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4 de octubre de 2020 Twitter Faceboock

Semanario Ideas de Izquierda
La patria es de otros: el kirchnerismo en Guernica
Octavio Crivaro | @OctavioCrivaro

Foto original: Eli Báez (prensa Antena Negra)//Ilustración: Mata Ciccolella

Guernica, con su concentración infinita de tensiones, cruzó como un rayo en un firmamento que ya acumula nubarrones inquietantes, pero que varios y varias preferían ver como un cielo sereno con nubes pasajeras. Lo que se teje allí es un nudo firme de contradicciones económicas, carencias generalizadas, expectativas, ilusiones frustradas y tensiones políticas que se agravan al calor de una crisis que no tiene pausa. Es, para decirlo en criollo, el primer gran episodio de lucha de clases y de acción directa bajo el gobierno de peronismo pandémico, que elige proteger los derechos de una minoría de especuladores inmobiliarios antes que el derecho a un techo por parte de las mayorías. ¿Presagios de lo que viene?

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AM y DM (Antes y Después de Macri)

Luego de que en 12 largos años de gobierno el kirchnerismo no hubiera cambiado nada esencial de la estructura atrasada y dependiente del capitalismo argentino –incluyendo devaluaciones a favor del gran empresariado, frondosos pagos a los acreedores externos, etc.-, el macrismo actuó directamente como un ejército gerencial de ocupación. Encendieron sus cronómetros, y como una plaga de langostas con camisas color salmón, buscaron hacer negocios en tiempo récord, sin escatimar en daños.

La tierra arrasada que dejó Cambiemos, por un lado, bajó el piso de las aspiraciones en amplios sectores de las clases populares: los votantes aceptaban al que pudiera ganar, con el mandato de terminar con el suplicio cambiemita.

Pero, por el otro, había expectativas, ilusiones, en tiempos no muy proclives a cumplirlas. El slogan “elegiremos a los jubilados antes que a los bancos” fue efectivo para ganar. Pero hasta ahí llegó. Desde aquel diciembre de 2017, cuando el pueblo trabajador, haciendo dos enormes movilizaciones, con combates callejeros incluidos, enfrentó la reforma jubilatoria macrista, el peronismo talló en tablas sagradas que antes que nada había que evitar la lucha de clases. Así surgieron dos slogans, “hay 2019” y “es con todos”, con los que renunciaron a dar combate a la chorrera de ataques que lanzaron los empresarios y el gobierno macrista durante esos años, con despidos, rebajas de sueldos y ataques a los jubilados, y prepararon un frente electoral reciclando al mismo personal político que, desde las cómodas poltronas del Congreso, votó entusiasta las leyes del ajuste macrista.

La Patria es de otros

Sobre el “ethos” minimalista de “sacar a Macri” con muchos de sus cómplices políticos y sindicales, se armó el Frente de Todos, una coalición variopinta que iba desde gobernadores escapados en una máquina del tiempo desde el Medioevo, hasta referentes del feminismo; desde corrientes provenientes de la izquierda, como el PCR, Patria Grande o los restos del PC, hasta las burocracias sindicales más fétidas. Desde los intendentes que operan para que se expulsen a familias humildes en Guernica, hasta La Cámpora que, oh ironías de la vida, es la que comanda el operativo de desalojo. Desde el peronismo más tradicional, digamos, hasta el kirchnerismo y sus franquicias progres. El Frente de Todos fue un catch all, una jarra loca, una máquina ecológica de reciclaje de Perottis, Massas y otros animales fantásticos por el estilo, con el único objetivo de ganar.

El imponderable de la pandemia, sumado a la falta de voluntad de atacar intereses concentrados de algún tipo como estrategia para enfrentar la crisis, hicieron que de una épica que se proponía redimirnos del despojo macrista, se pasara a la cancha previsible de un peronismo que se las ingenió para beneficiar los intereses de los sectores más concentrados, los mismos que habían inflado globos amarillos.

Los bonistas se beneficiaron. Los sojeros lograron que bajaran las retenciones. Los bancos viven en un eterno jolgorio. El FMI afila la ganzúa preparando un nuevo saqueo, mientras los índices de la pobreza crecen de manera chocante, el desempleo trepa, los jubilados son ajustados y el presupuesto se escribe mirando a Washington.

De los cantos entusiastas del peronismo de la liberación, a los lamentos del peronismo de la resignación. Previsiblemente, ante este pandemonio, los “todos” fueron los ganadores eternos desde el ‘83 hasta hoy. Y no fue un accidente.

