Según el autor en cuestión, la institucionalidad de los gobiernos democráticos de Occidente junto a su legitimidad social se encuentran actualmente en una profunda crisis de identidad. El fundamento económico y político de esta afirmación se manifiesta en que el liberalismo está en crisis desde el 2008 y la democracia liberal con él: “Desde 2001 y, sobre todo desde el inicio de la crisis económica de 2008, el liberalismo vive en retirada, asediado por la compleja hostilidad de una posmodernidad que no da tregua” [1].
De la misma forma que la revolución del Neolítico y luego la revolución industrial cambiaron para siempre la historia de la humanidad, Lasalle plantea que la aparición de la electrónica está generando un nueva revolución que amenaza la cimientos de nuestra sociedad y el concepto mismo de humanidad.
Los fenómenos digitales como el data tsunami, Big Data o las plataformas digitales han generado una economía de los datos que, según Lasalle, ha sustituido a la economía de producción. El algoritmo y su eficacia logró que el capitalismo productivo se convierta en capitalismo-cognitivo y por lo tanto el proletariado en un nuevo proletariado-cognoscitivo preso de un nuevo concepto de humanidad:
Si la crisis económica de 2008 debilitó el modelo democrático, la automatización que impulsa el capitalismo de plataformas podría conducir a su colapso. La causa está en la dislocación social que provoca la I.A. y la robótica en el imaginario colectivo [2].
Para el autor, la I.A. (Inteligencia Artificial) y la robótica están marginando a los hombres de experiencia laboral. Esto pasa porque los datos son la “nueva” materia prima que está alterando el modelo de empresa capitalista al generalizarse las plataformas. Son estas las que están tratando de monopolizar la revolución digital y organizan sus negocios alrededor de la acumulación y análisis de datos, así como el capitalismo productivo utilizó “la depreciación del trabajo humano como recurso productivo” [3].
El parámetro de medida que utiliza Lasalle para semejante afirmación es la cotización en bolsa de las principales empresas tecnológicas del mundo:
Según los datos que arrojan los niveles de capitalización en miles de millones de dólares en enero de 2019 de las corporaciones de Silicon Valley: Microsoft (733), Apple (709), Amazon (697), Alphabet (685) y Facebook (409). A las que hay que añadir las principales corporaciones chinas: Alibaba (380) y Tencent (357). En 2013, solo había tres empresas tecnológicas entre las diez más grandes del mundo, en la actualidad son ocho [4].
Para Lasalle el origen de la desigualdad social que se ha desarrollado en forma exponencial la última década tiene su origen en el “vacío legal” sobre los derechos de propiedad intelectual de los datos que utilizan estas empresas para obtener la materia prima de sus productos. Esta competencial “desleal” es lo que origina un desequilibrio económico que produce monopolios tecnológicos favorecidos por la falta de regulación estatal: “Esta dejadez gubernamental ha contribuido a que se haya consolidado una concentración de plataformas alrededor de un oligopolio global con niveles de capitalización billonarios que hacen sombra a los presupuestos públicos de las mayores economías del planeta” [5].
El autor plantea lo que considera el mayor problema explícitamente: “No se puede seguir desarrollando un mercado digital si no hay propiedad privada sobre los bienes básicos que fundamentan la cadena de valor que concluye con el desarrollo de las aplicaciones y servicios que constituyen la oferta del capitalismo cognitivo” [6].
Según Lasalle, si no se cambia el curso de esta situación actual, el sistema liberal va a desembocar inexorablemente en un monopolio de mercado que en la forma de un Big Deal [7]: amenaza convenirse en una “dictadura digital” bajo la forma de un ciber-pupulismo erigido sobre un votante manipulado a partir del uso de psicoperfiles creados a partir del comercio de datos personales y que habita en instituciones blindadas por fake news y la postverdad, que según el autor actualmente están encarnados en figuras como Donald Trump o Jair Bolsonaro. Esta nueva forma de poder con perfil dictatorial cuyo corazón late al ritmo de los algoritmos. José María Lasalle la ha bautizado como el Ciberleviatán.
