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La Izquierda Diario
5 de julio de 2020 Twitter Faceboock

SEMANARIO IDEAS DE IZQUIERDA
[Prólogo] El marxismo y nuestra época, de León Trotsky
Juan Dal Maso | [email protected]

Ilustración: Sergio Cena

Publicamos aquí el prólogo al libro El marxismo y nuestra época, que reúne algunos de los textos más relevantes de la obra de León Trotsky a 80 años de su asesinato, recién publicado por Ediciones IPS.

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León Davidovich Bronstein, más conocido como León Trotsky, nació en Ianovka (Ucrania) el 7 de noviembre de 1879 y murió en México, asesinado por un sicario de Stalin, el 21 de agosto de 1940. Entre ambas fechas vivió una vida intensa, ligada estrechamente a algunos de los principales eventos del siglo XX y a una reflexión constante sobre los problemas de la lucha de clases, de la teoría marxista, pero también de la literatura y el arte.

Con una militancia inicial en el populismo, se terminó de convencer de las ideas marxistas en la cárcel de Odessa en los últimos años del siglo XIX (había sido detenido en 1898), leyendo al filósofo italiano Antonio Labriola [1]. La lectura de Labriola no era algo extravagante en el marxismo ruso (Plejanov había comentado sus ensayos sobre materialismo histórico) [2]. Pero no era tan usual que se otorgara a Labriola una centralidad como la que Trotsky le asignó al reconocerlo como la fuente que lo terminó de convencer de las ideas que defendería toda su vida. Labriola había propuesto una interpretación o sistematización del materialismo histórico en términos de “filosofía de la praxis”, combinando el conocimiento de la filosofía hegeliana con el rechazo del positivismo vulgar que en Italia confundía a Marx con Spencer. Temas que el marxismo de ese momento trataba con una cierta rudeza, como la relación entre la estructura y la superestructura o la relación del marxismo con las ciencias y la filosofía, eran abordados por Labriola con precisión, sensatez y conocimiento de los problemas, ofreciendo una lectura del marxismo que afirmaba su independencia de la ideología burguesa. Al mismo tiempo, ofrecía herramientas para estudiar los procesos históricos con un “método genético” que buscaba dilucidar el proceso de conformación y funcionamiento de la sociedad capitalista, mediante un procedimiento de “análisis y composición” [3] y apuntaba a comprender su singularidad. Todas estas características fueron luego compartidas por el marxismo de Trotsky.

El marxismo ruso se había constituido en las últimas décadas del siglo XIX en lucha contra las ideas populistas, que apuntaban a un desarrollo socialista basado en la comuna campesina sin pasar por el capitalismo. Al margen de que Marx había considerado posible la hipótesis de los populistas bajo ciertas condiciones y de que el tema fuera discutido larga (y a veces agriamente) entre Engels y el intelectual populista-marxista Danielsón [4], los avances del capitalismo ruso en la descomposición de la comuna campesina convencieron a un grupo de marxistas, entre los que se destacaba Plejanov, de que ese proceso era inevitable, y por eso consideraban que la apuesta política de los populistas era errada en sus cuestiones fundamentales.

Muchos años después, Trotsky señalaba en su Historia de la Revolución rusa que al centrarse en esta idea de la necesidad del desarrollo capitalista, el marxismo ruso había generado una concepción de desarrollo por etapas que había condicionado seriamente el abordaje del problema de la revolución rusa. Esto se aplicaba especialmente al caso de la corriente “menchevique” que postulaba una revolución democrático-burguesa que instauraría una democracia constitucional y realizaría el reparto agrario, dirigida por la burguesía, dejando la lucha por el poder obrero y el socialismo para una segunda etapa de ocurrencia indeterminada.

Sin embargo, antes de la consolidación de esta corriente reformista, el marxismo ruso abordó o intentó abordar la especificidad de la revolución en torno a la cuestión de la hegemonía, es decir, de la pelea por la dirección por parte del proletariado de las masas campesinas para luchar contra el zarismo de manera independiente respecto de la burguesía liberal. El problema de la “revolución en permanencia” o “revolución permanente” (que tenía una larga historia en el marxismo pero también en la política revolucionaria de los siglos XVIII y XIX) era otro de los tópicos del debate, sobre el cual Trotsky desarrollaría la primera formulación de su teoría de la revolución permanente en 1905.

En “Antes del 9 de enero” [5], Trotsky ya había señalado la impotencia de la burguesía liberal frente al zarismo, destacando su actitud de subordinación a la autocracia en la guerra ruso-japonesa que en ese momento todavía estaba en curso. Asignaba a la clase obrera el rol de acaudillar a las masas campesinas, transformando la huelga general del proletariado en una huelga de toda la población que impusiera la Asamblea Constituyente.

Durante la Revolución de 1905, Trotsky tuvo una participación activa como vicepresidente del soviet de San Petersburgo. La revolución había tenido una dinámica de ascenso de la lucha de la clase obrera como eje del proceso desde la masacre del 9 de enero, el posterior desarrollo de los soviets (organizaciones asamblearias que surgían de las fábricas, se organizaban a nivel de cada región con un sistema de “diputados obreros” y asumían funciones económicas, políticas e incluso de orden público) en distintas partes del Imperio ruso, las huelgas generales de octubre y noviembre y la huelga general y la insurrección de diciembre. Al igual que los demás referentes del soviet, Trotsky fue detenido, llevado a juicio y condenado a reclusión en cárceles y pueblos alejados en las zonas periféricas del Imperio. Condena de la que se liberó fugándose, para partir rumbo a Europa occidental.