De “los jubilados primero”, a encubrir con harapos heroicos el pacto de sumisión firmado por Guzmán, que incluyó una yapa de 17 mil millones de dólares a modo de ofrenda. De “la patria es el otro”, “a la patria es de otros”, del FMI. Del pegadizo “si vos querés, Larreta también”, a “mi amigo Horacio”. De la expropiación de Vicentin, a la intervención, al fideicomiso, a la propuesta superadora de Perotti, a la nada. Incluso en temas no económicos pero igualmente sensibles operó la misma lógica: de apoyar el proyecto de la Campaña Nacional por el derecho al aborto legal, a anunciar uno propio, a posponer ese proyecto.

La oposición macrista y un sector de la oposición social lisérgica agitan oportunamente el espantajo de que es un gobierno que supuestamente toma medidas radicales, como forma de marcar la cancha para que no se tomen efectivamente. Una línea de cal que el gobierno, hasta hoy, respetó a ultranza, haciéndose más prolijo y previsible cada día que pasa. Un populismo deshilachado y anémico, respetuoso de los intereses de los grandes ganadores bajo el macrismo, por más tensiones que hubiera con ellos.

Como Ícaro en la mitología griega, para escapar del Minos macrista, el peronismo construyó las alas de cera del Frente de Todos. Y cada vez que enunció, tan solo, algún discurso progresista, el calor del poder económico y las corporaciones derritió esas alas y lo volvió al mundo profano de la adaptación a lo posible. Como lo definió Fernando Rosso, se trata de una ética de la responsabilidad permanente que puede llegar a tener algunos “permitidos” progresistas, pero siempre dentro de la estricta dieta del orden.

La supuesta disputa con los sectores conservadores del “movimiento”: ¡qué tiempos aquellos!

Cuando surgió La Cámpora como fracción juvenil del kirchnerismo más puro lo hizo apelando, en lo discursivo, a tradiciones históricas y a experiencias continentales contemporáneas que le dieron corpus a una mística nacionalista, antioligárquica, etc. En realidad, se basó en la más mundana gestión del aparato del Estado, cargos y rentas incluidas. Dentro de ese imaginario, apelaron a una interpretación desalmada de la liturgia propia de la izquierda peronista de los 70, despojada absolutamente de todo contenido real combativo o de enfrentamiento a los poderes reales. En criollo, hablaban de Cooke para encubrir que vivíamos de la soja, que se humanizó a bestias del peronismo mitológico y que se quería honrar al Club de París.

El conflicto agrario y con Clarín fueron las motivaciones originarias. La muerte de Néstor Kirchner, el disparo de largada de esa épica, de esa aspiración de ser, digámoslo así, un nuevo “peronismo de centroizquierda”.

Como parte de esa lógica, las juventudes kirchneristas, así como expresiones intelectuales como Carta Abierta, apelaron a una versión sui generis y edulcorada de la lógica de la Juventud Peronista en los ‘70 dentro del movimiento peronista, en el sentido de sostener que su rol era disputar la conducción del “movimiento”, en tensión con los sectores más conservadores.

Más allá de lo incorrecta e ingenua que resultó esa estrategia del peronismo setentista dentro de un movimiento cuyo líder era el que encabezó la represión a los sectores más radicalizados, la versión descafeinada del kirchnerismo era directamente irrisoria: se construía, parafraseando a Perón, con ladrillos “de estiércol” como Manzur, Insfrán, la burocracia sindical, y otros.

Ahora, directamente, se pasó de las utópicas e irreales, pero al menos interesantes referencias que hacían intelectuales como Horacio González a los programas con aromas nacionalistas de La Falda y Huerta Grande, al acuerdo con los bonistas y las “propuestas superadoras de Perotti” para claudicar ante Vicentin. De la reivindicación vaga de Tosco y la CGT de los Argentinos como modelo sindical, a la rasposa realidad de Andrés Rodríguez de UPCN aceptando 7 % en la paritaria y permitiendo una caída del salario real de 40 % en cuatro años. O a La Fraternidad pidiendo el desalojo de familias sin tierra en San Fernando. O Acuña de la CGT, esposo de la intendenta de Presidente Perón, que es parte fundante de los que buscan desalojar a las familias sin tierra en Guernica.

En cada uno de los aspectos la propia estrategia fue no solamente deshilachando la margarita de las ilusiones del peronismo, sino también desnudando al kirchnerismo como ala interna progresista. En la Provincia de Buenos Aires, y sobre todo en Guernica, esa margarita progresista se va quedando sin pétalos, sin tallo, sin nada.

