Imagen | Martín Cossarini
Una mirada muy extendida sobre la conquista y colonización de América es la que se enfoca en la homogeneización cultural española y portuguesa sobre los pueblos indígenas que la habitaron. Como consecuencia, la cultura europea se impuso con el idioma, el catolicismo, la lengua y el mercantilismo. Sin embargo, esta idea ubica a los pueblos o comunidades originarias como sociedades pasivas frente a la conquista y colonización. Esta mirada se asocia a la idea de que los pueblos indígenas “se extinguieron” o se “adaptaron” a los mandatos del capitalismo. Sin embargo, pese a que fue el mayor genocidio indígena de la historia de la humanidad, los pueblos indígenas se constituyeron en América Latina en movimientos reivindicatorios de su forma de vida y cosmovisiones, que en la actualidad despliegan diversas formas de resistencia y reclamos históricos como ocurrió en las movilizaciones del pueblo chileno, ecuatoriano y en Bolivia contra el golpe de estado de Áñez.
Otras teorías populistas o decoloniales como pueden leerse acá, intentan demostrar que el marxismo no es útil para pensar los procesos históricos americanos por considerarlo “eurocéntrico” “evolucionista” y “colonialista”. Sin embargo, es el pensamiento marxista el que permite explicar la multiplicidad de factores que constituyen la dominación colonial que se mantiene por más de cinco siglos. Para esto se pondrán en diálogo los aportes de Milcíades Peña y de Luis Vitale.
Contra el mito de la “colonización feudal”
Desde el punto de vista económico, Peña (1973) discutió lo que él llamó “el mito de la colonización feudal”, mito predominante en la historiografía de la décadas de 1950 y 1960, sostuvo que el contenido, los móviles y los objetivos de la colonización española fueron decisivamente “capitalistas” y que en nada se parecieron al feudalismo. Lo que Peña criticó de esta concepción es la idea de caracterizar a la estructura latinoamericana como feudal y no capitalista. Para él, las colonias americanas se integraban a un circuito comercial del capitalismo europeo: “La España feudal levantó en América una sociedad básicamente capitalista, un capitalismo colonial bien entendido, del mismo modo que, a la inversa, en la época del imperialismo el capital financiero edificó en sus colonias estructuras capitalistas recubiertas de reminiscencias feudales y esclavistas”.
Si bien el objetivo de la colonización y la conquista benefició al proceso de acumulación de capital y no fue “feudal” podemos decir que fue un proceso mucho más complejo en el que se incluyeron distintas etapas de desarrollo local. La mirada de Peña se enfoca en los procesos asociados a la producción en gran escala (minas, obrajes y plantaciones) para el mercado. Pero a su vez, este “capitalismo colonial”, que se produjo a gran escala, se valió de grandes masas de trabajadores, de un mercado local, pero su fin último fue la exportación.
Para Peña, las características del territorio, la producción y la disponibilidad de mano de obra indígena, favorecieron el temprano monopolio de bienes de producción donde un grupo reducido se enriqueció vendiendo al mercado mundial casi con exclusividad. Integrados a la elite criolla estos grupos se constituyeron como parte de un “capitalismo colonial” pero frenaron el desarrollo del mercado interno y fueron hostiles al desarrollo del “capitalismo industrial”, esto marca para Peña el atraso de los países americanos.
La teoría del desarrollo desigual y combinado
La teoría del desarrollo desigual y combinado desarrollada por Trotsky para pensar la revolución en los países semicoloniales, permite complejizar la posición de Peña. Vitale, explicó que en las colonias americanas hubo un proceso de desarrollo desigual y combinado en el cual coexistieron: la moderna tecnología minera, con explotaciones más simple en el agro, distintas formas de trabajo y en la base una estructura indígena comunitaria que se mantuvo desde el periodo precolombino. Para Vitale, a diferencia de Peña, la conquista y colonización constituyeron un largo proceso en el que se articularon relaciones de producción precapitalistas con las capitalistas y es por esto que prefiere hablar de un periodo de transición al modo de producción capitalista en América Latina que se expande en el siglo XIX.
Por ejemplo, para Javo Ferreira (2012) en las comunidades indígenas andinas, se desarrollaron una diversidad de formas de cooperación y de apropiación colectiva y territorial del suelo en los llamados “pisos ecológicos” previos a la conquista. Pero en América Latina, el periodo de transición al capitalismo fue abierto abruptamente con la conquista realizada por una potencia extracontinental que estranguló el modo de producción de la sociedad precolombina. El desarrollo de la economía colonial, empezó por la apropiación de las tierras, iniciando la disolución de estos pisos, e introdujeron una economía mercantil con la finalidad de apropiarse de los productos que las mismas comunidades producían e intercambiaban. Se establecieron distintos mecanismos de control económico aunque la base del trabajo siguió siendo comunal y de autoabastecimiento.