De esta primera Revolución rusa, Trotsky sacó varias conclusiones decisivas para dar inicio a la formulación de su teoría de la revolución permanente. El rol que había jugado el proletariado de las ciudades organizado en soviets había mostrado que en la Revolución rusa la ciudad tendría hegemonía sobre el campo y el proletariado sería la clase hegemónica en las ciudades. Esto abonaba la idea de que la revolución en este país tenía como tareas iniciales la cuestión agraria y la destrucción de la autocracia, pero no podía limitarse a esos objetivos inmediatos. Al ser la clase obrera la que podía encabezar la lucha por estos cambios, contra la burguesía liberal que no se atrevía a enfrentar al zarismo, el proceso la obligaría a tomar el poder apoyándose en el campesinado. Una vez en el poder, ante la resistencia de la contrarrevolución en general y de la burguesía en particular, se vería obligada a tomar medidas que garantizasen el funcionamiento de la economía (como la administración obrera de las fábricas contra los lock-outs), lo cual implicaba una transformación de la revolución “democrático-burguesa” en socialista. El texto “Conclusiones de 1905”, con el que iniciamos este volumen, resume estas primeras formulaciones teórico-políticas.

Por aquellos años, Trotsky tenía importantes diferencias con Lenin acerca de los problemas de organización política y también sobre las formulaciones teóricas relativas al desarrollo de la revolución rusa. En 1904 había publicado Nuestras tareas políticas, texto que se oponía punto por punto a ¿Qué hacer? en el que acusaba a Lenin de querer erigirse como dictador por encima de un Comité Central que a su vez se imponía por encima de la base del partido, que a su vez se imponía desde arriba al movimiento de masas. Cuestionaba también la idea de hacer política sobre todas las clases de la sociedad que fueran oprimidas por el zarismo y además el rol de los intelectuales. Mientras Lenin sostenía la necesidad de una organización centralizada y preparada para la lucha clandestina, Trotsky rechazaba esta propuesta, en función de una primacía del movimiento espontáneo de las masas. Este posicionamiento lo llevaría a intentar mantener una posición intermedia entre los mencheviques y los bolcheviques durante muchos años. Simultáneamente, mientras Lenin y Trotsky coincidían en el rechazo del supuesto rol revolucionario de la burguesía liberal, mantenían diferencias respecto de la dinámica que podía tomar la revolución en Rusia. Estas diferencias se sintetizaban en dos fórmulas de gobierno: la “dictadura democrática de obreros y campesinos” (Lenin) y la “dictadura del proletariado apoyado en las masas campesinas” (Trotsky). Si bien vistas desde hoy parecen fórmulas muy similares, la diferencia radicaba en que Lenin consideraba equivocada la posición de Trotsky acerca de una transformación más o menos rápida de la revolución democrático-burguesa en socialista y consideraba que subestimaba la importancia de las tareas democráticas (por ejemplo, la instauración de la república democrática) para la propia clase obrera. Asimismo, Lenin sostenía que la diferencia entre mencheviques y bolcheviques no era solo organizativa sino fundamentalmente política. La posición bolchevique consistía en que la clase obrera debía hegemonizar al campesinado. La menchevique sostenía que había que aceptar la hegemonía de la burguesía liberal sobre las capas campesinas. Estos debates se fueron dando a través de distintos materiales escritos, entre los que podemos destacar Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (1905) y “El sentido histórico de la lucha interna del partido en Rusia” (1911) de Lenin y Resultados y Perspectivas (1906) y 1905 (1909) de Trotsky, como textos paradigmáticos.

El estallido de la Primera Guerra Mundial acercó las posiciones de Lenin y Trotsky, en primer lugar, por la defensa del internacionalismo contra la traición de la socialdemocracia alemana e internacional y, después, a propósito de las perspectivas de la revolución, sobre todo desde la caída del zarismo en febrero de 1917 y del regreso de Lenin a Rusia en abril del mismo año. Las Tesis de abril de Lenin impusieron un cambio de orientación al Partido Bolchevique hacia la conquista del poder por parte de los soviets (esta vez mucho más extendidos y compuestos de obreros, campesinos y soldados). A partir de ese momento, Trotsky se acercó mucho más al Partido Bolchevique, y su organización –llamada Interdistritos– se integró en el partido. Asumió un rol fundamental como agitador y comunicador de las ideas de este en toda clase de instancias. Formó parte de la dirección del partido y fue clave en la organización del trabajo político-militar que culminó en la constitución del Comité Militar Revolucionario de Petrogrado y la Insurrección, para luego fundar y conducir el Ejército Rojo en la guerra contra los blancos y las potencias imperialistas, entre otras funciones. Desde ese momento, Trotsky consideró que había realizado una confluencia estratégica con Lenin, quedando en segundo plano la cuestión de las diferencias teóricas que habían tenido en el pasado, así como las diferencias políticas de carácter táctico. “Lecciones de Octubre”, que publicamos aquí, contiene un relato pormenorizado de los principales eventos de la Revolución de Octubre de 1917 y es a la vez una intervención polémica contra la dirección mayoritaria del Partido Bolchevique a comienzos de los años ‘20, que iniciaba la “lucha contra el trotskismo”, una vez muerto Lenin. Trotsky proponía sacar conclusiones de la experiencia de la Revolución de Octubre luego de la derrota de la Revolución alemana de 1923, en la que veía muchas similitudes en cuanto al accionar vacilante de ciertos dirigentes, como Zinoviev y Kamenev.

El inicio de las luchas internas en el partido en los primeros años de la década del ‘20 estaba asociado al inicio de un proceso de burocratización cuya tendencia se empieza a imponer en 1924 que Trotsky denominaría, en 1935, “Termidor soviético”.

Durante la Guerra Civil, los bolcheviques habían apelado a lo que se llamó “comunismo de guerra”. El Estado requisaba a los campesinos el excedente de su producción, dejándolos en posesión de lo necesario para la subsistencia. Fue una medida tomada por las exigencias de la Guerra Civil, ante la necesidad de poner en pie y sostener el Ejército Rojo y sin tiempo suficiente para estudiar con detenimiento las opciones más ventajosas para relacionar la economía del campo y la ciudad. Si bien la clase obrera rusa y los bolcheviques salieron victoriosos de los tres años de Guerra Civil, las condiciones internacionales y nacionales se tornaron menos favorables para el poder soviético. Además de la derrota de la Revolución húngara en 1919 y del levantamiento de los espartaquistas alemanes, hay tres hechos muy importantes para destacar en este sentido:

• El retroceso del Ejército Rojo en Varsovia en 1920, hasta donde se había acorralado a las tropas intervencionistas polacas. Luego intentó el avance sobre Varsovia que, combinado con el levantamiento de los obreros polacos, debía dar lugar a una revolución. Pero los obreros polacos faltaron a la cita y el Ejército Rojo, exitoso en derrotar la agresión polaca, tuvo que retroceder en su táctica ofensiva.

