Tras días de espera que pusieron al mundo en vilo y dejaron al desnudo el fraudulento sistema electoral en Estados Unidos, Joe Biden se convirtió en el nuevo presidente de la principal potencia mundial. Para una elección vista como un referéndum de Trump, es un resultado muy reñido. Esta elección expresa la polarización política y muestra que el trumpismo, y las condiciones que permitieron su ascenso, siguen allí.
Joe Biden ganó las elecciones presidenciales de 2020. Un viaje agitado, con el laborioso e intensivo conteo de votos por correo atrasando los resultados durante días. Pero por fin, la campaña presidencial de 2020 parece estar llegando a su fin. El hecho de que se necesitaron más de tres días para confirmar que alguien que tenía una ventaja de 3 millones de votos ganó la presidencia es una prueba más de que el Colegio Electoral es un sistema fundamentalmente antidemocrático y arcaico.
Donald Trump habló en vivo la noche de las elecciones y el jueves por la noche para reclamar la victoria y denunciar el fraude electoral mientras aún contaban votos. Su vicepresidente Mike Pence, que habló justo después de Trump el martes, fue mucho más comedido, retrocediendo sutilmente de la posición de Trump, declarando: “creemos que tenemos un camino hacia la victoria”.
Ese camino, sin embargo, nunca se materializó. Y así, Joe “nada cambiará fundamentalmente” Biden será Presidente.
Sin embargo, lejos de tratarse de un rechazo total hacia Trump, esta elección mostró la fuerza del trumpismo, con una participación histórica. En la disputa entre el establishment neoliberal y la retórica populista de derecha, los márgenes fueron muy estrechos.
Ciertamente este resultado expresa una polarización. Por un lado, hay una derecha cada vez más radicalizada que quiere un hombre fuerte para instituir la ley y el orden y ve al movimiento Black Lives Matter como una manifestación antiestadounidense. Por otro lado, gran parte de la población está aterrorizada de Donald Trump y sus políticas. Esta polarización también se expresa en la histórica participación en un país donde las elecciones no son obligatorias y normalmente vota una fracción del padrón. Sorprendentemente, la base de Trump aumentó desde la de 2016. El supremacista blanco que separa a los niños de sus familias en la frontera con México y en cuyo Gobierno murieron más de 230.000 estadounidenses como resultado del covid-19 obtuvo más de 69 millones de votos.
Esta elección también expresa que el neoliberalismo disfrazado de defensor de la comunidad negra y cubierto con una bandera arco iris ofrecido por Joe Biden y el establishment político no garantizó una ola azul, el color representativo del Partido Demócrata. En lugar de ofrecer soluciones a las luchas de la clase obrera, Biden prometió a Wall Street que todo seguiría igual e intentó hacer de esta elección un referéndum sobre Trump. En lugar de abrazar el dinamismo del movimiento progresista emergente en EE. UU., los demócratas rechazaron los intentos de “empujar al partido a la izquierda” incluso en las formas mínimas planteadas por Bernie Sanders. Biden afirmó una vez más que lo único que tienen para ofrecer es neoliberalismo –mostrando el verdadero carácter de este partido irreformable.
Esta elección fue patética, ofreciendo a dos capitalistas racistas e imperialistas que hacen campañas cada vez más derechistas en torno a quiénes son los mejores defensores del fracking o los más capaces de imponer la ley y el orden. Ambos tienen acusaciones creíbles de abuso sexual y ambos tienen un historial de atacar a la clase obrera y a los oprimidos. Con los resultados de las elecciones del Senado, parece que los demócratas y los republicanos gobernarán juntos durante los próximos dos años, salvo que haya un aumento sorpresa demócrata en la segunda vuelta de las elecciones para el Senado en el estado sureño de Georgia.
El escenario está listo para un Gobierno dividido para el 2021, una Cámara de Representantes y una presidencia demócrata, con un probable Senado republicano. Sabemos que podemos esperar ataques bipartidistas a la clase trabajadora disfrazados de “acuerdos”. En este contexto, la necesidad de una alternativa obrera y socialista se hace más urgente y relevante para luchar contra estas políticas y proporcionar una alternativa a los dos partidos del capital.
