Se cubrió apenas con un piloto, envolvió a su hija recién nacida en una frazada y salió a la calle. Ahí estaba su padre, junto a un vecino que trabajaba de taxista. Llovía.
Carlos Higinio Ríos se salvó por una mudanza no informada a la patronal. La patota de la Alianza Libertadora Nacionalista había ido a buscarlo a su viejo domicilio [1]. Era la madrugada del 28 de febrero de 1974. A punta de pistolas y fusiles, el golpe policial que pasó a la historia como Navarrazo avanzaba sobre la ciudad de Córdoba. Horas antes habían sido detenidos Ricardo Obregón Cano y Atilio López, gobernador y vice respectivamente. Cercanos ambos a la izquierda peronista.
Un “foco de infección”
Meses antes de que entrara en la historia negra de la provincia, el nombre de Navarro había trascendido como posible enlace entre el recién asumido gobierno de Cámpora y el teniente general Jorge Carcagno. Las ironías de la historia quisieron que su designación como Jefe de Policía de Córdoba contara con la venia de sectores afines a Montoneros.
Aquel jueves de fines de febrero pasó a la ofensiva sabiéndose avalado por el Poder Ejecutivo nacional. Juan Domingo Perón, tan solo una semana antes, había dicho que Córdoba albergaba un “foco de infección” [2].
Pablo Bonavena ha brindado un relato condensado de los acontecimientos centrales de aquella jornada. Vale la pena citarlo.
"A las cero horas del 28 de febrero de 1974 comienza la asonada golpista cuando la policía asalta la Casa de Gobierno, tomando como rehenes a varios funcionarios. El jefe de la sedición, Navarro, permanecía mientras tanto en la Central de Policía ubicada en la Plaza San Martín, cuyos accesos habían sido cortados por efectivos policiales colocando coches de pasajeros aportados por sus propietarios […] la policía ocupa dos radios de la ciudad y sabotea otras dos, dejándolas fuera de servicio. Emite, además, un comunicado informando que Obregón Cano había sido detenido en el mismo momento en que estaba proveyendo de armas a civiles de “conocida militancia marxista’, y que era “un infiltrado, un hombre de Cámpora, un criptomarxista’ […] También se colocan bombas contra el local de SMATA, en la vivienda del ministro de Gobierno y de un juez que investigaba la participación policial en el asesinato de cinco dirigentes agrarios en Laguna Larga. El golpe continúa con el asalto policial al local del diario La Voz del Interior y con la puesta bajo custodia policial y de civiles armados de la sede del Sindicato de Luz y Fuerza. Avanzada la mañana, las 62 Organizaciones deciden un paro en apoyo al movimiento golpista e informan que, no obstante la situación que se vivía, realizarían un plenario normalizador de la CGT."
La crónica expone elementos político-militares centrales del golpe. La toma de la sede de gobierno; el copamiento de los medios de comunicación y su utilización para otorgar legitimidad a la acción; el uso político de la ideología peronista en sus aspectos más reaccionarios y macartistas; el rol jugado por la conducción de la CGT.
En simultáneo, de la mano del ministro de Trabajo nacional, se montaba una farsesca “normalización” de la CGT. El camping del sindicato de empleados de Comercio servía de escenario a la trama. Evidenciando el carácter golpista de la nueva conducción sindical, el organigrama ignoraba a tres de los gremios más poderosos de la provincia: Luz y Fuerza, la UTA y SMATA.
Aquel golpe contó con la inocultable colaboración del empresariado. A diferencia de Carlos Ríos, su compañero Juan Vila fue a dar con sus huesos a la central de Policía. Relatará cómo
"… nos secuestran a todos y nos traen acá al cabildo. Secuestran más o menos a 500 personas. Eran todos militantes" [3]
El histórico cabildo cordobés servirá como centro de reclusión para delegados y activistas de Transax, Thompson Ramco, Grandes Motores Diesel y Perkins, entre otras empresas. El operativo –montado por la derecha peronista– buscó desarticular la respuesta obrera al golpe.
El derrocamiento de Obregón Cano y López abrirá el camino para la asunción temporal de Mario Dante Agodino, presidente de la Cámara de Diputados. En la ceremonia de asunción, Navarro será aclamado como un paladín justiciero. Entre sus aplaudidores estarán el titular del Tribunal Superior de Justicia y el Jefe de Tercer Cuerpo de Ejército. El régimen político en pleno se volcaba a legitimar el movimiento de destitución.
Pocos días después, a pedido del Poder Ejecutivo, el Congreso Nacional votará la intervención federal a la provincia. Bajo las órdenes directas de Perón, un nuevo intento de orden entraba a tallar en la política provincial.