• La derrota del movimiento turinés de los consejos de fábrica en Italia en 1920, por la traición de la burocracia socialdemócrata. Estos últimos dos hechos cambiaron la relación de fuerzas a nivel internacional. Los elementos reaccionarios ganaron confianza, la clase obrera entró en una dinámica más defensiva y la burguesía europea empezaba a mostrar que no pensaba ser tomada de sorpresa como la rusa. A estos acontecimientos se sumó luego la derrota de la llamada “Acción de marzo” en Alemania, que había sido una tentativa de huelga general insurreccional llevada a cabo por el Partido Comunista, sin suficiente adhesión de la clase obrera. En junio-julio de ese año, el III Congreso de la Internacional Comunista promoverá la táctica del frente único entre los partidos obreros para hacer frente a esta situación de retroceso en la lucha de clases.

• El tercer hecho es la insurrección de Kronstadt, la cual mostró que la situación en Rusia presentaba también serias dificultades. El año 1921 había comenzado con graves crisis. Las hambrunas en el Volga expresaban una situación de empobrecimiento del campo, producto de la guerra civil. El comunismo de guerra tensaba al máximo la relación entre los campesinos y el poder soviético, que se negaban a entregar sus excedentes. La insurrección de Kronstadt, aprovechada por elementos contrarrevolucionarios, pero basada en un descontento real, fue la señal de alarma definitiva para un cambio de política. La represión de ese levantamiento será el dramático telón de fondo del X Congreso del Partido Bolchevique.

Ante este panorama, las dos principales resoluciones del X Congreso del PC ruso son la Nueva Política Económica (NEP) y la prohibición de las fracciones, medida excepcional tomada ante lo delicado de la situación, que luego el estalinismo transformará en una norma de la naciente burocracia. Se abre una nueva etapa en la situación política de la Rusia soviética.

Al inicio de la NEP, la clase obrera rusa no tenía nada en común respecto de aquella que había protagonizado la Revolución y las jornadas heroicas de la Guerra Civil. Los trabajadores revolucionarios que no murieron en la guerra fueron afectados para ocupar innumerables puestos en el aparato estatal. La producción industrial estaba paralizada. Los salarios cubrían una quinta parte del costo de vida y muchos obreros robaban parte de lo que se producía en sus fábricas para venderlo en el mercado negro. Esto es fundamental para comprender la pasividad que se extendía en las masas soviéticas, mientras se daba la lucha entre la Oposición de Izquierda y el naciente estalinismo y fue una de las causas de la burocratización. En este contexto, los bolcheviques se vieron forzados a tomar en sus manos el monopolio del poder político, en contra de su orientación original. Efectivamente, los bolcheviques buscaron garantizar la libertad de expresión de las tendencias que defendían la revolución (mencheviques internacionales, SR de izquierda, distintos grupos de anarquistas que no actuaban contra el poder soviético), e incluso incorporaron a los SR de izquierda al Consejo de los Comisarios del Pueblo. Pero el intento de golpe organizado por este partido en 1918 llevó a su ilegalización. De esta forma, los bolcheviques debían sostener la dictadura del proletariado en un país en el que la clase obrera se había debilitado en extremo, objetiva y subjetivamente, y ejercían un monopolio del poder político que se impuso por la fuerza de los hechos, pero estaba lejos de ser la idea que ellos habían propugnado. La ecuación resulta verdaderamente monstruosa, si perdemos de vista que, para Lenin y Trotsky, la suerte de la Revolución rusa dependía, en el mediano y en el largo plazo, del destino de la revolución mundial, empezando por el Occidente europeo. Teniendo en mente esa perspectiva, todas las medidas más controvertidas tenían un carácter coyuntural, a la espera de un mejoramiento de las condiciones internacionales.

La NEP permitió una reactivación de la economía pero también implicaba ciertos peligros. Por un lado, daba lugar al desarrollo de elementos que presionaban contra el monopolio del comercio exterior para poder hacer negocios capitalistas sin limitaciones. Por el otro, desde el punto de vista de la política económica del Estado soviético, la NEP generaba una tensión entre el mercado (que funcionaba en base a criterios de ganancia capitalista) y la planificación (que pretendía organizar la producción en función de la creación de infraestructura y la satisfacción de las necesidades populares). Al avanzar mucho el mercado ligado a los productos del campo pero menos la industria por problemas técnicos y políticos, los precios de los productos industriales eran mucho más caros que los de los productos agrícolas. Trotsky definió esta situación como “problema de las tijeras”, insistiendo en la necesidad de profundizar en la política de planificación económica para resolverlo. Simultáneamente, el retroceso en la lucha de clases internacional, los cambios en la composición de la clase obrera, el régimen de partido único en el Estado y la prohibición de las fracciones al interior del partido fueron dando lugar a un desplazamiento del centro de gravedad de las decisiones económicas y políticas desde las masas hacia el aparato del partido. Esta situación, sumada al descontento obrero por la crisis industrial en 1923, dio lugar al surgimiento de la llamada primera Oposición de Izquierda, que tuvo su expresión en la “Declaración de los 46” firmada por destacados militantes bolcheviques que reclamaban el restablecimiento de la democracia interna en el partido y cambios en la política económica para mejorar la situación de la clase obrera.

De los numerosos textos escritos por Trotsky durante este período hemos seleccionado para este volumen las “Tesis sobre revolución y contrarrevolución”. Es un texto corto, centrado en analizar el fenómeno de retroceso en el nivel de actividad social y política en la Rusia soviética y los cambios en el partido. Complementario con las reflexiones de Christian Rakovsky en un ensayo de 1928 llamado “Los peligros profesionales del poder” [6], Trotsky relacionaba el clima conservador en la sociedad soviética de mediados de los años ‘20 con una cierta regularidad histórica propia de los retrocesos posteriores a los grandes avances revolucionarios, caracterizados por la irrupción de amplias masas con grandes expectativas que luego se desilusionaban por las dificultades que debe atravesar toda revolución, pero también por el peso de la situación conservadora sobre el partido revolucionario.

