Nadie se lo quiso perder. El acto convocado por la CGT fue para homenajear a los militares caídos por la “lucha antisubversiva” y reunió a cientos de dirigentes sindicales peronistas que desfilaron sonrientes esa mañana de noviembre junto a funcionarios claves del gobierno nacional, empresarios y a las principales autoridades castrenses. Irónicamente la fuerza que a lo largo de la historia argentina había sido la encargada de reprimir la protesta social y a las organizaciones obreras; ahora eran homenajeada por sus direcciones. Todo un mensaje político en tiempos turbulentos.
Del bando sindical estaban el Secretario General de la CGT y de la UOCRA Segundo Palma, Lorenzo Miguel por las 62 Organizaciones Peronistas, por el SMATA José Rodriguez y también Casildo “me borré” Herreras quien fuera jefe de la central sindical al momento del golpe y se escapó un día antes a Montevideo.
En representación del gobierno había varios ministros. El de Trabajo Ricardo Otero, el ministro de Defensa Adolfo Savino -miembro de la logia masónica Propaganda Due (P2) y de la Triple A- y el de Educación Oscar Ivanissevich encargado de “depurar las universidades marxistas”. Los empresarios también llevaron una nutrida delegación encabezada por Julio Broner, el dueño de la gigante autopartista Wobron.
De los militares participaron hombres de las tres armas, todos los altos mandos y generales, entre ellos, ya se encontraba presente el que dirigiría la dictadura más sangrienta de nuestra historia: Jorge Rafael Videla. “Lindo” prontuario el de los presentes.
Los oradores fueron Segundo Palma y el Teniente General Leandro Anaya. El primero dijo que estaban allí reunidos para “rendirles las fuerzas del trabajo un cálido, sincero y justo homenaje al Ejército Argentino en la lucha contra la subversión apátrida en defensa de las instituciones de la Nación” y que “pueblo y Ejército estaban unidos para lograr lo que nos enseñara nuestro líder, el teniente general Perón, cuando dijo: nosotros hemos alcanzado la reconstrucción nacional”. Le siguió Anaya cerrando “No se deje engañar el pueblo argentino, ya que es él el verdadero destinatario de la agresión de una elite apátrida, que con una visión mesiánica del mundo propone un cambio violento y alocado, vacío de contenido humano”.
Para cerrar cantaron el himno, descubrieron la placa homenaje y rezaron. La bendición la dió el capellán del Ejército José Menestrina, un cruzado anticomunista y confesor de Videla.
No era la primera vez ni sería la última vez que dirigentes sindicales y militares tejían alianzas políticas. Sin ir más lejos la CGT de Augusto Vandor había sido un importante colaborador de la dictadura de Ongania, mientras quienes eran “sus representados”, los trabajadores, resistieron persecuciones en las fábricas y ataques a todos los derechos conquistados en años anteriores. Pero tanto la magnitud, el momento político en que se realizó y por los intereses que estaban en juego para cada uno de los sectores que participaron, este homenaje se convirtió en un hecho político de gran importancia que mostró el rumbo del tercer gobierno peronista.
1974, el trasfondo de un acto polémico
Fue uno de los años más intensos y revulsivos en la historia argentina. El gobierno electo un año antes, primero con Héctor Cámpora y luego con el mismísimo Perón, había intentado contener por vía constitucional el enorme proceso insurgente protagonizado por trabajadores y estudiantes que se inició en las provincias del interior con el Cordobazo de 1969 y se extendió con los años a Buenos Aires, tomando alcance nacional.
Estos aires más “progresistas” con los que suele identificarse al gobierno camporista duró poco y nada. El Pacto Social firmado por empresarios, dirigentes sindicales y gobierno -que entre otras cosas congeló precios y salarios por dos años- en el marco de una fuerte crisis económica internacional, no estaba pudiendo reducir los enfrentamientos entre capital y trabajo ni apagar la lucha armada sino que por el contrario aumentaban. En otras palabras, en 1974 la lucha de clases se aceleró.
Fue un año de huelgas salvajes con tomas de establecimientos con gerentes y empresarios como rehenes y rebeliones antiburocráticas en grandes concentraciones industriales como la del primer Villazo. De la nada surgían comisiones internas y cuerpos de delegados formada por militantes de izquierda y del peronismo de base que disputaron poder y representatividad a los dirigentes tradiciones apelando a la democracia sindical y la autoorganización de las bases.
Perón desde que había regresado al país el año anterior se apoyó en el sindicalismo tradicional y en la derecha dentro del movimiento. Pero con su muerte se aceleraron las tensiones sociales y políticas, crecieron las luchas intestinas en un gobierno ya muy débil y se fortaleció el conjunto del aparato represivo.
