Stella Cabral
| Trabajadora de Mondelez Pacheco | Agrupación Bordo de la Alimentación Leo Norniella
Foto Angelines Lago | Enfoque Rojo
La autora es obrera de la alimenticia Mondelez de General Pacheco e integra la Agrupación Bordó Leo Norniella. Fue detenida en Avellaneda aquella tarde del 26 de junio de 2002, cuando el Gobierno perpetró la Masacre del Puente Pueyrredón.
El 26 de junio del 2002 viví una experiencia que va a quedar en mí para siempre y es uno de los hechos que reafirman mis convicciones años tras año. Pasaron 18 años de ese 26 de junio, que se conoció luego como la Masacre de Avellaneda, donde fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki a manos de la Policía.
Pasaron los años y todavía escucho los escopetazos y el ruido de los pies de cientos de compañeros desocupados y miembros de organizaciones sociales y políticas corriendo por el asfalto, tratando de escapar de las camionetas, “las chanchas” les decíamos. Recuerdo que miré hacia atrás, esperando que pase lo que pasaba siempre, que era que la Policía evitaba que subiéramos al puente Avellaneda y todos volvíamos a casa.
Esa vez fue diferente. Los días previos a esta jornada del 26 de junio fueron diferentes, pero no tomamos nota de lo que después entendimos eran amenazas. No supimos leer entre líneas lo que el Gobierno estaba preparando, lo que le pedían los sectores más ricos, que había que poner un freno a la organización de los sectores más pobres con las clases medias que, un año antes, empezaron a pedir “que se vayan todos”.
Eso gritaba el pueblo, harto de los políticos que sólo favorecían a los que más tienen. Desde hacía ya un tiempo las marchas en Avellaneda de los sectores más empobrecidos eran un factor constante sin ningún tipo de respuesta favorable por parte del Estado.
Clarín del 19 de junio del 2002 relataba cuál iba a ser la postura del gobierno de Duhalde ante el reclamo de los sectores populares: “no iban a permanecer inactivos”. Y llamaron a una reunión de urgencia en Casa de Gobierno, en donde estuvieron las máximas autoridades de seguridad, el secretario de Seguridad Juan José Álvarez, los jefes de la Policía Federal, de Gendarmería y de Prefectura. El mismo Álvarez anunciaba en los medios que, si se cortaban todos los accesos al mismo tiempo, serían tomados por el Gobierno como “una acción bélica”… ¿¡Acción bélica!?
Ese día se reclamaba tanto el pago y aumento del subsidio a los planes de empleo como el desprocesamiento de los luchadores, el fin de la represión y la solidaridad con los trabajadores de la fábrica Zanón de Neuquén, que la habían puesto a producir luego de que su dueño se fuera dejando a centenares de trabajadores y una deuda enorme a la provincia.
El MTD entendía que la salida era la unidad de trabajadores ocupados y desocupados. Así lo entendía Darío.
Darío egresó de la misma secundaria que yo, la Escuela de Educación Media Nº 2 de San Francisco Solano. Recuerdo que él vino a verme a casa cuando era estudiante porque quería poner en pie el Centro de Estudiantes. Yo ya había egresado, me dijo que los profesores le habían dicho que podía darle una mano.
Así lo conocí. Estaba preocupado porque los estudiantes tuvieran su Centro, era extremadamente solidario y muy sensible a la realidad que nos rodeaba en el barrio Don Orione. Nos vimos un par de veces y en nuestros encuentros hablábamos de la importancia de las asambleas, que los dirigentes respeten los mandatos.
Luego la vida nos marcó caminos diferentes. Lo volví a encontrar luego de las jornadas de 2001. Él ya no era un militante secundario, era dirigente de uno de los movimientos de desocupados más grandes de Almirante Brown y yo era una estudiante terciaria que empezaba a militar en el PTS y era integrante de las asambleas populares que se formaron en varias zona luego del 2001. Yo estaba en Temperley. Nuestro norte, ante la situación del país, era la unidad entre ocupados y desocupados y el mandato de asambleas.
