Este 2019 ha estado marcado en América Latina por la emergencia de la lucha de clases a una escala no vista hace muchos años. En ese sentido la revuelta popular durante los primeros días de octubre en Ecuador, en contra de las medidas de ajuste impuestas por el FMI y el gobierno de Lenin Moreno, marcan un punto de inflexión a nivel continental.
Estas movilizaciones fueron cualitativamente superiores a las vividas en los últimos años en el país. Vinieron a romper la pasividad política de forma abrupta. De esta manera una de las consecuencias inmediatas de los sucesos de octubre es que el régimen político ha entrado en una crisis a varios niveles.
Crisis orgánica y reorganización popular
Producto del levantamiento popular, el gobierno ha tenido que sufrir duras derrotas en estos meses. Esto ha provocado que en la práctica Moreno y su ejecutivo se queden sin una agenda efectiva, cuando aún le quedan dos años de mandato. Las principales medidas de “el paquetazo” han quedado paralizadas temporalmente debido a la movilización popular. Al mismo tiempo, los últimos intentos de sacar adelante reformas para recortar gasto en educación sanidad y entre los trabajadores públicos, enmarcados en la “ley del crecimiento económico” fueron rechazados en el parlamento.
Por otro lado, las formaciones políticas ligadas a las oligarquías tradicionales (casta política, judicial, grandes medios de comunicación, burguesía financiera y exportadora, etc.) también perdieron mucho con la derrota del gobierno. Estas fueron durante estos dos años los principales aliados de un Lenin Moreno, quien decidió desde el principio de su mandato romper abierta y públicamente con el correísmo. Durante las movilizaciones se posicionaron firmemente en favor del gobierno. Estas oligarquías que tienen como centro neurálgico Guayaquil fueron las que permitieron durante los momentos más álgidos de las protestas el traslado del gobierno a esta ciudad. Durante el proceso mostraron el carácter profundamente reaccionario y racista de sus dirigentes. En concreto esto tuvo como efecto la deslegitimación y desgaste político del principal candidato y líder histórico de la derecha, Jaime Nebot, que eventualmente hubiese podido conseguir unificar a la derecha ecuatoriana y que las encuestas le auguraban excelentes resultados para las elecciones de 2021.
En este marco, la incapacidad para imponer la agenda neoliberal, y el chantaje que impone el FMI y el capital internacional a la hora de liberar los prestamos acordados, suponen un serio peligro a las cuentas de un Estado que va camino de entrar en bancarrota. En medio se avecina una crisis económica que en este contexto puede suponer un panorama devastador para el país, el fantasma de la catástrofe del 2000 empieza a ser una posibilidad cada vez más real.
Jornadas de lucha de clases
Por abajo las movilizaciones han tenido un carácter disruptivo con un marcado carácter radicalizado y semi espontaneo que puso en serios apuros al Estado. Esto se expresó fundamentalmente en las últimas jornadas del viernes y sábado 12 de octubre, en donde hubo un autentico levantamiento popular en Quito, con enfrentamientos mucho más violentos con la policía y militares.
Al mismo tiempo, quienes llevaron en gran parte el peso de las movilizaciones y combate en las calles fue una nueva generación compuesta por jóvenes que han irrumpido en la vida política del país y lo hacen con mayor grado de autonomía con respecto a las burocracias de los movimientos sociales. Esto se expresa también dentro del movimiento indígena, que está viviendo un momento de renovación y fortalecimiento, cuando para muchos era un cadáver político.
Por otro lado, están los jóvenes de los barrios populares que se movilizaron y tienen una procedencia urbana, principalmente expresado en las movilizaciones en Quito, pero también en otras ciudades, que no tiene todavía una expresión organizativa y política.
El desvío y la ilusión electoral
El movimiento indígena y en especial la CONAIE son los grandes ganadores de la rebelión de octubre. La dirección de esta organización salió fuertemente prestigiada. Al mismo tiempo que la derecha y el gobierno mandaba a reprimir y mostraba su cara más racista y reaccionaria, la CONAIE logro construir un relato exitoso según el cual fue su acción la que logró frenar los planes de empobrecimiento del FMI. De esta manera sus dos principales líderes, Jaime Vargas y Leónidas Iza, ganaron mucha popularidad y ya se empieza a perfilar la candidatura, seguramente de este último, con muchas posibilidades de sacar un buen resultado e incluso poder formar gobierno de cara a las elecciones presidenciales de 2021.
Esta es la forma que está tomando el desvío de la fuerza movilizadora de octubre, a través de la ilusión en lo electoral. Aunque renovada, la actual dirigencia del movimiento indígena está profundamente institucionalizada y forma parte del régimen e incluso expresa a una nueva burguesía incipiente, débil aun, ligada al campo o a la industria textil entre otros sectores de origen indígena, y es la que dirige también en las comunidades.
Este desvío se expresó en la pasividad reinante después de las movilizaciones, impuesta por el retroceso de las burocracias. Moreno, quien durante la rebelión de octubre pasó por su peor momento y estuvo a punto de caer producto de la acción de las masas, pudo gracias a esto mantenerse y desatar una espiral de detenciones y persecuciones hacia opositores y activistas.
