¿Cómo fue o cómo notaste la deserción este semestre?
Soy docente en una materia del primer año de las carreras que tiene entre 20 y 30 comisiones por semestre, con un promedio de 35 y 40 estudiantes en cada una de esas comisiones. Por eso el equipo docente de la materia también es bastante amplio.
Este cuatrimestre me tocó dar clases en dos comisiones con un promedio de entre 30 y 35 estudiantes en cada una de ellas, y me están enviando trabajos para la acreditación final de la materia sólo 13 estudiantes. Este semestre adoptamos la modalidad de tomar un trabajo práctico como forma de regularización porque la idea que tuvo la universidad es que los estudiantes aprueben las materias dando un final obligatorio. Con la modalidad presencial nosotros tenemos un sistema de promoción cuatrimestral. De esos 13 trabajos mandé varios a revisar. Esto da la pauta que la deserción este semestre fue muy alta. Generalmente el nivel de deserción que tenemos en la materia es bastante homogéneo, de aproximadamente el 20% del listado, pero este semestre seguro fue mucho más.
¿Cómo incidió la virtualidad en la deserción y cómo afectó el trabajo docente?
La virtualidad profundizó de una manera abismal situaciones de desigualdad previas que ya veníamos observando en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Primero porque las dificultades históricas de acceso a la educación se hicieron muchísimo más notorias, porque esas desigualdades se profundizan en base a las dificultades de acceso a las tecnologías, ya sea por ausencia de conexión, equipamientos deficitarios para trabajar, leer, estudiar, dar clases, comunicarnos, etc.
Todo lo que suele ser problemático en situación de presencialidad, se profundizó con la mediación de las tecnologías y las desigualdades tecnológicas que vivimos estudiantes y docentes. A esto se le sumó la falta de formación que históricamente tenemos los docentes con el trabajo con las tecnologías que la verdad implicó para nosotros revisar completamente nuestro andamiaje pedagógico, porque no sólo es aprender a usar las tecnologías, sino también aprender a enseñar con ellas. Hay una desigualdad en el proceso de enseñanza. Los docentes profundizaron con menores o mayores dificultades pedagógicas y esas desigualdades después se expresan en el estudiantado.
La deserción no sólo se explica por estas desigualdades que hay en cuanto a la disposición y acceso a las tecnologías, sino también por las condiciones socioeconómicas que los atraviesan. Muchos estudiantes manifestaron que tenían que trabajar mucho más para suplir a compañeras y compañeros de trabajo que se encontraban licenciados por ser población de riesgo, y esta duplicación de tareas les dificultaba o imposibilitaba seguir la cursada. A esto se le sumó casos de estudiantes que tuvieron que salir a trabajar porque quienes eran sustento familiar debieron licenciarse o perdieron el trabajo, o estudiantes mismos que se quedaron sin trabajo y salieron a rebuscarselas de otra forma. El empeoramiento de las condiciones laborales y socioeconómicas hicieron que la situación de aprendizaje pasara a un segundo o tercer plano.
En las mujeres esta situación se profundizó muchísimo más, porque sufrimos una doble explotación. Para muchas compañeras el lugar de trabajo y el lugar de cuidado de niñes o de adultes mayores fue exactamente el mismo, entonces redoblaron sus tareas laborales junto con el hecho de tener que afrontar las tareas de cuidado. En estos casos claramente el aprendizaje y la formación también pasó a un segundo plano. Todos estos factores fueron constantemente minando la modalidad virtual.
Otro elemento frente a lo que atentó la virtualidad y que lo vine percibiendo durante todo el cuatrimestre fue algo que la virtualidad no puede reemplazar en cuanto a la presencialidad, que es el trabajo colectivo. La presencialidad está muy marcada por la generación de espacios identitarios colectivos en el aula que sirven como un fuerte soporte emocional, subjetivo y objetivo al momento de cursar. A esto me refiero a la generación de grupos de trabajo y de estudio
Decías que las mujeres son las que más sufrieron la virtualidad ya que desde sus hogares también están a cargo de tareas las domésticas, pero en el relevamiento que hizo la universidad sobre cómo fue el semestre mencionaron a esto como un aspecto positivo, ¿qué tenés para decir al respecto?