Volvimos a encontrarnos con Darío y su movimiento había hecho lazos con los trabajadores de Zanon que peleaban por defender la fuente de trabajo y por trabajo genuino, haciendo lazos con los desocupados de Neuquén. Los lazos entre ocupados y desocupados se hacían más concretos.
¡Claro! Eso era lo que querían frenar, no fueron casuales los movimientos del Gobierno que mencioné anteriormente. Fueron pensados detalladamente.
Ese día, cuando las columnas que iban por Avenida Mitre se juntaron con las columnas que llegaban de la zona sur, la Federal dejó una fila policial en el medio que jamás corrieron, provocando un enfrentamiento. Y ahí comenzó todo.
Gases lacrimógenos, balas de goma. No nos dejaron volver a la estación de Avellaneda, que es donde encuentran a Maximiliano Kosteki y le disparan. Luego a Darío, que se quedó con él intentando socorrerlo.
A quienes queríamos desmovilizar nos empezaron a correr con sus camionetas y seguían disparando balas de goma. Hasta la gente que iba por la vereda con sus hijos. Vimos que era otra la intención. Salieron a cazarnos.
Cientos corrimos hasta llegar a la altura del puente Sarandí. Nos metimos a un barrio y empezamos a golpear la puerta de las casas pidiendo ayuda. Terminamos en un galpón que era un taller muy grande. Ahí llegaron los efectivos policiales y empezaron a disparar balas de goma hacia adentro del taller. Hirieron al dueño. Y empezaron a gritar que saliéramos porque nos iban a matar.
Nos tiraron al piso. Recuerdo ver la mitad de la calle con compañeros boca abajo con las manos en la nuca y la Policía pisándolos por arriba. No entendía tanta maldad, tanta saña. Los efectivos disfrutaban lo que estaban haciendo, nos subieron a los colectivos y nos llevaron a la Comisaría Primera de Avellaneda. Nos tomaron los datos, nos separaron mujeres de varones, a las mujeres nos dejaron en un patio con las manos en la nuca haciendo fila una detrás de la otra. Pasaban las horas y nos tenían en la misma posición. Los presos del lugar nos tranquilizaban.
Recuerdo que el primer suspiro de alivio fue cuando empezamos a escuchar el grito de nuestros compañeros que fueron a pedir nuestra libertad a la puerta de la comisaría.
De repente empezamos a oír que habían asesinado a Darío. Ninguna entendía nada. No podíamos creer lo que escuchábamos. La fila que hacíamos se rompió y nos empezamos a consolar unas a las otras.
En el medio de tanto dolor una mujer policía que estaba ahí empezó a insultarnos y decirnos “¿qué lloran? ¡Uno por uno!”. Con lágrimas en nuestros ojos empezamos a cantar nuestras consignas dentro de la comisaría y gritándoles en su cara que eran unos asesinos.
Mirá el informe especial de Mundo conurbano
Aunque metieron preso a Franchiotti, hoy los autores intelectuales de la Masacre de Avellaneda siguen impunes. Deben ser investigados y llevados a la justicia.
A 18 años mi homenaje hacia Darío y Maxi es seguir luchando, porque en esta sociedad no existan explotados ni explotadores. En este camino hoy me encuentro peleando contra las injusticias y por nuestros derechos, organizándome junto a los trabajadores de la alimentación en la Agrupación Bordó, en esta pelea constante para que no avancen sobre nuestras conquistas. Para recuperar los sindicatos de las manos de la podrida burocracia sindical, sindicatos que respeten la democracia de las asambleas y enfrenten verdaderamente a las patronales y a sus gobiernos.
Hoy me ubico del lado de mis compañeros tercerizados de limpieza, los más discriminados en esta pandemia, que me hacen acordar mucho a esos trabajadores desocupados que peleaban también por que se les reconozcan sus derechos. Hoy ellos son los que están en la primera línea dentro de las fábricas, como el personal de salud. Y no son efectivos. Son tercerizados con salarios miserables. Ubicarme de su lado y defender su causa y ayudar a organizarlos es mi mayor homenaje a Darío y Maxi.
¡Darío Santillán y Maximiliano Kosteki Presentes Ahora y Siempre!