La nueva situación abre la posibilidad que, ante una nueva embestida neoliberal del gobierno, se desaten reacciones populares de la misma naturaleza que en octubre. Es precisamente para este escenario para el cual la burguesía ecuatoriana se viene preparando con medidas represivas de Moreno.
La llegada de un nuevo gobierno representante del movimiento indígena desde luego supondría un gran aumento de las expectativas, incluso con respecto al anterior gobierno de Correa. Sin embargo, el margen de maniobra que tendría un ejecutivo de este tipo sería mucho menor que la década pasada. Además, importantes sectores de la población despertaron a la vida política, lo que podría hacer que la experiencia de las masas sea mucho más rápida con un gobierno de este tipo.
Por otro lado, ante la parálisis de la derecha tradicional, empiezan a surgir voces que apuestan por una salida a “la Bolsonaro”. Esto ha sido sugerido por importantes medios de la burguesía, tanto en forma de advertencia como de una posibilidad, problemática pero preferible, al fin y al cabo, para sectores del régimen ante el posible regreso del correísmo o un gobierno presidido por un indígena.
Los limites de Estado capitalista y la necesidad levantar una alternativa de clase
Ante esta nueva situación es necesario insistir en la idea de que el FMI y el régimen están lejos de abandonar sus planes de ataques a la mayoría social para profundizar la injerencia imperialista. El gobierno, aun a costa de su futuro político, viene preparando el terreno tanto para realizar los máximos ajustes neoliberales posibles que le de la relación de fuerzas como para fortalecer los rasgos más autoritarios del Estado, que permitan desatar una mayor represión cuando la lucha de clases arrecie. Los hechos de Octubre demuestran que la única manera de frenar esto es mediante la movilización popular.
Un gobierno hegemonizado por los dirigentes del movimiento indígena tampoco supondría ninguna garantía para desarrollar un modelo transformador en las grandes cuestiones sociales y democráticas, ni tampoco significaría una traba para paralizar la política de saqueo de las oligarquías y el imperialismo. En ese sentido, cobra importancia la cuestión de desarrollar la lucha de clases y prepararse políticamente para que la clase obrera pueda irrumpir con toda su fuerza social.
La alternativa de nuevos desvíos mediante un gobierno “reformista”, que finalmente termine traicionando las expectativas generadas, puede dar más aire a la articulación por parte del régimen de salidas en clave reaccionaria y autoritaria de extrema derecha. Este tipo de salidas son las que vienen sugiriendo importantes voceros de la oligarquía como El Comercio o la reaccionaria revista política El Vistazo.
En estas últimas décadas hemos visto cómo la burocracia, especialmente la del movimiento indígena y de los sindicatos, han jugado un papel vital para paralizar el desarrollo de la autoorganización y la movilización, y en última instancia funcionan como pilar fundamental del régimen semicolonial. En concreto, la historia de la burocracia más poderosa, la del movimiento indígena hegemonizada por la CONAIE, ha sido la historia de unos dirigente que han traicionado a un movimiento profundamente combativo una y otra vez. Así han servido de sostén y participado directamente de gobiernos que han protagonizado fuertes ataques a la mayoría populares en los últimos 20 años, como Bucaram, Gutiérrez o el propio Correa y Lenin Moreno.
Las burocracias de los movimientos sociales se han convertido en parte del régimen y sus instituciones. En el caso del movimiento indígena, este está atravesado además por una cuestión de clase, ya que existe una fuerte separación entre sus bases con una fuerte composición de campesinos pobres y clase obrera urbana pauperizada, respecto de una dirigencia que en muchos casos son campesinos ricos o burguesía incipiente de las ciudades.
En este marco, que la clase obrera irrumpa y haga suyas las reivindicaciones indígenas es fundamental. Solo de esta manera se podrá construir un polo de clase y revolucionario que supere las ilusiones de resolver las grandes cuestiones sociales y democráticas en los marcos del Estado capitalista. Esto supone reconocer a las grandes burocracias de los movimientos sociales, incluido el movimiento indígena, como un enemigo irreconciliable de una perspectiva revolucionaria, ya que en último término sostienen al régimen semicolonial. Pero también es necesario confrontar con el viejo discurso de los partidos de raíz estalinista como el PCMLE y otros que durante estos años fueron dando bandazos del apoyo al correísmo a apoyar incluso al banquero Guillermo Lasso. Estas organizaciones siempre dieron poca importancia a la cuestión indígena desde una óptica obrerista restringida y corporativa, cuando es una cuestión estructural en el país y está atravesada por una clara naturaleza de clase.
Los acontecimientos de octubre marcan una vuelta de la lucha de clases y el despertar de enormes sectores de vanguardia, que han tenido como bautismo de fuego en una rebelión popular que logró torcerle el brazo al gobierno. Son precisamente estos sectores los que están llamados a rescatar lo mejor de la tradición revolucionaria ecuatoriana y emprender la tarea de construir una alternativa para los trabajadores, los indígenas y la mayoría popular
El autor de este artículo estuvo unas semanas como corresponsal de Izquierda Diario en Ecuador. |