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28 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

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Los Escritos Latinoamericanos, en La Habana
Pablo Oprinari | Ciudad de México / @POprinari

Con este texto se presentó en Cuba el IV Volumen de las Obras Escogidas de León Trotsky, coeditado por el CEIP León Trotsky de Argentina y el Museo Casa León Trotsky de México.

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Es inevitable plantear, antes de referirme específicamente a los Escritos Latinoamericanos, que en su exilio en México —que transcurrió desde su llegada el 9 de enero de 1937 hasta su asesinato el 20 de agosto de 1940 a manos de un agente de Stalin— Trotsky dedicó gran tiempo a los asuntos fundamentales de la política internacional de su tiempo.

Fueron los años en que se aceleró el camino abierto hacia la Segunda Guerra Mundial y en que fue derrotada la revolución española a manos del franquismo. Fueron los años de los juicios de Moscú, cuando muchos de quienes habían protagonizado la Revolución de Octubre fueron ejecutados, y en los que se intensificó la persecución y los asesinatos de muchos militantes de la Oposición de Izquierda liderada por Trotsky, entre los cuales estuvo su mismo hijo y colaborador, León Sedov.

En los meses siguientes a su llegada, sesionó en Coyoacán la llamada Comisión Dewey, encabezada por el conocido filósofo estadounidense, que rebatió las calumnias y cargos formulados por Stalin contra el fundador del Ejército Rojo. Trotsky, como dirigente político, dedicó además grandes esfuerzos a la organización de lo que sería la Cuarta Internacional.

En ese contexto, abordó aspectos fundamentales de la realidad latinoamericana y mexicana; sus elaboraciones sobre eso están muy lejos de ser una parte secundaria de su obra. De hecho, desde que le fue notificado que México le otorgaba el asilo, buscó ávidamente conocer el país y la región donde pasaría sus últimos años.

La obra que presentamos incluye ensayos ampliamente difundidos en las décadas previas, junto a otros que son prácticamente desconocidos. Muchos fueron publicados en la revista Clave Tribuna Marxista —como se plantea en el prólogo de Bárbara Funes a la segunda parte del libro—, fue animada por el propio Trotsky, para llegar a los distintos países de América Latina, y contaba con un amplio equipo de colaboradores de toda América Latina, Estados Unidos y Europa.

En los Escritos Latinoamericanos, se analiza desde un ángulo marxista la realidad de los países oprimidos por el imperialismo, sus clases y regímenes políticos. Allí se encuentran claves para entender no sólo la realidad latinoamericana de entonces, sino aportaciones esenciales para el presente.

El México que asiló a Trotsky y Natalia Sedova durante más de 3 años era hijo de la Revolución de 1910. Llegaron a un país convulsionado, en el cual emergió la figura de Lázaro Cárdenas del Río, quien comprendió la necesidad de otorgar concesiones al movimiento obrero y campesino. Una vez llegado a la presidencia, en 1934, esa fue la llave para lograr el apoyo de los sindicatos y afianzar su control estatal.

En 1938 las organizaciones obreras se integraron al Partido de la Revolución Mexicana (PRM) —sucesor del Partido Nacional Revolucionario (PNR)—. De esta forma se inauguraba la subordinación orgánica de los sindicatos al partido de la burguesía nativa. El cardenismo propició el desarrollo del capitalismo nativo y buscó encauzar la protesta social, en un contexto internacional donde las potencias imperialistas tenían toda su atención puesta en los preámbulos de la guerra que se avecinaba. Lo que sucedió durante los años que Trotsky estuvo en el país, no puede disociarse de los acontecimientos regionales, donde el crack del ‘29 fue seguido de convulsiones sociales y políticas en muchos países, en algunos casos con procesos revolucionarios y golpes militares reaccionarios y proimperialistas. Todo esto no dejó de ser percibido por el revolucionario exiliado, con sus reflexiones sobre México.

En el segundo lustro de la década, la izquierda mexicana estaba hegemonizada por el Partido Comunista oficial o estalinista, en tanto que la joven organización trotskista, la Liga Comunista Internacional, desarrollaba numerosos esfuerzos para insertarse en el movimiento obrero.

El estalinismo era en realidad un fenómeno político de dos cabezas: por una parte el Partido Comunista Mexicano (PCM), y por la otra el líder de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), Vicente Lombardo Toledano. Ambos estuvieron al frente de la campaña contra el asilo a Trotsky, y prepararon el terreno activamente para los atentados y su posterior asesinato.

Tres aspectos claves de Escritos latinoamericanos

En primer lugar, el esfuerzo por comprender fenómenos políticos como el cardenismo, en particular a partir las expropiaciones petroleras y ferrocarrileras de 1938, que pusieron a México en las portadas de los periódicos de todo el mundo ¿Como caracterizar al gobierno de Lázaro Cárdenas? ¿Era un paso adelante en relación al socialismo? ¿Era por el contrario un gobierno igual a otros que lo antecedieron? No se trataba de una cuestión menor.