El Leviatán posmoderno
Según el autor, estamos avanzando hacia una concentración del poder inédita en la historia. Una acumulación de poder tomar decisiones que no necesita la violencia para imponerse, ni tampoco un relato de legitimidad para justificar su uso. Estamos ante un monopolio indiscutible de poder basado en una estructura de sistemas algorítmicos que instaura una administración matematizada del mundo: “Hablamos de un fenómeno potencialmente totalitario que es la consecuencia del colapso de nuestra civilización democrática y liberal, así como del desbordamiento de nuestra subjetividad corpórea” [8].
Este concepto se basa en la idea de que actualmente la humanidad está sufriendo una mutación antropológica que está alterando la identidad cognitiva y existencial de los seres humanos; la digitalización masiva de la experiencia humana tanto a nivel individual como colectivo sería la prueba de esto.
En los orígenes del contractualismo de los siglos XVI y XVII, Hobbes se basó en el concepto del Iusnaturalismo o derecho natural para fundamentar el relato que configuró el potencial Estado moderno, o sea: hubo un contrato originario de donde nace el poder y la legitimidad, un contrato social igualitario en el que los hombres renunciaban a su poder individual a favor de un Estado que les garantizaba sus derechos naturales como la vida, la libertad, la propiedad o la idea de igualdad.
Las condiciones objetivas que, según Lasalle, incuban el contrato social para el nacimiento del Ciberleviatán, se encuentran en dos factores: por un lado surgió un tecno poder que forma la élite innovadora y las grandes corporaciones que sustentan el capitalismo cognitivo basado en la económica de los datos que monetiza el uso eficiente de estos. Por el otro, cada vez hay más “multitudes digitales” que se integran dentro de las coordenadas de los dispositivos de control y normalización que maneja la revolución tecnológica.
Animal político vs. animal electrónico
En el siglo IV a.C., Aristóteles da la primera definición de ser humano en la historia de Occidente en su libro La política, donde lo define como zoon politikón: un ser vivo (animal) con la capacidad de organizarse social o políticamente, que vive necesariamente en comunidad.
Para Lasalle el ser humano contemporáneo se encuentra frente a un nuevo poder tecnocrático que aspira a la omnipresencia y la omnisciencia. Al parecer la técnica ha dejado de ser instrumental para convertirse en una prótesis o extensión del ser humano (un híbrido) que nos altera cultural, psicológica y socialmente, o sea políticamente, entrando en el interior de nuestra humanidad, resinificándola y cambiando su disposición a encarar su existencia desde la confianza en sí mismo. Le hace vivir una “libertad asistida” que lo devuelve a la infancia.
Las nuevas generaciones digitales estarían protagonizando una mutación cognitiva que retroalimenta la revolución digital y provoca que se acelere y expanda cuantitativa y cualitativamente. Esta revolución tiene una estructura tecnológica pero una superestructura humana y cultural que habita una multitud que vive con datos. Que genera y los consume mediante filtros algorítmicos que van condicionando su capacidad decisoria y cognitiva, repercutiendo en su visión del mundo y en sus modelos de interpretación:
El ser humano pasará a ser titular de un deber absoluto de obediencia al Leviatán y a cambio dispondrá de un derecho, también absoluto, a la supervivencia tecnológica como zoon elektronikón. Esto es, como un sujeto consumidor de conectividad digital ilimitada [9].
LSD posmoderno
Según Lasalle, a medida que avanza la revolución digital, el cuerpo se hace cada vez más superfluo. La tecnología ejerce ya una hegemonía cultural sobre nuestro tiempo que se manifiesta en que casi todo lo que hacemos está mediado por una pantalla que fluye en un conjunto de datos gestionados por algoritmos. Lo cual nos lleva camino de extinguir la capacidad humana de decidir qué acciones desarrollar de acuerdo con nuestros intereses:
La importancia de este fenómeno de delegación de la capacidad de decisión consciente tiene repercusiones de calado muy profundo. No solo porque cancela la política democrática al segar la base decisoria que sustenta la acción de votar, sino porque supondrá en un futuro no muy distante que el hombre perderá, también, el monopolio de interpretación del mundo [10].
