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28 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

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Los caminos de Coyoacán: Trotsky y los trotskistas mexicanos
Pablo Oprinari | Ciudad de México / @POprinari

Cuando Léon Trotsky y Natalia Sedova arriban a México, el 9 de enero de 1937, después de 21 días de travesía marítima a bordo del carguero noruego Ruth, el trotskismo mexicano ya tenía varios años de existencia.

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En la segunda mitad de los años 20 del siglo XX, las disputas políticas y estratégicas, que cruzaron primero al Partido Comunista Ruso, recorrieron el movimiento comunista internacional.

El exilio que el gobierno soviético liderado por Yosef Stalin le impuso a Trotsky –que inició en Turquía en 1929 y lo llevó como destino final a nuestras tierras– fue aprovechado por éste para impulsar la construcción de la Oposición de Izquierda Internacional. Surgieron, así, nuevos grupos y organizaciones en Europa, Estados Unidos y en determinados países de Asia y América Latina. Esto en un contexto de duros enfrentamientos políticos con los partidos comunistas “oficiales”, que en los años siguientes incluyeron provocaciones, ataques físicos y asesinatos por parte de los estalinistas. En México esto se expresó durante la estancia de Trotsky en una campaña de calumnias lanzada por el Partido Comunista Mexicano y Vicente Lombardo Toledano –líder de la Confederación de Trabajadores de México–, la cual preparó el terreno para su artero asesinato.

De esta forma, en octubre de 1928 se había fundado la Liga Comunista de América (LCA), liderada por James Cannon, después de su expulsión del Partido Comunista por defender las ideas de la Oposición de Izquierda. Previamente, en el VI Congreso de la Internacional Comunista (IC), Cannon –según narra en su Historia del Trotskismo estadounidense – recibió anónimamente la Crítica al Programa de la IC escrito por el líder de la Oposición de Izquierda. Después de leerla, tanto él como el delegado canadiense, Maurice Spector, miembro entonces del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, volvieron a sus países decididos a dar una pelea política contra la degeneración estalinista.

“Gringos”, ucranianos y mexicanos

Los vasos comunicantes que habían existido entre el comunismo estadounidense y mexicano desde sus momentos primigenios, se mostraron en el desarrollo del primer núcleo de oposicionistas en México, como se manifestarían, posteriormente, en una verdadera colaboración binacional durante los años del exilio de Trotsky.

Un ejemplo de ello se expresó en la trayectoria de Russell Blackwell, un militante del Partido Comunista de Estados Unidos. Nacido en 1904, fue enviado a México a colaborar en el desarrollo del trabajo juvenil del Partido Comunista, donde adoptó el nombre de Rosalío Negrete, y fue Secretario Nacional de la Liga de Jóvenes Comunistas de México, alcanzando una posición de responsabilidad dirigente. Previamente, Blackwell había desarrollado una actividad internacionalista en Centroamérica, como resultado de la cual fue deportado de Honduras en 1925.

Estando en México, tomó contacto con los trotskistas estadounidenses y, cuando se formó la LCA, recibió su prensa, The Militant. Para 1929, Blackwell ya había establecido el primer núcleo de oposicionistas en el Partido Comunista Mexicano (PCM). [1] Su aportación al surgimiento del trotskismo en México es evidente.

En 1929 Negrete fue expulsado del PCM, después de una asamblea extraordinaria del Comité Central de la Juventud Comunista en la cual presentó, según relata Olivia Gall, algunas de las posiciones trotskistas, de las que se negó terminantemente a retractarse, siendo brutalmente golpeado. [2] En ese momento y en esa asamblea, ya estaba presente en México Vitorio Vidali, el agente de la GPU estalinista que jugó un rol nefasto en la persecución de militantes trotskistas, anarquistas y del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) en la Revolución Española, así como en México para la preparación de los atentados contra León Trotsky.

