No es para nada extraño que “la vuelta de Marx”, es decir, el renovado interés en sus ideas especialmente a partir de la crisis capitalista de 2008, esté acompañado también, entonces, por una –más moderada– vuelta de Engels, con nuevos estudios y análisis de sus elaboraciones y de su participación en el movimiento revolucionario –también ayudados por el trabajo filológico y de reconstrucción de los contextos en los que Marx y Engels elaboraron y debatieron que se viene realizando sobre los manuscritos de ambos para preparar una edición completa, y definitiva, de los trabajos de los fundadores de marxismo–.
Por qué esos fundamentos se identificaron con el nombre de Marx es algo que el mismo Engels defendió: “Al lado de Marx, siempre toqué el segundo violín”, le escribía a I. Becker allá por 1884, reconociendo siempre el aporte fundamental de su viejo amigo –la historia de esa amistad ha sido analizada en abundancia desde diversas perspectivas, aunque en general apelando a las características personales de los dos amigos; lo cierto es que una amistad tan generosa como fructífera demuestra, también, lo poderoso que puede ser el lazo de compartir un objetivo revolucionario común–.
La biografía de Terrel Carver, The life and thought of Friedrich Engels, revisada y actualizada para este aniversario, señala un aspecto no tan positivo de estas recientes “vueltas”: en muchos casos, aún con sus puntos positivos, lo que se rescata en libros como los de Tristram Hunt o películas como El joven Marx son los “aspectos humanos” de Marx y Engels, es decir, el relato de sus biografías en términos de sus relaciones personales, entre sí y con sus familias y allegados, a tono más con una moda de rescate de personalidades “vistosas” que en muchos casos trivializa sus ideas y posiciones políticas. Engels cobraría allí un nuevo espacio no por una mayor o mejor apreciación de sus trabajos sino porque su biografía, al lado del comparativamente “duro y serio Marx”, tendría más posibilidades de convertirse en un personaje colorido.
Lo cierto es que la tarea teórica de Engels supo ampliar, para el marxismo, el campo de batalla, incursionando en terrenos en los que Marx no llegó a meterse –o en los que se nutrió, más bien, de las elaboraciones de su amigo–. Buscando propagandizar, sistematizar y medir la fortaleza del marxismo con distintos enemigos y adversarios, la obra de Engels nos permite acercarnos, además de los ejes que compartió con Marx, a problemas tan amplios como la definición del Estado, la cuestión militar, el urbanismo, el feminismo o la ecología, muchos de los cuales, además, han cobrado mayor actualidad y fuerza en los últimos años.
Algunos ejemplos de las últimas décadas, no todos escritos desde un posicionamiento marxista, muestran el amplio abanico de temas en que las elaboraciones de Engels cobran protagonismo, señalando puntos fuertes y críticas desde distintas posiciones. Siguiendo el camino del antropólogo Stephen Jay Gould, que había defendido la perspectiva engelsiana de la evolución humana centrada en el trabajo, Richard Lewontin y Richard Levins encabezaron su libro El biólogo dialéctico con una dedicatoria a Engels, quien “se equivocó muchas veces, pero que acertó en lo importante”. En relación a esa área de trabajos de Engels, también son muchos los que lo han destacado como pieza fundamental para pensar la relación entre el capitalismo y la ecología: es el caso de Paul Blackledge en su libro del año pasado, Friedrich Engels and Modern Social and Political Theory, y de John Bellamy Foster en numerosos trabajos. En un artículo reciente, este lo resume así: “Dos siglos después de su nacimiento, la profundidad de la comprensión de Engels de la naturaleza sistemática de la destrucción capitalista del ambiente natural y social, junto con su desarrollo de una perspectiva naturalista dialéctica, lo convierten hoy, junto con el trabajo de Marx, en el punto de inicio para una crítica ecosocialista revolucionaria”. A su vez, ha sido considerado por geógrafos como David Harvey, un precursor de los abordajes críticos sobre el urbanismo: en una entrevista reciente recordaba que su interés por la teoría marxista en el estudio urbanístico empezó cuando revisó el folleto de Engels de 1873 sobre el problema de la vivienda.