Este proceso de burocratización implicó un cambio en la ideología del Partido Bolchevique, sintetizado en la fórmula del “socialismo en un solo país” impuesta como política oficial desde 1925. Esta política implicó el pasaje a la oposición de Zinoviev y Kamenev (antes estaban con Stalin), quienes se acercarán a Trotsky formando la Oposición Conjunta en 1926, mientras Stalin mantuvo un bloque con Bujarin (promotor de la política de desarrollo del mercado campesino). El “socialismo en un solo país” implicaba una grosera tergiversación de la tradición del partido, que siempre había sostenido una perspectiva internacionalista. Pero precisamente por eso y porque desde los inicios de la “lucha contra el trotskismo”, en 1923, la dirección oficial había retomado los ataques contra la teoría de la revolución permanente, Trotsky retomó ese debate en el plano teórico, estratégico y programático. A partir de 1928, comenzó a plantear abiertamente que la única alternativa al “socialismo en un solo país” era la revolución permanente, señalando que esta no se trataba solamente de la transformación de la revolución democrático-burguesa en socialista a escala nacional, sino sobre todo del programa de la revolución internacional.

La Oposición Conjunta fue derrotada en 1927 y reprimida físicamente en la manifestación por el décimo aniversario de la revolución. Trotsky, Zinoviev y Kamenev fueron excluidos de la dirección del partido y Trotsky fue exiliado junto con Natalia Sedova a Alma-Ata (Kazajstán), en enero de 1928, para ser luego deportado a Prinkipo (Turquía) donde permaneció desde 1929 hasta 1933.

La política de la III Internacional sufrió los efectos de esta deriva burocrática y conservadora. Ya desde 1924 se evidenciaban importantes problemas. El V Congreso de la Internacional Comunista mientras desconocía la derrota de la Revolución alemana del ‘23, adoptaba la tesis de “la radicalización de los campesinos”, que se complementaba con políticas oportunistas hacia los partidos burgueses con base campesina, que pasaban a ser definidos como “partidos obreros y campesinos”. Entre ellos, el Kuomintang de Chiang Kai Shek, quien en 1926 fue nombrado presidente honorario de la Internacional Comunista, lo que no impidió que reprimiera a los comunistas chinos, tirándolos vivos como carbón en las calderas de las locomotoras.

En la Revolución china de 1925-1927, Stalin y Bujarin terminaron de postular una metafísica de la revolución colonial que sostenía que del atraso del país se derivaba la necesidad de una “revolución nacional” con la burguesía “nacional” como clase dirigente.

Esto implicó para el PC chino la subordinación política y organizativa respecto del Kuomintang. Era una política menchevique clásica de alianza con la “burguesía progresista” para una revolución por etapas. Pero para darle algún barniz de “bolchevismo”, Stalin y Bujarin combinaban la “teoría” de la “revolución nacional” con la vieja fórmula de Lenin de la “dictadura democrática de obreros y campesinos” que él mismo había abandonado en el transcurso de 1917, después de las Tesis de Abril. Al ser derrotada esta política por la represión a los comunistas en Shanghái, en abril de 1927, Stalin y Bujarin impusieron al PC chino la alianza con la supuesta “ala izquierda” del Kuomintag, con similares resultados, para girar luego bruscamente a una política de enfrentamiento armado que tuvo su expresión en la derrotada insurrección de Cantón, en noviembre de 1927. Si bien Trotsky había cuestionado el aventurerismo de esta orientación, había sacado ciertas conclusiones de gran importancia sobre la experiencia de la Revolución china, en general, y de la insurrección de Cantón, en particular. En un intercambio de cartas con Preobrazhensky, Trotsky explicaba:

¿Cómo caracterizar una revolución? ¿Por la clase que la dirige o por su contenido social? Hay una trampa teórica subyacente al contraponer la primera a la última en forma tan general (…). El quid de la cuestión yace precisamente en el hecho de que, aunque la mecánica política de la revolución depende en última instancia de una base económica (no solo nacional sino internacional), no puede, sin embargo, deducirse con una lógica abstracta de esta base económica. En primer lugar, la base misma es muy contradictoria y su “madurez” no permite la determinación estadística por sí sola; en segundo lugar, la base económica y la situación política deben enfocarse no en el marco nacional sino en el internacional, teniendo en cuenta la acción y reacción dialécticas entre lo nacional y lo internacional; tercero, la lucha de clases y su expresión política, desarrollándose sobre bases económicas, también tiene su lógica imperiosa del desarrollo, que no puede saltearse. Cuando Lenin dijo, en abril de 1917, que solo la dictadura del proletariado podía salvar a Rusia de la desintegración y la destrucción, Sujanov (su opositor más coherente) lo refutó con dos argumentos fundamentales: 1) el contenido social de la revolución burguesa aún no se había logrado; 2) Rusia no había madurado económicamente para la revolución socialista. ¿Y cuál fue la respuesta de Lenin? Si Rusia ha madurado o no es algo que “debemos esperar y ver”; esto no se determina estadísticamente, sino por el curso de los acontecimientos y además solo a escala internacional. Pero, dijo Lenin, independientemente de cómo se determinará este contenido social al fin, en el momento actual, hoy, no hay otro camino para la salvación del país –de la hambruna, de la guerra y de la esclavitud– si no es por la toma del poder por el proletariado [7].