Durante la fase que llama “mercantilista”, además de las actividades comerciales y la exportación como señala Peña, la burguesía comercial (europea y luego criolla) comenzó a invertir en empresas mineras de oro y plata y en las agropecuarias controlando otras ramas de la producción más allá de lo estrictamente comercial. Implantó relaciones de producción precapitalistas basadas en la utilización de mano de obra indígenas, de negros y mestizos que fueron explotados por los empresarios y con la ganancia invertían para produccir nuevas mercancías. Diversas relaciones de producción: encomienda, esclavitud, aparcería, inquilinaje se articularon con otras capitalistas embrionarias como el asalariado minero y agrícola sin que ninguna sea preponderante.
Para Vitale (1992), el excedente económico colonial que se apropiaron los imperios en América provino de dos vertientes: de la renta o la tributación en especies, trabajo o dinero que aportaban los grupos indígenas y de la explotación de trabajo asalariado en las minas, de la esclavitud en las plantaciones y de servidumbre en las haciendas. Sobre esta estructura económica y con la finalidad de garantizar la dominación se contó con el respaldo de la iglesia católica, que además de evangelizar se enriqueció con bienes; de la estructura administrativa y las legislaciones para las “Indias”.
Más adelante, sobre estas bases económicas, durante fines del siglo XIX se afianzó en América Latina el modo de producción capitalista como constitutivo de los Estados nacionales, y en la Argentina fue de la mano de las políticas genocidas contra los pueblos originarios. Así se desarrolló el modelo agroexportador en la estructura mundial capitalista, basado en la renta agrícola ganadera constitutiva de la clase terrateniente argentina. Bajo el lema de “civilización y barbarie”, diversas áreas basadas en las economías comunitarias con mano de obra indígena se incorporaron de manera salvaje al circuito capitalista en los ingenios azucareros, obrajes y en las actividades agrícolas, entre otras.
Lo colonial es el capitalismo
La teoría marxista aporta a pensar los diferentes procesos de opresión de los países semicoloniales: el imperialismo mundial, su imbricación con las burguesías locales, las particularidades de las economías regionales y por supuesto también, las opresiones culturales, de género, “raciales” y religiosas. La clase capitalista supo subordinar los diversos modos de producción existentes en el continente y reformular las formas de trabajo y cooperación como la mita para ponerlos al servicio de la producción y acumulación de capital.
El movimiento indígena, con particularidades en cada uno de los países, ha logrado que los Estados capitalistas del Cono sur hayan tomado en parte sus demandas en las constituciones nacionales. El reconocimiento étnico de las comunidades indígenas, la educación bilingüe, el otorgamiento de personerías jurídicas, el acceso por medio de cupos de estudiantes afrodescendientes a las universidades brasileñas fueron algunas de las medidas compensatorias que se pueden leer en sus legislaciones, a la vez que se les coarta el derecho a la autodeterminación.
El proceso de acumulación capitalista surgido de la conquista y colonización de los pueblos indígenas fue extendido en tiempo, pero marca una línea de continuidad hasta la actualidad aunque, por supuesto, con matices. En el siglo XXI, en la Argentina se venden tierras a nativos y extranjeros con comunidades indígenas en su interior (Benetton o Ginóbili), las empresas capitalistas avanzan con los desmontes perjudicando los modos de subsistencia de las comunidades, Monsanto y Chevron cuentan con todo el aval estatal para contaminar ríos y tierras. Las comunidades originarias son estigmatizadas, enjuiciadas y reprimidas cuando reclaman por sus derechos, con argumentos racistas como “terroristas”, “usurpadores”, “violentos”... Hay tantos casos judicializados, detenciones y procesamientos como las hectáreas de Lewis o los millones diarios que se lleva la Barrick Gold y marcan una continuidad histórica en todo el continente. En el caso de la Argentina, el asesinato de integrantes de las comunidades indígenas es un común denominador en las dictaduras genocidas y en los gobiernos democráticos. De conjunto constituyen las bases materiales de su opresión capitalista en América Latina.
Notas:
Ferreira, J. (2012). Comunidad, indigenismo y marxismo. Un debate sobre la cuestión agraria y nacional- indígena en los Andes. Ciudad de El Alto: Ediciones Palabra Obrera.
Peña, M. (1973). Antes de mayo. Formas sociales del trasplante español al nuevo mundo. Buenos Aires: Fichas
Vitale, L. (1992). Introducción a una teoría de la Historia para América latina. Buenos Aires: Planeta. |