Biden contra Trump
Esta elección marca la mayor tasa de participación en el último siglo. Votó cerca del 66 % de la población habilitada para hacerlo. Pero el crecimiento fue tanto para Biden como para Trump, ambos ampliaron su base electoral. No hubo ola azul. El saber popular que dice que “si la gente vota, los demócratas ganan” fue cuestionada, ya que el margen del voto popular de Biden es unos pocos puntos porcentuales mayor que el de Trump y lejos de la ventaja de 10 puntos que los encuestadores habían prometido. Biden se desempeñó particularmente bien en las zonas urbanas, como se esperaba, pero también ganó muchos suburbios que habían sido bastiones de los republicanos.
Aunque Estados Unidos se encuentra en medio de una tercera ola de la pandemia, el coronavirus ocupó un lugar relativamente bajo entre los temas que preocupaban a los votantes, y la economía y la justicia racial ocuparon un lugar mucho más alto. Esto parece indicar que el masivo movimiento Black Lives Matter podría haber desempeñado un papel decisivo en la victoria de demócrata. También expresa la cooptación de este movimiento de izquierda por Biden: un racista reaccionario que apoyó la segregación y llevó a cabo una campaña por la ley y el orden.
En cuanto a la economía, Trump fue favorecido, habiendo prometido devolver al país a los niveles económicos pre-pandémicos. La campaña de Biden, por otra parte, eligió esencialmente huir de cualquier discusión sobre la economía. Casi enteramente enfocada en lo terrible que ha sido el presidente Trump, ofreció pocas alternativas económicas positivas a un país que lucha por volver a ponerse en pie. Después de todo, los donantes de Biden en Wall Street no querrían que Biden se comprometiera con ninguna política progresista.
Como era de esperar, Biden y los demócratas dominaron el voto afroamericano y el voto juvenil – especialmente en las grandes ciudades que son los bastiones que le dieron la victoria. La fuerza de Trump sigue estando entre los votantes blancos de las comunidades rurales, aunque Trump ganó un porcentaje menor de gente blanca en este ciclo electoral. Uno de los mayores cambios fue la disminución del apoyo a Donald Trump entre los hombres blancos: en 2016, ganó este grupo por 31 puntos sobre Hillary Clinton, pero esta vez, la diferencia con Biden fue solo de 18 puntos. Entre los blancos sin educación universitaria, Trump también perdió 11 puntos de apoyo.
Por márgenes más pequeños, el apoyo a Trump aumentó entre la mayoría de los otros grupos demográficos: ganó apoyo entre las mujeres de todas las razas, los latinos y la comunidad negra. De hecho, los datos preliminares muestran que Trump ganó más apoyo entre las comunidades de color que cualquier republicano en los últimos 60 años. A continuación se muestra el cambio en los votos de 2016 a 2020 según las encuestas de boca de urna de la CNN, que puede estar sujeto a cambios.
Tal vez no deberíamos sorprendernos demasiado por las ganancias de Trump entre los hombres negros y latinos. Son los mismos que el proyecto de reforma penal de 1994 que escribió Biden encarceló a tasas exorbitantes. Entre los votantes latinos, un sector diverso de varios países con historiales diferentes, la tendencia a alejarse de los demócratas no solo ocurrió en lugares como el condado de Miami-Dade en Florida, donde Biden tuvo un desempeño inferior al del voto de Clinton en 2016 por 10 puntos, contribuyendo a su pérdida en Florida. También ocurrió en lugares como el condado de Zapata, Texas, donde Clinton venció a Trump por 33 puntos porcentuales en 2016, pero Biden ganó por solo cinco.
Si bien hay mucho más que explorar sobre por qué ocurrió esto, está claro que Donald Trump hizo una campaña profunda para llegar a los votantes negros y latinos y Biden no. Se mostró en las encuestas. Y está claro que cuando ambos candidatos hacen campaña por la ley y el orden y tienen antecedentes de racismo, encarcelamientos y deportaciones masivas, es difícil mantener la lealtad de quienes son víctimas de estas políticas. Ciertamente esto fue un error en la estrategia de la campaña; Biden podría haberle hablado más a las comunidades negra y latina. Pero también destaca que los demócratas, y Biden específicamente, no pueden probar definitivamente que son los que abordan el racismo estructural, porque también son los que ayudan a mantenerlo.
