La exitosa jornada de huelga nacional y manifestaciones del 5 de diciembre y las posteriores, con huelgas extendidas a varios sectores estratégicos como la SNCF y la RATP, muestra un salto cualitativo de la lucha de clases en Francia y tal vez en el mundo. La serie de revueltas iniciadas por los Gilets Jaunes (Chalecos Amarillos) hace casi un año, se ha extendido luego de Hong Kong al Líbano, pasando por Argelia y Sudán y últimamente con fuerza en América Latina (combinado aquí con golpes fuertes de la contrarrevolución como en Bolivia), cuya punta más avanzada es el despertar chileno. Pero a diferencia de estas, en Francia es una parte de los sectores estratégicos del proletariado y su método –la parálisis de la producción y de la circulación– los que predominan en el movimiento actual. Esto constituye una novedad en la misma Francia, ya que los últimos movimientos sociales en ese país, aunque combinaron distintos sectores en huelga, tenían como manifestación central las jornadas de acción, es decir, el llamado a ocupar la calle [1].
En esta oportunidad el paro fue enorme en la RATP (compañía que gestiona los transportes urbanos en la región parisina), así como en empresas similares en las otras grandes ciudades de Francia; en la SNCF (compañía de trenes) abarcando a todos los oficios, incluido una fuerte proporción de cuadros y de personal administrativo; un porcentaje nada despreciable en las compañías de aviación como Air France, EasyJet y otras compañías aéreas, que anularon una buena parte de sus vuelos. Por su parte, otros de los sectores a menudo a la cabeza, como los trabajadores de las 8 refinerías existentes, paralizaron 7, y en Marsella el sector petroquímico de la zona del lago de Berre registró tasas de huelga “nunca alcanzadas desde la década de 1970”, según la CGT local. La gran sorpresa para el gobierno es el fuerte paro en docentes: el ausentismo en los jardines de infantes y las escuelas primarias el día jueves fue del 55 % en todo el país y del 78 % en París. De hecho, la gran mayoría de las 650 escuelas de la capital permanecieron cerradas el día jueves, y más de un centenar el viernes.
Otra sorpresa para las autoridades fue la amplitud nacional de la protesta, que además de París se expresó también en otras áreas metropolitanas, como en varias ciudades medianas y pequeñas del país. Por último, la huelga abarcó también al sector privado con la novedad que muchas pequeñas y medianas empresas, a menudo ajenas a este tipo de movimiento, se incorporaron a la lucha ya sea a nivel individual [2] o colectivamente [3]. Como vemos, la sublevación de los Chalecos Amarillos no pasó en vano, ya que no solo endureció y dio moral a sectores estratégicos del movimiento obrero sino que llevó la protesta e incluso los métodos históricos de la clase obrera a nuevos sectores de trabajadores, dejados de lado por décadas por las direcciones sindicales.
Una dinámica inicial de huelga general política pero con direcciones sindicales que buscan limitar las potencialidades del movimiento en vez de desarrollarlo
Está claro que no estamos solo frente a una huelga de presión. Desde ya es algo más. Las bases se habían desencantado con las jornadas de acción sin continuidad y el estrepitoso fracaso de la “huelga intermitente” (que consistía en parar las labores dos días cada cinco durante tres meses) ideada por las direcciones sindicales ferroviarias. Ahora, inspiradas por la revuelta de los Chalecos amarillos y empezando por el paro de un día enormemente seguido el 13 de septiembre en los transportes parisinos, y que luego se extendió a la SNCF con la oleada de huelgas salvajes, está imponiendo otros métodos. ¿Pero es ya la HUELGA GENERAL? Como decía Trotsky:
La importancia fundamental de la huelga general, independientemente de los éxitos parciales que puede lograr (pero que también puede no lograr), radica en el hecho de que plantea la cuestión del poder de un modo revolucionario. Paralizando las fábricas, los transportes, todos los medios de comunicación en general, las centrales eléctricas, etc., el proletariado paraliza así no solo la producción sino también al gobierno. El poder del Estado queda suspendido en el aire. Debe, ya sea domar al proletariado mediante el hambre y la fuerza obligándolo a poner de nuevo en movimiento la maquinaria estatal burguesa, ya sea retroceder ante el proletariado.
Cualesquiera que sean las consignas y el motivo por los cuales haya surgido la huelga general, si esta abarca realmente a las masas y si esas masas están decididas a luchar, la huelga general plantea inevitablemente ante todas las clases de la nación la pregunta: ¿quién va a ser el dueño de la casa?” (“Una vez más, ¿adónde va Francia?”, fines de marzo de 1935).
