En febrero de 1867, Marx escribió una carta a Engels en la que recomendaba a su amigo leer unos cuentos de Balzac. Dos obras maestras “llenas de la más encantadora ironía”, decía. Unas líneas más arriba, comentaba las estratagemas diarias utilizadas para escapar de los acreedores, mientras se encontraba, por fin, a punto de terminar el primer volumen de El Capital.
Uno de los relatos de Honoré Balzac que despertó el entusiasmo de Marx era “La obra maestra desconocida”. La historia está ubicada en el siglo XVII y arranca con el encuentro de tres pintores en el taller de uno de ellos. El más viejo se llama Frenhofer y durante más de 10 años ha trabajado sin descanso en el retrato de una mujer, un cuadro que considera su pieza más preciada, pero inconclusa, al punto que no permite que nadie la vea. El artista más joven, obsesionado, llega a ofrecer a su propia amante como modelo para el pintor, a cambio de poder ver el cuadro. Pero cuando finalmente lo consiguen, los discípulos de Frenhofer se quedan pasmados. La tela cae y descubre el lienzo: ante sus ojos aparece un cúmulo de manchas de colores, un nido de líneas enmarañadas de las que, en una esquina, escapa un pie. Frenhofer está tan sorprendido como ellos: es inexplicable que no consigan ver lo que él ve. Asegura que ha logrado atrapar el movimiento real con los trazos del pincel sobre la tela: la mujer está allí y respira.
El profesor de la Universidad de Gotemburgo, Sven-Eric Liedman, retoma esta anécdota en Karl Marx. Una biografía publicada recientemente en castellano por Akal. Un libro de más de 600 páginas que invita a un buceo a fondo en la vida y obra del pensador alemán.
El cuento de Balzac es una maravilla y ha cosechado una larga lista de interpretaciones, desde la crítica del arte al psicoanálisis. En 1931, Picasso le dedicó una serie de aguafuertes. Algunos consideran el texto como un anticipo del arte moderno, dado que el artista se propone dar cuenta del movimiento, rompiendo con la representación lineal y bidimensional.
En el caso de Marx, más allá de la encantadora ironía de la historia, algo más llama su atención. Según su yerno, Paul Lafargue, él mismo solía compararse con Frenhofer. Varios biógrafos han señalado esa atracción de Marx por el relato, sugiriendo que encontraba ahí una imagen acerca de su propio combate para dar forma a una obra que captara la dinámica del funcionamiento del capital, no mediante fórmulas rígidas ni con pinceladas superficiales, no con imágenes falsas, sino en su movimiento real, tal como pretendía el artista. Las palabras del pintor en el cuento de Balzac invitan a esa lectura –¡y recomiendo leerlo completo!
“La Forma es un Proteo mucho menos aprehensible y más rico en repliegues que el Proteo de la fábula. Sólo tras largos combates se la puede obligar a mostrarse bajo su verdadero aspecto; ustedes, ustedes se contentan con la primera apariencia que les ofrece, o todo lo más con la segunda, o con la tercera; ¡no es así como actúan los luchadores victoriosos! Los pintores invictos que no se dejan engañar por todos estos subterfugios, sino que perseveran hasta constreñir a la naturaleza a mostrarse totalmente desnuda y en su verdadero significado.
¡Oh, naturaleza! ¡Naturaleza! ¿Quién ha logrado jamás sorprenderte en tus huidas? Sepan que el exceso de conocimiento, al igual que la ignorancia, acaba en una negación. ¡Yo dudo de mi obra!” [1]
Sven-Eric Liedman incluye estas referencias en un capítulo más amplio titulado “La obra maestra inacabada”, en un juego de palabras con “La obra maestra desconocida”. Allí trata sobre el arduo proceso involucrado en la investigación, elaboración y escritura de El Capital, cuyo primer volumen se publicó en vida de Marx, mientras que el II y el III fueron editados y publicados póstumamente por Engels.
“En las primeras y formidables páginas del Manifiesto [Marx] había logrado describir cómo el capitalismo destruyó y renovó todo. Pero allí era solo una cuestión de descripción. Con El Capital pretendía exponer de manera científicamente convincente cómo llegó a instaurarse ese proceso de destrucción y renovación, y que tenía que ser impulsado constantemente hasta el día –¿cuándo?– en el que el producto más importante del capitalismo, los trabajadores, se hartaran de su falta de libertad y se liberaran del yugo.” [2]
La anécdota sobre Marx y el cuento de Balzac resulta fascinante, además, porque concentra en pocas líneas múltiples alusiones a otros temas que son abordados con más detalle en el libro de Liedman: la ruptura filosófica de Marx con el idealismo hegeliano, la idea de una totalidad abierta o la relación discordante entre teoría e historia.
La biografía se publicó en sueco en 2015, fue traducida al inglés por Verso en 2018 con el título A World to Win: The Life and Thought of Karl Marx y aparece ahora en castellano. Quizás su mayor mérito consiste en ofrecer una visión de gran calado sobre la vida y obra de Marx, tanto para lectores nóveles como para quienes buscan descubrir nuevas aristas. El autor recorre los trabajos de juventud, repone el contexto a sus obras más políticas, los artículos periodísticos, las duras polémicas dentro del movimiento socialista y las diferentes aproximaciones a la crítica de la economía política, que culminan con El Capital. Después de leer la biografía de Liedman, uno está tentado de lanzarse sobre las obras de Marx y Engels para releerlas de punta a punta.
El autor rebate varios prejuicios acerca de Marx. Mediante referencias a sus principales obras va mostrando que no era amigo del evolucionismo vulgar, ni de una teleología de la historia, ni mucho menos de un reduccionismo economicista. Es muy interesante el recorrido por el período de las revoluciones de 1848, la intervención político-práctica de Marx y Engels y las conclusiones políticas acerca del rol reaccionario de la burguesía y la pequeñoburguesía liberal.
Liedman señala el cambio que se produce a partir de la década de 1850 en los modos de pensar de la intelectualidad europea, después de la derrota de los procesos revolucionarios. De un pensamiento abierto a la ruptura dramática y al cambio social, se pasa una ideología más conservadora, afín a la continuidad y el gradualismo. En ese clima, luchando a contracorriente, Marx y Engels continuaron su batalla para sentar las bases teóricas del socialismo científico y aportando para la formación de la Internacional.
Las páginas finales de la biografía están dedicas a la apropiación de Marx en el siglo XX. Aquí se trata, desde mi punto de vista, de forma equivocada la relación entre Marx y Lenin, subestimando los aportes teóricos y estratégicos de este último. En cambio, el autor apunta mucho mejor contra la construcción de la ortodoxia oficial en manos de la burocracia estalinista. Liedman recupera un Marx antidogmático, alejado de las caricaturas posteriores del marxismo maniqueo y de los horrores de la experiencia estalinista.
Sin dudas, lo que más atrapa de esta biografía es que, a diferencia de otras que se han publicado en los últimos años, Liedman presenta a un Marx profundamente anclado en el presente. Un pensador que tiene mucho más para decirnos sobre el capitalismo globalizado del siglo XXI que sobre aquel que comenzaba a desplegarse a mediados del siglo XIX.
En este sentido, la idea de su obra inacabada no refiere solo al hecho de que nunca terminó de dar forma completa a El Capital, después de haber cambiado varias veces el plan de exposición. Su obra sigue inacabada porque, en la medida en que el capitalismo sobrevive, multiplicando crisis y catástrofes pandémicas, como un sistema que condena la humanidad a la barbarie, la vigencia del marxismo es tan concreta como inacabados siguen estando sus objetivos de emancipación. |