Hoy, Eduardo Galeano (1940-2015) hubiera cumplido 80 años. Muchos los recuerdan por libros como Las venas abiertas de América Latina, la trilogía Memoria del fuego o El libro de los abrazos. Pero hay un intrépido Galeano periodista, menos conocido, que merece atención: el que entrevistó al último emperador de China, pateó las calles estadounidenses en medio de la lucha por los derechos civiles, conversó con el Che Guevara, habló con Pelé, publicó relatos de Bolivia y de la Revolución nicaragüense.
En 1966, poco después del golpe de Onganía, el escritor -en modo cronista- a Puerta de Hierro a hablar, durante cuatro horas, con la principal figura política argentina del siglo XX. Aquí, unos fragmentos del reportaje, que desnuda las concepciones políticas de Perón, su relación con el movimiento que lideraba a la distancia y su función histórica. Destino, azar, estrategia y literatura: en este aniversario, recordamos el retrato del general, en la pluma de Eduardo Galeano.
Perón, los gorriones y la Providencia
Por Eduardo Galeano
Un caudillo es un sistema de imanes: está vivo en la medida que atrae. Hace veintiún años, esta sonrisa gardeliana que ahora despliega su invicto magnetismo para dar la bienvenida al amigo que me acompaña encandiló decisivamente a la muchedumbre apiñada en La Plaza de Mayo; la mano que ahora estrecha mi mano, se alzó multiplicadas veces, aquella noche de octubre del 45, desafiante o cordial, para subrayar la fuerza de indignación de las últimas palabras de cada frase o dar respuestas a las encendidas ovaciones. Hace veintiún años, por boca de este hombre la clase obrera argentina cobró confusamente consciencia colectiva de su destino, en turbulentas jornadas signadas por el escándalo y la esperanza; los hijos de los montoneros, trasladados a las fábricas de los suburbios de Buenos Aires, habían traído consigo una vieja rabia que por primera vez se expresaba así, en la pampa de cemento. Hace once años vencido por sus propias contradicciones y debilidades más que por la dudosa coherencia y fortaleza de sus enemigos, este hombre huyó: la cañonera paraguaya, el hidroavión, el tránsito por Asunción y el Caribe, el pacto con Frondizi y un tercer matrimonio, presidieron el exilio definitivo en Madrid. La derrota dejaba atrás una década de gobierno que no terminaría con ella: el peronismo siguió siendo el movimiento popular más poderoso de la Argentina, un inmenso campamento sin fronteras, aunque el General Perón ya no estuviera sentado en el sillón de Rivadavia y aunque no regresara a su patria desertada.
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Perón suele atribuirse la paternidad de pactos y negociaciones que se realizan a pesar suyo a sus espaldas, cuando no le conviene lanzar una condenación abierta que podría poner en evidencia las frecuentes crisis de su autoridad.
Sin embargo, cuando la conversación derivó hacia algunas actitudes concretas de ciertos dirigentes peronistas demasiado endulzados con el idilio de Onganía, Perón no se preocupó de ocultar una opinión más bien mala sobre sus propios cuadros de dirección: “Aquí vienen a menudo compañeros del movimiento a denunciarme a Fulano, que es un traidor; a Zutano, que está saboteando las orientaciones que yo doy; a Mengano, que está calumniando; a Perengano, que no es un buen peronista... Y yo les digo: no se preocupen... ¿Usted sabe cómo hacen los chinos para matar gorriones? Simplemente, no los dejan posar en las ramas de los árboles. Los hostigan con palos y no los dejan posar, hasta que se mueren en el aire; les viene una crisis cardíaca y caen al suelo. Y esta gente tiene vuelo de gorrión: alcanza con hostigarlos, no dejarlos descansar, para que terminen yéndose al suelo ellos también. No, no..”. Desplegando serenamente un brazo sobre los ojos, continuó: “A los traidores, a los tránsfugas, hay que dejarlos volar, pero sin darles nunca descanso. Y esperar que la Providencia haga su obra. Hay que dejar actuar a la Providencia...”. Y subrayó, guiñándome un ojo: “Especialmente porque a la Providencia, muy a menudo, la manejo yo”.
