La familia y la maternidad son terreno fértil de discursos hipócritas. Se las coloca en un pedestal, fuera del alcance de críticas o transformaciones, pero en la vida real son arrastradas a la precariedad, como otras relaciones humanas. La familia sigue siendo territorio de disputas: los vínculos de afecto y solidaridad se mezclan con su rol regulador de la sexualidad y la procreación, jerarquías y dependencias económicas. Desde el surgimiento del neoliberalismo, sectores de la derecha han utilizado la “defensa de la familia” como motor de agrupamientos conservadores con fines político-electorales. En los hechos, no son más que la oposición a la eliminación de discriminaciones derivadas de prejuicios o la conquista de derechos democráticos básicos. Pero las alarmas conservadoras no se encienden ante lo que amenaza a la mayoría de las familias: la pauperización o la extensión y precarización de la jornada de trabajo, entre otros problemas.
En Argentina, la “amenaza a la familia” fue un argumento utilizado, en primer lugar por las Iglesias católica y evangélicas, cuando se promulgaron leyes como el matrimonio civil, el divorcio vincular o el derecho al matrimonio entre personas del mismo género. Contra ese pronóstico apocalíptico, la familia nuclear arquetípica (pareja heterosexual monógama, hijos e hijas) sigue siendo dominante.
El sociólogo Göran Therborn analiza en Between sex and power (Entre el sexo y el poder) las tendencias familiares a nivel internacional. En sus conclusiones, también subraya la pérdida de peso del matrimonio y, “una nueva polarización de clase en la manera en que se forman las parejas y la familia”, bajo el neoliberalismo.
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