Las consecuencias de ello apuntan hacia la inevitabilidad de ese Ciberleviatán que sustituirá la libertad humana por una reconfiguración del poder, tanto político como económico, que decidirá por nosotros a partir de nuestro miedo a ser libres y responder por ello.
Al parecer el ser humano contemporáneo se encuentra frente a una crisis de autopercepción (Lasalle habla de transhumanidad, cuerpos en retirada, o poshumanidad, para ilustrar la idea de este concepto) debido a que, según él, la histórica formula de producción de ganancias por medio de la fuerza de trabajo y del robo de la plusvalía, dejó de tener vigencia.
Las bases materiales del contrato social originario pensado y narrado por los contractualistas del siglo XVIII estarían dejando de tener vigencia.
Estaríamos ante una especie de LSD de última generación que, liberando a los hombres de su cuerpo, les llevaría a subcontratar su consciencia al convertirla en sierva de instrucciones algorítmicas. Administrados online, los hombres están siendo sometidos a un proceso de alienación técnica de su consciencia. Un cambio de paradigmas que afecta a las raíces antropológicas de la elección [11].
La desaparición corpórea de nuestra identidad sienta las bases, para Lasalle, de una nueva cartografía del poder al hacer de este una experiencia total y absorbente que reconfigura la realidad al dejar fuera de juego la acción humana:
Lo explica Byung-Chul Han cuando señala que «el medio digital despoja la comunicación de su carácter táctil y corporal» al proyectarse sin la presencia de un rostro. Se desmonta lo real y lo imaginario se convierte en una totalidad sustitutiva que prescinde de los cuerpos y elimina la distancia física que hacía posible, y constituía, la otredad. La transformación digital de nuestra identidad está modificando inconscientemente la estructura de la subjetividad humana. Al desactivar la capacidad de empatía que nos proporciona vivirnos corpóreos y sabernos con experiencias intercambiables, se liberan dinámicas de socialización que frivolizan y generalizan, por ejemplo, nuevos modelos de crueldad a través de procesos de empatía-cero que se desarrollan en las redes sociales [12].
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Al parecer, tanto José María Lasalle como el filósofo que cita para fundamentar antropológicamente su nuevo concepto de ser humano (Byung-Chul-Han), tienen una visión pesimista del futuro, muy escéptica y con rasgos fatalistas que le dan al desarrollo tecnológico un destino apocalíptico.
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El problema es el capitalismo, no la A.I.
El otro elemento que se suma al carácter catastrófico de las nuevas tecnologías, según Lasalle, es la aparición de la I.A en los procesos productivos que supuestamente amenazan la existencia y vigencia del trabajo asalariado:
El problema hoy es distinto. La automatización está desplazando a los hombres de todos los ámbitos labores. También en donde la capacidad cognitiva y emocional de los humanos superaba a las máquinas debido a la habilidad natural de aquellos para aprender, analizar, comunicar y, también, para empatizar y comprender las emociones. Estamos ante un fenómeno inédito en la historia. La IA empieza a superar a los humanos en estas capacidades gracias al desarrollo de estructuras de aprendizaje automático tan sofisticadas que en un futuro próximo podrán, por ejemplo, aplicar algoritmos biométricos que compongan la única canción del mundo que es probable que nos levante el ánimo, quizá porque nuestro subconsciente la relaciona con un recuerdo feliz de la infancia del que ni siquiera somos conscientes [13].
Considero que el punto de análisis más cuestionable de todo el libro es la confusión o contrabando de conceptos a la hora de pensar a la economía de datos y la economía de bienes como competidores iguales si tenemos en cuentas que la segunda determina la primera. Para pensar este problema hay que partir del supuesto de que la ganancia del capitalismo surge de la plusvalía, o si se quiere: del trabajo que no se le remunera al obrero. Las máquinas o los robots que usan I.A. son “herramientas” que por sí solas no producen valor sino que lo transfieren, y por lo tanto no se las puede explotar. Pensar un capitalismo sin obreros no sería capitalismo.
