La regla general histórica de Marx y Engels que plantea que “la guerra es partera de revoluciones”, o por lo menos de revueltas, pareciera no ser una lección aprehendida por Al-Assad. La guerra civil iniciada en 2011 sirvió al mandatario para frustrar los intentos de las masas trabajadoras y campesinas hambrientas sirias de voltear a una dinastía que ocupa el gobierno desde 1970. Sin embargo, la persecución, asesinato y tortura de opositores, y 9 años de guerra arribaron en el resultado inicial: manifestaciones en contra del régimen.
A punto de cumplirse una década de intenso conflicto militar - atravesado por a incesante intervención de potencias imperialistas y regionales-, el ejército Sirio y sus aliados rusos e iraníes han reducido a su mínima expresión a los ejércitos “rebeldes”. Hoy el poder de las milicias contrarias a Damasco se acota a la región de Idlib donde, tras la brutal ofensiva de principios de este año, se produjo el desplazamiento interno de más de un millón de pobladores, provocando que Al Assad y sus aliados de Moscú quedaran al borde de la guerra abierta con Turquía. Erdogan desde principios del conflicto apadrinó a las milicias yihadistas de su frontera con Siria, y hoy espera forzar su participación en el proceso transicional de post-guerra para garantizar la re ubicación en territorio sirio de los más de tres millones de refugiados que todavía permanecen en su país desde 2011. Las conversaciones entre Putin y el mandatario turco bajaron las tensiones y evitaron una escalada, sin embargo un nuevo desafío pone nuevamente al régimen en aprietos.
Entre la espada y las protestas.
Ya parecía una realidad la pacificación de la mayor parte del territorio, quedando pendiente recuperar las regiones bajo control norteamericano y turco al norte, además de la gestión del problema de los refugiados. Sin embargo, Assad vio resurgir al demonio que intentó conjurar con una represión cuya ferocidad horrorizó al mundo: las movilizaciones populares exigiendo la mejora de sus condiciones de vida, el fin de la corrupción y la caída del régimen.
Estos procesos se dan en sintonía con los levantamientos que comenzaron a fines del 2019 en Líbano, Irak e Irán, países con los que tiene vínculo histórico, profundizándose en los años de la Guerra Civil. Sin embargo, el mandatario sirio no dispone de las herramientas financieras y políticas que permitieron a sus vecinos contener parcialmente las movilizaciones. El descontento ya se extendió por la región alawita de Latakia (feudo tradicional de la familia Assad), su alianza interna con los principales clanes cristianos y drusos, (firme durante casi todo el conflicto) pende de un hilo debido a la desesperante situación económica. Desde Moscú y Teherán (únicos apoyos internacionales del gobierno) ven a Assad cada vez más como un socio impredecible e inestable , que no puede hacerse cargo de los compromisos que asumió al iniciar su cooperación militar. Estos aliados se cuestionan de qué manera Al-Assad va a devolver la ayuda económica y militar que le brindaron.
La agitación social comenzó está semana en la ciudad meridional de Sweida, pero se extendió rápidamente a otras regiones. Las razones detrás del virtual desmoronamiento del régimen de la familia Assad son varias, pero la inestabilidad económica es el factor excluyente: el país fue súbitamente asolado por una hiper inflación que depreció a la Libra siria de 700 a 3.500 por Dólar desde principios de año por arrastre de la crisis financiera en Líbano. Los precios de los alimentos se incrementaron más del 60% y hay desabastecimiento de productos básicos como arroz, harina y azúcar. Mientras que los salarios ya no valen nada, asciende a 9,3 millones de personas las que se encuentran en condiciones de inseguridad alimentaria.
Al Assad intentó inútilmente desviar las frustraciones de los manifestantes haciendo dimitir el jueves 11 al primer ministro, Imad Khamis. Esta movida fue leída por varios analistas como una expresión de debilidad y un aumento de las grietas internas en conjunto con las disputas con su primo hermano Rami Makhlouf.
La crisis escaló a tal punto que en varias regiones, bajo control gubernamental, comenzó a circular la Lira turca en reemplazo de la moneda local, como mecanismo para evitar la total depreciación de los ingresos. Al día de hoy el 80% de los sirios han caído debajo del umbral de la pobreza, mientras que hasta fines de 2019 el 40% estaba desempleado según cifras oficiales, con las restricciones por la pandemia se sabe que los números han aumentado.
La causa inmediata de la crisis es el colapso del sistema financiero libanés, donde los bancos han impuesto restricciones para el manejo de divisas, impactando directamente en las operaciones comerciales de las grandes familias sirias que realizan sus operaciones allí. Pero en sinergia con el efecto de las brutales sanciones internacionales de EE. UU., una estructura productiva agotada por una década de guerra fraticida, existen elementos históricos, familiares y geopolíticos que también hechan luz sobre la delicada situación actual del Régimen de Damasco.
Un asunto de familia.
Al Assad frente a la situación económica catastrófica, con las sansiones de EE. UU. en puerta, está apelando a la burguesía siria para que aporten inyecciones de dólares al Estado y financiar los graves problemas estructurales por la devastación de la guerra, que se calculan en 700 mil millones de dólares. Entre esos burgueses está su primo hermano Makhlouf con quien está teniendo un enfrentamiento político ¿Cuál es la raíz de esta antigua relación?