Aún no estamos ahí, evidentemente. Pero que existe la potencialidad no queda la menor duda. Hay un hartazgo general con el gobierno que va más allá de las pensiones. El apoyo a la huelga de un 70 % de la población es uno de los signos. Pero frente a esta realidad, las direcciones (que en los años pasados vinieron negociando una a una las conquistas de los trabajadores y se opusieron al movimiento de los Chalecos Amarillos a principios de diciembre), al no poder parar un movimiento en el que no tuvieron la iniciativa, tratan de limitarlo todo lo que pueden.
Es indudable que el llamado de la Intersindical, reunida el viernes 6 de diciembre y encabezada por la CGT, a una nueva jornada de huelga interprofesional el próximo martes 10 de diciembre, es un punto de apoyo que debe ser utilizado para afirmar y extender la huelga. Pero a pesar de sus declaraciones “combativas”, se cuidan bien de no llamar a la huelga general ilimitada. Con el argumento de dejar a los trabajadores la responsabilidad y la decisión a nivel local, dejan a las direcciones confederales las manos libres para continuar la negociación con el gobierno. Y, un hecho increíble, en ningún momento –incluso las direcciones sindicales más combativas– han desertado de la negociación que ya lleva meses, aun cuando está claro que los trabajadores rechazan la reforma de conjunto. El próximo lunes, a pesar de la contundencia del 5 de diciembre, la dirección de la CGT irá a ver a la ministra de salud Agnes Buzyn.
¿Cómo puede ser creíble que se va a derrotar esta reforma si siguen negociando con el gobierno? La CGT plantea otra reforma, ¿pero alguien puede imaginar que una reforma progresiva de las jubilaciones y nuestra seguridad social pueda lograrse sin derrotar a Macron y su plan neoliberal? Es evidente que no, y que por eso la primera demanda de las direcciones sindicales debería ser la que los Chalecos Amarillos impusieron en la calle el año pasado: “¡Macron, dimisión!”. Pero la dirección de la CGT se cuida como de la peste de llamar a esta perspectiva, que pondría la huelga conscientemente en el plano de una huelga general política. Es por este motivo que la dirección de la CGT no llama a una huelga general ilimitada, ya que esto podría alentar a los sectores dubitativos, darle seguridad a los trabajadores de las pequeñas y medianas empresas aisladas sin secciones sindicales ni tradición de lucha, pero que muestran una tendencia a querer luchar [4] frente a la represión ulterior de los patrones. Si ampliaran el pliego de reclamos al conjunto de los sectores obreros y populares, en especial en las grandes empresas industriales y de servicios donde reinan los bajos salarios y un despotismo patronal feroz de Amazon a Peugeot, así como los grandes supermercados o concentraciones obreras como las de Vendée, impulsarían a unirse al movimiento a los sectores centrales del sector privado, generalizando la huelga y transformándola en efectivamente una huelga general.
Una dirección que quiera verdaderamente ganar no puede confiar solamente, como tiende a argumentar la dirección de la CGT, en que las manifestaciones y la huelga, si continúan, engendrarán por sí mismas una dinámica de extensión a otras categorías, como los jóvenes o los asalariados privados. Un verdadero Estado Mayor de la huelga debería tener un plan para lograrlo. Como polemizaba ya en el pasado Rosa Luxemburgo frente a la estrategia de desgaste de los jefes de la socialdemocracia alemana: “El plan de emprender una huelga de masas como una acción política de clase importante solo con militantes organizados es completamente ilusorio. Si la huelga –o mejor, las huelgas—, si la lucha de masas ha de tener éxito, debe convertirse en un verdadero movimiento popular, es decir, debe atraer a la lucha a las más amplias capas del proletariado”. O en el mismo sentido cuando afirma que:
… el movimiento proletario no puede ser concebido nunca como el movimiento de una minoría organizada. Toda auténtica gran lucha de clases ha de basarse en el apoyo y en la colaboración de las más amplias capas populares; una estrategia de la lucha de clases que no tomara en cuenta esta colaboración, que solo pensara en las deidades bien ordenadas de la pequeña parte del proletariado reclutado en sus filas, se vería condenada a un lamentable fracaso.
La sublevación de los Chalecos Amarillos, que representan a una franja de los sectores más pauperizados del proletariado, está ahí para recordarlo de forma activa. Potencialmente un riesgo aún más peligroso para la patronal podría expresarse en las mismas empresas. Este es el temor del último informe de la asociación Entreprise&Personnel, organismo de consejo en recursos humanos, que ha estado examinando el clima social de sus miembros durante medio siglo. Este se pregunta: “¿Y si el movimiento de los Chalecos amarillos dejara las rotondas para prosperar en las empresas?” [5].