Ya fuera del PCM, la labor de Blackwell para no cejó: “continuó trabajando clandestinamente para constituir la Oposición de Izquierda. Para entonces contaba ya en esta tarea con un aliado firme, Manuel Rodríguez, con quien pronto empezaría a elaborar el primer boletín interno en la historia del trotskismo mexicano y con quien intento formar el primer núcleo pro-trotskista en el seno del PCM”. [3]

Efectivamente, Rodríguez continuará construyendo dentro del PCM la oposición de izquierda hasta 1933, cuando será expulsado. En esta labor participarán Abraham Golod (González) de origen ucraniano y quien fuera representante de la Internacional de la Juventud Comunista para América Latina, los hermanos Félix y Ángel Ibarra, así como Benita Galeana y José Revueltas, estos dos de forma muy fugaz, permaneciendo luego en las filas del PCM, donde adquirieron posterior reconocimiento. [4] También participó de este núcleo el conocido militante español Grandizo Munis. Finalmente, en marzo de 1930, Negrete fue deportado a los EE. UU. bajo los cargos de ser “un radical peligroso”, [5] junto a Abraham Golod/González. Desde allí continuaron colaborando con los oposicionistas mexicanos, enviando propaganda y manteniendo correspondencia. [6]

La controversia: cubanos internacionalistas

La otra figura que se asocia a los orígenes del trotskismo mexicano es la del cubano Julio Antonio Mella, aunque de forma más controvertida. Siendo uno de los jóvenes líderes comunistas contra la dictadura de Machado, llega a México en 1926. Incorporado al PCM y desarrollando una labor incansable en el periódico El Machete, en 1928 animó una oposición a la política sindical de la dirección del PC. Las investigaciones realizadas –destacando la que realizó Alejandro Gálvez Cancino y que recoge Gall en su libro– y los testimonios recogidos establecen, con fundamento, las simpatías de Mella por las ideas de Trotsky. [7]

Sus posturas enfatizan, por ejemplo, “la absoluta necesidad de la autonomía organizativa de los trabajadores” [8] en la lucha por la liberación nacional, lo que contrariaba la postura estalinista en esos años. Aunque no podríamos afirmar que Mella compartiese (o conociese) en su totalidad la teoría de la revolución permanente de Trotsky, el hecho es que en varios escritos –y en particular en su crítica al APRA y en la relación entre la lucha antiimperialista y el socialismo– expresa una postura muy similar a la que sostuvieron los oposicionistas dentro de la Comintern. [9]

A la vez, Mella menciona a Trotsky en sus elaboraciones y saluda algunos de sus documentos; nadie puede pensar, seriamente, que aquel no fuera consciente de las repercusiones de esto tendría en la dirección del PCM y de la IC. Aunque la “historia oficial” en torno a Mella no registra ninguna actuación en pos de construir un núcleo oposicionista en el PCM, las elaboraciones que menciono previamente reúnen testimonios de militantes trotskistas que plantean que, cuando menos, existían vínculos entre Mella y los primeros movimientos de oposición a la dirección del PCM.
Bernando Claraval, por ejemplo, llegó a sostener “El primer brote de oposición en México fue Mella, el segundo Blackwell”, [10] y afirmaba que aquel que era contrario a la noción de “construir el socialismo en un solo país”. Gálvez presenta también el testimonio del trotskista Alberto Martínez, quien afirmaba que Mella viajó a la URSS en 1927, donde se encontró con Andrés Nin, quien le entregó la Plataforma de la Oposición (y que aquel luego obsequió, con la dedicatoria “para rearmar al comunismo” al mismo Martínez).

En 1928, Mella fue acusado de “posiciones trotskistas” por Vittorio Codovilla, quien obstaculizó su accionar al interior de Internacional Comunista. Su compañero y amigo Sandalio Junco, quien estaba en México en ese periodo, sería luego uno de los fundadores de la primera organización trotskista en Cuba.

Según distintas fuentes, Mella fue expulsado del CC del PCM; y en enero de 1929 fue asesinado en la Ciudad de México. Aún se debate si esto fue el resultado de la acción de los esbirros del dictador cubano Gerardo Machado o si se trata de uno de los primeros asesinados por el estalinismo fuera de la URSS, como sostienen algunos investigadores.

