En estos días vimos como Inglaterra, Estados Unidos, Bélgica y otros países se empezaron a realizar escraches y derribar varias estatuas de esclavistas, conquistadores y militares. Una bronca desatada contra el racismo después del asesinato de George Floyd. Al mismo tiempo, estos actos expresan un cuestionamiento a los valores imperiales que habilitaron el sometimiento del continente africano y posteriormente la esclavización de millones de sus habitantes al servicio del desarrollo del capitalismo.
Acá les quiero comentar dos ejemplos de quienes eran estos conquistadores escrachados.
Cecil Rhodes
En Oxford, Inglaterra, la multitud se manifestó en la universidad de la ciudad por la eliminación del monumento del imperialista Cecil Rhodes. ¿Quién era? Veamos algunos momentos de su vida.
Rhodes se estableció a fines del siglo XIX en Sudafrica, que en ese momento era colonia Britanica. Alli se sumó a la explotación algodonera de su hermano, pero en poco tiempo comenzó su propio camino en el negocio de los diamantes, uno de los recursos más valorados en la zona. Montar sus empresas implicó un desfalco masivo de recursos, y asesinatos brutales a la población nativa para ocupar sus territorios. Entre sus empresas más exitosas está De Beers, que en pocos años llegaría a controlar el 90% del mercado mundial de diamantes.
Lo curioso es que “De Beers” nunca desapareció. Hoy, 2020, sigue controlando el 40% del mercado mundial de diamantes en el mundo. Y hasta la década del 90 era un monopolio indiscutido. Lo peor es que los mecanismos de sometimiento a las poblaciones nativas siguen vigentes: la empresa utiliza los diamantes como moneda de cambio para financiar las terribles guerras civiles en África por la explotación del territorio.
Volvamos a Rhodes. Fue fiel representante del capitalismo colonialista ingles en África. Uno de sus servicios a la carona consistía en construir una línea de ferrocarril sin interrupción desde Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, hasta El Cairo, en Egipto. Esto implicaba arrasar con pueblos enteros para abaratar el traslado de materiales a la metrópolis. Pero en sí mismo también era un gran negocio. El material para su construcción lo proveía en su totalidad Inglaterra.
Desde ya que a cambio de estos “servicios”, Rodhes fue premiado con números cargos y, como sabemos, con estatuas en la propia Inglaterra. Tal vez alguna de ellas debería recordar alguna de sus frases racistas como: “Somos la primera raza en el mundo, y cuanto más espacio en el mundo ocupemos, mejor para la raza humana”. Terrible.
Leopoldo II
El otro personaje en cuestión es Leopoldo Segundo, cuyo nombre está por todos lados en Bélgica: plazas, calles, estatuas, colegios, etc.
El nombre de nacimiento da cuenta de su linaje aristocrático e imperial: Leopoldo Luis Felipe María Víctor de Sajonia-Coburgo-Gotha. Era el primo de la Reina Victoria de Inglaterra.
En la Conferencia de Berlín de 1884-1885, las principales potencias de la época se repartieron el continente Africano. Allí, a Leopoldo le toco como territorio el Congo.
Es decir: El Congo no era una colonia belga sino que era una posición personal del rey. Como si dijera que tenía una casa de campo de 2.300.000 kilómetros cuadrados. Un territorio tan grande como media Europa occidental.
Cuando comenzó a poblar esas tierras realizó un verdadero holocausto. El Congo es y era una zona particularmente rica en Caucho y Marfil. Allí trabajaban los esclavos de Leopoldo, y en solo 20 años se calcula que fueron asesinados unos 10 millones de congoleños.
Se convirtió prácticamente en una empresa personal del Rey pero de dimensiones enormes. Hacia fin del siglo XIX la industria del caucho se desarrolla mucho para la producción de neumáticos, que luego tendrá su auge a comienzos del siglo XX con la producción de automóviles. Bueno, para aumentar el ritmo de producción, Leopoldo tenía enviados personales que cobraban premios por productividad, que para la población nativa era explotación sin límites.
Sólo un ejemplo de la brutalidad de lo que fue la conquista: ante un signo de “rebeldía” de los esclavos, les cortaban las muñecas. Hay decenas de imágenes de congoleños con las manos cortadas que muestran la masividad de esta práctica. Dicen que además lo hacían como manera de justificar el uso de balas que eran utilizadas para otros fines, mostrando que era par “matar esclavos”.
Esta historia tiene sus legados actuales: el Castillo Real de Laeken, donde viven hasta hoy los reyes belgas, fue construido con sangre congoleña.
Finalmente en 1908, el Parlamento belga asumió su administración del Congo. Pero pese a todos los horrores cometidos el Rey negoció una compensación de 50 millones de francos por sus posesiones en el Congo y se deshizo de todas sus obligaciones en la región.
Lenin en Seattle
Pero no todas las estatuas son de genocidas. Estos días circuló bastante una foto, que en realidad es del 2017, donde se ve a una multitud de jóvenes rodeando la estatua de Lenin en Seattle, Estados Unidos.
La estatua originalmente fue terminada y exhibida en la República Socialista Checoslovaca en 1988, un año antes de la Revolución de Terciopelo de 1989, donde con la restauración capitalista fue volteada y dejada de lado. En 1993, la estatua fue comprada por un estadounidense que la encontró tirada en un depósito de chatarra, y la llevó a su sitio actual, donde aún hay un “vacío legal” sobre su propiedad.
Lo cierto es atacada por los derechistas, pero también abrazada por todas las luchas progresivas en esa ciudad. Actualmente, las protestas anti racistas, y la reemergencia de las ideas socialistas en sectores de la juventud estadounidense han revivido esta historia.