¿Qué sigue?
Aunque Trump reclamó la victoria sin un fundamento real, el Partido Republicano y los principales medios de comunicación se despegaron de él. Chris Christie, Rick Santorum, e incluso el podcaster de ultraderecha Ben Shapiro se pronunciaron en contra del discurso de victoria de Trump, y varios políticos no siguen la línea de “ganó Trump”.
Mirando hacia adelante, se vendrán una serie de disputas legales por parte del Partido Republicano. Trump ya fue a los tribunales en Georgia, Nevada, Michigan y Pensilvania, y la campaña de Trump exigió un recuento en Wisconsin. Pero parece poco probable que esto cambie el resultado.
La capacidad de Trump de llegar a la presidencia mediante los tribunales fue limitada y contrarrestada por los grandes intereses de las instituciones estadounidenses y la clase dirigente para mantener la estabilidad frente al caos electoral. Como los mercados dejaron claro, la inestabilidad electoral es mala para los negocios. Una mayor deslegitimación del proceso electoral y de la Corte Suprema también lo sería, y ninguno de los capitalistas quiere eso, ni siquiera el establishment republicano.
La costosa campaña del Partido Demócrata en el Congreso
En las carreras para el Congreso, los demócratas sufrieron una serie de decepciones. Esperaban ganar el Senado, lo que requería arrebatarle cuatro escaños a los republicanos. No parece que eso vaya a suceder, aunque Georgia podría cambiar eso. En la Cámara de Representantes, parece que los demócratas podrían perder algunas bancas. Según Politico, un legislador resumió el sentimiento en el Partido Demócrata con una frase: “es un incendio en un basurero”.
Los demócratas gastaron un cuarto de millón de dólares en las carreras al Senado en Kentucky, Carolina del Sur, Texas y Alabama, y sus candidatos probablemente serán derrotados por 10 puntos o más. La campaña más costosa en la historia de EE. UU. es la que se llevó adelante por ver quién se quedaba con la banca en Carolina del Sur, donde el senador republicano Lindsey Graham, terminó aplastando a su oponente. En un discurso en la noche de las elecciones, dijo: “a todos los encuestadores de ahí fuera, no tienen ni idea de lo que están haciendo. Y para todos los progresistas de California y Nueva York, están desperdiciando mucho dinero”. Graham no se equivoca. En Maine, la “vulnerable” senadora Susan Collins, una supuesta republicana moderada que vota con Trump en todos los temas importantes, derrotó fácilmente a su contrincante, que recaudó 63,6 millones de dólares en total, mientras que Collins solo recaudó 25,2 millones.
En las elecciones para la Cámara de Representantes, los demócratas no lograron ganar distritos clave e incluso perdieron escaños “seguros” como el del sur de la Florida. Pero los demócratas mantendrán la mayoría en la Cámara, donde también lograron entrar algunos progresistas. Los miembros del squad (el escuadrón, compuesto por Ayana Presley, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Alexandria Ocasio-Cortes) ganaron fácilmente su reelección, y Cori Bush, una mujer negra que surgió como líder después de las protestas de Black Lives Matter en Ferguson, también ganó un escaño en St. Louis. Además, por primera vez, dos hombres negros abiertamente homosexuales ocuparán puestos en el Congreso.
La fuerza del trumpismo también se vio en otros sectores. Es probable que Jodi Ernst en Iowa y Kelly Loeffler en Georgia, senadoras que ataron sus campañas de reelección a Trump, lleguen al Congreso. Varios republicanos del molde de Trump ganaron las elecciones a la Cámara de Representantes, entre los que destacan Marjorie Taylor Greene en Georgia, una destacada partidaria de la teoría conspirativa QAnon, y Madison Cawthorn, una ultraderechista de 25 años que seduce a la derecha alternativa en Instagram, en Carolina del Norte. Estos candidatos son el futuro de la extrema derecha en el Partido Republicano.