Maestros normalistas, entre Nueva York y Santa Julia

Para 1933, la primera oleada de simpatizantes de Trotsky había sido expulsada del PCM: Manuel Rodríguez, los hermanos Ibarra y otros, constituyeron el primer núcleo trotskista independiente, que estaba en íntima comunicación con Negrete y González en EE. UU.

De forma paralela, surgió otro núcleo en torno a los jóvenes normalistas y maestros Luciano Galicia y Octavio Fernández. Este último sería, a posteriori, el principal colaborador mexicano de León Trotsky. Ellos entablaron comunicación con Negrete y González, quienes los ganaron para las ideas de la Oposición de izquierda. La dinámica fue muy sui generis, si lo comparamos con otros procesos de emergencia de núcleos oposicionistas desde el interior de los partidos comunistas: Fernández y Galicia eran dirigentes estudiantiles de una importante huelga ocurrida en la Escuela Normal de Maestros, cuando conocieron las ideas de Trotsky y, posteriormente, ya convencidos de las mismas, ingresarán al PCM.

Fernández lo contaba así: desde 1932, “algunos números de Comunismo han caído en nuestras manos. Comenzamos a leerlos. Llevando la dirección no de España sino de la Oposición de izquierda en los Estados Unidos, 116 University Place. Escribimos a Nueva York y tomamos contacto con Rosalío Negrete y González. Ellos comenzaron a orientarnos, a decirnos lo que era el estalinismo, el trotskismo y que ellos estaban en una oposición al interior de la Internacional Comunista... nos explicaron las primeras cuestiones y nos enviaron libros. A mí, me enviaron El gran organizador de derrotas y estas fueron para mí cosas definitivas. No sé lo que le enviaron a Galicia. Lo importante es que en 1932 se estableció una correspondencia, un contacto permanente con Nueva York. Los conflictos que conocimos en la Escuela, ligados a la perspectiva del trotskismo y una visión ya amplia de las cuestiones sociales, nos llevaron a concebir el proyecto de publicar un periódico revolucionario y nos hemos lanzado. Hemos sacado una hoja plegada en cuatro, me parece que era Frente Proletario. … nos lanzábamos en la publicación de este periódico, la distribución en la zona de Santa Julia, las fábricas y en todas las calles de la capital. No sé cómo intuitivamente hemos comenzado a desconfiar en la calle, a desplazarnos con cuidado en la noche y a pesar de la vigilancia policial a pegarlos y distribuirlos.”

Y continúa uno de los fundadores del trotskismo en México: “Muy rápidamente, la existencia de este Frente Proletario fue conocida por el PC y por el Socorro Rojo que tenían células en Santa Julia, quienes tomaron muy rápido contacto con nosotros y nos invitaron. Desde Nueva York, González nos aconsejaba entrar en el PC y luchar en su interior por las ideas trotskistas”. [11]

Dentro del PCM, Fernández, Galicia y el estudiante normalista Benjamín Álvarez, asumieron distintas tareas políticas y, finalmente, al calor de los acontecimientos de Alemania y el ascenso del fascismo y de otras discusiones sobre la política del PC cubano, se aceleraron las fricciones con la dirección, hasta que su núcleo fue expulsado en marzo del 34.

A partir de esto los dos núcleos se pusieron en contacto, vía la intermediación de Gonzalez desde Nueva York. Iniciará un proceso de integración y fusión que culminará a fines de 1934 con la emergencia del primer grupo trotskista mexicano: la Liga Comunista Internacionalista (LCI), nombre que reemplazará al de Oposición Comunista de Izquierda, como se llamaba hasta ese momento el grupo de Rodriguez.

El primer trotskismo mexicano y sus andares hacia la clase obrera

Durante ese año, la organización publicará el periódico Nueva Internacional, cuyos cinco números verán la luz con el apoyo de distintos artistas e intelectuales, entre los que estaba el famoso pintor Diego Rivera, quien había estado en comunicación con los trotskistas de EE. UU. en un viaje reciente. Desde entonces, Rivera estuvo vinculado a la corriente liderada por Trotsky hasta que rompió con éste, en 1938.