En “La industria nacionalizada y las administraciones obreras” Trotsky define al gobierno mexicano como un bonapartismo sui generis. Esto no era exclusivo de México, sino que, en los países de desarrollo industrial atrasado, donde el capital extranjero tiene un gran peso, el gobierno oscila entre la burguesía imperialista y la nativa, así como entre ésta y la clase obrera [1].

La reflexión de Trotsky pretende dar herramientas para entender los movimientos pendulares de la lucha de clases en la región en ese periodo. ¿Cómo no asociar su idea de que un gobierno de esas características podía “convertirse en instrumento del capital extranjero, sometiendo al proletariado con las cadenas de la dictadura policial” [2] al resultado de los procesos políticos en varios países, que llevaron al ascenso de Anastasio Somoza o Fulgencio Batista?

Dicho esto, sin duda, la riqueza del concepto —una aportación magistral a la comprensión de los regímenes políticos en los países semicoloniales y dependientes—, se ve en torno al cardenismo. La actuación del mismo no podía comprenderse por fuera de un contexto internacional donde las potencias imperialistas orientaban sus energías hacia la próxima conflagración mundial. Situación que le permitió a Cárdenas “disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros” y —basándose en el apoyo de las organizaciones obreras y campesinas— de mayores márgenes de maniobra para impulsar medidas como las de 1938.

Para Trotsky, las expropiaciones de los ferrocarriles y las compañías petroleras eran parte de la lucha de México por su independencia nacional. Mientras “se encuadran enteramente en los marcos del capitalismo de estado”, representaban una medida “de defensa nacional altamente progresista” [3] frente al imperialismo, de lo cual se desprendía que la clase obrera internacional debían defenderlas ante el ataque de la burguesía imperialista, aun cuando la expropiación no fue bajo control de los trabajadores y se entregaran indemnizaciones a las empresas imperialistas.

Sin embargo, no confundía la defensa de estas medidas con el apoyo político al gobierno. No veía en las nacionalizaciones cardenistas y la reforma agraria “desde arriba” el camino para la construcción del socialismo, razón por la cual afirmaba que “para los marxistas no se trataba de construir el socialismo con las manos de la burguesía, sino de utilizar las condiciones que se presentan dentro del capitalismo de estado y hacer avanzar el movimiento revolucionario de los trabajadores” [4].

Trotsky articulaba su análisis del bonapartismo con la importancia que tuvo la estatización de las organizaciones obreras. La cuestión de los sindicatos es una de las más profundas discusiones que pueden encontrarse en los Escritos.

Allí afirmaba que, en México, los sindicatos “se han transformado por ley en instituciones semiestatales, y asumieron, como es lógico, un carácter semi totalitario”, criticando su estatización e incorporación al partido de gobierno [5]. Y además, que los gobiernos de los países coloniales o semicoloniales, asumen en general un carácter bonapartista o semibonapartista, determinado tanto por la presión del capital extranjero como por la acción de las clases sociales en pugna, siendo que “difieren entre sí en que algunos intentan orientarse hacia la democracia, buscando el apoyo de obreros y campesinos, mientras que otros implantan una cerrada dictadura policíaco militar” [6]. Esto tenía consecuencias en la relación con los sindicatos: “o están bajo la tutela del estado o bien, sujetos a una cruel persecución. Este tutelaje está determinado por las dos grandes tareas antagónicas que el Estado debe encarar: atraer a toda la clase obrera, para así ganar un punto de apoyo para la resistencia a las pretensiones excesivas por parte del imperialismo y, al mismo tiempo, disciplinar a los mismos obreros poniéndolos bajo control de una burocracia” [7].

Actualizando la Teoría de la Revolución Permanente

El segundo aspecto que quiero destacar, es que en los Escritos encontramos una profundización de la teoría de la revolución permanente de Trotsky, a la luz de la realidad latinoamericana. Allí se aprehende correctamente la importancia fundamental que tiene en los países latinoamericanos la cuestión agraria, el “ansia de tierra” como la llamó, en tanto motor de la revolución. A su vez, le da todo su peso a la independencia nacional, claro reflejo del impacto que sobre él deben haber tenido las movilizaciones por la expropiación petrolera.

Entendiendo la incapacidad de la burguesía nacional para llevar hasta el final la lucha por esas tareas claves, Trotsky, en una discusión con militantes, afirmaba que:

“[… ]la clase obrera de México participa, y no puede sino participar, en el movimiento, en la lucha por la independencia del país, por la democratización de las relaciones agrarias, etcétera. De esta manera, el proletariado puede llegar al poder antes que la independencia de México esté asegurada y que las relaciones agrarias estén organizadas. Entonces el gobierno obrero podría volverse un instrumento de resolución de estas cuestiones” [8].

Esta posibilidad estaba claramente sujeta a la capacidad de la clase obrera de ganarse al campesinado.