Trotsky se apoyaba en la experiencia de la insurrección de Cantón de diciembre de 1927 porque, más allá de que había sido concebida como una acción ultraizquierdista desesperada para “compensar” la anterior orientación de subordinación al Kuomintang, la política seguida por los obreros era una refutación de los puntos de vistas etapistas sobre la revolución china:

Los obreros tenían el poder en Cantón a través de sus soviets. De hecho estaba en manos del Partido Comunista, el partido del proletariado. El programa incluía no solo la confiscación de cualquier propiedad feudal que aún existiera en China; no solo el control obrero de la producción, sino también la nacionalización de la gran industria, la banca y el transporte, así como la confiscación de las viviendas burguesas y todas sus propiedades para uso de los trabajadores. Surge la duda. Si tales son los métodos de una revolución burguesa, ¿qué aspecto tendría la revolución socialista en China? [8]

Luego de la derrota de la Revolución china y apoyándose en sus lecciones, Trotsky amplió su teoría de la revolución permanente, generalizando las experiencias de Rusia y de China al conjunto de los países coloniales y semicoloniales. En ella postulaba que solamente la clase obrera puede realizar, encabezando a la nación oprimida, la resolución íntegra y efectiva del problema nacional y del problema agrario, para lo cual es necesaria su dominación política que, a su vez, solo puede sostenerse afectando la propiedad privada capitalista, transformando la revolución burguesa en socialista y, con ello, en permanente.

De esta forma, Trotsky, a la vez que refutaba los fundamentos de la política de apoyo a la burguesía “nacional”, seguida por Stalin y Bujarin en China, dotaba a la tradición marxista clásica de una teoría de la revolución a escala mundial, en la cual quedaban superados los puntos de vista semietapistas de las elaboraciones tempranas de la III Internacional respecto a la revolución en el mundo colonial y semicolonial. Aquí publicamos “¿Qué es la revolución permanente? (tesis fundamentales)” con el que concluye su libro La revolución permanente (1929), texto que sintetiza su primera elaboración de la teoría de la revolución permanente no ya para Rusia sino para el conjunto de países de desarrollo burgués rezagado, colonias y semicolonias, en cuanto al proceso de transformación de la revolución democrático-burguesa en proletaria-socialista. Pero también es una teoría de la revolución internacional que incluye un proceso de constantes transformaciones en la sociedad de transición después de la conquista del poder por la clase obrera, apoyada en las masas campesinas. La década de 1920 se cerraba con una reconfiguración completa del escenario de lucha teórica y política en el marxismo.

Los efectos de la crisis de 1929, el crecimiento del fascismo, la guerra civil española, la constitución de un régimen cada vez más totalitario en la Unión Soviética y los preparativos de las potencias hacia la guerra serían los temas principales de la política mundial en los años siguientes. Optando inicialmente por una política de reforma de la orientación de la Internacional Comunista y del Partido Comunista de la URSS, Trotsky había intentado construir la Oposición de Izquierda Internacional como fracción pública de la Internacional Comunista y sus partidos. Consideraba que era un error dar por liquidada la organización revolucionaria sin luchar por modificar su curso. Cambió esta política a partir de la experiencia del ascenso del nazismo en Alemania. El Partido Comunista alemán había jugado un rol desastroso, promoviendo la división de la clase obrera, al hacer eje en la denuncia del Partido Socialdemócrata como “social-fascista”, subestimando en todo momento el peligro que significaba un triunfo de Hitler, e incluso, en algunos casos, actuando en común con los nacional-socialistas contra los socialdemócratas [9]. Pocos meses después del triunfo de Hitler en enero de 1933, ante la falta de conclusiones autocríticas en el Partido Comunista alemán sobre su actuación, Trotsky convoca a fundar un nuevo partido revolucionario en Alemania, ya que el Partido Comunista había demostrado no poder desempeñar ese papel. En mayo del mismo año, ante la ausencia de cualquier balance autocrítico de los demás partidos o de la dirección de la Internacional Comunista, Trotsky saca la conclusión de que es necesario luchar por nuevos partidos comunistas y por una nueva Internacional. Se inicia entonces una nueva etapa de la vida política de Trotsky, quien tendrá que dedicar grandes energías a los esfuerzos por construir organizaciones revolucionarias en distintos países como Estados Unidos, Francia, España y la propia Unión Soviética, a establecer relaciones de diálogo, polémica y crítica mutua con otras tendencias opositoras al estalinismo con las que intentará confluir y a generar las herramientas teóricas, estratégicas y programáticas que permitirán dar lugar a la conformación de la IV Internacional.

En julio de 1933 y después de lograr la visa por parte del gobierno, Trotsky llegó a Francia, donde pudo apreciar de cerca el crecimiento del fascismo y el inicio del ascenso de luchas obreras, que llevó a la formación del Frente Popular que tuvo su punto más alto en junio de 1936, con las ocupaciones de fábricas que el gobierno buscó contener con el reconocimiento de ciertos derechos para la clase trabajadora que luego fueron cercenados a partir de 1937.

Simultáneamente al seguimiento de este proceso y con la colaboración política con el trotskismo francés, Trotsky prestaría mucha atención a lo que estaba pasando en España. Allí, el proceso iniciado con la caída de la monarquía, en 1931, hizo surgir un ascenso de luchas obreras con la insurrección asturiana de 1934, cuya derrota dio paso al “bienio negro” y luego con el ascenso del Frente Popular y el estallido de la Guerra Civil se plantearía un escenario que en muchos aspectos estaba definiendo el futuro de Europa. En “Clase, partido y dirección” (incluido en esta compilación) pueden verse sus principales conclusiones sobre este proceso, especialmente acerca del rol de las corrientes políticas.

Pero también Estados Unidos del New Deal y del ascenso del CIO le parecían centrales para pensar el posible desarrollo del movimiento obrero y, en especial, de la IV Internacional: en Estados Unidos estaba la organización trotskista más fuerte, el Socialist Workers Party (SWP).

Son años de rearme político, teórico e ideológico, ante una situación internacional que se hace cada vez más difícil para las posiciones revolucionarias. El “progresismo” se divide entre los demócratas, que rechazan los métodos autoritarios de Stalin y por ende recelan del comunismo, y los “amigos de la URSS”, que consideran que cualquier crítica al estalinismo “le hace el juego a la derecha”.