La militancia de la joven organización se estructuraba en dos zonas populosas y fabriles de la Ciudad de México: la colonia Obrera y Santa Julia. Por esos meses, el militante estadounidense Charles Curtiss viajó a México donde permaneció casi un año colaborando con el flamante grupo, en lo que fue su primera estadía en el país. Curtiss había estado en contacto con Blackwell en Nueva York. Finalmente debió regresar, apresuradamente, a EE. UU. para evitar ser apresado.

Y es que en 1934, previo al ascenso al gobierno de Lázaro Cárdenas, la represión arreció, y varios militantes de la LCI fueron deportados a las Islas Marías, donde compartieron la prisión con integrantes del PCM, incluyendo al ya mencionado José Revueltas. La persecución golpeó duramente a la organización, que estuvo a punto de naufragar y enfrentó escisiones y discusiones internas, una de las cuales alejó de la militancia a Rodríguez, que tan importante había sido en los años de formación.

Fue a principios de 1936 por iniciativa de Rivera –en un contexto marcado por el ascenso del cardenismo y su gran ascendencia entre las masas trabajadoras–, que se abrió la posibilidad de trabajar en el Sindicato de la Construcción (SUC), donde Fernández dio conferencias sobre diversos temas e inició el reclutamiento para la Oposición de Izquierda.

La convicción de reconstruir una organización política revolucionaria anclada en la clase obrera estuvo presente en los años siguientes: “Me presenté al secretario general de este sindicato, Juan R. De la Cruz y a dos o tres dirigentes que habían sido sindicalistas y esto les daba una fisonomía progresista en las cuestiones políticas y sindicales. Estuvieron entusiasmados con lo que les dije de la formación política y me dijeron entonces que tenía carta blanca. Comencé entonces a unirme a las reuniones de las secciones de pintores, albañiles, herreros, yeseros, invitar a los obreros a hablar del movimiento obrero, de la ley federal del trabajo, de la historia de México. Comenzamos y, al cabo de ocho a diez días, yo tenía un grupo de cien a ciento cincuenta jóvenes. Había algunos panaderos, pintores, yeseros, herreros a quienes di conferencias sobre la historia de México, nociones de derecho obrero y luego comencé con las cuestiones políticas, hasta que al cabo de dos o tres meses, empecé a hablar francamente de la IV Internacional y todo el resto. En el sindicato, cuando comencé este trabajo, había alrededor de 600 militantes y sobre esta base invité a los dirigentes del sindicato a formar parte de un grupo de la IV Internacional y estuvieron de acuerdo. Luego organizamos una reunión en la cual participó Ibarra, los Ayala, Galicia, mi hermano Carlos, Benjamín ‘Álvarez, Diego Rivera, Frida Khalo, Juan R. De la Cruz y de ocho a diez obreros del sindicato de la construcción y allí se decidió crear de nuevo la sección mexicana de lo que iba a ser la IV Internacional”. [12]

La LCI reconstituida privilegió la labor política sobre el SUC, el magisterio y la Casa del Pueblo, nutriendo sus filas de elementos obreros, en un contexto de enfrentamiento constante con el PCM y el Lombardismo, quienes “arreglaban a los disparos” los conflictos políticos, lo cual requería la organización de “estos grupos del sindicato de la construcción en grupos de autodefensa. Diego Rivera aportó la plata para comprar las armas y luego todos estuvimos armados. Así, por primera vez de esta manera, fuimos capaces de hacer frente delante de los ataques de los lombardistas y comunistas y el sindicato de la construcción se desarrolló rápidamente, contando casi con diez mil miembros y la fracción que constituía estos grupos de choque eran miembros de la IV Internacional”. [13]

A tono con lo que sucedía en otros países donde se intentaba construir una corriente de oposición al estalinismo, el primer grupo trotskista mexicano se formó al calor del enfrentamiento contra los métodos gangsteriles de Stalin, combinando la propaganda con la autodefensa armada.

