“No me da vergüenza decir que soy capitalista”, dijo el presidente. Las condiciones de vida y de trabajo de millones se deterioran. Las ganancias empresarias no se tocan.
El informe de “Condiciones de vida de las Infancias Pre-pandemia COVID-19”, elaborado por la Universidad Católica Argentina (UCA), sostiene que en 2019 el 59,5 % de niños y niñas en Argentina de las zonas urbanas, residían en un hogar en situación de pobreza por ingresos. Se trata de 6 de cada 10 niños y niñas.
En el Gran Buenos Aires este índice se eleva al 69,8 %, es decir, 7 de cada 10. Según informamos este martes, el porcentaje de pobreza en la niñez era del 50 % en 2010. ¿Qué sucedió durante todos estos años? Este triste indicador sobre el futuro no ha parado de crecer.
El mismo día el presidente Alberto Fernández brindó declaraciones a los medios por la decisión de rescatar al pulpo agroexportador Vicentin, haciéndose cargo de su millonaria deuda con el Estado. El presidente dejó bien claro desde qué óptica administra la crisis social, política y económica que, como bien marcan los números, existía desde antes y que se profundizó con la pandemia: “A mí no me da vergüenza decir que soy un capitalista”, enfatizó en Radio con Vos.
La realidad es que el Estado se queda con una empresa que se dio un verdadero festín durante la gestión macrista, tomando préstamos a través del Banco Nación en dólares, exportando granos que cobró en dólares y ganando sumas que superan ampliamente lo que debe.
Vicentin fue uno de los principales aportantes a la campaña electoral de Cambiemos. Ahora se inventa una crisis que no tiene y el Gobierno se la va a quedar, sin cobrar un centavo de los millones de dólares que le debe al Estado. En los adelantos del proyecto de ley que presentaría no garantiza que esta “expropiación” sea sin pago. Un ejemplo por demás ilustrativo de lo que significa ser capitalista a la hora de tomar decisiones para administrar una crisis.
McDonald’s y Burger King recibiendo subsidios para pagar salarios, argumentando que tienen una crisis que nunca demostraron, también es otro magistral de esta óptica. Hay pibes y pibas que desde que las empresas entraron a la ATP, recibieron recibos de sueldo de ceros pesos y que al estar en blanco, no pueden cobrar ni siquiera el IFE de $10.000.
A pesar de que haya millones en la miseria en Argentina, los empresarios siempre ganan.
En todos los gobiernos, la misma desvergüenza
El Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) concentra el 90 % de los casos de coronavirus del país. Puede tomarse como caso testigo sobre cómo los gobiernos administran la crisis económica, social y sanitaria, donde esta se expresa con mayor crudeza.
“Mis papás murieron, no tuvieron agua, no hay cloacas, no hay nada. Político que pasa, intendente que pasa, pasa. Votaron, listo, se olvidaron”. El testimonio de la vecina de Villa Azul, Avellaneda, fue registrado para un informe del programa Alerta Spoiler de La Izquierda Diario Multimedia.
Ante el brote de coronavirus allí, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires a cargo de Axel Kicillof, Con Sergio Berni al mando, se ocupó de militarizar y convertir el barrio en un gueto para pobres, antes que testear y garantizar las condiciones mínimas de salubridad.
En Argentina el problema es similar al del resto de América Latina, nuevo epicentro de la pandemia. Los barrios más precarios, las villas, las favelas, son los más azotados por la enfermedad.
En el Gran Buenos Aires habitan 11 millones de personas, un cuarto de la población del país. Hay 1400 asentamientos y barrios populares. Un cuarto de los hogares no tiene agua potable y un 40 % no cuenta con gas ni cloacas, según un informe de Mundo Conurbano.
En el conurbano a partir de los años 90 con Carlos Menem, la pobreza se ubicó en un 30,5 %. Con la crisis del 2001 trepó al 64,4 %. Para 2015, después de años de una supuesta década ganada, la pobreza estaba en un 35 % es decir, más de un tercio de la población -como a mediados de los 90- . Esa fue la tierra que continuó arrasando el gobierno de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, que elevó la pobreza hasta un 47 % en 2019.
