En septiembre de 1982, el Museo Nacional de Culturas Populares lanzó una convocatoria para un concurso sobre relato obrero, presentándose un total de 75 trabajos desde distintas partes del país. El jurado estuvo compuesto por figuras importantes de la literatura, la antropología y la difusión de la cultura en México como Cristina Pacheco, Victoria Novelo, Juan Luis Sariego, Huberto Batis, entre otros.
Como resultado de ese concurso se decidió publicar en dos tomos los 10 relatos ganadores, más otros 4 que recibieron mención honorífica. Dicha publicación vería la luz dos años después, ya que la editorial destinada a publicarlo desapareció a comienzos de 1983. Fue la asociación “Amigos del Museo Nacional de Culturas Populares, A.C.” la encargada de retomar esta iniciativa y hacerla real con un tiraje de 3 mil ejemplares.
Guillermo Bonfil, director en esos años del museo, es quien prologa el libro, haciendo planteamientos que resultan interesantes. Por un lado, lanza la interrogante ¿literatura o testimonio? Por el hecho que quienes escriben son los protagonistas de sus historias.
Por otro lado, designa la categoría “literatura obrera” para describir lo que los trabajadores que escriben estaban realizando para expresarse, no solo por una cuestión lingüística. Ergo, porque están por fuera de las manifestaciones comunes de lo que él denomina como “cultura obrera”, tales como las consignas en las mantas, las pintas en las bardas, y el relato oral. Ya que publicar en un formato como es un libro, requiere de accesos a medios de difusión que usualmente quedan por fuera del alcance de los obreros. Aunque este segundo debate sea importante, en el presente artículo nos centraremos en analizar la primera línea que abre el prólogo: el de los testimonios transmitidos.
El mérito de este ejercicio radica en que, a diferencia de otras experiencias donde son terceros hablando sobre ellos, son los obreros mismos escribiendo sobre su vida, su realidad y experiencias. El equipo editorial decidió respetar el estilo con que los autores escriben, indicando que solo en algunos casos modificaron la puntuación para hacer más claros algunos párrafos, respetando igualmente las expresiones populares y los neologismos que no se ajustan a las normas ortodoxas de la palabra escrita.
Desde la obrera textil, hasta el jornalero, automotriz, etc., el libro está repleto, más allá de las experiencias personales de los autores, de puntos en común, sin importar la rama a la que pertenecieran. También, en este mismo ejercicio de abstracción podemos conectar esos puntos en común con la teoría que desde hace más de 100 años ha elaborado y continúa elaborando el marxismo para aprehender la realidad.
Entre estas páginas podemos leer, por ejemplo, los fenómenos de migración interna del campo a la ciudad, que nutrieron de mano de obra a la industria que comenzaba a desarrollarse en México; la migración del sur del país de estados como Oaxaca y Guerrero hacia el Norte, con el desarrollo de la agroindustria y algunas de las causas que la originaron; la lucha de clases y sus manifestaciones tanto en el campo como la ciudad; la resistencia de los obreros al cronometraje al interior de las fábricas para aumentar su productividad; la lucha sindical; el papel de los estudiantes universitarios en el desarrollo de las luchas; las adicciones y los problemas a la salud propios de las extensas jornadas de trabajo y la repetición hasta el infinito de las mismas acciones, por mencionar algunos.
Es decir, nos muestra cómo, a través de sus propias palabras, se encarnan y expresan lo que se encierra en categorías como explotación, enajenación del trabajo, plusvalía, aristocracia obrera, subsunción del trabajo, unidad obrero-estudiantil, etc. Una gran oportunidad para poder aterrizarlas, a través de la práctica política que registran los autores y que cobra gran importancia en un mundo donde la lucha de clases ha vuelto a entrar en escena a través de distintas manifestaciones alrededor del globo.
Y aunque no pareciera, cada uno de los relatos nos muestra cómo al interior de las fábricas y de los jornales, siempre hay una resistencia latente que en algún momento termina por estallar. Inclusive, aunque tampoco sean textos científicos sobre la historia del movimiento obrero mexicano, los nombres de los lugares y las fechas pueden ser un buen punto de partida para quienes quieran comenzar a estudiarlo. Más allá de que la reflexión política no esté acabada, ya que no son textos políticos en sí mismos, transmiten lecciones que son valiosas, principalmente en cuanto a la lucha sindical se refiere. Son voces del pasado que fácilmente pueden dialogar con el presente, demostrando de paso que para poder escribir no es necesario contar con años de estudios y especialización.
Y como diría Eduardo Ramírez Santiago, obrero agrícola que escribe sobre los campos sinaloenses: “Hay tanto que contar y muy poca gente interesada en escuchar”.
Démosle cabida y difusión a todas esas voces que son acalladas y que tienen mucho que transmitir, que toda esa experiencia colectiva nos permita cambiar al mundo de raíz. |