Cuando la CGT organizó el acto a los militares sabía que iba a rendirle tributo a la fuerza que históricamente había reprimido la conflictividad social y al movimiento obrero en particular. La de la Semana Trágica, la de la Patagonia Rebelde y la del Cordobazo. La misma fuerza golpista que había derrocado presidentes y al propio Perón en 1955. Que también entregó al país en bandeja a los capitales extranjeros y fusiló militantes en Trelew. ¿Por qué lo hizo entonces?
Fue toda una declaración de intenciones. Los militares y sindicalistas compartían al mismo enemigo: trabajadores y jóvenes insurgentes, no sólo de la guerrilla como pretendían hacer creer sino los que se organizaban en los lugares de trabajo y peleaban por cambios sociales de raíz. Entonces si bien usaron el acto para mostrarse fortalecidos, también lo hicieron para que quede claro de qué lado de la verdadera grieta se encontraban.
En la placa descubierta aquel día podía leerse: “Homenaje de las fuerzas del trabajo al Ejército Argentino por sus caídos en la lucha contra la subversión apátrida”
La idea de una “subversión apátrida” era la justificación ideológica aceptada por ambos para caracterizar al enemigo como algo “externo” a la normalidad argentina, a la que se sumaban otras acusaciones como “infiltrado marxista” o “zurdos que llenaban la cabeza”. Un argumento falso y reaccionario que pretendía hacer creer que la conciencia de los trabajadores es un tupper vacío donde se metían ideas raras y ya; negando no sólo la tradición de lucha y autoorganización que tiene la historia de la clase trabajadora argentina desde fines de siglo XIX sino también el combativo proceso de la Resistencia.
El discurso también iba acompañado de acciones y tanto militares como sindicalistas participaron de bandas paraestatales como la Triple A y la Concentración Nacional Universitaria (CNU), entre otras, dedicadas a asesinar trabajadores y estudiantes opositores.
Los militares acumulan poder
Las Fuerzas Armadas habían quedado realmente desprestigiadas luego de 7 años de dictadura y 18 años de proscripción peronista. Por ejemplo en las vísperas de las elecciones de marzo de 1973 los militares no podían salir a la calle porque como cuenta Rosendo Fraga en Ejército, del escarnio al poder la gente los insultaba, escupía o les cantaban “se van, se van y nunca volverán”.
Pero con el paso del tiempo movió sus fichas y empezó a recuperar poder. Perón ya había dado señales de “reconciliación” desde que asumió en 1973 la presidencia vestido de uniforme y llamaba a la unidad nacional.
A partir de ese año el Ejército argentino empezó a coordinar secretamente acciones internacionales con sus pares de Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia en el circuito represivo conocido como Plan Cóndor.
Según Fraga los medios empezaron a darle más importancia al tema militar mostrándolos en ceremonias de fechas patrias o en actos de homenaje a los “caídos en la lucha antisubversiva” aprovechando la cobertura mediática que se le daba a las acciones guerrilleras. Lo que se dice “instalar tema” o mejor dicho instalar una posible alternativa si el gobierno peronista no cumplía con las necesidades de la clase dominante, como finalmente ocurrió.
Un dato central es que el Estado de Sitio en Argentina no comenzó en marzo de 1976 sino dieciséis meses antes, durante el gobierno de Isabel. El decreto lo firmó la presidenta el 6 de noviembre de 1974, una semana antes del homenaje programado por la central obrera.
Al año siguiente el Operativo Independencia en Tucumán lo volvió a fortalecer y ya para el año 1976, las Fuerzas Armadas habían recobrado las fuerzas necesarias para imponer una dictadura dado que el gobierno constitucional no pudo imponer la disciplina fabril que tanto querían la burguesía y el gran capital para descargar la crisis económica sobre la espalda de los trabajadores. Esto pasó también, hay que decirlo, porque el movimiento obrero llegó debilitado al golpe sin poder enfrentarlo y en esto tienen gran responsabilidad sus direcciones. Para quienes quieran profundizar dejo esta interesante nota de Facundo Aguirre y Ruth Werner, pero mientras el PRT y el ERP (su brazo armado) hacían acciones contra militares y sus militantes iban a pelear al monte, Montonero hasta el final continuó con expectativas hacia el gobierno, no quiso enfrentarlo y hasta pensó que el Ejército podía jugar un rol “popular”. La historia mostró todo lo contrario.
Párrafo aparte merece la dirección de aquella CGT que a pesar del paso de las décadas sigue siendo la misma de hoy en un sentido literal y en otro figurativo. Literal porque algunos dirigentes están desde esa época (sí, más de 40 años) y figurativo porque defienden los mismos intereses y las mismas ideas que de aquellos años que básicamente puede sintetizarse en el modelo peronista de colaboración de clases. Una utopía que a pesar de numerosos intentos demostró que es impracticable. Ya sería entonces hora de superarla definitivamente ¿no? |