Trotsky debe combinar la tarea de construir una oposición marxista al estalinismo con la de combatir las ideas anticomunistas y el sentido común liberal que, en particular en Estados Unidos, se refleja en la filosofía del pragmatismo que influenciaba decisivamente la mentalidad del movimiento obrero. Por este motivo, se puede ver en distintos textos de los años ‘30 que Trotsky dedica una buena parte de su trabajo a la explicación y a los fundamentos de la necesidad de defender a la Unión Soviética en caso de guerra, pero también a establecer una política y una estrategia de oposición frontal al estalinismo. Esta idea se formula en 1935 de manera más completa con su propuesta de una revolución política que desplace a la burocracia soviética y establezca un régimen político que reconozca la pluralidad de todas las tendencias que apoyan la revolución, al mismo tiempo que restaure la democracia soviética y mantenga las conquistas sociales logradas por la revolución [10].

En este contexto, la lucha ideológica en defensa de la revolución y el proyecto comunista juegan un rol muy importante, ya que la confusión entre estalinismo y marxismo es un factor de desprestigio para el comunismo, desde nuestra óptica subestimado por muchas tendencias en ese mismo momento, pero cuyas consecuencias todavía estamos pagando hoy. Los textos que presentamos en esta edición “Si Norteamérica se hiciera comunista” y “Estalinismo y bolchevismo” abarcan detalladamente estos problemas, sosteniendo la vigencia de la lucha por el comunismo y a la vez separando este proyecto de sociedad de productores libres de las monstruosidades burocráticas del estalinismo. Las posibilidades que ofrecería la socialización de una economía poderosa como la de Estados Unidos serían mucho más amplias en todo sentido que las que habían generado la revolución en Rusia. Pero para esto, antes era necesario llevar a cabo la revolución norteamericana y emancipar al movimiento obrero de sus prejuicios pragmáticos y evolucionistas, temas de notable actualidad, si pensamos los términos del debate ideológico actual en Estados Unidos.

Hilando un poco más fino, Trotsky también demuestra que la identificación entre bolchevismo y estalinismo o los intentos de señalar que el régimen estalinista estaba “en germen” en el pensamiento de Lenin son construcciones ideológicas del capitalismo para desacreditar cualquier tentativa de cambiar las cosas de raíz y promover la aceptación de este sistema de explotación y opresión.

Huésped incómodo para el gobierno francés, su próximo destino fue Noruega, donde llegó el 18 de junio de 1935. El gobierno “socialista”, aparentemente amistoso al comienzo de su estadía, terminó poniendo a Trotsky bajo arresto domiciliario durante cuatro meses y lo obligó a partir hacia México, el 19 de diciembre de 1936. El gobierno de Lázaro Cárdenas había sido el único que le había querido dar la visa. Trotsky y Natalia Sedova llegaron al puerto de Tampico el 9 de enero de 1937.

Los últimos años de su vida estuvieron dedicados a la lucha por poner en pie la IV Internacional, cuya Conferencia de fundación se realizó en París el 3 de septiembre de 1938.

La IV Internacional se componía de militantes de relativa experiencia y su influencia se extendía en un sector minoritario pero muy combativo de la clase trabajadora. El informe presentado a la Conferencia señala la existencia de un total de cerca de 5.500 miembros, distribuidos de la siguiente manera: Estados Unidos: 2.500, Bélgica: 800, Francia: 600, Polonia: 350, Inglaterra: 170, Alemania: 200, Checoslovaquia: 150-200, Grecia: 100, Indochina: sin número –a pesar de que era un grupo con importante influencia–, Chile: 100, Cuba: 100, Sudáfrica: 100, Canadá: 75, Australia: 50, Brasil: 50, Holanda: 50, España: 10-30, México: 25, Suecia, Noruega, Dinamarca, Rumania, Austria, Rusia, Bolivia, Argentina, Puerto Rico, Uruguay, Venezuela, China e Italia: sin números. Según un informe de Rudolph Klement, quien estuvo a cargo de la organización de la conferencia y fue asesinado por el servicio secreto estalinista antes de su realización, también había partidarios de la IV Internacional en Marruecos, Palestina, Yugoslavia y Letonia, los cuales no aparecen mencionados en el informe de la Conferencia [11].

El tema de la IV Internacional ha sido muy debatido dentro y fuera del trotskismo. Simpatizantes sinceros de las ideas de Trotsky (aunque no partidarios de ellas en su totalidad) como Daniel Guérin en su historia del Frente Popular francés [12] y el Partido Socialista Obrero y Campesino (PSOP por sus siglas en francés) o su propio biógrafo Isaac Deutscher en su famosa trilogía sobre Trotsky han considerado que la fundación de la IV Internacional había sido un acto voluntarista [13]. Guérin en particular tuvo la posibilidad de exponer esas objeciones en tiempo real, ya que había conocido personalmente a Trotsky y fue militante de la Izquierda Revolucionaria de la SFIO y luego del PSOP dirigido por Marceau Pivert, quien se había acercado y alejado de Trotsky en distintos momentos.

El PSOP formó parte del Buró de Londres, un agrupamiento de varios grupos que en algún momento habían estado cerca de las posiciones de Trotsky y que compartían la idea de una nueva internacional pero consideraban prematuro fundar una internacional “de cuadros” y no “de masas”, ya que en el período 1933-1938 no faltaron ascensos de luchas de masas pero el estalinismo era muy fuerte. Sin embargo, estos grupos hicieron de alguna manera “su Internacional”, llamada Frente Obrero Internacional, que terminó siendo una especie de imitación de la IV Internacional, pero con una política oscilante entre posiciones revolucionarias y reformistas. La diferencia principal entre el FOI y la IV Internacional radica en que del primero hoy no queda ni el recuerdo, y de la IV Internacional (con todas las dificultades que atravesó en la Segunda Guerra Mundial y sus divisiones posteriores) quedan sus lecciones, sus aportes teóricos y programáticos y la persistencia del trotskismo como corriente organizada en el movimiento obrero, en la juventud, en los movimientos sociales y de mujeres y en la intelectualidad en muchos países.

