Este jueves 15 se estrena en CineAR Tengo miedo, torero, película del director chileno Rodrigo Sepúlveda, basada en la novela homónima de Pedro Lemebel. Su preestreno en Chile, vía streaming, alcanzó el récord de 200 mil espectadores y desató una polémica.
Tengo miedo, torero es la única novela de Pedro Lemebel. El libro se sumerge en los sombríos años de la dictadura pinochetista y, a través de su protagonista, la loca del frente, revela la situación precaria, estigmatizada y marginal de trans y travestis, que, por cierto, continuó durante los subsiguientes gobiernos democráticos.
Similar en su temática a El beso de la mujer araña de Manuel Puig, la novela va hilando una historia de amor y desamor entre la loca del frente y Carlos, un joven estudiante que milita en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, conocido por haber realizado un atentado armado y fallido contra Pinochet en 1986. Precisamente en ese año transcurre la historia.
Con la dirección de Rodrigo Sepúlveda y las actuaciones estelares de Alfredo Castro como la loca del frente y Leonardo Ortizgris como Carlos, la película se estrenó en septiembre en Chile, vía streaming y alcanzó el récord de 200 mil espectadores. Esto habla de la actualidad de la obra de Lemebel en un país atravesado por la movilización radicalizada de jóvenes, trabajadores, mujeres y disidencias. Es que el escritor denunció toda su vida la continuidad del régimen heredado de la dictadura, tanto bajo gobiernos de la derecha como de la Concertación.
También fue muy crítico con el Partido Comunista chileno, que siempre despreció las demandas vitales de las locas, haciendo honor a su tradición estalinista. Recordemos que la revolución rusa de 1917 había legalizado el aborto y la homosexualidad (antes que cualquier otro país capitalista) pero el ascenso de Stalin significó la vuelta de la clandestinidad y las persecuciones. A nivel internacional los PC’s y organizaciones similares asumieron políticas reaccionarias para con los movimientos feministas y de la diversidad sexual, impidiendo con ello la unidad entre el movimiento obrero y el conjunto de los sectores oprimidos, clave para el triunfo de la revolución, como había mostrado la experiencia de 1917. La novela de Lemebel apunta al centro de este problema y lo resume en una frase que la loca del frente le dice a Carlos: “Si algún día hacen una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila”
Como era de esperarse, surgieron muchas críticas de fans del escritor y de parte de sectores de la comunidad LGTBIQ que apuntan a la poca fidelidad de la película con respecto al libro. Muchas escenas de la relación entre la loca y Carlos, así como también las personalidades y características de los personajes, varían con respecto a la obra escrita, lo cual -desde mi punto de vista- es esperable, ya que cine y literatura trabajan con lenguajes diferentes.
Por ejemplo, un elemento muy criticado es la omisión de las escenas entre Pinochet y su esposa, Lucía Hiriart. Sin embargo, si se revisa esta parte del libro, se verá que, excepto por el hablar de ella, la mayor parte de las imágenes son sueños o delirios o especies de monólogos internos del dictador, recurso que se usa poco en cine. De haber querido incorporar esta parte, el género de la película tendría que haber sido otro, menos realista, tal vez. El hecho de que la mitad de la novela no esté expresada en la película puede verse como una falta o, por el contrario, una hermosa invitación a leer o releer. Las películas y los libros no se reemplazan entre sí.
Por otra parte, el film tiene el mérito de mostrar la resistencia activa, movilizada, a la dictadura de Pinochet. A veces pasa que el cine sobre la dictadura se detiene más en los horrores que sufren las víctimas que en la resistencia valerosa de explotades y oprimides. Este no es el caso.
Más atendible sea quizá el señalamiento de Jaime Lepé, amigo del escritor, que recuerda cómo Lemebel se negaba a entregar los derechos del libro si se incluían actores o directores vinculados a la derecha chilena, como es el caso de Luis Gnecco, que interpreta Myrna, y a quien Lepé critica su “zigzagueante coqueteo entre centroizquierda y derecha piraña”. Además cuestiona que los actores que encarnan a las locas no son locas sino “hombres disfrazados”. Parafraseando la frase de la novela, dice: “Si algún día haces una película que incluya a las locas, avísanos. Ahí vamos a estar las viudas odiosas de Lemebel, en primera fila”.