El concepto de “economía de Big Data” es una visión discursiva del mundo, super-estructural, que no cuestiona la bases económicas de cómo se produce y reproduce su propio entorno material. La economía de datos tiene un presupuesto teórico implícito que consiste en que se puede prescindir del trabajo asalariado gracias a los robots, lo que no explica es ¿de dónde se saca la plusvalía o ganancia? La discusión sobre la producción material o inmaterial y el capitalismo cognitivo no es lo mismo que la discusión sobre de quién es el copyright de lo que uno sube a redes y cómo eso es apropiado.
Por lo tanto, si hay un nuevo sistema, no estamos hablando sobre capitalismo (y sus regulares crisis) sino de otro sistema económico-social-productivo cuyo nombre y funcionamiento José María Lasalle no nos explicó. La verdad es que a lo largo de toda la obra el autor mezcla esos dos planos sin distinguirlos, lo que es un límite epistemológico a la hora de analizar un fenómeno como la crisis financiera del 2008. Ya que solo toma como parámetros de muestra las empresas tecnológicas.
El desarrollo de la tecnología plantea la posibilidad de trabajar menos horas, produciendo lo mismo y sin embargo eso está vedado en el sistema capitalista, que necesita producir en forma ilimitada e irracional y a la vez subordinar −aunque desde el punto de vista tecnológico haría falta cada vez menos trabajo− una cantidad de trabajadores en condiciones de explotación insoportables, como la doble jornada o la jornada con francos rotativos. Las ocho horas no vinieron como correlato de la nueva técnica y la mayor cantidad de producción, sino que fueron luchas gigantescas –como la de los Mártires de Chicago– de modo tal que en realidad lo que termina reduciendo el tiempo de trabajo es la relación de fuerzas que se establece entre las clases sociales y no la voluntad de los capitalistas, ni tampoco la capacidad técnica de las máquinas de reducir el tiempo de trabajo necesario.
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No es el algoritmo, es el Estado
José María Lasalle nos quiere convencer de que el problema reside en que no hay regulación sobre la propiedad intelectual de los datos personales. Pero el autor de Ciberleviatán dejó su huella en el Cibermundo, allá por el 2015 cuando valiéndose de su cargo como funcionario del Partido Popular, creó lo que se llamó la “Ley Lasalle” o también conocida como la “Tasa Google” por el que se obliga a los buscadores de noticias como Google News o historias publicadas en la web a pagar por usar contenidos protegidos una “compensación equitativa” a los editores por reproducir “fragmentos no significativos de contenidos, divulgados en publicaciones periódicas o en web de actualización periódica y que tengan una finalidad informativa, de creación de opinión pública o de entretenimiento”.
Como dejó en evidencia su modelo de ley, lo único que llegó a regir fue el impuesto por la circulación de información libre por la que deben pagar los usuarios de internet. Los datos personales siguen siendo sustraídos involuntariamente. O sea que en la realidad el autor hace una cosa, y en el ciber mundo (discursivo), a través de su Ciberleviatán, plantea otra.
Nadie entregaría sus datos sabiendo que las plataformas se quedan con el derecho de autor de los mismos para venderlos, pero eso según Lasalle es un tema para los libros más que como un criterio para tomar decisiones políticas.
A modo de cierre me gustaría dejar en claro que el la solución que plantea Lasalle es una versión super re-fritada de que “el problema no es el capitalismo”, sino tener una buena administración. Marx y Engels en 1848 definían en el Manifiesto comunista que el gobierno y el Estado son “la junta que administra los negocios comunes de la clase burguesa”; en ese sentido son las compañías de todo tipo, color y tecnología las que disponen del Estado para sus intereses y no viceversa, porque justamente los que administran son otros a su favor. Solo terminando con el capitalismo y conquistando una sociedad socialista en donde la economía se racionalice, la tecnología va a estar al servicio de la disminución del tiempo de trabajo y en apoyo de las necesidades sociales en vez de las ganancias capitalistas. |