No puede entenderse de manera objetiva las dificultades que enfrentó la construcción de la organización de los trotskistas, sin considerar el obstáculo que significaba el peso del PCM y de la burocracia sindical lombardista, y la ascendencia del cardenismo entre las masas, a partir de las concesiones y los lazos que esta dirección nacionalista burguesa tejía con el movimiento obrero.

Aun así, en el año previo a la llegada de Trotsky, la LCI acrecentó su modesta influencia, en este contexto complejo: “en la construcción, nosotros éramos fuertes, con aquellos grupos de choque. [...] Nosotros hablábamos con los albañiles: “Nuestro sindicato va a garantizarles esto o aquello” –“Seguramente, respondían, nos vamos a adherir”. Entonces llegaban los pistoleros del PC y de Lombardo. Querían echarnos y nosotros no queríamos irnos. Y nos ganábamos un enorme prestigio. Las personas de la construcción eran excelentes, eran casi campesinos puros que vinieron a la ciudad para buscar trabajo; estaban muy impresionados cuando veían que esto no era solamente palabras, sino que respondíamos también con los actos y nos admiraban [...] Es así como se desarrollaba la construcción y ganamos allí muchos militantes excelentes, jóvenes, muy entusiastas, que asimilaban las ideas muy rápido, respondiendo al trabajo. [...]”. [14] Sin duda, resalta el hecho de que, aún con tales dificultades, el primer grupo trotskista en México tenía una destacable base proletaria.

El “viejo” y los trotskistas mexicanos

Octavio Fernández, junto a Diego Rivera fueron claves para conseguir el derecho de asilo para León Trotsky y Natalia Sedova, cuando la medianoche del siglo –como llamó Victor Serge a ese momento histórico– arreciaba como tormenta y el mundo era un planeta sin visado para el revolucionario ruso.

En particular Fernández y su familia resultaron fundamentales para su estancia, junto al apoyo que en todos los órdenes le brindaron los trotskistas estadounidenses. El militante mexicano participó, además, de varias elaboraciones junto a Trotsky, que aparecieron en la revista Clave, en particular aquellas dedicadas a la Revolución Mexicana y el cardenismo. [15]

En ese contexto, poco tiempo después de su llegada a México, iniciaron las fricciones entre el veterano revolucionario y Luciano Galicia. En este periodo, las posturas ultraizquierdistas de Galicia le dieron a la LCI un curso errado que estaba lejos de entender el fenómeno del cardenismo y que la llevó a una fuerte crisis. [16] En junio de 1937 Galicia propició un manifiesto donde ante la situación de carestía de la vida, atacaba duramente al gobierno y llamaba a la “acción directa”. Esta política fue condenada por Trotsky, quien rechazó el llamado por concebirlo como ajeno a los métodos de la clase obrera. Escribió, en una carta a Diego Rivera: “Qué significa ´acción directa´? ¿contra la carestía de la vida, huelgas, sabotaje, boicot, contra los hambreadores del pueblo? Es la primera vez en mi vida que escucho que el sabotaje es un método de lucha obrera. El sabotaje de la producción o de los transportes no significa la baja de los precios, sino el alza. Los farsantes stalinistas acusan a los trotskistas de sabotaje. Nosotros rechazamos esta acusación con indignación. Pero esta proclama de la Liga puede ser y será interpretada como la confirmación de las calumnias y las falsificaciones stalinistas”. [17]

Las relaciones entre Trotsky y Galicia se enrarecieron. Éste acusaba al revolucionario ruso de ceder posiciones frente a Cárdenas para no poner en peligro su asilo, y llegó a proponer y hacer votar la “disolución” de la LCI. Fernández, por su parte, junto a un sector de militantes, compartía las posturas de Trotsky. Tiempo después volvió a México el norteamericano Charles Curtiss, con el mandato de colaborar en la reorganización de la sección mexicana; Curtiss sostuvo importantes discusiones con Trotsky en torno a las perspectivas de México y una aplicación no mecánica de la Teoría de la Revolución Permanente, como puede verse en el libro Escritos Latinoamericanos. Trotsky intervino activamente en los intentos por reencauzar a la LCI, que a inicios de 1939 anunció su reorganización y solicitó su readmisión a la IV Internacional, ya sin Luciano Galicia en su seno y, en septiembre, adoptó el nombre de Partido Obrero Internacionalista.