Sin embargo, no es este el objetivo de la dirección de la CGT: en otras palabras, desatar las energías revolucionarias presentes o latentes de las capas más amplias del proletariado, la utilización del conjunto de las reservas estratégicas centrales para vencer. Esta solo busca, apoyándose en la inusual movilización de las masas, reposicionarse de nuevo como un pilar de la “democracia social” a la francesa, frente a la política del bonapartismo débil macronista de pasarle por encima a los sindicatos y demás asociaciones [6]. Por el momento se contenta con seguir al movimiento para encuadrarlo y canalizarlo.
Peor aún, en lo inmediato el peligro que se cierne es que, frente a la contundencia del 5 de diciembre y su continuidad, algunas direcciones sindicales quieran salir de forma corporativa frente a las falsas concesiones que se aprestaría a conceder el gobierno para salvar a un alto costo lo esencial de su reforma, lo que equivaldría a una puñalada por la espalda a la dinámica de la movilización. Desde este punto de vista, la próxima semana va a ser decisiva para saber si los huelguistas pueden sortear este primer gran obstáculo que se les prepara, afirmando la dinámica de la huelga y sus alcances.
La tarea del momento: la huelga debe pertenecer a los huelguistas mediante asambleas reales, comités de huelga y coordinación
A diferencia de la “huelga intermitente”, que había liquidado las asambleas, en esta oportunidad, en la SNCF (y en menor medida en los centros de la RATP), las asambleas fueron numerosas, aunque en muchos casos las mismas se redujeron a intervenciones orales de los responsables sindicales, a asambleas de información o consulta, y no verdaderas asambleas soberanas y con poder de decisión. Por el momento, también la votación de comités de huelga es minoritaria. Desde el punto de vista de la organización, la irrupción de los docentes dio lugar a asambleas por ciudad que reunieron docenas y, a veces, cientos de maestros, como fue el caso en París en varias ciudades de la periferia de la capital, en particular en Montreuil, pero también en Toulouse o Marsella. También se reactivaron antiguas redes de asambleas interprofesionales tanto en la región parisina como en provincia. Algo nuevo: el encuentro de los sectores en huelga llamado por los trabajadores de la SNCF y la RATP del día 6 de diciembre en Saint Lazare, que incorporó a otros sectores, como docentes y Chalecos Amarillos que, organizando a los sectores más resueltos de la vanguardia, en algunos casos mandatados por sus asambleas de base, se propone ayudar a modificar la relación de fuerzas en el sentido de la dinámica profunda de la situación. Estos elementos de organización en los lugares de trabajo podrían complementarse si el inicio de la huelga reactiva la lucha de los Chalecos Amarillos, retomando la organización y las asambleas de las rotondas.
La pelea por la democracia obrera no es solo una veleidad democrática. Ella surge de las necesidades de la acción, por ejemplo, para organizar la autodefensa, para realizar piquetes no solo de convencimiento sino efectivos contra los carneros, para organizar transportes alternativos para el desplazamiento de los huelguistas o guarderías colectivas para sus hijos frente a la huelga de los maestros, y a la vez como elemento de control de las direcciones sindicales en la perspectiva de superarlas en el manejo y dirección de la huelga. En la década de 1930, Trotsky explicaba la dialéctica infernal entre el desarrollo de la huelga y la necesidad de la autoorganización, afirmando que
… la preparación de la huelga general quedará en el papel si la propia masa no se empeña en la lucha, por medio de sus órganos responsables… Nadie sino los comités de acción, abarcando los centros principales del país, podrá elegir el momento de pasar a métodos más decididos de lucha, cuya dirección les pertenecerá de pleno derecho.
Esta cuestión es central para comenzar a romper por ejemplo el legalismo existente mediante la constitución de piquetes de huelga con ayuda de fuerzas exteriores, ya que, a diferencia de 1995, toda actividad al interior de la empresa, ya sea la ocupación de las estaciones o el bloqueo de las vías, es motivo de sanción disciplinaria grave para los ferroviarios.
El movimiento actual, si quiere triunfar, debe romper la resistencia conservadora de la burocracia sindical a toda autoactividad autónoma de la base, así como también el rechazo, como en cierta medida expresaba el movimiento de los Chalecos Amarillos, a toda delegación de representatividad que impida una centralización y coordinación de los huelguistas, esencial para determinar los pasos a seguir, delegación que debe siempre ser bajo control de la base y por ende con mandato y revocable. Asambleas soberanas, comités de huelgas y la coordinación real de las masas en lucha, son los nervios de la huelga.