Esta serie de derrotas de los demócratas puede llevar a muchos a creer que el país es realmente de extrema derecha. Pero, en la izquierda, el Democrátic Socialist of America (DSA) tuvo una gran noche, con el 85 por ciento de candidatos que respaldaron ganando. Los candidatos avalados por el DSA también ganaron las elecciones locales, como en el estado de Nueva York. Por un lado, esto resalta que los candidatos que se presentan con políticas progresistas como Medicare for All y el Green New Deal son muy populares. También destaca que estos dinámicos y jóvenes candidatos tienen una tasa de victoria mucho más alta que el resto del Partido Demócrata. Sin embargo, esta ala progresista encontrará sus enemigos en una presidencia de Biden y un partido que ha hecho todo lo posible para marginar a la izquierda en su base.
Los demócratas no ofrecen nada más que neoliberalismo
Algunos responden a los resultados de estas elecciones culpando al electorado. Denuncian a los votantes como derechistas, reaccionarios y racistas. Es cierto que millones y millones votaron por un candidato que es exactamente eso. De hecho, el número de personas que eligieron hacer cola para votar por Donald Trump aumentó en 2020, a pesar de la pandemia, la violencia de los supremacistas blancos y todos los demás aspectos reaccionarios del trumpismo. Sin embargo, las razones por las que Trump amplió su base no pueden ser desestimadas simplemente culpando a los votantes.
En 2016, Trump fue capaz de aprovechar a un sector de las masas y convertirlas en números inesperados para rechazar el establishment político y tratar de “drenar el pantano” de la burocracia política y estatal del aparato del gobierno. Apeló a un sector específico de trabajadores enojados por las condiciones económicas, ofreciéndoles excusas xenófobas y racistas por sus condiciones materiales. Sin embargo, en 2020, Trump cambió un poco su tono, aunque siguió apoyándose en la economía. Señaló el hecho de que el desempleo estaba en su punto más bajo antes de la pandemia y prometió hacer que Estados Unidos volviera a ese punto. También afirmó que Biden obligaría a la economía a cerrar de nuevo, dejando a los trabajadores y a las pequeñas empresas en una situación difícil.
Sin embargo, Trump mantuvo el carácter derechista de su discurso con la “campaña de la ley y el orden”, y diciendo que sus enemigos son los “socialistas” y los miembros (blancos) del movimiento antifa. Afirmó que son una amenaza para las pequeñas empresas y las comunidades (blancas) de todo el país. Sin embargo, a pesar de su flagrante racismo, Trump dijo haber sido el mejor presidente para las comunidad negra y apelaba activamente a las comunidades de color. De hecho, una de sus principales líneas de ataque (que repitió en ambos debates) fue recordar el proyecto de reforma penal de Biden y que el Gobierno de Obama estableció récords de deportaciones.
Sin embargo, los trabajadores de cuello azul en el Rusl Belt y el apoyo suburbano en los estados indecisos le dieron a Biden la presidencia, aunque no se trata de una victoria resonante. Para una elección vista como un referéndum de Trump, es un resultado muy reñido. Esta elección expresa la polarización política y bastante apoyo al trumpismo.
Al mismo tiempo, los Demócratas no dieron a la clase trabajadora muchas razones para votar por Biden. Algunos votantes podrían haber sido convencidos si Biden y los demócratas hubieran propuesto una alternativa real a las propias políticas de Trump. Sin embargo, Biden se postuló como el candidato del neoliberalismo, apelando específicamente al gran capital pero nunca presentando un mensaje económico coherente a los votantes y sin ofrecer soluciones reales a los problemas que enfrenta los trabajadores. En cambio, prometió que nada cambiaría. En medio de una pandemia mortal, quería mantener la atención médica como estaba. En medio de una crisis económica, no dijo claramente cómo ayudaría a la clase trabajadora. En medio de una crisis climática cada vez más profunda, apoyó con mucha devoción al sector petrolero y al fracking en particular. Esencialmente, estaba en contra de Donald Trump en la forma, pero no en el contenido de clase. Ambos son candidatos que gobiernan para la clase capitalista. Biden intentó venderse como el candidato de la estabilidad capitalista y el retorno del proyecto neoliberal. Tal vez no debería sorprendernos que esto no inspirara a los votantes que fueron devastados por el neoliberalismo.
