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La Izquierda Diario
15 de septiembre de 2020 Twitter Faceboock

Salud mental
La salud mental en tiempos de pandemia: responsabilidades y omisiones
Lucio Prieto
Juan Manuel Quintana | Estudiante de Psicología UNR

Mata Ciccolella

Nos proponemos en este artículo retomar algunas reflexiones, desarrollos y consideraciones sobre la salud mental en nuestro país. Desde el inicio de la pandemia, comenzó a ponerse sobre la mesa como un problema importante. En el último tiempo se dieron a conocer algunos números que revelan un crecimiento de padecimientos mentales, así como un crecimiento del consumo de psicofármacos.

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Este crecimiento del consumo de psicofármacos, naturalmente, está asociado al aumento de determinados padecimientos, en particular trastornos de ansiedad, trastornos de sueño, estrés, entre otros. Entre las causas de esta situación se encuentra en modo general la pandemia en sus diferentes manifestaciones. Pero como profundizaremos a lo largo de esta nota, si bien existen trastornos asociados al encierro o a la dificultad de sostener determinados lazos sociales, existen otros asociados directamente a las consecuencias sociales de la crisis.

Ante esta situación se han hecho presentes distintos análisis. Comenzando por el típico abordaje de los grandes medios de comunicación en su “showtime”, en los cuales se limitan a consejos del tipo “levantate temprano”, “hacé la cama”, “cambiate la ropa”, y así un ad-infinitum de recomendaciones sobre diferentes aspectos del trabajo doméstico. Esta postura carece de sentido, ya que busca invisibilizar la situación de aquellos que viven en pésimas condiciones sociales y sanitarias, así como aquellos que a pesar de la pandemia deben salir a trabajar exponiéndose para poder seguir cobrando. No profundizaremos en la crítica a este planteo, que se cae por su propio peso al no mirar más allá de la puerta de la casa de quien las escribe.

Y es justo donde hay que mirar para emprender cualquier tipo de análisis. A principios de mes se dio a conocer por parte de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) que Argentina está en el podio de los países donde más se ha incrementado la desigualdad durante la pandemia. En nuestro país cada vez son más los niños que entran en la pobreza. Las estimaciones indican que, a fin de año, el 63% se encontrará en esta situación. 4 de cada 10 sufren desnutrición infantil, y solo el 35% tiene garantizada la alimentación. Del conjunto de la población, 17 millones de argentinos y argentinas entran dentro de los márgenes de la pobreza (lo cual es más de un tercio del país). 41,6% de la población no tiene acceso a cloacas. 7 millones no tiene acceso a agua potable y 1 de cada tres familias tiene problemas con la vivienda, cuestión que saltó a la luz con las recientes tomas de tierras. A esto se le suma que en lo que va de la pandemia ya son 5,5 millones de personas que sufrieron despidos, suspensiones o ataques al salario.

Es desde estas cifras que hay que mirar cualquier problemática que haga a la salud mental de la población. Porque, como bien marca el psiquiatra especialista en catástrofes Hugo Cohen (4), “la pobreza es un factor de riesgo para la salud mental [...] Hay estudios científicos que muestran que hay mayor incidencia de determinados problemas de la salud mental en la población carenciada económicamente”. Esta situación no puede verse como una consecuencia natural del devenir de las cosas. Así como la pandemia es una consecuencia derivada de la relación del sistema capitalista con la naturaleza, sus consecuencias sociales, entre ellas el aumento de la desigualdad y de la pobreza, son una consecuencia de gobiernos que sostienen estas lógicas para no atacar los intereses de los grandes empresarios. Profundizaremos esto más abajo.

¿Qué dice la psicología “oficial”?

No podemos pensar en la Salud separada de la Salud Mental y esta pandemia lo dejó más que claro. Al inicio de la cuarentena, miles de trabajadorxs perdieron sus puestos de trabajo y fuentes de ingreso, lo que provoca un mayor estado de sufrimiento psíquico ya marcado por el contexto actual. Sólo recientemente fueron sumados profesionales de la Salud Mental al gabinete asesor de Fernández. Como correlato de esto se diola disputa por la cobertura de atención psicológica, a la cual algunas obras sociales se habían negado..

Hace un mes aproximadamente, el equipo de asesores sanitarios de Alberto Fernández incorporó a dos profesionales de la salud mental: el presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos Santiago Levin y la psicóloga Alicia Stolkiner.