El trabajo de Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, como señala Martha Giménez en su último libro Marx, Women, and Capitalist Social Reproduction, “fue el que estableció las bases teóricas para el feminismo marxista”. Las múltiples lecturas que de dicho trabajo se hicieron, en muchos casos críticas, no dejan de reconocer que el intento engelsiano de ubicar la opresión de las mujeres en el nivel de las relaciones de producción de las sociedades de clase, alejaba al marxismo de los tratamientos meramente “morales” que otros socialistas habían hecho del problema, a la vez que sistematizaba elementos que en otros trabajos, con y de Marx, habían aparecido más lateralmente. A su vez, las potentes denuncias que allí se hacían sobre el dominio masculino, de las cuales Engels no excluía a la familia trabajadora, fueron, como indica Wendy Goldman en su estudio sobre el problema de la mujer en la Revolución rusa, un antídoto con el que combatir los prejuicios antifeministas del que los movimientos socialistas no estaban exentos y una inspiración para revolucionarias como Clara Zetkin.
Ya en el terreno de la estrategia y del problema militar, son numerosos los análisis que reconocen la importancia de Engels, en este terreno incluso por encima del propio Marx. Es el caso por ejemplo del trabajo de Michael Boden en First Red Clausewitz [El primer Clausewitz Rojo], que lo considera uno de los principales contribuyentes al campo de la historia y la teoría militar de los siglos XIX y XX, o de Sigmund Neumann y Mark von Hagen, que en el libro Makers of Modern Strategy rescatan también la capacidad que tuvo de entrever desarrollos futuros en el terreno de la estrategia y la técnica militar (un área de estudio que consideran poco transitada en los estudios marxistas, sorprendentemente para una teoría cuyo objetivo es la acción revolucionaria). Wolfgang Streeck, en un artículo reciente, amplía la importancia de estas elaboraciones para la teoría del Estado: “Su contribución en este campo creo que deriva en buena medida de la especial afinidad existente entre la naturaleza peculiar de la guerra moderna en el contexto del desarrollo capitalista y la predisposición de Engels a observar de modo no dogmático la realidad, lo que le permitió establecer los cimientos de un complemento teórico sobre el Estado, que resultaba realmente necesario para la crítica de la economía política desarrollada por Marx y él mismo”.
Para citar un ejemplo local, el libro de Martín Mazora, Marx discípulo de Engels, intenta reevaluar el peso que los escritos juveniles de Engels tuvieron en el núcleo duro del pensamiento económico de Marx y sus formulaciones en El capital.
Más allá de los acuerdos o diferencias que puedan tenerse con estas elaboraciones, la larga lista que podría agregarse muestran el renovado interés en la obra de Engels. Sin embargo, hay que decir que dentro del marxismo, en las décadas previas –desde mediados del siglo XX–, primó más bien una tendencia a separar a Engels de Marx. Así lo resume en un trabajo reciente Kaan Kangal:
Un relato sugiere que Engels no solo es co-fundador del socialismo moderno sino también su malévolo detractor. Como precursor del materialismo dialéctico, Engels supuestamente co-inventó el “marxismo” y lo dañó a la vez. […] Engels es acusado de metafísica, dogmatismo, eclecticismo, positivismo y así. […] Otro relato refuerza lo positivo: sean cuales sean los puntos vigentes o las fallas de la dialéctica materialista, no es una invención de Engels sino el producto de la colaboración de Marx y Engels. Por lo tanto, no divergen sino que más bien se complementan uno a otro. […] Aquellos que inventan acusaciones extrañas contra Engels lo hacen por razones políticas. Lo que está por detrás de sus recuentos es un anticomunismo escondido bajo la máscara de la erudición [1].