Una nueva generación obrera y la necesidad de un partido revolucionario unificado para vencer
Se podrán sortear todos los obstáculos, así como desarrollar las potencialidades de la huelga, si la nueva generación obrera que está emergiendo hace suyo este método de lucha. En la famosa huelga de junio de 1936, Trotsky veía emerger a los futuros generales del ejército proletario. En ese momento escribía:
La principal conquista de la primera ola radica en el hecho de que han aparecido dirigentes en los talleres y en las fábricas. Han sido creados los elementos de los estados mayores locales y barriales. Las masas los conocen. Ellos se conocen unos a otros. Los verdaderos revolucionarios buscarán relacionarse con ellos. Así, la primera movilización autónoma de las masas ha marcado y en parte designado a los primeros elementos de una dirección revolucionaria. La huelga ha sacudido, reanimado. Renovado todo el gigantesco organismo de clase. La vieja escama organizativa aún está lejos de haber desaparecido; por el contrario, se mantiene con demasiada obstinación. Pero, bajo ella, ya aparece una nueva piel (“La revolución francesa ha comenzado”, 9 de junio de 1936).
Parafraseando al revolucionario ruso, podríamos decir que empieza a aparecer, aún en forma dubitativa, una “nueva piel” del movimiento obrero francés, aunque menos avanzado todavía en sus acciones que en aquel momento por años de retroceso de la organización y conciencia obrera, pero obligados a jugar un rol, más temprano que tarde, por la crisis histórica del sindicalismo francés, que no tiene ni punto de comparación con el peso que tenían los sindicatos y partido reformistas como la SFIO o el PCF, ya sea en 1936 o más tarde, en 1968.
No por casualidad el diario patronal Les Echos alerta a la burguesía sobre los nuevos rostros y tendencias. En un artículo titulado “Huelga del 5 de diciembre sobre pensiones: huelguistas y ‘Chalecos Amarillos´ la nueva generación de rebeldes” da algunos ejemplos de lo que decimos: “Esto confirma la historia de Adel Gouabsia, delegado sindical Unsa y conductor del tren RER en la línea A: ‘En el método, hay un efecto de imitación de los Chalecos Amarillos en nuestra huelga: comienza desde la base y sale muy fuerte. Somos nosotros y nadie más quien decide por nosotros”. A los 49 años, incluidos 19 en el RATP, “2.500 euros por mes de bonificaciones incluidos”, se puso un chaleco amarillo el año pasado, como otros colegas que viven en los suburbios: “Cuando comenzamos, a las 4:30 de la mañana, solo tenemos nuestro automóvil para ir a trabajar”. Hoy usa sus días libres para participar en reuniones públicas, en intercambios de trabajo o universidades: "debemos descompartimentarnos", dice. Y antes de dejarnos, desea enfatizar: "Hay un deseo de autoorganización". Pero lejos de ser un ejemplo aislado esto señala un cambio de tendencia y de valores en una nueva generación obrera. Continua el artículo citado: “Si escuchamos a los sindicalistas, los nuevos están interesados en el compromiso. ‘Hace diez años, experimentamos la generación ’yo primero’, pero en los últimos cuatro o cinco años, eso está cambiando’, dicen en el sindicato Unsa-traction donde se afirma: ‘el 50 % de los delegados sindicales son menores de 35 años’”. A menudo con peor estatus que sus mayores, tienen una mayor sensibilidad a las injusticias pero no tienen un código de acción colectiva y quieren tener una voz en todo. Esta nueva camada de jóvenes dirigentes obreros está llamada a jugar un rol dirigente y protagónico en la actual prueba de fuerza y el período histórico de agudización de la lucha de clases que la sublevación de los Chalecos Amarillos abrió en noviembre de 2018, y ahora esta huelga general en sectores estratégicos de la clase obrera confirma.
Como Révolution Permanente, tendencia revolucionaria del NPA, al tiempo que ponemos todas nuestras fuerzas para el impulso de la huelga, la coordinación de las asambleas y los comités de huelguistas, la unidad con los Chalecos Amarillos, los estudiantes, etc., decimos que entre esas nuevas camadas que salen a la lucha están los sujetos a los que habría que nuclear en un partido obrero revolucionario unificado. Es hora de que las direcciones de las principales organizaciones de la extrema izquierda tomen su responsabilidad y dediquen todas sus energías a este objetivo, del que depende no solo la lucha actual sino el futuro de la revolución proletaria en Francia. |