Yo lo que creo es que en línea generales la universidad tiene unos niveles de enorme naturalización de condiciones de explotación y las vivimos como docentes. Eso no quita que también esas dinámicas se naturalizan en el estudiantado. Lo cierto es que no existen posibilidades de pensar dinámicas positivas cuando en los hechos estamos hablando de serias dificultades para llevar adelante los procesos de estudios y formación en un contexto de trabajo doméstico enmarcado incluso condiciones socioeconómicas paupérrimas.
No se puede explicar como positivo el hecho de estar realizando un trabajo en una computadora en el mismo lugar donde los niños están comiendo, en el cual la gente que está al cuidado de esas personas que estudian efectivamente están haciendo otras actividades. Como sería positivo que un mismo medio, ya sea celular o computadora, sea utilizado por todos los miembros de la familia para llevar procesos educativos en paralelo. Creo lo que marca todas esas experiencias es una tremenda frustración, y eso no tienen ningún tipo de connotación positiva. Lo único que me explica esta lectura es una naturalización constante de procesos de explotación y precarización, y la construcción de un discurso en la cual es necesario justificar la continuidad pedagógica en un contexto donde esa continuidad no es posible, porque no hay posibilidades de aprendizaje donde no hay contextos socioeconómicos generados para esa situación de aprendizaje.
¿Qué medidas concretas debería tomar la UNGS y el Estado como respuesta a la deserción?
Desde la universidad en primera instancia yo creo que una medida, que de hecho la venimos planteando como una medida a promover desde el sindicato, es que la universidad provea los equipamientos necesarios para revertir las problemáticas del equipamiento en las casas de los estudiantes. Que se les pueda garantizar computadoras, tablets, y todo lo que sea necesario para poder garantizar el acceso. De la misma manera que se empezaron a pensar herramientas para garantizar de manera gratuita descarga de materiales, también es necesario que la universidad se ponga a la cabeza de generar este aprovisionamiento a los estudiantes de manera inmediata para no solo garantizar la inscripción en el próximo cuatrimestre sino para garantizar la permanencia de estos estudiantes.
Hablabas de dispositivos tecnológicos para los estudiantes. Hay presentado en el Congreso por el Frente de Izquierda un proyecto de ley de impuesto a las grandes fortunas. Con un 2,2% de lo que se recaude con ese impuesto se podría invertir en 300000 netbooks ¿Cómo evalúas dicha medida y por qué crees que dicho proyecto no se trata?
Yo creo que efectivamente en la Argentina es fundamental empezar a generar un debate sobre la dinámica regresiva de nuestro sistema impositivo en el cual a las claras somos los sectores populares los que estamos sistemáticamente sosteniendo los gastos del Estado. En estos momentos necesitamos repensar una dinámica distributiva para que sean los más ricos los que tengan que empezar a pagar esos gastos.
En ese contexto hicimos una propuesta en la última reunión del sindicato para que como docentes, plantemos bandera respecto a esa cuestión porque la realidad es que cuando se habla del “gasto público” de algún lado tiene que salir ese dinero. Entonces si estamos hablando de mejorar las condiciones salariales docentes y las condiciones de estudio de las clases trabajadoras, tenemos que hablar y discutir de manera democrática de dónde va a salir el dinero para financiar esta inserción educativa y estas mejoras de las condiciones laborales y salariales de las clases trabajadoras.
Me parece que es un buen comienzo pensar y discutir un impuesto que grave la riqueza pero creo que efectivamente esta discusión así como nuestro sistema no es democrático. Los debates de coyuntura que se dan en los órganos de gobierno legislativos no son efectivamente democráticos, entonces la discusión se patea para adelante. Estamos hablando de tocar intereses muy fuertes, sobre todo en un contexto de pandemia donde no están perdiendo todos, sino que la riqueza se está concentrando cada vez más, como leí la semana pasada en un artículo en la revista Oxfam.
Yo tengo mis dudas en este contexto dada la situación de cuarentena y de aislamiento social preventivo y obligatorio, donde efectivamente se está cercenando la capacidad que tenemos los sectores populares de salir a la calle para presionar, cómo hacer para que esta ley mínimamente se trate. Creo que requiere de un fuerte posicionamiento político por parte de las organizaciones del campo popular que venimos construyendo alternativas reales a este sistema y también creo que es el punto de partida para efectivamente empezar a pensar una educación efectivamente financiada. Hoy estamos teniendo una educación desfinanciada que va siempre por detrás de las situaciones económicas.