Mas allá de que se coincida o no con estas críticas (que en gran parte tienen que ver con trasfondo de la producción cinematográfica, que no se ve directamente en pantalla) la película es realmente imperdible. Para quienes conocen la obra de Lemebel, contrastar novela y película es un ejercicio crítico y emocional a la vez. Para quienes no leyeron aún Tengo miedo, torero, la película podrá convertirse en una puerta de entrada para una literatura rebosante de imágenes y fraseos originales, inusuales, musicales, que hacen estallar los sentidos y siguen incomodando todavía hoy.
Como botón de muestra del universo Lemebel, van dos citas, una de la novela en cuestión y otra de un artículo donde el escritor da cuenta de su escritura.
“Retazos de una errancia prostibular por callejones sin nombre, por calles sucias arrastrando su entumida vereda tropical. Su son maraco al vaivén de la noche, al vergazo oportuno de algún ebrio pareja de su baile, sustento de su destino por algunas horas, por algunas monedas, por compartir ese frío huacho a toda cacha caliente. A todo refregón vagabundo que se desquita de la vida lijando con el sexo la mala suerte. Y después un calzoncillo tieso, un calcetín olvidado, una botella vacía sin mensaje, sin rumbo, ni isla, ni tesoro, ni mapa donde enrielar su corazón golondrino. Su encrespado corazón de niño colibrí, huérfano de chico al morir la madre. Su nervioso corazón de ardilla asustada al grito paterno, al correazo en sus nalgas marcadas por el cinturón reformador. Él decía que me hiciera hombre, que por eso me pegaba. Que no quería pasar vergüenzas, ni pelearse con sus amigos del sindicato gritándole que yo le había salido fallado. A él tan macho, tan canchero con las mujeres, tan encachao con las putas, tan borracho esa vez manoseando. Tan ardiente su cuerpo de elefante encima mio punteando, ahogándome en la penumbra de esa pieza, en el desespero de aletear como pollo empalado, como pichón sin plumas, sin cuerpo ni valor para resistir el impacto de su nervio duro enraizándome. Y luego, el mismo sinsabor del no me acuerdo, el mismo calcetín olvidado, la misma sábana goteada de pétalos rojos, el mismo ardor, la misma botella vacía con su S.O.S naufragando en el agua rosada del lavatorio.” (Tengo miedo, torero)
“Podría escribir clarito, podría escribir sin tantos recovecos, sin tanto remolino inútil. Podría escribir casi telegráfico para la globa y para la homologación simétrica de las lenguas arrodilladas al inglés. (…) Podría guardarme los adjetivos bajo lengua proscrita. Podría escribir sin lengua, como un conductor de CNN, sin acento y sin sal. Pero tengo la lengua salada y las vocales me cantan en vez de educar. (…) Podría escribir con las piernas juntas, con las nalgas apretadas (…) Podría mejorar el idioma metiéndome en el orto mis metáforas corroídas, mis deseos malolientes y mi desbaratada cabeza de Mariluz o marisombra (…) Podría guardarme la ira y la rabia emplumada de mis imágenes, la violencia devuelta a la violencia y dormir tranquilo con mi novelería cursi. Pero no me llamo así, me inventé un nombre con arrastre de tango maricueca, bolero rockerazo o vedette travestonga. Podría ser el cronista del high life y arrepentirme de mis temas gruesos y escabrosos. Dejar a la chusma en la chusma y hacer arqueología en el idioma hispanoparlante. Pero no vine a eso. (…) No sé a lo que vine a este concierto, pero llegué. (…) Pude haber escrito como la gente y tener una lengua preciosa, clarita, clarita como el agua que corre por los ríos del sur. Pero la urbe me hizo mal, la calle me maltrató, y el sexo con hache me escupió el esfínter. (…) Y creí, como una tonta, como una perra lacia me dejé embaucar por alegorías barrocas y palabreríos que sonaban tan relindos. Pudiste ser otro, me dijeron los maestros con sus babas mojándoles los pelos de profetas. A pesar de todo aprendí, pero la tristeza caía sobre mi como un manto culto. No fui cantor, les repito, pero la música fue el único tecnicolor de mi biografía descompuesta.” (A modo de sinopsis)