Los informes de Curtiss mostraban el reanimamiento de la organización, que editaba dos periódicos y distribuía la revista Clave. Merece una mención aparte esta publicación, por la importancia que tuvo para los trotskistas mexicanos y latinoamericanos de su tiempo, que se convirtió en un verdadero organizador político.

Fernández decía: “Se puede afirmar con una absoluta certeza que Clave fue la revista de Trotsky. Ella nació con él y sirvió fundamentalmente a sus intereses. Del principio al fin, él la utilizó para que sirva a sus ideas y a su trabajo. Fue él quien tuvo la idea de una revista en castellano para la educación teórica de aquellos que comenzaban a simpatizar con el trotskismo en América latina y ella sobrepasó nuestras expectativas. En poco tiempo, nosotros tuvimos tantos contactos que Clave se convirtió en el centro ideológico y el centro de organización naciente del movimiento trotskista en América latina”. [18]

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Que los trotskistas buscaban vincularse a la clase trabajadora aún en un momento de ascenso del nacionalismo revolucionario y el estalinismo, lo demuestra su impulso de una corriente democrática en el magisterio en 1940. La Oposición Sindical Revolucionaria junto a otros sectores de oposición de toda la república, suscribió un progresivo programa, antiburocrático y de independencia de clase, confrontando con el estalinismo en el Sindicato de maestros (STERM), por lo que fue duramente atacada por Lombardo y el PCM. Al mismo tiempo, desde 1939, habían levantado una política transicional e independiente frente a la carestía de vida; mientras el gobierno impulsaba la formación de comités de precios bajo control estatal y con la colaboración de la burocracia sindical, los trotskistas sostuvieron la lucha por tarifas móviles de salarios y el control de los precios a través de comités revolucionarios, nombrados democráticamente por los trabajadores en asambleas; esto buscaba, partiendo de la lucha contra la carestía, acompañar la experiencia de las masas impulsando la independencia de la clase obrera y su autoorganización.

La importancia meridiana de una tradición

La evolución de la sección mexicana de la IV Internacional mostró importantes altibajos. Representó el inicio, con todas sus dificultades, de una tradición de lucha contra el estalinismo en México, realizada a contracorriente y de forma heroica. Mientras el PCM y el Lombardismo reprodujeron una política de conciliación de clases, los trotskistas se orientaron hacia el internacionalismo proletario y una política obrera independiente. Esto, en un contexto harto difícil por el peso que estos fenómenos políticos, y en particular el cardenismo, tenían en esos años, buscando dialogar con las aspiraciones de los trabajadores y campesinos que confiaban en aquél, pero sin ceder a las ilusiones y manteniendo la independencia política y organizativa. Después de este momento, será, en particular, hasta las décadas de los 60 y 70, que las organizaciones que se reclamaban continuadoras del legado de León Trotsky cobrarán nuevos bríos.

Es importante resaltar que el aporte de Trotsky no puede medirse, solamente, por el crecimiento cuantitativo de la sección mexicana. Hay que considerar, en primer lugar, su aportación teórica y estratégica expresada en las elaboraciones de la revista Clave, que legó, a una generación de marxistas latinoamericanos, elementos para una visión de la revolución en los países de desarrollo capitalista rezagado, plenamente alejada de cualquier mecanicismo.

Esto se manifestó en las elaboraciones sobre el cardenismo y sobre la revolución mexicana, y en las discusiones sostenidas en torno a la revolución permanente en países como México, cuestiones que abordaremos en la siguiente entrega. [19]

 
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