Teniendo en cuenta el nivel de crisis social y económica que ha profundizado la cuarentena y que ha expulsado a muchísimos jóvenes de la universidad: ¿se puede decir que vamos a una especie de "elitización" de la universidad?
Este contexto de pandemia y de crisis económica hace que las pocas personas que provienen de las clases trabajadoras que acceden a la universidad, terminen saliendo del sistema educativo superior. De por sí igual si pensamos en cuántos acceden en proporción a la cantidad de población, se puede decir que el estudio universitario en Argentina es elitista. Para 2006, sólo el 4,5% de la población argentina tenía acceso a los estudios universitarios. Si a esto le agregamos las dinámicas de deserción, estamos hablando de porcentajes muy bajos de gente que estudia en las universidades.
Esto es así básicamente porque el estudio universitario estás pensado sobre la base de una estructura económica y social basada en una desigualdad enorme y que no busca ser revertidas. Si no hay procesos ni estructuras económicas y sociales que garanticen la posibilidad de una continuidad educativa, esta continuidad no es posible. Y no lo digo sólo en época de pandemia, sino que ocurre también en la normalidad. La interrupción constante del estudio, debido a por ejemplo dinámicas de flexibilización laboral, van minando la posibilidad de las personas de tener una continuidad educativa para llegar incluso al nivel universitario.
La universidad no está pensada para la clase trabajadora ni siquiera en términos temáticos, problemáticas, ni pedagógicos. Con muchas y muchos docentes venimos trabajando sobre un proceso que se está dando de precarización pedagógica en las universidades: reducción de contenidos, pragmatización de esos contenidos asociados a las necesidades del mercado, escasa problematización crítica de esos contenidos, deshistorización de las problemáticas sociales, etc. Todo eso que construiría una posible masa crítica dentro de la universidad ha desaparecido. En ese sentido, por más que las universidades son de carácter público, hay que problematizar que están cada vez más asociadas en términos de formación y de investigación a la lógica de lo privado. Las necesidades de financiamiento que se cubren con ingresos de los privados se relacionan íntimamente con contenidos que sirven a las necesidades del capital. El resultado de todo esto son universidades públicas que funcionan con lógicas propias del sector privado. Para mí todo esto implica la imposibilidad de generar conocimiento crítico dentro de la universidad pública.
Hablaste de financiamiento. En la última reunión de Comisión de Presupuesto, Finanzas e Infraestructura del Consejo Superior, la gestión dijo que hoy la UNGS está funcionando con un déficit de 90 millones de pesos. Esto se suma a años de desinversión y de recorte, sobre todo bajo el gobierno de Macri. ¿Cómo imaginas la educación superior si se continúa con esta tendencia?
Está claro que el desfinanciamiento de lo público no es propio de este contexto de pandemia. A nivel nacional venimos funcionando con el mismo presupuesto del año pasado y eso impacta directamente en la universidad de diferentes maneras. Primero, en términos económicos porque todos los procesos que requieren financiamiento se desfinancian. Segundo, en términos políticos porque en los hechos los trabajadores de las universidades, docentes y no docentes, nos vemos directamente precarizados. Una de las discusiones que hemos tenido en este contexto es el tema de las licencias. La realidad es que la universidad se niega a brindar licencias con coberturas de esos cargos. No quieren contratar a otro docente nuevo que cumpla esa tarea y así se produce una sobrecarga de los docentes que participan en el equipo y que no han tomado la licencia. La falta de presupuesto redunda en las condiciones laborales de todos los que trabajamos en las universidades así como hace que los estudiantes no tengan posibilidad de acceder a becas acorde a la situación.
Y como decía antes, la falta de presupuesto incide directamente en los contenidos pedagógicos y de investigación de las universidades. Frente al desfinanciamiento público, las universidades se ven impulsadas a generar relaciones con el sector privado de todas las índoles. Así el sector privado empieza a definir líneas de investigación y de formación en las universidades públicas. Esto lo venimos viendo desde la década de los ‘90 y ni hablar con el proceso de reforma universitaria que facilitó todos estos convenios públicos-privados. Si hay algo que tiene que estar constantemente en nuestro pliego de demandas laborales y estudiantiles es el aumento de presupuesto porque eso hace no sólo a la posibilidad de tener mejores condiciones y autonomía, sino de tener libertad de contenidos, de líneas de investigación, y de una formación crítica. |