Los demócratas tenían la posibilidad de hacer una campaña más progresista y dinámica, hablando de los verdaderos problemas de la clase trabajadora. Aunque todavía ligada al mantenimiento del capitalismo y el imperialismo, la campaña de Sanders intentó empujar a los demócratas a la izquierda. Obama, Pelosi, y el establishment del Partido Demócrata no solo se confabularon para aplastar a Sanders en las primarias, sino que Biden se propuso aplastar al sanderismo en el ciclo electoral. Rechazó las reformas progresistas como el llamado Medicare for All (salud pública y gratuita), la condonación de los préstamos estudiantiles y el Green New Deal, todos populares entre los sectores del electorado, con la esperanza de atraer a los republicanos moderados.
Además eligió hacer una dura campaña en defensa del Obamacare, la reforma de salud que instauró Obama, que en realidad no es muy popular. Como señala Jacobin, una encuesta de Fox News encontró que solo el 14 por ciento de la gente quiere dejar la ley como está, mientras que el 40 por ciento quiere mejorarla. La encuesta mostró que el 71 por ciento de las personas apoyan una opción pública, y The Hill informa que el 69 por ciento de las personas apoyan el Medicare for All.
Sin embargo, algunos demócratas concluyen que el partido se fue demasiado a la izquierda (aunque no estamos seguros de cómo podrían creer eso). Esta es una conclusión errónea. Las cuestiones importantes, desde Medicare for All hasta un salario mínimo de 15 dólares, demuestran una y otra vez ser más populares que Biden. Sin embargo, son precisamente estos temas los que los demócratas y los republicanos rechazan en conjunto. Son precisamente estos temas los que demuestran la unidad capitalista de estos partidos. Todos los intentos de empujar al Partido Demócrata incluso un poco a la izquierda fracasaron. No es por la estrategia de marketing del Partido Demócrata. Es su carácter de clase.
El trumpismo no fue derrotado
Lo que queda claro es que el trumpismo no fue derrotado, a pesar de una pandemia que dejó más de 230.000 víctimas hasta ahora. No fue derrotado, a pesar de una crisis económica que es la más grande en la memoria reciente o a pesar de los escándalos casi constantes y los índices de aprobación constantemente bajos. Es espantoso que a pesar de la protesta pública contra los niños inmigrantes enjaulados, o la represión federal contra el Black Lives Matter, Trump haya quedado tan cerca de ganar. Y a pesar de tener mucha más financiación que Trump y los republicanos –con donaciones masivas de Wall Street, Silicon Valley y otros sectores del gran capital para los demócratas– los márgenes en los estados indecisos siguen siendo muy estrechos. De hecho, Donald Trump movilizó nuevos votantes y está cerca de romper los récords en el número de votos recibidos. El trumpismo sigue vivito y coleando y continuará siendo una fuerza importante en la política estadounidense en los años venideros.
El tema es que no se puede derrotar al populismo de derecha con el establishment neoliberal –especialmente si es el mismo que creó el populismo de derecha en primer lugar. En otras palabras, fue la crisis económica de 2008 la que creó la base social primaria del trumpismo. Creó al votante rural blanco desmoralizado que odiaba el establishment y apoyaba al hombre fuerte racista de Donald Trump. Y resulta que el regreso a este establishment no fue abrumadoramente atractivo para la base de Trump o para algunos otros fuera de su núcleo duro. De hecho, una presidencia de Biden podría ser un terreno fértil para el crecimiento del trumpismo fuera de la Casa Blanca.