En 1970, al momento de dar el golpe de Estado, el líder del Partido Baaz sirio, Hafez Al Assad, pega un giro en la política de Siria luego de años de una orientación “socialista” ligada al proyecto de la República Árabe Unida. Hafez sella el círculo de poder alrededor de la minoría alawita luego de años de purgas internas en el gobierno y el ejército. Para esto, Hafez decidió darle viabilidad económica a su proyecto a través de una alianza matrimonial con el Clan Makhlouf. Convertiría con el tiempo a su cuñado Mohamed, en un socio mimado y en la principal "cara económica" del régimen, teniendo el objetivo disciplinar a la burguesía local. Hafez fue especialmente cauteloso con la élite capitalista en Damasco y Alepo, la cual controlaba los resortes claves de la economía.
Mohamed rápidamente aprovechó esta alianza para incrementar aceleradamente su patrimonio. Primero controló los estancos de tabaco, café y alcohol, siendo dueño a la vez el intercambio legal y el contrabando de estas mercancías, pronto estarían en sus manos el conjunto del Comercio Exterior. Su éxito le permitió en los 80 acaparar otras áreas como el petróleo y el negocio inmobiliario, participando también en el negocio financiero. Esta diversificación fue de la mano con la apertura de numerosas empresas y cuentas bancarias a su nombre en países como El Líbano, Chipre, Grecia y Rusia. Para los 90 era uno de los magnates más influyentes del mundo árabe. La muerte de Hafez en 2000 determinó una oportunidad para avanzar en el plano político, que hasta ese momento le estaba vedado. Comenzó a dar entrevistas a medios extranjeros con planteos políticos propios y se atrevió a proponer el abandono del "Estado de emergencia" decretado hacía tres décadas e "institucionalizar" el sistema político.
Bashar, hijo y heredero de Hafez, en 2005 decidió cancelar cualquier tipo de apertura y desplazar a Mohamed del liderazgo de sus empresas en beneficio de su hijo Rami. El primo de Bashar reafirmó su alianza con el Régimen e impulsó nuevos negocios vinculados a las telecomunicaciones. En 2011, con el inicio de la Guerra Civil, Rami se convirtió en un pilar innegable del gobierno, impulsó actividades benéficas y construyó redes de asistencia social que permitieron que las regiones bajo control de la dictadura no caigan en una hambruna generalizada. Esto le dió un prestigio propio y mantuvo relaciones independientes con Rusia e Irán, países dentro de los cuáles también tenía interés económico.
La actual crisis financiera libanesa y la catastrófica devaluación de la Libra siria hizo estallar las contradicciones entre ambos proyectos, el régimen se arriesgó a acusar de corrupción y evasión a Rami, congelando sus activos, tomando control de sus empresas en Siria, tratando de responsabilizar a la familia Makhlouf de la crisis y desmantelando sus redes clientelares. Hasta ahora Rami se defendió solo con videos en facebook, donde defiende su rol de empresario y filántropo usando un discurso moderado.
Sanciones imperialistas, respuesta de masas.
Este miércoles entran en vigencia sanciones internacionales a partir de la Ley César, en referencia al fotógrafo que huyó con más de 50 mil fotografías que captaron situaciones de tortura y mutilaciones en las prisiones sirias contra opositores. El nombre de la Ley no es ingenuo, además de reservarse su cuota de hipocrasía, ya que busca poner una careta de denuncia al régimen de Assad, pero que hundirá aún más en la pobreza a los sirios que apenas tienen acceso al agua y los alimentos. Esta legislación internacional impactará contra todo país, individuo o empresa que preste apoyo económico a Siria, o sea apunta también a Rusia e Irán. Además le otorgará mayores poderes a Trump para congelar activos sirios en el exterior.
Las revueltas que pusieron contra la pared a Al-Assad, tienen sus raíces en los problemas estructurales del país, entre ellas las sequías por a mala gestión de las reservas hídricas que azotaron la región, generando el desplazamiento de millones de campesinos pobres y hambrientos a las ciudades. En estos momentos luego de años de guerra la situación de Covid-19 está alterando drásticamente esta situación estructural que no encontró solución. La puja dentro del círculo íntimo de Assad, que nunca gobernó sin el apoyo material de los Makhlouf, puede agravar aún más la crisis alimentaria y el total colapso del régimen, ya que las movilizaciones y el descontento están instalándose rápido en sus bastiones históricos.
Desde el 2011 al menos 700,000 personas fueron asesinadas en la guerra. Este número no conmueve ni a la burguesía siria, ni a Al-Assad y sus aliados rusos e iraníes, ni mucho menos al imperialismo norteamericano. Pero sí es un precio que millones de sirios sienten sobre sus hombros por los esfuerzos de una guerra de la que esperaban obtener alguna mejora en sus vidas una vez terminada.
La experiencia de la Primavera Árabe demostró que las políticas ligadas tanto a Al-Assad junto a su círculo íntimo, como al imperialismo -que intentará aprovechar las demandas democráticas para proponer "salidas" afines a sus intereses- sólo conducen a más penurias para las masas. El resurgimiento de la lucha de clases en varios países de Medio Oriente, pero también en los países como EEUU o Francia donde se dan protestas anti racistas,puede ser una vía que encuentre nuevos caminos para construir alternativas de independencia de clase que arranquen a las masas trabajadoras de la miseria de la guerra y la hambruna. |