En un artículo publicado recientemente, Stolkiner plantea que “El mercado mostró ser un pésimo proveedor de servicios ante la emergencia y los Estados ocuparon la escena.” (7) Destacamos esa frase porque en ella vemos una marca de origen de los posteriores planteos de Stolkiner. Al sostener que el mercado actuó mal, parte del presupuesto de que existe un interés común de la sociedad que todos deberíamos seguir y “el mercado” no lo hizo como debería, entonces debió hacerlo el Estado. La verdad es que viene quedando a la luz que los capitalistas tienen el único interés de acrecentar sus ganancias, incluso a costa de la salud de la población. Eso es lo que hicieron los empresarios de la salud en esta oportunidad única que se les presentó: desde su óptica e interés de clase, actuaron “bien”. Pero si vamos más al hueso, el Estado, lejos de venir a combatir este accionar y defender el “bien común”, intervino para garantizar estos negocios, como se vio en los casos de Sigman y el negocio de los test. Otro ejemplo es el retroceso en el tímido intento de unificar el sistema de salud ante la presión de grandes empresarios como Belocopitt, dueño de Swiss Medical Group.

Esto lleva a la autora a plantear que “la respuesta del Estado y las prácticas colectivas de cuidado pueden ser consideradas factores protectores de posibles efectos traumáticos". Sobre este punto, si bien plantea la necesaria articulación de la economía, las instituciones y los dispositivos, resaltando a su vez las notables diferencias de clase en el impacto de la pandemia, se limita a plantear como causa que “esta sociedad ya venía de situaciones fuertemente estresantes en lo económico y político“, y continúa: “es destacable que se promovieran y pensaran acciones de cuidado y atención en salud mental desde el principio de esta situación absolutamente extraordinaria. También se vio que algunos de los dispositivos creados por la Ley Nacional de Salud Mental resultaban útiles en la gestión de las políticas."

Stolkiner reproduce sin fisuras el discurso del gobierno, donde la pesada herencia macrista vendría a ser la causa de todos los males, y el gobierno nacional hace lo que puede para que todo esté mejor. Pero ¿es así? Desde que comenzó la pandemia, las medidas que se anunciaron en favor de los trabajadores o que tocaban intereses empresariales tienen algo en común: no se aplicaron o directamente se retrocedió de las mismas. Recordemos el inconsistente anuncio de González García de unificar el sistema de salud que ya mencionamos (y que nadie creyó ni por un instante, ni siquiera dentro del mismo gobierno), el anuncio del impuesto a las grandes fortunas (que se avanza lentamente en un proyecto que permite que amigos del gobierno como Grobocopatel, Sigman o Galperín estén exentos), la prohibición de los despidos que, si bien está vigente, su cumplimiento es mínimamente, muy discutible. Como contracara de esto se puso mucho énfasis en el acuerdo de la deuda externa, que implica millones de dólares para los acreedores.

Como sostiene Pablo Minini en una nota para este mismo diario: “La discusión no es un Estado presente que cuida o un Estado ausente, sino que por su carácter de clase, el Estado elige preservar negocios privados que llevan al deterioro del sistema público de salud, a la falta de recursos, a la falta de trabajadores de salud que implica la sobre exigencia de los que ya trabajan y el consiguiente burn out”.

Sobre el planteo alrededor de los dispositivos que se desprendían de la nueva ley de salud mental y resultaron útiles, ¿cuáles serían los mismos?. Y esta pregunta no la hacemos de forma inocente: más allá de los límites y las concesiones a las clínicas privadas, la nueva Ley de Salud Mental tenía algunos puntos muy progresivos como la búsqueda del cierre de los manicomios, la consideración de la salud mental como un proceso que engloba más que lo físico o lo mental e incluso el reconocimiento de otras profesiones en este campo (como enfermeros, trabajadores sociales, etc), así como la inclusión de los usuarios en el mapa general de la salud mental. Pero como venimos denunciando hace años desde La Izquierda Diario, esta ley no fue aplicada. No lo decimos solo en este medio. Hugo Cohen, quien fuera asesor de la ley al momento de su presentación, comenta que no fue aplicada en sus principales puntos. Incluso para este 2020 estaba planteado la necesidad del cierre total de las instituciones monovalentes y su reemplazo por un sistema integral, que muy lejos está de hacerse realidad.

Para completar la operación lógica, si el Estado actuando como “gran padre” que viene a cubrir el rol que el mercado, actuando “mal” no pudo cumplir, y aún así la situación es bastante catastrófica, solo queda responsabilizar a la “naturalización del riesgo”, que es lo que marca Alicia Stolikiner en su última entrevista. La responsabilidad termina siendo individual, cuestión que busca quitar responsabilidades al rol concreto que viene jugando el Gobierno Nacional en nuestro país alrededor de sostener las ganancias de los empresarios a costa de la salud de la población, no solo por las medidas que defienden sus ganancias, sino por el hecho de sostener la producción en la mayoría de las grandes industrias aún marcando como “esenciales” a toda empresa que lo solicite, más allá de las tareas que cumpla.