Sin embargo, Trump no regresará a la Casa Blanca en enero, lo que seguramente significará una crisis para los republicanos que nunca han estado totalmente convencidos del trumpismo. Mitch McConnell, el presidente del Senado, dijo el miércoles que los republicanos tienen que mejorar entre los votantes con educación universitaria y las votantes mujeres y “recuperar los suburbios”. Los cambios demográficos les hacen cada vez más difícil para ganar estados en los que solían dominar típicamente, como Georgia, Texas, Arizona y Carolina del Norte. Para combatir esto necesitan incorporar nuevos sectores al Partido Republicano o fomentar una estrategia de fuerte supresión de votantes, como apoya Donald Trump. El futuro del Partido Republicano está en duda, pero es poco probable que este resultado electoral signifique una des-trumpificación inmediata, a pesar de que algunos desearían poder hacerlo. Después de todo, Trump tiene casi la mitad del electorado y consiguió más votos que cualquier republicano en la historia.
Además, el sector neofascista de la base de Trump –que es una pequeña pero intensa parte de su coalición electoral– continuará jugando un papel en la política, así como en las calles. Durante el año pasado, estos vigilantes de ultraderecha han atropellado y disparado a los manifestantes de Black Lives Matter y han intentado forzar la reapertura de la economía con protestas fuertemente armadas en edificios gubernamentales. Con el poder de una elección reñida y con Trump actuando como su vocero dentro o fuera de la Casa Blanca, no van a volver a casa, y puede que ni siquiera acepten los resultados de la elección. Seguirán haciendo pequeñas manifestaciones, postulándose a cargos públicos y acosando movilizaciones progresistas.
El papel de los socialistas
Se suponía que estas elecciones serían un referéndum sobre Trump. El triunfo de Biden no se debe a que la gente esté de acuerdo con su agenda; sino a que Donald Trump y esta base de ultraderecha los aterrorizan. Esto significa que Biden entra al gobierno débil, ya que sus muchos votantes fueron a las urnas para votar contra Trump, no por Biden. Y lo más importante, con dos crisis crecientes, una probable mayoría republicana en el Senado y una base trumpista movilizándose desde fuera de la Casa Blanca, el estancamiento es casi seguro.
En este escenario, sin duda Biden se desplazará aún más a la derecha, como ya lo ha hecho. Como lo hizo en la campaña, descartará a los progresistas para ofrecer concesiones a la derecha con la esperanza de ganarse a los republicanos moderados, que en última instancia están más cerca de la agenda de Biden y de los demócratas del establishment. Este patrón se intensificará porque, si los republicanos mantienen el control del Senado, entonces conseguir algo a través del Congreso requerirá o bien una alianza con Mitch McConnell o la división de los votos de su bancada. Esto puede ser un terreno fértil para el crecimiento de una derecha aún más radicalizada y sin duda será la base de muchos ataques contra la clase obrera.
En todo caso, estas elecciones demuestran que no se puede derrotar a la derecha en las urnas. El trumpismo está vivo, activo y es peligroso. No se puede derrotar sus políticas con el neoliberalismo de Biden, que es probable instituya numerosos ataques contra la clase obrera y los oprimidos. Podemos, sin embargo, derrotar a la derecha en las calles y en nuestros lugares de trabajo. Somos más que ellos.
Con la victoria de Biden, tendremos que luchar contra los demócratas y los republicanos, contra los vigilantes de la extrema derecha en las calles, y contra los ataques del establishment a la clase obrera y a los oprimidos. Es necesario descartar cualquier ilusión de que los demócratas pueden ser una fuerza para el bien o el progreso de los trabajadores o pueden protegerlos contra la derecha en ascenso. En cambio, necesitamos enfrentar los ataques a la clase obrera con una fuerza política independiente que contrarreste a los dos partidos del capital y proporcione una alternativa real y un camino al socialismo. En lugar de seguir trabajando dentro de los partidos burgueses, nuestra tarea inmediata como socialistas es construir organizaciones propias y mostrar a la clase obrera que los partidos de Wall Street no pueden llevar a cabo nuestra liberación.
Estados Unidos acaba de elegir a su próximo opresor, Joe Biden. Es nuestro deber exigir que los sindicatos y los movimientos sociales se levanten y luchen contra este imperialista racista con la misma o más fuerza con la que lucharon contra Trump.