Pedro Luro, Olivos, Guernica: declive progresista en tres pasos

La provincia de Buenos Aires, no tenemos pruebas pero menos dudas, es un territorio maldito. Si el triunfo de Axel allí fue una inteligente movida táctica de Cristina para armar su fortaleza dentro del triunfo, como dijimos, de un variopinto grupo de ilustres derechistas, estratégicamente puede ser su Waterloo, el lugar de su derrota estratégica.

Y el sorprendente año 2020 apunta hacia allí. En primer lugar, con la crisis abierta con la desaparición de Facundo Castro y su posterior aparición muerto. Bah, asesinado por la Policía Bonaerense, empoderada por el gobierno, como todas las fuerzas represivas. La lamentable, derechista y encubridora labor de Berni, que es un soldado de Cristina, lanzó esquirlas sobre el joven maravilla del kirchnerismo, Kicillof, que bancó al milico progresista con tesón sorprendente. Aún hoy lo hace, cuando el repudio al Ministro por su rol en el secuestro en Pedro Luro, hizo que propios sectores de la base electoral del progresismo kirchnerista vean con recelo la actuación del gobernador. Berni es un conciente legitimador de una fuerza asesina. Kicillof es un consciente legitimador de Berni.

Luego fue la crisis policial. Todo el progresismo, el periodismo o funcionarios del kirchnerismo criticaron la movida azul, y particularmente el apriete de los bonaerense al rodear la Quinta de Olivos, fierros en mano. La llamaron extorsión, motín, chantaje. Algunos entusiastas hablaron hasta de golpismo.

Sin embargo, acto seguido, Alberto, Kicillof y, sin dudas, Berni, le dieron más de lo que pedía esa fuerza de torturadores, secuestradores y coimeros. Guante blanco con los amotinados. Todo lo contrario de cómo actúan frente a docentes, estatales o jubilados. En simultáneo, se anunciaba el Plan Centinela II, el ingreso de 10 mil nuevos policías bonaerenses, la creación de más cárceles y hasta se legitimó el uso de pistolas Taser. Lo que otorgaron a los amotinados es directamente proporcional a cómo necesitan de esas fuerzas represivas para lo que viene. Y los garrotes, ya contentos, apuntaron hacia Guernica.

Todo un palo para vos: toma de tierras y aprietes en Presidente Perón

El derecho a la vivienda, de tan sencilla formulación, choca de frente con la crisis habitacional estructural, que desde el ’83 hasta hoy fue agravándose de la mano de gobiernos peronistas, radicales y macristas. El sueño de la casa propia pasó a ser una utopía y, en algunos casos, una pesadilla. Frente a ese horizonte negro, algunos miles de familias, muchas de ellas de trabajadores y trabajadoras informales, fueron a ocupar con su propia fuerza lo que el Estado niega. Lo que el gobierno niega. Lo que Alberto y Kicillof niegan. Para no usar eufemismos, Guernica es eso: lucha de clases.

Y Guernica fue también el lugar en el que la arrogancia de una nueva autopercibida Juventud Maravillosa, dio paso a una menos amable ex juventud maravillada, obnubilada por los espejos de los salones del poder, por el titilar del home banking, por el amargo sabor de la resignación. De hablar de “militancia” como quien mastica brea, pasaron al más mundano acto de acusar de violentas a vecinas, madres solteras, ancianos y niños que ocuparon un pedazo de tierra por verse impedidos de pagar un alquiler. No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

Andrés Larroque, otrora miembro ilustre del cerebro camporista, hoy aparece al frente de esa poco decorosa función de chantajear, zanahoria mediante, a familias sin techo. De utilizar el Estado para presionar y expulsar a personas sin casa. De apoyarse en fiscales y jueces duhaldistas para apretar a familias humildes, resguardando los negocios de especuladores macristas y apelando a un marcado macartismo contra la izquierda.

Ese rol de Larroque, hay que decirlo, se lo ganó con “militancia” previa. Ya había tenido la función de desalojar un acampe de sectores Qom en Capital Federal. “La patria es el otro” es una promoción no válida para pobres y pueblos originarios. Cuervo le dicen a Larroque. Y sí.

Del Hospital de Niños en el Sheraton Hotel al Sheraton Hotel en el Hospital de Niños

Del “Hospital de niños en el Sheraton Hotel” de la Juventud Peronista en los 70, a bancar la construcción de countries donde hoy viven familias debajo de una chapa, cuatro palos y un nylon. ¿Qué épica militante se puede hilvanar si se es el brazo ejecutor de los designios del lobby inmobiliario?

