y que este fenómeno, presuntamente, debería tomarse como un dato positivo y hablaría de una mayor estabilidad del sistema político argentino.
La realidad es que, como leí por ahí, en las elecciones generales se dio una especie de balotaje en dos tiempos y con el voto negativo como principal motor. En la contienda más polarizada desde 1983, la base electoral del Frente de Todos votó en agosto como si fuera un balotaje y lo mismo hicieron en octubre los que apoyaron a Juntos por el Cambio. Una porción considerable de ambos electorados -no hablo de los “núcleos duros”-, votaron por “que se vaya el que está ahora” o “para que no vuelvan los que estuvieron antes” y lo hicieron con la herramienta que consideraban más eficaz. Las terceras fuerzas, entre ellas el Frente de Izquierda en el terreno electoral, en parte fueron víctimas de esa polarización.
Relacionado con esto, hay que tener en cuenta que los dos polos están representados por coaliciones con liderazgos que no son hegemónicos porque expresan a su manera a fracciones de sociedades rotas, con muchos desilusionados y otros tantos más que son perdedores casi permanentes y desde hace décadas. En eso, la Argentina está a tono con el malestar que recorre otros países del continente o del mundo. Aunque aquí, el régimen político, por ahora, haya sido “exitoso” en contener la bronca que en otros lados se expresa en la calle.
Si esto es así, no puede considerarse que lo sucedido en las elecciones es el producto de una “maduración democrática” y de una nueva vitalidad de los partidos tradicionales que, desde el 2001 para acá, sino es desde mucho antes, tienen una crisis permanente.
Por otro lado, la recuperación de Macri hacia las generales habla de los límites de la estrategia o de la táctica “antigrieta”. Macri se recuperó apostando a la polarización o a la radicalización de su discurso, al enfrentamiento y a la ofensiva. Quiero decir, mostró un límite a la orientación que pregonaba que para “combatir inteligentemente” a la derecha había que parecérsele en muchos aspectos, no “hacerle el juego” en la calle, ni con la apuesta al conflicto, en paz, tranquilidad y con la bandera del consenso. De hecho, el candidato que más se le parecía en discurso y hasta en estética, Matías Lammens, fue uno de los grandes derrotados de la jornada.
En este mismo sentido, me parecen –de mínima– erradas o muy cuestionables esas miradas de analistas o periodistas que “festejan” la supuesta “maduración cívica” de la derecha que ahora tiene una representación electoral o sale a copar la calle pacíficamente y con buenos modales. En su lógica de hierro en la que siempre están a la caza del “mal menor” aseguran que prefieren eso antes de que “vayan a golpear la puerta de los cuarteles”. No golpean las puertas de los cuarteles porque no pueden, no porque no quieren (porque hay una crisis histórica del “partido militar”); pero además, como lo demuestran el ejemplo extremo de Patricia Bullrich, son todo lo pro-militares o pro-fuerzas de seguridad que les permite una relación de fuerzas y con esa convicción impulsaron y luego encubrieron crímenes de Estado como los de Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, empoderaron a las policías bravas o a los servicios de inteligencia. Festejar los avances políticos de la derecha o disputarle “en su terreno”, eso es hacerle el juego a la derecha. De hecho, en el camino a octubre, esta lógica envalentonó a Macri y le permitió salir con lo que consideraron una “derrota digna” y continuar en carrera, más allá de si tiene éxito o no para erigirse en jefe de la oposición.
Entonces, esos giros hacia la moderación que pueden ser tácticamente exitosos (en el terreno electoral, por ejemplo), son estratégicamente peligrosos en el terreno de la disputa de fuerzas políticas más general. Algo de eso vimos en Brasil o en Ecuador, para poner solo dos ejemplos.
Por último, y teniendo en cuenta que estamos en una transición con un gobierno saliente y otro que todavía no asumió (más allá de que uno conozca sus trayectorias y a su personal político y considere que no van por una salida de fondo o a la altura de esta crisis), es necesario alertar contra cierto discurso que se empieza a instalar y que asegura que “podemos salir cumpliendo con todos”: con los empresarios y los trabajadores, con los ricos y con los pobres, con el FMI y los bonistas, con la cúpula de la Iglesia y con las mujeres, con las saqueadores y con los saqueados. Para esto, se construye un relato que presenta el panorama legado por Macri como si fuera un desastre natural: la “pesada herencia” que usaron tantos, la “tierra arrasada” que acuñó Axel Kicillof la noche del triunfo electoral. Hasta el inefable Carlos Menem habló en su momento de la “brasa ardiente” que recibía. Todos poetas. Ya tenemos experiencia de para qué se usaron esas metáforas en la política concreta.
Bueno, no. La crisis actual no es un desastre natural, no todos perdimos y ahora tenemos que reconstruir entre todos. Hubo ganadores que ganaron mucho y perdedores que perdieron demasiado. La cuestión es quien va a pagar la fiesta o el desastre de la crisis.
Prever es muy difícil, sobre todo si se trata del futuro, pero en este momento tan complejo y para estas primeras reflexiones podemos apropiarnos de lo que decía Antonio Gramsci para burlarse de los positivistas que aseguraban que en el terreno social o político todo estaba férreamente determinado por leyes que tenían la fuerza de la ley de gravedad. Decía Gramsci: “En realidad, lo único que se puede prever ‘científicamente’ es la lucha”.
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