A las 12 de la noche del 31 de enero, las banderas del Reino Unido serán retiradas de las plazas de Bruselas y de todos los sitios oficiales de la UE. Se concretará el Brexit, votado en referéndum el 23 de junio de 2016. Los Europarlamentarios británicos han abandonado sus despachos y ya no habrá autoridades del Reino Unido en las Cumbres de la Unión Europea.
En lo inmediato, se abre un período de 11 meses en los que la vida de los ciudadanos comunitarios a ambos lados del Canal de la Mancha no cambiará demasiado. Podrán mantener su residencia o desplazarse como hasta el momento. Reino Unido continuará siendo parte del mercado interior y de la unión aduanera de la UE hasta el 31 de diciembre de 2020 —un tiempo que podría ser aplazado hasta dos años más con el acuerdo de ambas partes.
Los diarios británicos recibieron con titulares muy diferentes la llegada del Brexit. Mientras The Daily Telegraph titula con optimismo: “Esto no es el final, sino el principio”, The Guardian deja abierta la incertidumbre en su portada: “Small island [Isla pequeña]. Después de 47 años, el Reino Unido abandona la UE en la mayor apuesta [en el sentido de un juego de azar] de una generación”.
Durante el próximo año, Boris Johnson deberá llegar a un acuerdo con Bruselas sobre la relación comercial con los exsocios europeos. Las negociaciones no serán sencillas, ya que la Unión Europea buscará imponer estrictas condiciones económicas para evitar la competencia de los productos y empresas británicas. Además, necesita demostrar que no todo será tan fácil para quien abandone la Unión, como medida de prevención ante el deseo de nuevos “exit” por parte de otros países.
Johnson logró reafirmar su liderazgo después de un triunfo contundente sobre Corbyn en las últimas elecciones, donde los tories superaron a los laboristas por una diferencia de más de 11 puntos. La mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes le permitió retomar la iniciativa, tras varios años de crisis institucional aguda en el Reino Unido —que llevó a tres elecciones generales en cinco años y la caída de Cameron, primero, y Theresa May, después, incapaces de resolver el dilema del Brexit—. Ahora deberá enfrentar varios frentes, a nivel interno y externo.
Este viernes, el diario escocés The National colocaba en portada las estrellas de la Unión Europea iluminadas por una vela con este mensaje: “Querida Europa. Nosotros no votamos esto. Acordaos de dejad una luz encendida por Escocia”, mientras que The Scotsman titulaba en su portada: “Una despedida, no un adiós”.
“Decidida a que, en un futuro no muy distante, regresemos al corazón de Europa como país independiente” eran las palabras, esta semana, de la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon ante varios medios europeos. El Parlamento de Escocia ha aprobado esta semana una resolución que exige la realización de un segundo referéndum por la independencia, por 64 votos a favor y 54 en contra. La líder del Partido Nacional Escocés había prometido en campaña la realización de un nuevo referéndum sobre la independencia de Escocia para el 2020, aunque aclara que no lo realizará si no es legal, es decir, si no logra convencer a Boris Johnson de que lo permita. Otro frente es Irlanda del Norte, donde la frontera abierta con Irlanda se mantiene preferente, pero habrá que establecer los parámetros de la frontera norte.
El amigo americano y la incertidumbre europea
Al mismo tiempo que negocia con Bruselas, el gobierno del Reino Unido intentará avanzar en establecer un nuevo estatuto de relaciones comerciales y geopolíticas con Estados Unidos. Donald Trump celebró con entusiasmo la victoria de Johnson —como parte de sus disputas con Europa y China— y Boris Johnson prometió que un tratado bilateral con Estados Unidos sería una panacea económica.
Sin embargo, estas negociaciones tampoco serán un camino de rosas. El verano pasado, el embajador británico en Estados Unidos, Kim Darroch, terminó renunciando, después de que se filtraran unos memorandos donde definía a la administración de Trump como "torpe e inepta". Trump tuiteó después que no iba a trabajar más con ese embajador.
Darroch denunció además que Estados Unidos quería imponer que la NHS (el sistema nacional de salud) pague precios más altos por los productos farmacéuticos norteamericanos, junto con otras condiciones gravosas. Es que, si bien Trump está interesado en promover un acuerdo bilateral con Reino unido, quiere imponer sus propias condiciones.
Más en general, tal como planteaba Claudia Cinatti en La Izquierda Diario después de la victoria de Johnson: “las consecuencias geopolíticas y económicas de esta reafirmación del Brexit exceden con creces las fronteras británicas e incluso europeas. Es la manifestación más elocuente de la crisis de la globalización y la emergencia de tendencias nacionalistas en los países centrales.”
El Brexit llega en una situación internacional marcada por fuertes polarizaciones. La emergencia de tendencias nacionalistas en varios países imperialistas y de la periferia —desde Trump a Salvini, Orban y Bolsonaro—, crisis orgánicas irresueltas, y, como elemento nuevo, el desarrollo de un nuevo ciclo de la lucha de clases en América Latina, en varios países de Oriente Medio y con un epicentro en Francia, donde la huelga general del transporte cumple ya dos meses.
En Europa, en particular, la incertidumbre se agrava por el hecho de que el eje francoalemán atraviesa una crisis —Macron tiene niveles muy bajos de popularidad y Angela Merkel recorre su último tramo como canciller de Alemania. El contexto económico es además sombrío: los países de la UE han tenido un escuálido crecimiento del 0,1% en el último trimestre, la tasa más baja desde 2014. La economía francesa y la italiana están en números rojos, cruzadas además por la inestabilidad social y política, mientras que Alemania creció un débil 0,6%, un estancamiento que se viene extendiendo en el tiempo.
Tal como señalaba un artículo de El País: “Más allá de si hay o no una recesión en un horizonte cercano, el problema al que se enfrenta Europa es quedar atrapada en una trampa de crecimientos bajos mientras sube el gasto por el envejecimiento.” En este contexto, la salida de la economía británica, que representaba el 13% del PIB de la Unión Europea, no aporta optimismo al panorama general europeo.
“El Brexit es también un fracaso de la Unión, un fracaso nuestro”, apuntaba un eurodiputado liberal esta semana. Y tiene toda la razón. Según la última encuesta del Eurobarómetro de la Comisión europea (noviembre de 2019), la desconfianza hacia la UE es mayor en Francia y en Grecia que en el Reino Unido.
El desencanto con el proyecto de la Unión europea neoliberal —gestionado en común por los partidos conservadores, liberales y socialdemócratas— y varias décadas de aplicación de políticas neoliberales han dado lugar al crecimiento de corrientes populistas de derecha y euroescépticas, que promueven salidas reaccionarias con políticas aún más nacionalistas y xenófobas en los países imperialistas.
Como contratendencia, la lucha de clases en Francia, desde los chalecos amarillos a la huelga general en curso, muestran las potencialidades de la lucha combativa de la clase obrera con el conjunto de los sectores oprimidos contra los capitalistas. Los contornos de dos salidas posibles a la crisis de la UE están esbozados: o la regresión más nacionalista del imperialismo, que llevó a catástrofes en el siglo XX, o el despliegue de lucha de la clase obrera, nativa y extranjera, junto a los pueblos oprimidos contra el imperialismo europeo. Ante la falsa alternativa de elegir entre la Unión Europea del capital, o el retorno al nacionalismo imperialista, oponemos una estrategia de hegemonía obrera y la lucha por los Estados unidos socialistas de Europa. |