La estrategia de enfrentar al Covid-19 solo con la cuarentena, sin tocar intereses empresariales y al mismo tiempo flexibilizar sectores de la economía a pedido de estos grupos empresariales, mientras se abona el discurso de responsabilidad individual, condujo a la crisis en la que estamos. Atacando los intereses de las grandes fortunas podrían garantizarse testeos masivos con aislamientos selectivos, insumos para el personal médico, vivienda digna para el conjunto de la población y evitar el hacinamiento en el que millones viven hoy, como también salario de cuarentena para aquellos que no puedan sostener su fuente de ingreso.

Y con el sistema de salud… ¿Qué pasa?

Es importante entender que solo la pandemia no hizo que el sistema de salud colapsara, sino que dejó en evidencia un sistema que no puede garantizar la vida y la salud de millones, donde por muchos años el mercado fue el favorecido, en detrimento de la salud.

El sistema de salud argentino es mixto, constituido por un sector público y uno privado, dividido en prepagas y obras sociales. El sector público viene de décadas de desinversión que permitieron que, llegada la pandemia y al no tener un verdadero plan de inversión, fuese inevitable un colapso como el que estamos viviendo hoy. Se hace necesario pensar no sólo en una mayor inversión, sino en una unificación de los sistemas privado y público, puestos al servicio del pueblo. Esto, como mencionamos más arriba, fue tímidamente planteado y echado hacia atrás en pocos días por parte del ministro de salud del Gobierno nacional.

Esta desinversión y la pésima situación de los trabajadores de la primera línea, quienes tienen más de un trabajo, cobran poco, sin paritarias y siendo los más expuestos, es aún más grave si lo vemos al calor de la resolución rápida que se le dio de parte del gobierno nacional y de la provincia de Buenos Aires al chantaje policial en la última semana.

Otro punto que dejó claro esta pandemia es el grave estado en el que se vive en las instituciones totales de encierro como los hospitales psiquiátricos y las cárceles. Un crudo ejemplo de ello fue la muerte de un paciente del Borda, atacado por una jauría de perros. Pero también se ve en las pésimas condiciones sanitarias en las que viven quienes se encuentran confinados en esos espacios, como también quienes se vieron expuestos al contagio. No obstante, esta situación no es nueva, pues las instituciones totales vienen siendo cuestionadas desde hace tiempo por su lógica, como repetimos tantas veces: el encierro no cura. Aún habiendo en gran parte consenso sobre este punto, incluso estando incluido en la Nueva Ley de Salud Mental, poco han cambiado las condiciones que allí existen.

Es indispensable pensar más allá de las ganancias de unos pocos e invertir en salud para poder no sólo combatir la epidemia, sino revertir años y años de desfinanciamiento de este sector en pos del mercado. Hay que terminar con la concepción de padecimientos mentales como fuente de negocios, y pensar en abordajes que no se reduzcan al simple uso de fármacos, como muy bien desarrolla Juan Duarte en una entrevista sobre este tema; “Un abordaje no medicalizante implica poner el acento en las bases psicosociales del padecimiento mental y apuntar no solo tratamientos psicológicos con recursos adecuados, sino al sistema social que genera el padecimiento, con un enfoque de salud integral, dialéctico.”

Para lograr un abordaje integral se hace necesario exigir la implementación completa de la Ley Nacional de Salud Mental, medida que a su vez debe ser acompañada de otras como la inclusión de comités de salud en los lugares de trabajo y una organización comunitaria democrática, compuestas por trabajadores y usuarios, para relevar las necesidades en salud mental. Para que esto pueda ser aplicado se hace imprescindible pensar un impuesto a las grandes fortunas (como en el caso de Sigman y Roemmers, grandes laboratorios) para pagar salarios de emergencia a todos los trabajadores, y un plan de vivienda que ponga fin al hacinamiento. A su vez, garantizar insumos para los trabajadores de salud.
Este tipo de medidas son fundamentales para pensar el padecimiento psíquico en la clase trabajadora, donde la precarización es moneda corriente, con o sin cuarentena, y que la pandemia vino a acrecentar enormemente. Hay que entender que en estos casos la solución va más allá del tratamiento individual, sino que implican un cambio de conjunto en las condiciones de la clase trabajadora, donde no prime la ganancia de unos pocos por sobre la vida de los demás.

Sobre incertidumbres y certezas

En la última edición impresa de la revista Topía (que por cierto recomendamos) Oscar Sotolano retoma la discusión respecto a la incertidumbre, su profundidad y sus efectos. Alrededor de este punto realizamos dos acotaciones: Si bien lo incierto en épocas normales y “prósperas” se presenta como algo que es mejor no explotar ante el temor de perder lo ya conquistado, en épocas más catastróficas como las que nos lleva este sistema, la relación entre lo cotidiano y lo incierto puede invertirse, ante la insoportable existencia a la que el capitalismo condena a millones, aparecen dos certezas: que “lo que hay, ya no va más” y que para que algo cambie es necesario un sujeto activo, pero no en tanto sujeto aislado, sino como parte de un proyecto colectivo.

 
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