Trotsky caracterizó que esta Conferencia había sido “un gran logro” como señala el título de otro de los textos incluidos en esta compilación. Al establecer una organización con una bandera clara, había posibilidades de confluir con las luchas de masas que la próxima guerra mundial iba a desatar. Sin organización ni programa, la empresa era imposible. En particular, el programa condensaba toda una serie de experiencias y sus lecciones así como propuestas para confluir con el movimiento obrero. El programa destacaba especialmente el rol de las mujeres y de la juventud en la lucha contra el capitalismo, como puede verse en el texto “A la Conferencia de la Liga de la Juventud Socialista”, incluido en este volumen.

Trotsky consideraba al “Programa de Transición” –uno de los documentos más importantes que se votan en la Conferencia y que incluimos en esta compilación– más como un manifiesto que como un programa acabado. Así se lo había dicho en una carta enviada el 12 de abril de 1938 a Rudolph Klement:

Destaco que todavía no se trata del programa de la IV Internacional. El texto no contiene ni la parte teórica, es decir, el análisis de la sociedad capitalista y de su fase imperialista, ni el programa de la revolución socialista propiamente dicha. Se trata de un programa de acción para el período intermedio. Me parece que nuestras secciones necesitan este documento [14].

Con la expresión “período intermedio” Trotsky se refería a la lucha por el poder de la clase obrera. Por eso dice que falta “el programa de la revolución socialista propiamente dicha”. Detengámonos brevemente en la cuestión de la transición.

En la segunda mitad del siglo XIX, el movimiento obrero orientado por la socialdemocracia había establecido lo que se llamaba “programa mínimo”. Expresión de él son la lucha por la jornada de ocho horas, las mejoras en las condiciones de trabajo, el derecho de agremiación o los derechos políticos democráticos elementales. Por otro lado, el “programa máximo” ponía la revolución y el socialismo como un objetivo de fondo, pero que se percibía lejano.

El estallido de la Primera Guerra Mundial consolidó la división irreversible entre la socialdemocracia, que perseguía la reforma del capitalismo, y el comunismo, que luchaba por la revolución, con el ejemplo del Partido Bolchevique y la Revolución rusa. Durante los años de entreguerras hubo toda clase de procesos políticos y de lucha de clases. Luego se dieron los procesos a los que se hacía referencia al principio de este artículo. Las revoluciones, las contrarrevoluciones y la crisis económica empezaban a poner sobre la mesa la necesidad de modificar los programas, en especial esta división entre “programa mínimo” y “máximo”. La clase dominante percibió la necesidad de readecuaciones similares, estatizando los sindicatos, promoviendo la intervención del Estado para contrarrestar la crisis económica y ofreciendo de esa manera un intento de rivalizar con la salida revolucionaria.

En este marco, la transición para Trotsky abarcaba la relación entre las necesidades de la clase trabajadora y los sectores populares y su grado de organización y conciencia política; la relación entre las demandas inmediatas y el cuestionamiento del capitalismo; la relación entre la movilización sistemática de las masas por sus reclamos y la lucha por un gobierno de la clase trabajadora y el pueblo.

La transición también hace referencia a este “período intermedio” del que Trotsky le hablaba en su carta a Rudolph Klement. Todavía no es la revolución propiamente dicha, pero la lucha de clases no puede canalizarse solamente con el llamado “programa mínimo”; las condiciones de crisis capitalista y los ataques de las patronales plantean una disyuntiva: o se resuelven las necesidades más elementales de la clase trabajadora y el pueblo en base a una afectación directa del interés de los capitalistas o la salida la va a dar el capitalismo, recomponiendo su dominación y empeorando nuestras condiciones de vida.

En este sentido, el programa de transición intenta establecer un puente entre la lucha por las demandas más elementales e inmediatas de la clase trabajadora y el pueblo y una salida anticapitalista y socialista.

En el texto del “Programa de Transición”, Trotsky decía que la crisis de la humanidad se reducía a la crisis de su dirección revolucionaria. Hacía referencia a las derrotas que había sufrido el movimiento obrero bajo la dirección de la socialdemocracia y del estalinismo, y a las dificultades para lograr una dirección alternativa (objetivo al que debía servir, como ya dijimos, el manifiesto programático). Esta definición fue tomada por ciertos grupos trotskistas en muchos casos como una sentencia válida para todo tiempo y lugar, pero sobre todo fue cuestionada por quienes tienen cierta inclinación por defender a las distintas variantes burocráticas en los sindicatos y movimientos sociales como la supuesta demostración del “subjetivismo” de Trotsky.

La relación entre las bases y las direcciones (en el movimiento obrero especialmente, pero también en otros movimientos) es un tema complejo. Por razones de espacio intentaremos sintetizarla en que ni la base tiene “la dirección que se merece” ni tampoco está todo el tiempo en abierta contradicción con los dirigentes. Aquí, como en muchas otras ocasiones, vale el “análisis concreto de la situación concreta”. Pero no es lo mismo analizar las dificultades para construir una “dirección revolucionaria” como un problema abstracto, desde afuera, que hacer esa reflexión como parte de una práctica militante que busca que la lucha de clases tome un rumbo revolucionario. Más allá de esta cuestión puntual, sería unilateral tomar esta definición de Trotsky, planteada en un momento específico y en un contexto de argumentación particular, como una definición unilateral. Hoy la crisis de la humanidad pasa por múltiples problemas (muchos relacionados pero) que van más allá de la dirección revolucionaria de la clase trabajadora. Sin embargo, esto no quiere decir que las direcciones no sean un problema. Tratemos de pensar en la realidad de la clase trabajadora y el rol que tienen las direcciones de los sindicatos, de los movimientos de estudiantes, de los movimientos de mujeres o de las organizaciones de trabajadores desocupados, y la mayoría de las corrientes políticas que los orientan, asociadas en muchos casos con las llamadas tendencias “nacionales y populares” o las “izquierdas amplias” reformistas.

Este intento de rearme programático se daba en un contexto sumamente difícil para el movimiento revolucionario dirigido por Trotsky. El estalinismo tenía una fuerza de masas y los preparativos de las potencias para la Segunda Guerra Mundial crecían a pasos agigantados, creándose un clima de patriotismo contrario al internacionalismo y a la lucha de clases de las grandes masas populares.