El contra-Cordobazo
El golpe policial se constituyó como una verdadera crónica anunciada. El clima político había sido preparado durante meses. Tan temprano como en octubre de 1973, un comunicado se Luz y Fuerza denunciaba que
"… los atentados a las organizaciones sindicales combativas, a otros locales e instituciones, la ‘toma’ de la legislatura provincial, el Banco Social, el explosivo colocado en el domicilio del diputado Fausto Rodríguez y el criminal ametrallamiento de una asamblea de trabajadores de la construcción en el local de la CGT regional son la dramática y trágica evidencia del claro objetivo de crear un clima de intimidación y terror" [4].
Córdoba vivía bajo la sombra de la intervención federal. La derecha peronista, con aval del Ejecutivo nacional y apoyo del empresariado, apostaba al desgaste de Obregón Cano y López.
Según los autores de La Voluntad, el plan fue presentado a Perón para su bendición por Julio César Aráoz y Miguel Egea, dos hombres del peronismo más rancio. El viejo líder compró el paquete apostando a la “limpieza” de su propio movimiento. Trabajaría públicamente para legitimar el golpe. Por más que cierta historiografía miope quiera negarlo, el camino al levantamiento de Navarro se pavimentó directamente desde Balcarce al 50 [5].
A pesar del lustro transcurrido, las llamas del Cordobazo aún ardían en la provincia. La “Petrogrado argentina” fabricaba en serie franjas de trabajadores, mujeres y jóvenes con ideas radicalizadas.
El “orden” que Perón intentaba construir en el país debía transitar, entre otros carriles, por la derrota de los sectores combativos de la clase obrera y la juventud cordobesa. Desde ese punto de vista, la definición del golpe como Anti-Cordobazo o Contra-Cordobazo carece de arbitrariedad. Expresa el verdadero objetivo estratégico del accionar de Navarro y la derecha peronista.
Batallas no dadas, balances no hechos
Ricardo Obregón Cano y Atilio López presentaron su renuncia el 8 de marzo. A esa altura, la decisión constituía una formalidad. El gobernador y su vice repetirían un clásico del peronismo: “evitar males mayores”.
Obregón Cano alcanzará a murmurar que “la resistencia hubiera sido fácil. ¿A costa de qué?” [6]. La idea se emparentaba con aquellas afirmaciones de Perón que, casi tres décadas antes, habían servido para allanar el camino de los golpistas de septiembre del ‘55.
En Insurgencia obrera en la Argentina, Facundo Aguirre y Ruth Werner afirman que
… de conjunto la clase trabajadora no podrá dar una respuesta a la altura del ataque recibido. Ya hemos visto la actitud política del mismo gobernador renunciante. Organizaciones como la JTP que constituían su sustentación política todavía mantenían una política de presión hacia el propio gobierno que no llegaba siquiera a enfrentar públicamente el Pacto Social (…) Tampoco se apeló a la movilización de los sectores de vanguardia a nivel nacional" [Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976, Buenos Aires, Ediciones IPS (3° Ed.), 2016, p. 87.].
Las críticas recaerán sobre el binomio que integraba el Ejecutivo provincial. Desde El Descamisado, la conducción montonera dirá
En esto ha estado la debilidad mayor de Obregón y lo que debilitó a su gobierno, no recurrir a las bases, no asentar su gobierno en la movilización popular, creer en los arreglos burocráticos, o en las trenzas en Buenos Aires [7].
El PRT, por su parte, señalará
"Reiteradamente habíamos advertido que se aproximaba la intervención a nuestra Provincia. Lo señalamos públicamente y lo planteamos expresamente ante los más importantes funcionarios provinciales, comenzando por el Dr. Obregón Cano y el compañero Atilio López. Después de la masacre de Ezeiza, después del autogolpe del 13 de julio [...] nadie podía engañarse" [8].
Pocos días más tarde, entrevistado por La Voz del Interior, Agustín Tosco apuntará que
… "debemos también con espíritu crítico, analizar si en Córdoba el gobierno de Obregón Cano y López tomaron las suficientes medidas y previsiones para que esto no sucediera. Nosotros lo alertamos; no nos confundimos".
En esa entrevista se vería, a su vez, obligado a responder una pregunta incómoda:
"–¿Y cómo es que no se ha producido ninguna reacción de tipo masivo?
–Se están haciendo actos relámpagos, algunas asambleas de fábrica, etc. […], pero hay una relación de fuerzas básica que está dada por el teniente coronel Navarro y su policía con las armas en la mano. Centenares de fascistas armados y entrenados bajo la conducción de organismos policiales y parapoliciales" [9].