Crucemos el Riachuelo o la General Paz. En la ciudad de Buenos Aires gobernada por el Cambiemita Rodríguez Larreta, un 10,1 % de la población vive en situación de hacinamiento, concentrada mayormente en las villas y asentamientos. En el Barrio Carlos Mugica o Villa 31, un barrio precario donde habitan 60 mil personas, también hay un foco de contagios.
La contradicción del gobierno de la ciudad, de la provincia y el nacional, es que todos son parte de la cadena de responsables por los que millones de esenciales que hacen funcionar el principal aglomerado urbano del país, viven en pésimas condiciones y más expuestos al virus.
Juventud, la más precaria entre los precarios
Como denunció el diputado del Frente de Izquierda y dirigente del PTS, Nicolás del Caño, en su libro Rebelde o Precarizada, la precarización laboral y el empleo no registrado afecta con mayor saña a la juventud. Entre la población de 16 y 24 años, el trabajo “en negro” se mantuvo en un 60 % desde el año 2006, hasta el 2018.
En el conurbano, “en 2001, el 29,5 % de los jóvenes de 15 a 19 años tenía una vivienda deficitaria (casilla, hotel familiar, ranchos). En 2010, el 27 %. (...) Los que sufrían hacinamiento, en cambio, pasaron de 8,5 % a 17,6 %”. “Cada vez más generaciones se amontonan en la misma casa”, denuncia Del Caño en el libro.
“Según la Dirección de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires, la población de las villas porteñas es cada vez más joven: la edad promedio es de 24 años. La mitad está desocupada y el 90 % de los que trabajan, hombres y mujeres, lo hacen como «mano de obra no calificada». «De las trabajadoras, el 28 % integra el servicio doméstico y un 15 % realiza tareas de limpieza no doméstica»”, agrega el diputado. Este es parte del diagnóstico preexistente a la llegada del coronavirus, que empuja a millones de jóvenes que viven en esas condiciones, a exponerse en la primera línea.
El camino de la rebeldía
La Red de Precarizadxs convoca a las acciones callejeras como respuesta a los ataques que no cesan: despidos, “descontrataciones”, recortes salariales, suspensiones, falta de elementos de seguridad e higiene. Todo pasa ante los ojos de un Gobierno que interviene en la crisis para salvar los bolsillos empresarios. También ante los ojos de las direcciones de los sindicatos, que negocian en favor de las empresas y quieren forzar a los trabajadores en blanco a aceptar peores condiciones salariales y laborales, bajo el chantaje de preservar el empleo.
¿No podrían repartirse las horas de trabajo, bajo condiciones dignas para todos, priorizando las actividades económicas que permitan dar respuesta a la crisis social y sanitaria? Con un impuesto a las grandes fortunas podrían garantizarse los salarios, de un mínimo de 30.000 pesos, sobre la base de un plan de empleo digno pensado para responder a la pandemia.
Estas cosas no se le ocurren ni al Gobierno ni a los sindicatos como Pasteleros, que opinan que lo único que se puede hacer es condenar a millones al contagio y a la miseria, para que otros puedan hacer la cuarentena. El mismo presidente dijo que prefiere más pobres que muertos. Típico de capitalista: con hambre o con muerte, siempre la pagan los trabajadores y los pobres.
Una cosa que es intocable a la vista de cualquiera que se reconozca orgullosamente capitalista como el presidente, son las ganancias empresarias. Así lo demuestra la política que ha tenido hacia las multinacionales como McDonald´s. Así actúa ahora ante la estafa de Vicentin. Es la misma desvergüenza por la que se deterioran las condiciones de vida de millones mientras se sigue pagando una deuda externa ilegítima y fraudulenta, se ajustan jubilaciones antes que tocar las ganancias de los bancos o se deja afuera a millones del IFE, antes que gravar a las grandes fortunas.
La realidad de la juventud que está saliendo a la calle, vive y trabaja en las peores condiciones desde hace décadas. Demuestra que el camino para encontrar una salida de fondo a esta crisis es organizándose y manifestándose de manera independiente de los gobiernos de turno y de los sindicatos traidores. Pelear unida a cada vez más sectores de trabajadores, es la única manera para que la clase trabajadora imponga una salida favorable a sus intereses, contra la prepotencia patronal y la desvergüenza capitalista.