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Este sistemático maquiavelismo obliga a Perón a vivir en estado de contradicción permanente. Escribe una carta con la mano derecha y otra, a la vez, con la mano izquierda; dice sí, dice no, pactaron Dios y con el Diablo al mismo tiempo. No apuesta nunca a un solo caballo: prefiere apostar a todos y sin arriesgar su propio capital. Dirigir un movimiento de masas desde tan larga distancia, a control remoto, requiere y a la vez facilita este estilo de zorro viejo, ducho en las mañas de las artes políticas.
Las contradicciones de Perón reflejan y agudizan las contradicciones del movimiento peronista, heterogéneo conglomerado donde se puede encontrar todo, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, de Cornejo Linares a Cooke. Vertebrado en torno al eje aglutinante que es el propio Perón, el peronismo es un mosaico; desaparecido el caudillo, estallará en pedazos. Pero el caudillo, alternativamente obstáculo y catapulta, está muy vivo, más joven que nunca, camina no menos de cinco quilómetros por día y trabaja de la mañana a la noche 75 sin darse tregua. Le gusta sentirse al ritmo de su tiempo; decirme, por ejemplo: “Aquí vienen a verme muchos jóvenes falangistas, a pedirme opinión sobre algunos problemas políticos. Son muchachos que tienen la amabilidad de suponer que mis opiniones sirven todavía para algo. Muy buenos muchachos… Pero qué quiere que le diga: hablando con ellos, tenga la impresión de estar conversando con mi abuelita…”.
Le pregunto si va a volver a la Argentina; cuándo, le pregunto. Sonríe socarronamente, reclinado en su sillón; mueve la cabeza, se palmea las piernas, dice: “Yo ya tengo más de setenta años…”, y miente: “Las tabas ya no me responden…”. Al mismo tiempo, o muy poco después, envía al periódico Única Solución, vocero peronista en Buenos Aires, una carta donde por milésima vez anuncia su próximo retorno: “Estoy perfectamente bien”, escribe. “No me tiemblan las piernas”.
¿Qué hay que hacer para que este país se levante?, pregunta Única Solución. Contesta con un breve programa de siete puntos: de los siete, tres proponen “liquidar la influencia marxista” en las cooperativas y en ciertas empresas industriales. En el número siguiente, Única Solución publica los más encendidos elogios a la primera conferencia de solidaridad de la OLAS, de notorio signo marxista: Descartes firma el comentario editorial. Descartes es el seudónimo que desde hace años usa Perón (“él se firmaba Perón y así yo le retribuyo la gentileza”). En el artículo, Perón hace suyas las banderas de la conferencia de La Habana, y concluye: “Un revolucionario pacifista resulta, en estos momentos, algo así como un león herbívoro”. Este mismo Perón que en 1967 exalta la violencia como derecho de los pueblos oprimidos de Latinoamérica y las demás comarcas del Tercer Mundo, es el que en 1966 me habló largamente sobre las posibilidades de un pacto con los Estados Unidos para hacer viable el reingreso del peronismo a la vida política legal. Desde los tiempos de los contratos petroleros con la California, Perón oscila, en sus relaciones con los Estados Unidos, entre la seducción y el anatema. En el verano español de 1961, hizo pública una carta a Kennedy: “En la República Argentina, si no se hace fraude o se emplea la violencia, vencerá el justicialismo, pero si la reacción, utilizando el engaño o la fuerza, se lo impide desde el gobierno, vencerá el comunismo en cualquiera de sus formas”. Perón no ha cesado de explotar el beneficio político del miedo: “Imagínese”, me dice, “que si los peronistas ven que toda esta anacrónica situación que vive el país es apoyada 76 por las grandes potencias occidentales, que hacen causa común con los gobiernos de la oligarquía, podrían sentirse atraídos por el apoyo que les ofrece el otro bando. La filosofía cristiana y la filosofía marxista se disputan este mundo: de uno de los dos árboles hay que colgarse”.
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Sin embargo, me cuenta Perón, “ahora han venido a verme algunos senadores norteamericanos, y hemos conversado mucho. La situación argentina preocupa terriblemente a Johnson. Él sabe que la Argentina es decisiva en América Latina, y Johnson no quiere más Vietnames. (…)”. Y estos senadores, pregunto, ¿son buenos amigos? “Cómo no”, me dice. “Yo tengo buenos amigos en todas partes del mundo. También soy amigo de los chinos. Y de Fidel Castro, tenemos muy buenas relaciones con Fidel Castro. Soy amigo de Stroessner y de los nacionalistas brasileños y de todos los revolucionarios auténticos de todas partes”.