La magnitud del golpe, fría y finamente preparado, sorprendió a la vanguardia obrera, desnudando una doble impotencia, militar y política. Más allá de los matices y diferencias, los tres balances comparten un presupuesto común: ejercer presión sobre el gobierno de Obregón Cano y Atilio López para que desarrollara la movilización contra la derecha peronista.
Sin embargo, esa dinámica aparecía como imposible sin una ruptura con la dirección política de Perón, algo que los mandatarios cordobeses no estuvieron nunca dispuestos a empujar.
El retorno del viejo líder tenía por objetivo central la normalización política de la situación nacional. Su exilio finalizaba bajo la premisa de aportar a desactivar el ascenso revolucionario abierto en mayo de 1969. Obregón Cano y López constituían parte del engranaje de esa maquinaria pasivizadora.
La confianza puesta en una resolución “desde arriba”, por la vía del accionar estatal, iba en detrimento de la preparación para el combate por parte de la vanguardia obrera y popular. Desarmaba a esos sectores ante un ataque anunciado.
El combate, la política y la lucha de clases
La derecha peronista se preparó para el combate muy tempranamente. Desde junio de 1973, las acciones y atentados de la derecha peronista habían ido en marcado ascenso. Las acusaciones contra la “infiltración marxista” en el gobierno abundaban en las calles y en los medios de comunicación. El levantamiento de febrero contó con una metódica planificación, como resulta evidente.
Pero el choque físico no puede separarse de las condiciones políticas que le preceden. El triunfo inmediato de los golpistas cordobeses no encuentra sus razones más profundas en los “centenares de fascistas armados y entrenados” que describía Tosco. Lo descubre en la falta de preparación político-militar de la vanguardia obrera y popular provincial.
Si en aquellas jornadas los ejecutores del golpe pudieron enarbolar la bandera del “peronismo auténtico”, se debió a la confianza política que el histórico caudillo aún despertaba entre amplias capas de la clase trabajadora.
Los meses transcurridos desde su retorno al país habían evidenciado, ante los sectores avanzados de los trabajadores y la juventud, el rol que venía a cumplir Perón. Sin embargo, la izquierda de ese movimiento sostenía una persistente subordinación política al viejo líder.
En los sectores combativos del sindicalismo -en los cuales revistaban Tosco y René Salamanca como figuras destacadas- la correcta crítica al Pacto Social no era acompañada por una denuncia abierta al rol de Perón en el terreno nacional. Aún después de producido el golpe policial, el dirigente de Luz y Fuerza evitará una crítica directa al mandatario
"… lo que el gobierno central no entiende es que apoyando a Navarro está dando carta blanca a muchos ‘navarros’ que en el día de mañana no van a alzarse ya contra un gobernador sino, precisamente, contra el mismo presidente" [10].
En un marco signado por el creciente enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución, la vanguardia obrera y juvenil estaba obligada a denunciar el papel que jugaba Perón. La preparación para los combates más agudos se jugaba también en desacreditar a quien constituía la mejor carta de la clase dominante para controlar el ascenso revolucionario en curso. Solo así se podía aportar al desarrollo de una posición política independiente entre sectores de las masas.
Sobre esa base se imponía la preparación activa de la autodefensa por parte de los sectores combativos de la clase trabajadora. Como señalan Werner y Aguirre
"En Córdoba la acumulación de fuerzas de la vanguardia y la izquierda pesaba decisivamente en los sindicatos de masas. La política clásica del frente único y la autodefensa obrera de la provincia era realista y tenía múltiples filos […] permitía oponer a las fuerzas fascistas de la policía, de las bandas de ultraderecha de los sindicatos y del peronismo, una fuerza social poderosa, que había protagonizado grandes combates de clase".
Aunque el PRT efectuará críticas al rol que jugaba Perón, su política estará centrada en la construcción de un aparato militar propio, separado del impulso al desarrollo de organismos de autodefensa por parte de la clase trabajadora. Complementaba esta decisión con constantes llamados a la unidad a quienes se subordinaban al peronismo [11].
***
En febrero de 1974, la clase dominante actuó a través del peronismo para imponer una derrota a la vanguardia obrera y juvenil cordobesa. En la provincia mediterránea se jugaba parte importante de los destinos del ascenso revolucionario en curso.
Para miles de trabajadores, aquellas jornadas fueron parte de un duro aprendizaje. En un bar de la peatonal, varias décadas después, un reflexivo Carlos Higinio Ríos lo confirma:
"Antes del Navarrazo se veía venir, pero creíamos que no iban a pasar sobre las instituciones. Esto estuvo avalado por Perón. Yo soy peronista… pero a mí no me digan… si él no hubiera dado el visto bueno, acá no se interviene". |