La perspectiva de una nueva guerra estaba presente en los debates de la Internacional Comunista desde sus orígenes, dado que la Primera Guerra Mundial había dejado un escenario muy inestable, caracterizado por una “hegemonía” sobredimensionada de Francia en la Europa continental, la decadencia del Reino Unido como potencia dominante desde el siglo XIX y el ascenso del imperialismo norteamericano como motor económico del capitalismo mundial y como nueva potencia política y militar. Desde el ascenso de Hitler en Alemania, Trotsky había señalado que se hacía cada vez más concreta la perspectiva de una guerra contra la Unión Soviética y de una guerra mundial más en general. Documentos como “La guerra y la IV Internacional” (1934) y “La URSS en la guerra (1939)” [15] sintetizaron una gran parte de las elaboraciones de Trotsky y los trotskistas sobre la cuestión de la guerra. En cuanto al carácter del conflicto, lo caracterizaba como interimperialista por el reparto de los mercados, de las colonias y de las semicolonias. A diferencia de lo que afirman ciertos críticos desprevenidos, esto no implicaba desconocer la especificidad del fenómeno fascista ni llamar al “derrotismo” en general. Lo que Lenin había llamado “derrotismo revolucionario” (la derrota del propio país como mal menor en relación con la revolución), Trotsky lo había reformulado señalando que la lucha de clases no podía detenerse por la guerra, y había que romper cualquier subordinación con la burguesía más allá de que esta proclamara estar en contra de Hitler. Trotsky convocaba a derrotar al fascismo, pero con los métodos y la organización independiente de la clase obrera. Esta política, llamada Política Militar Proletaria (PMP) fue puesta en práctica de hecho por miles de milicianos en Grecia y en Italia en los últimos años de la guerra e implicaba combatir a Hitler sin subordinarse a los objetivos políticos de la burguesía “democrática” [16]. En el mismo sentido, los pueblos coloniales y semicoloniales debían luchar por su liberación, ya sea contra los imperialistas fascistas o los democráticos [17]. El “Manifiesto de Emergencia” que incluimos en esta compilación traza las perspectivas de la IV Internacional ante el estallido de la guerra.

Estas peleas políticas, programáticas y estratégicas fueron acompañadas por una labor de defensa de las ideas marxistas y socialistas, como puede verse en los textos “A 90 años del Manifiesto Comunista” y “El marxismo y nuestra época”, el cual da nombre a esta compilación. A pesar de ser una introducción a un texto más largo del economista socialista Otto Rühle, es un trabajo que merece ser rescatado del olvido por su intento de señalar la vigencia de algunas de las ideas fundamentales de Marx en el plano teórico pero, sobre todo, de la perspectiva comunista, ante un panorama sombrío que combinaba la reacción ideológica (crecimiento del fascismo, consolidación del régimen totalitario en la Unión Soviética después de los Procesos de Moscú, debacle de los Frentes Populares, ideología guerrerista de masas, etc.) con un cierto renacimiento de las ilusiones en la democracia burguesa. Trotsky cuestiona una serie de lugares comunes que la ideología burguesa sigue agitando hasta el día de hoy: que el capitalismo puede garantizar un crecimiento económico ilimitado, que la división burguesía/proletariado fue superada por el surgimiento de “las clases medias” urbanas, que Marx se equivocó al pensar que el capitalismo implicaba el empobrecimiento creciente de la clase trabajadora y las capas populares, entre otros. Con datos de ese momento, Trotsky va rebatiendo esos lugares comunes y a su vez señala la necesidad del socialismo para dar una salida a la crisis que el capitalismo impone a la humanidad. Aquí surge un debate sumamente importante a propósito de la “inevitabilidad” del socialismo. Cuando Trotsky polemiza afirmando que el socialismo es inevitable, no está afirmando –y lo aclara expresamente– que sí o sí va a llegar, independientemente de la lucha de clases. Está señalando que la lucha por el socialismo tiene su justificación histórica en las contradicciones del capitalismo, que es un sistema que impone condiciones terribles para la clase trabajadora y los pueblos, mientras favorece a un pequeño grupo de grandes propietarios en todo el mundo y pone en serio riesgo el equilibrio ecológico entre la sociedad y la naturaleza. La necesidad de poner en marcha los recursos de la humanidad en función del interés de la mayoría y no de la ganancia capitalista se afirma cada vez más en la misma medida en que aumentan las guerras comerciales, las acciones bélicas, los ataques a las condiciones de vida de la clase trabajadora y el pueblo. La necesidad del comunismo no se fundamenta en ninguna “filosofía de la historia”, sino en la urgencia por establecer parámetros dignos para la vida de la mayoría de las personas (hoy oprimidas y explotadas por el sistema) y de recomponer el equilibrio entre la sociedad y la naturaleza (tema que no tenía la misma fuerza en el marxismo en la primera mitad del siglo XX que la que tiene en la actualidad, pero que no es para nada incompatible con la posición de Trotsky). Este pasaje de “El marxismo y nuestra época” sintetiza bien la cuestión:

… para salvar a la sociedad no es necesario detener el desarrollo de la técnica, cerrar las fábricas, conceder premios a los agricultores para que saboteen la agricultura, transformar a un tercio de los trabajadores en mendigos ni llamar a los maníacos para que hagan el rol de dictadores. Ninguna de estas medidas, que constituyen una burla horrible para los intereses de la sociedad, es necesaria. Lo que es indispensable y urgente es apartar a los medios de producción de sus actuales propietarios parásitos y organizar la sociedad de acuerdo con un plan racional. Entonces será realmente posible, por primera vez, curar a la sociedad de sus males. Todos los que estén en condiciones de trabajar encontrarían un empleo. La jornada de trabajo disminuiría gradualmente. Las necesidades de todos los miembros de la sociedad encontrarían la posibilidad de una satisfacción creciente. Las palabras “pobreza”, “crisis” y “explotación” saldrían de circulación. La raza humana podría trasponer finalmente el umbral de la verdadera humanidad.

Rescatar esta perspectiva de Trotsky es una tarea fundamental para volver a pensar las condiciones de posibilidad y las formas concretas de lucha por el comunismo en nuestro convulsionado siglo XXI.

 
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