El motivo de fondo para el surgimiento de estos dos relatos opuestos no es difícil de encontrar: el stalinismo había enarbolado una visión monolítica e indiscutible de los “padres fundadores” y de sus herederos (que ceremonialmente pasaba por Lenin y culminaba, claro, con Stalin), extendida en todo el mundo a través de los distintos PC, que solía abrevar en folletos y artículos de Engels, más aptos para compilaciones temáticas y manuales que los intrincados o incompletos textos de Marx (muchos de los cuales permanecían, por ese entonces, todavía inéditos). Cuando dicha versión del “marxismo-leninismo”, mecanicista, simplificadora y utilitaria del marxismo, entra en crisis, no son pocos quienes renuncian al marxismo de conjunto, mientras otros exploran las raíces de ese dogmatismo atribuyéndoselas a Engels –si bien incluso en los estudios actuales no se ha encontrado demasiada apoyatura bibliográfica para esta hipótesis y más bien son persistentes los ejemplos de intercambio permanente y el acuerdo manifestado por el trabajo firmado por uno u otro–. El análisis del legado de Engels tiene por eso, hacia mediados del siglo XX, un tono, de mínima, defensivo.
A ello deben sumarse las distintas operaciones que, sobre su obra, ya había realizado la socialdemocracia alemana con la que compartió la organización de la Segunda Internacional ya muerto Marx, cuyos dirigentes, tras un falso respeto impostado al “colaborador de Marx”, no dudaron, incluso en vida del propio Engels, de adaptar sus textos a sus objetivos revisionistas. Pero el problema no solo se limitaba a la justificación de posiciones políticas reformistas: el mismo Engels había entrevisto críticamente en el tratamiento que distintos grupos ligados a la socialdemocracia hacían de la teoría marxista, contribuyendo a “reducir la teoría del desarrollo de Marx a una rígida ortodoxia a la que no se espera que lleguen los trabajadores por medio de su propia conciencia de clase; por el contrario, sin preparación y rápidamente, se lo hace tragar a la fuerza como un artículo de fe” [2].
En las evaluaciones más benevolentes de ese último período de la obra de Engels, ya sin Marx, suele argumentarse, a modo de disculpa, que al más joven de los amigos le tocó propagandizar y sistematizar las ideas del marxismo para un creciente movimiento comunista, y que fue esa tarea de “divulgación” la que impuso simplificaciones y polarizaciones que no estaban presentes en el legado de Marx. Sin negar que en todo trabajo teórico, sobre todo de semejante envergadura, pueda haberlas, suena a débil defensa que las tareas de divulgación de las ideas revolucionarias para que se hagan carne en el movimiento obrero sean un problema o un obstáculo más que una necesidad y una tarea apasionante –que, por otro lado, no requiere menos, sino probablemente mayor, comprensión de sus fundamentos–.
No defendemos aquí una unidad forjada en granito de ambos autores –ni de ningún otro marxista–, y creemos que distinguir las posibles diferencias entre enfoques de Marx y de Engels puede aportar matices y novedades que hagan a una mejor comprensión del desarrollo del marxismo y, sobre todo, que sean fructíferas para las tareas revolucionarias de hoy. Pero sí opinamos que debería objetarse su carácter defensivo, que persiste en muchos casos, forzando distinciones que amenazan ser tan estériles como el monolitismo en el que se reflejan. Marx no necesita “ser salvado” de Engels, ni a Engels le escasean argumentos propios para ser ampliamente discutido en sus propios términos sin tomar, como él mismo pedía en sus cartas, “cada palabra que he dicho como un evangelio” [3].
Como puede verse en los cambios de perspectiva con que se abordaron sus textos en estos casi 200 años, las discusiones y evaluaciones del legado marxista están ligados a los desarrollos históricos que atravesó y, en definitiva, a las relaciones de fuerzas que da la lucha de clases, aquella que puso en centro del Manifiesto comunista escrito con Marx. En todo caso, si algo puede destacarse de su legado, es la persistente voluntad de no deslindar una crítica implacable al sistema capitalista, en todos los terrenos, de la necesidad de acabar con él.
Para aportar a estas discusiones, en este dossier –que además de esta edición ocupará la de la próxima semana– abordaremos distintos aspectos de su obra en artículos propios, en entrevistas o en traducciones inéditas de su propia pluma o de algunos de sus más recientes estudiosos. |