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La Izquierda Diario
28 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

Contrapunto
¿Qué fue del free cinema?
Eduardo Nabal | @eduardonabal

A finales de los años cincuenta del siglo pasado se producen una serie de cambios progresivos en la sociedad inglesa motivados por cuestiones como las nuevas inquietudes juveniles, la pérdida de algunas colonias e ínfulas imperialistas, la emancipación femenina, la creciente lucha sindical, la representación de los dilemas de una nueva generación.

La soledad del corredor de fondo, de Tony Richardson (1962)

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En el terreno del teatro esto provoca un desplazamiento del salón a la cocina, del chiste elegante al alarido de protesta, nuevos sectores sociales aparecen representados y reclaman su espacio en la literatura, el teatro, el cine... La juventud y sus renovadas inquietudes, la voz de la clase obrera y algunos avances en el terreno de las costumbres resquebrajan el modelo de esa Inglaterra a la vez prepotente, estirada, altanera, inmovilista y provinciana. Los jóvenes ya no quieren las típicas comedias o dramas de salón, la elegancia se ve sustituida por un grito de realismo, veracidad y experimentación con nuevas formas estéticas alejadas de los viejos dogmas y paradigmas estéticos. Es la llegada de nueva generación no se sentía representada por las costumbres de la burguesía británica, ni por el té con pastas, ni por los uniformes militares ni no por los paradigmas de siempre.

A principios de los años 60 se produce la eclosión de los jóvenes airados con gente como John Osborne (“Mirando hacia atrás con ira”), Selagh Delaney (“Un sabor a miel”) o Allan Sillitoe (“La soledad del corredor de fondo”), con posterioridad, Arnold Wesker (“La cocina”). En el cine surgen nombres ya míticos como Tony Richardson, Karel Reisz, Lindsay Anderson (autor del famoso manifiesto “¡Salga y empuje!”), John Schlesinger, Bryan Forbes, entre otros muchos, que abordan temas como los dilemas de la nueva generación, el paro, la alienación laboral, el cambio de costumbres el terreno sexual, el choque generacional. Y lo hacen con una libertad creativa solo comparable a sus homólogos de la “nouvelle vague”, aunque con menor engolamiento y mayor crudeza y aplomo.

Cuestiones como los jóvenes de las barriadas obreras aparecen en largometrajes de gran fuerza expresiva como “Sábado noche, domingo mañana” y también comienzan a aparecer cuestiones como la enfermedad mental vista desde un punto de vista iconoclasta en “Morgan, un caso clínico” -la comedia negra de Karel Reisz- o “Family life” el drama social de Ken Loach, en contacto con las corrientes contrapsicológicas del momento.

La homosexualidad y la emancipación femenina aparecen en filmes como “Un sabor a miel” o “La habitación en forma de L” que mezclan austeridad y lirismo, realismo y poesía. “If...” de Lindsay Anderson arremetió con virulencia contra las reglas todavía vigentes en los colegios ingleses tradicionales, ridiculizó sus pretensiones, cuestionó la autoridad y, con su poesía anárquica y arrebatado furor narrativo, desató una encendida polémica en el festival de Cannes de 1968.

Con sus luces y sus sombras se abrió una brecha contra el impoluto establishment británico y grandes o pequeños grupos alzaron de forma pionera su voz que es también un grito contra los iconos monárquicos, la educación represiva, el militarismo y las viejas costumbres moralistas o los escenarios apolillados.

La alienación laboral se pone rostro, así como una juventud que puebla las calles de la ciudad con nuevos intereses y sin los viejos prejuicios. Entre los intérpretes encontramos nombres como Richard Harris, Vanessa Redgrave, Malcom McDowell, Glenda Jackson, Richard Harris o el emblemático Tom Couternay, protagonista de filmes como la incisiva “Billy el embustero” o la combativa “La soledad del corredor de fondo” (dirigida por Tony Richardson), ambientada en el interior de un terrible reformatorio.

De los últimos de estas filas contestatarias surgen nombres hoy en activo como Ken Loach o, en menor medida, Mike Leigh (mezclando la comedia y el drama) que han llegado a representar el cine de izquierdas de su país. Incluso Stephen Frears en sus comienzos y, a su particular manera, Derek Jarman, derribaron desde la contracultura y con el nacimiento del punk y la diversidad sexo-afectiva desafiaron a un modelo social todavía atado a viejos iconos.

Cineastas que embistieron, y algunos todavía arremeten, con belleza y contundencia contra la estrechez de miras de la que venía un país sumido en modelos políticos desgastados (como los mandatos de Margaret Thatcher), la explotación laboral y los modelos familiares tradicionalistas y heteropatriarcales.

Su herencia, aunque se ha trasformado, no ha desaparecido del todo y nuevos temas como el conflicto de Irlanda (“El viento que agita la cebada”), la inmigración (“Mi hermosa lavandería”), la reescritura de la historia (“La masacre de Peterloo”), la juventud LGTB y la lucha de clases (“Pride”), los derechos laborales (“Yo, Daniel Blake”) y la protesta contra las máximas culturales trasnochadas, han sido posibles gracias a la irrupción, en su momento, de los “jóvenes airados” a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta.

 
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