“[…]durante el curso de la lucha por las tareas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía. La independencia del proletariado, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria, y oponemos particularmente el proletariado a la burguesía en la cuestión agraria, porque la clase que gobernará, en México como en todos los demás países latinoamericanos, será la que atraiga hacia ella a los campesinos. Si los campesinos continúan apoyando a la burguesía como en la actualidad, entonces existirá ese tipo de estado semibonapartista, semidemocrático, que existe hoy en todos los países de América Latina, con tendencias hacia las masas.” [9]

La experiencia de los trabajadores y las masas debía acompañarse, pero sin dejar de preservar –aun cuando existiesen medidas gubernamentales de enfrentamiento con el imperialismo– la independencia organizativa y programática y por ende la construcción de una organización revolucionaria. Y es que para Trotsky era fundamental esto, solo así la clase obrera podría “competir” con la burguesía nacional, convertirse en clase dirigente de la revolución socialista y resolver las aspiraciones de las amplias mayorías.

El giro conservador de los últimos meses del cardenismo fue la demostración de que estas aspiraciones no podían ser resueltas por el nacionalismo burgués. Como planteaba Clave, aunque la revolución empiece impulsada por las tareas democráticas más elementales, “en su conjunto, terminará con la toma de poder por el proletariado, se transformará sin solución de continuidad en revolución socialista” [10].

Este era el camino para, en palabras de Trotsky, completar la obra de Emiliano Zapata.

El ascenso de la estrella imperialista

Por último, otra de las cuestiones tratadas por Trotsky y sus colaboradores en esos años, es el debate con el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), organización con influencia en Perú y otros países de América Latina, liderada por Haya de la Torre.

Este debate —que en su momento hicieron otros marxistas latinoamericanos como José Carlos Mariátegui y Julio Antonio Mella— se enmarcó en un contexto signado por el avance de la influencia de Estados Unidos en América Latina en detrimento de Gran Bretaña, y por el intento estadounidense de alinear a las naciones del continente a su política imperialista.

Los postulados del líder aprista, consideraba a EEUU un “buen vecino”, y afirmaba que “en caso de agresión tenemos a los Estados Unidos del Norte —tutores de nuestra libertad—, para que nos defiendan” [11].

Trotsky y sus colaboradores esclarecieron que la democracia de Washington —la forma que asumió el imperialismo yanqui—, no dudaría en desplegar “en un futuro próximo una política imperialista extremadamente agresiva, dirigida, especialmente, contra los países de América Latina” [12]. Desnudaban así el carácter imperialista de la política estadounidense sobre la región, enfrentando la actitud claudicante del APRA, así como la orientación seguida por los PC que, de acuerdo a los dictados y alianzas de la diplomacia soviética, embellecían a uno u otro bloque imperialista. La consecuencia de esto fue apoyar a las burguesías latinoamericanas subordinadas al imperialismo democrático, bajo la idea de que así se combatiría al fascismo.

Considerar —por parte del aprismo— a la burguesía imperialista estadounidense como “tutora” de los pueblos latinoamericanos, iba acompañado de una subestimación de la importancia de la alianza entre las masas latinoamericanas con el proletariado al norte del Río Bravo.

A partir de ello, se discutía con la salida programática propuesta por Haya de la Torre: la lucha por los “Estados Unidos de América Latina”.

Pero ¿cómo llegar a esa unidad latinoamericana sin independizarse íntegra y efectivamente de la tutela imperialista estadounidense? Eso era imposible sin enfrentar la subordinación a los EEUU y a sus agentes internos —la burguesía latinoamericana—, fueran “democráticos” o “fascistas”. De esa forma, la lucha antiimperialista y por la independencia efectiva se articulaba —para lograr esa “unidad de los pueblos latinoamericanos”— con una estrategia claramente socialista. Como se planteaba en el Manifiesto de la IV Internacional:

“Sud y Centro América sólo podrán romper con el atraso y la esclavitud uniendo a todos sus estados en una poderosa federación. Pero no será la retrasada burguesía sudamericana, esa sucursal del imperialismo extranjero, la llamada a resolver esta tarea, sino el joven proletariado sudamericano, quien dirigirá a las masas oprimidas. La consigna que presidirá la lucha contra la violencia y las intrigas del imperialismo mundial y contra la sangrienta explotación de las camarillas compradoras nativas será, por lo tanto: Por los Estados Unidos Soviéticos de Sud y Centro América” [13].

Esta perspectiva mantiene innegable actualidad. Una verdadera unidad latinoamericana que de respuesta a las necesidades y aspiraciones de los trabajadores y pueblos de la región, debe orientarse en una perspectiva claramente antiimperialista, anticapitalista y socialista. Y buscar la alianza y la unidad con la clase obrera de Estados Unidos y Canadá, contra el imperialismo y sus socias menores, las burguesías latinoamericanas.

Los Escritos Latinoamericanos, en síntesis, constituyen parte fundamental del bagaje marxista para entender la realidad latinoamericana de ayer y de hoy, y enriquecen la estrategia política para su transformación revolucionaria.

Ciudad de México-La Habana, primeros días de mayo de 2019

Notas

 
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