Guernica, con todo el concentrado metafórico de una toma frente a dos gobiernos peronistas, en un distrito llamado Presidente Perón, muestra algo más profundo e inquietante, que habla del futuro. En una realidad y una economía partidas, que dibuja profundos tajos sociales en los sectores populares, que amenaza con choques, cimbronazos, movimientos a derecha e izquierda. Guernica mostró que “militar el Estado”, ese Estado, cada vez más, será apretar, amenazar, hacer trabajo sucio.

En Guernica, no casualmente, no hubo grieta. Los funcionarios hablaban con el lenguaje de un gobierno conservador. Coincidían en el léxico con los portavoces macristas, como si fueran discursos escritos por el mismo vocero. Se amalgamaron con esa corporación judicial de la que tanto reniegan oralmente, pero a la que le dieron rienda suelta para que participe de la ofensiva frente a las tomas, defendiendo a supuestos dueños flojísimos de papeles.

Algunos periodistas del oficialismo, hablan el lenguaje de Morales Solá o de Eduardo Feinmann con una destreza llamativa. Todos rasgándose la vestidura en defensa de la propiedad privada. Pero, ya sabemos, como dijeron Marx y Engels: “en vuestra sociedad actual, la propiedad privada está abolida para nueve décimas partes de sus miembros”. En Guernica quizá es más de nueve décimas.

Si hay que leer a Guernica como uno de los primeros capítulos en los que sectores populares, impulsados por una crisis que agrava la situación social en tiempos alarmantes, dan un paso al frente, el peronismo, y en particular su ala progresista, mostraron su rostro primigenio: defienden, ante todo, los intereses de la clase dominante.

El 2020 y lo que viene

Guernica y la crisis agudizada en el 2020, habla del problema de gestionar un Estado con un discurso progresista, pero bajo la égida del gran empresariado y bajo la bota del FMI, con una crisis internacional, con una pandemia y con una economía destartalada. No se puede. En un momento en el que hay que tomar medidas extraordinarias para que la crisis no la paguen los trabajadores, el gobierno toma medidas para que la élite empresaria persista en sus negocios.

La lógica del “consenso”, de lo posible, hizo que los que resignan cosas sean los sectores populares. Y los que se agrandan son la derecha: Vicentin, los sojeros que no liquidan y a los que se bajan las retenciones, los empresarios, los policías, la Corte. Las vagas alusiones a terminar con la herencia macrista, mutaron en una agenda que mantiene la minería y el sojerismo como estrategia, sostiene la dependencia con el FMI y el imperialismo, cuadro adornado, como si fuera una cruel metáfora, con la propuesta de convertir al país en un criadero de cerdos. De un “populismo sojero”, a administrar un gris post macrismo que no cuestiona ni el extractivismo ni, por ende, el atraso nacional. Y que, encima, baja las retenciones. Las cifras de la desigualdad, brutales, con 41 % de pobres y casi 60 % en la juventud, no caen del cielo: parten de ahí.

La emergencia de las familias sin techo, las carencias acumuladas, la propia voracidad insaciable de la clase dominante, presagian momentos tumultuosos y de lucha de clases. Las marchas masivas en Mendoza contra la reforma educativa del gobierno, como las de las mujeres jujeñas, confirman que nos adentramos en una situación donde las masas dirán presente en las calles.

Los capítulos de estos días son, ni más ni menos, el presagio de lo que se viene. La izquierda puede y debe proponerse jugar un rol revolucionario en el propio sentido de la palabra. Como parte de unir en una estrategia de conjunto, a la clase trabajadora y los sectores populares, partiendo de un programa que dé respuestas a los agravios de los sectores más golpeados, a los sin techo, a los desocupados, a las mujeres, a la juventud precarizada.

La construcción de una salida frente a la crisis capitalista inédita en la que nos encontramos, se hará peleando en común con amplios sectores que, frente al descalabro macrista, pusieron sus ilusiones en el gobierno actual, pero que, con el correr de los días, se ven saboteadas desde el propio Estado, por el propio gobierno. ¿Será el momento en el que la experiencia con un gobierno peronista, y particularmente con su ala centroizquierdista, habilite el surgimiento de una izquierda clasista, revolucionaria de los trabajadores, con fuerza social creciente? El rol de la izquierda apoyando a las vecinas de Guernica, junto a referentes de DDHH, mientras el kirchnerismo, mayoritariamente y en el mejor de los casos, mantiene un prudente silencio cuando no directamente avala una salida represiva, dice mucho de lo que se viene. Ya veremos lo que pasa en los capítulos que siguen.

 
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